Los primeros rayos del sol se filtraron por la ventana cuando provocando que Jurai finalmente se levante. Había pasado la noche en vela, dando vueltas entre las sábanas gastadas, con el corazón acelerado cada vez que pensaba en Grace. Hoy la vería.
Se levantó de un salto y caminó hacia el pueblo con paso decidido. En el mercado de segunda mano, intercambió las monedas que había ganado ayer por una camiseta usada, unos pantalones remendados pero decentes, ropa interior nueva y unos zapatos que, aunque desgastados, prometían comodidad. Al contar lo que le quedaba, suspiró. Solo un Pellard brillaba solitario en su bolsillo, pero sabía exactamente qué hacer con él.
El camino de regreso al molino se le hizo corto, impulsado por sus planes. El río lo esperaba con su corriente fría y cristalina. Se desnudó y se sumergió de una vez, conteniendo un grito cuando el agua helada le atravesó la piel como miles de agujas. Era la única hora en que podía bañarse sin ser visto por los Kanan. Poco a poco, el entumecimiento inicial dio paso a una sensación refrescante.
Posteriormente, llenó un balde y frotó su ropa con el jabón que había "tomado prestado" de Maiko. Cada prenda recibió su atención meticulosa hasta quedar limpia. Se vistió con cuidado, como si fuera a una cita importante, y se peinó frente al reflejo del agua.
Antes de marcharse, se dirigió donde Maiko descansaba y colocó silenciosamente el Pellard en su maletín junto a una nota escrita con letra clara: "Vuelvo pronto, seguiré buscando trabajos. Dejé la mitad de mi deuda en tu maletín, el resto te lo pagaré mañana."
Jurai empujó la puerta de la taberna y el bullicio matutino lo envolvió. Sin detenerse a saludar, caminó directo hacia la pizarra de trabajos donde varios papeles esperaban manos dispuestas. Sus ojos se detuvieron en dos fichas que le llamaron la atención: "Ayúdame a encontrar a mi gato" y "Dale un baño a mi abuelo".
Estudió ambas ofertas. Su plan era claro: primero el anciano, que sería un trabajo rápido y bien pagado, luego buscar el gato perdido. Así tendría tiempo de llegar puntual a casa de los Solte.
La primera dirección lo llevó a una casa modesta en una calle tranquila. Un hombre de unos cuarenta años abrió la puerta casi de inmediato, como si hubiera estado esperando junto a ella.
—. Me presento, soy Jurai Rocatti— exclamó con mucho entusiasmo y comenzó con su presentación habitual—.
— Menos formalidades, por favor. Entra, —dijo el hombre, apartándose para dejarlo pasar—. Tenía orejas puntiagudas, un pelo muy hermoso y se notaba cansado.
El pasillo de la casa se extendía más de lo normal. Mientras caminaban, el hombre le explicó la situación: —Mi abuelo tiene novecientos años y ya casi no puede moverse solo. Necesita ayuda para todo.—
—No hay problema—. respondió Jurai fascinado por la edad del anciano. No era la primera vez que ayudaba a alguien mayor, pero no tan mayor...
La habitación del anciano estaba llena de luz suave que entraba por la ventana. El viejo estaba sentado en una silla de ruedas, observando el exterior. Cuando entraron, giró hacia ellos con curiosidad.
—Buenos días, me presento. Soy Jurai Rocatti y hoy lo ayudaré con su baño con una pequeña inclinación.
El anciano lo observó unos segundos y después estalló en una carcajada genuina. —¡Qué educado eres, muchacho! Hace años que nadie me habla con tanta cortesía. —Me gusta—.
Jurai sonrió y se puso a trabajar. Preparó el agua a la temperatura adecuada y comenzó el baño con movimientos cuidadosos. Empezó por el cabello canoso, masajeando suavemente, luego siguió con el cuello, los hombros y el torso. Sus manos trabajaban con eficiencia pero también con respeto, especialmente al lavar las partes más delicadas. Terminó con los pies, asegurándose de que todo quedara perfecto.
—Que tenga un buen día—, se despidió Jurai mientras se secaba las manos.
—Espera un momento— lo detuvo el anciano con voz seria. —¿Puedo preguntarte algo?— ¿Por qué haces este trabajo?—
La pregunta lo tomó desprevenido. —Tengo deudas que pagar—.
El anciano negó lentamente. —No me refiero a eso, hijo. Me pregunto por qué alguien como tú está aquí, trabajando en estos empleos básicos—.
Jurai frunció el ceño. —¿Cómo que alguien como yo?
Los ojos del anciano adquirieron una intensidad extraña. —Tienes algo especial. Lo puedo sentir cuando te acercas. Es muy fuerte, como si llevaras una llama dentro.
Un frío extraño recorrió a Jurai. —No entiendo de qué me habla.
