El amanecer se colaba tímidamente por las rendijas de la habitación donde Togi y la chica de cabello verde descansaban después de días intensos de entrenamiento. El aire estaba cargado de una mezcla de agotamiento y esperanza. Habían avanzado más de lo que imaginaban posible, pero sabían que la verdadera prueba apenas comenzaba.
Togi se levantó con esfuerzo, sintiendo cómo la energía estelar fluía con mayor libertad por su cuerpo. Ya no era aquella fuerza caótica y descontrolada, sino una corriente que aprendía a dominar. Había descubierto que podía moldear la luz en destellos cortos para sanar pequeñas heridas y que, en momentos de peligro, podía percibir las “fracturas” en la realidad, esas grietas invisibles por donde el vacío intentaba filtrarse.
La chica verde, apoyada en la ventana, lo observaba con una sonrisa suave.
—Lo estás logrando, Togi —dijo con voz calmada—. Cada día te veo más fuerte, más seguro.
—No ha sido fácil —respondió él, aún cansado—. A veces siento que el poder quiere devorarme, que solo soy un recipiente a punto de romperse.
Ella le ofreció una pequeña caja con auriculares.
—Prueba esto —susurró—. La música me ayuda a calmar esa tormenta. Cuando cierro los ojos y escucho, el mundo se vuelve menos pesado.
Togi aceptó, colocándose los auriculares. Al instante, una melodía suave y envolvente llenó sus sentidos. Por primera vez en mucho tiempo, su mente se aquietó. Sintió cómo el peso en su pecho disminuía y una chispa de paz se encendía en su interior.
Pero la calma fue efímera.
Un grito lejano rompió el silencio. El vacío estaba atacando.
Ambos corrieron hacia la salida, preparados para enfrentar lo inevitable.
En el bosque cercano, sombras amorfas emergían como niebla oscura, distorsionando la realidad a su paso. Togi y la chica verde se posicionaron espalda con espalda, listos para la batalla.
—Recuerda lo que entrenamos —dijo ella—. Usa la luz para protegerte, y la música para mantener tu mente clara.
El primer enemigo atacó con garras que intentaban rasgar la tela misma del mundo. Togi extendió sus manos, liberando un haz de luz que se expandió como una ola, desintegrando la sombra al contacto.
Pero no todos eran tan fáciles.
Una figura oscura, más definida, emergió entre las sombras. Sus ojos brillaban con malicia y su forma parecía retorcerse como si el vacío mismo habitara en ella.
La lucha se intensificó. Togi sentía cómo el poder crecía en su interior, pero también cómo el enemigo parecía alimentarse de su miedo. Cada ataque del vacío era una prueba, una invitación a ceder.
En un momento crítico, la chica verde comenzó a cantar, una melodía que parecía resonar con la misma esencia de la luz que Togi manipulaba. La canción envolvió el campo de batalla, debilitando a las sombras y fortaleciendo el brillo en las manos de Togi.
—¡Vamos, Togi! —exclamó—. No estás solo.
Con renovada fuerza, Togi concentró toda su energía en un último destello que atravesó al enemigo, disipándolo en un estallido de luz.
El silencio volvió al bosque.
Agotados, ambos se miraron y sonrieron, conscientes del avance conseguido.
—No es solo el poder —dijo Togi mientras recuperaba el aliento—. Es saber por qué lucho, quién estoy dispuesto a proteger.
La chica verde asintió, sus ojos reflejaban comprensión y esperanza.
—La música me enseñó eso a mí. Que en medio del caos siempre hay una melodía que vale la pena seguir.
Pero mientras recuperaban fuerzas, una sombra oscura y silenciosa observaba desde lejos, oculta entre los árboles. Sus ojos rojos brillaban con una mezcla de ira y cálculo.
El vacío no había sido derrotado; solo estaba esperando el momento justo para regresar.