Capítulo 17: Fragmentos Rotos

La oscuridad se cerraba sobre Togi, pero su mente no hallaba descanso. Sentado en el borde de la cama, sus ojos permanecían cerrados, atrapado en un sueño profundo y tormentoso.

Recordó la lluvia fría que caía sobre un pequeño cuarto, el día en que por primera vez sintió el peso aplastante del abandono. Las promesas hechas a sí mismo se desvanecían como humo entre sus dedos, mientras la mirada de un amigo se alejaba, dejando un silencio insoportable.

Luego, los recuerdos se tornaron más afilados, punzantes: la figura de alguien a quien amaba desapareciendo entre sombras, el grito ahogado en el pecho por no haber podido salvarla. Ese dolor había dejado una grieta honda en su alma.

La sombra que lo había perseguido reaparecía con fuerza, trayendo consigo el frío del miedo y la impotencia, haciendo que su corazón latiera con fuerza, como si quisiera escapar del pecho.

Pero en medio de esa tormenta, la oscuridad del sueño se abrió para mostrar una figura diferente: un chico de cabello negro azabache y ojos rojos intensos, su presencia era familiar y aterradora a la vez.

—Togi —dijo con voz grave y cercana—. Estás atrapado.

Togi quiso responder, pero sus labios no se movían. La figura continuó, sus ojos brillando con un fuego inquietante.

—Este poder que llevas dentro... es una prisión. Te consume, te divide, te mantiene encerrado en un ciclo de dolor y miedo. Si no aprendes a controlarlo, si no encuentras tu verdad, desaparecerás en él.

El joven de ojos rojos se acercó lentamente, como si quisiera atravesar la barrera del sueño.

—No eres libre, Togi. Pero aún puedes serlo. La elección está en ti.

Con esas palabras, la visión se desvaneció, y Togi despertó sobresaltado, con el sudor frío cubriendo su piel.

Sus manos temblaban, su corazón latía desbocado, pero en su interior algo había cambiado. Sabía que no podía seguir huyendo. Estaba en una prisión creada por su propio poder y sus miedos, pero todavía tenía la llave para abrirla.

Mientras la luz de la madrugada comenzaba a filtrarse por la ventana, Togi cerró los ojos una vez más, esta vez no para huir, sino para prepararse para la lucha más difícil: la que tenía que dar consigo mismo.