Capítulo 16: Delirio Estelar

La noche había caído con un silencio espeso, como si el mundo contuviera el aliento tras el regreso de Togi. En el cielo, las estrellas titilaban con una intensidad inusual, como si observaran, como si supieran lo que había ocurrido y lo que estaba por venir.

Togi, recostado en la cima de una colina solitaria, contemplaba el firmamento. Su cuerpo aún estaba agotado, pero su mente viajaba a velocidades imposibles. El vórtice lo había tocado de formas que no podía explicar. Ya no era el mismo. Podía sentirlo. Las constelaciones no solo brillaban: le hablaban. Y entre susurros celestes, encontraba ecos de sí mismo, trozos de lo que fue, de lo que pudo ser.

—Estás cambiando —dijo una voz suave a su lado.

Era ella. La figura del cabello verde. Se había sentado junto a él en silencio, como si supiera dónde encontrarlo. Tenía los ojos fijos en él, pero sin juicio, solo con una preocupación profunda y cálida.

Togi asintió lentamente, sin apartar la mirada del cielo.

—Algo dentro de mí está... conectando. Con todo esto. Con el tiempo, con las estrellas. Es como si pudiera ver sus historias. Como si... las escuchara llorar.

Ella guardó silencio. Sus dedos rozaron los de Togi, entrelazándolos con suavidad. Ese gesto sencillo, humano, fue un ancla. Y en ese toque, él sintió que no se estaba desmoronando solo.

—¿Te da miedo? —preguntó ella, con voz apenas audible.

Togi cerró los ojos por un momento. Pensó en todas las veces que sintió que el mundo se le escapaba de las manos. Pensó en las promesas rotas, en los errores, en las personas que no pudo proteger. Y luego pensó en ella, en ese momento. En cómo su presencia lograba silenciar todo el caos dentro de él.

—Me aterra —respondió, por fin—. No por lo que me está pasando... sino por lo que podría perder en el camino.

Ella apoyó su cabeza en su hombro. Permanecieron así por varios minutos, respirando al mismo ritmo, dejando que el silencio hablara por ellos. El corazón de Togi latía con fuerza, pero no por el miedo. Era por esa verdad simple que no se atrevía a pronunciar en voz alta: que no quería seguir este camino solo.

—Durante el vórtice —continuó—, vi versiones de mí. Algunas horribles. Algunas rotas. Pero también vi posibilidades... cosas que podrían ser, si no me detengo. Y lo más extraño: sentí que las estrellas me guiaban. Como si estuvieran dentro de mí. Como si yo fuera parte de ellas...

Ella lo miró con ternura. Sus ojos brillaban, no por el reflejo de las estrellas, sino por la emoción contenida.

—No tienes que cargar con todo solo, Togi. Está bien no tener respuestas ahora. A veces, lo más valiente que uno puede hacer... es permitir que alguien se quede a su lado mientras todo duele.

Una brisa suave recorrió la colina. El aroma de la tierra húmeda, de las hojas, de la noche misma, envolvió el momento como una caricia.

—¿Y si un día ya no soy yo? —preguntó él, con un nudo en la garganta—. ¿Y si me pierdo en todo esto? ¿En el poder, en las visiones, en el miedo?

Ella se incorporó un poco para mirarlo directo a los ojos.

—Entonces yo te buscaré. Aunque tenga que cruzar los vórtices contigo, aunque tenga que perderme también. Siempre te voy a buscar, Togi.

Y por primera vez en mucho tiempo, él dejó que las lágrimas fluyeran. No eran de dolor. Eran de alivio. Porque, aunque el universo pareciera romperse sobre sus hombros, aunque el destino le pidiera más de lo que creía poder dar, no estaba solo.

Muy lejos de allí, entre galaxias, una figura abría los ojos lentamente. El universo se estremecía con su despertar. Pero por ahora, en esa colina, bajo ese cielo lleno de secretos, Togi encontró algo más poderoso que cualquier visión: un motivo para seguir adelante.