—Tu maná, muchacho. Es poderoso. Cuando estás cerca, es como si una luz me tocara. El anciano se inclinó hacia adelante, estudiándolo con atención. —¿Nunca nadie te lo había dicho?
Jurai retrocedió un paso, confundido. No sabía qué responder a esas palabras tan extrañas. Hizo una reverencia rápida y se dirigió hacia la puerta.
—¡Oye!, le gritó el nieto desde el pasillo cuando Jurai ya estaba saliendo. —Tu paga, la olvidas.
Jurai regresó a tomar las monedas, murmuró un agradecimiento y salió a la calle. El aire fresco le ayudó a pensar, pero las palabras del anciano seguían dando vueltas en su cabeza mientras se dirigía a buscar el gato perdido.
Una vez en la calle, Jurai sacó la ficha del bolsillo y la volteó. En el reverso estaban escritas las instrucciones de búsqueda y una descripción detallada: un gato negro con patas blancas que parecían botitas, ojos marrones y un collar con el nombre "Xanab". La última vez que lo habían visto fue en la calle principal.
Jurai caminó hacia el lugar indicado, escaneando cada rincón y cada sombra. No había rastro del felino. Comenzó a acercarce a los habitantes del pueblo, preguntándoles si habían visto al gato perdido. Uno tras otro, todos negaban con la cabeza o se encogían de hombros con indiferencia.
El tiempo corría en su contra. Solo le quedaba media hora para llegar a casa de Grace cuando la desesperación comenzó a instalarse en su pecho. Se detuvo un momento, considerando sentarse en un banco para pensar en otra estrategia, cuando una niña de unos ocho años se le acercó.
—Yo vi al gato —le dijo con una sonrisa desdentada—. Está cerca del campo de maíz.
El corazón de Jurai se aceleró, pero no de emoción. El campo estaba al otro lado del pueblo. Sin embargo, no tenía alternativa. Echó a correr con todas sus fuerzas, esquivando carretas y saltando obstáculos hasta llegar al lugar.
Ahí estaba. A lo lejos, entre las hileras de maíz, una silueta felina con las características exactas de la descripción. Jurai se acercó sigilosamente, pero el gato lo detectó de inmediato. Lo que siguieron fueron veinte minutos de persecución frustrante. El animal era ágil y astuto, esquivando cada intento de captura. Desesperado, Jurai incluso le lanzó una mazorca, esperando aturdirlo, pero el gato saltó ágilmente y desapareció entre los cultivos.
Derrotado y sin aliento, Jurai se rindió. El tiempo se había agotado.
Llegó a casa de los Solte con el rostro ensombrecido por la derrota. En la entrada, mejoró su postura como pudo antes de tocar la puerta.
—Buenas tardes, he venido a mi visita diaria con Grace —anunció cuando la mayordoma abrió.
La mujer lo dejó pasar sin mayores ceremonias. En la sala, Beatriz, la madre de Grace, lo recibió con su habitual sonrisa cálida, pero su expresión cambió al ver su semblante.
—¿Sucede algo? —preguntó con genuina preocupación.
—No es nada importante —murmuró Jurai, evitando su mirada.
—Claro que es importante —insistió Beatriz, acercándose—. Puedo ver que algo te preocupa. Cuéntame.
Jurai dudó un momento antes de relatar su fracaso con el gato perdido. Beatriz lo escuchó con atención, asintiendo comprensivamente.
—Entiendo —dijo cuando él terminó—. Parece que fue un día complicado. Pero seguro que mañana, con más tiempo y una mejor estrategia, podrás atraparlo. Eres joven, y lo que caracteriza a los jóvenes es su energía y su hambre por conquistar el mundo.
Jurai se sintió reconfortado por sus palabras, aunque la vergüenza seguía pesándole. —¿Dónde está Grace? —preguntó, cambiando de tema.
Beatriz señaló hacia el jardín. —En el patio, tomando aire fresco.
Jurai salió al patio trasero y encontró a Grace dormida en su silla, con un libro abierto sobre el regazo. La brisa suave movía algunos mechones de su cabello. Se acercó en silencio y, con delicadeza, le tocó la frente para despertarla.
Grace despertó con un sobresalto tan brusco que casi se cae de la silla. Sus ojos se enfocaron en Jurai, y con una mirada llena de ira lo observó.
—¡¿Qué te pasa?! —gritó Grace, llevándose una mano al pecho mientras recuperaba el equilibrio.
—Perdóneme, señorita —respondió Jurai, dando un paso atrás con las mejillas encendidas—. Solo quería despertarla. No era mi intención asustarla de esa manera.
Grace se pasó una mano por el cabello, aún algo alterada. —Está bien, supongo que me quedé dormida sin darme cuenta.
Jurai se balanceó nerviosamente de un pie al otro. —¿Le gustaría dar un paseo por el jardín?
Grace lo miró por un momento, como evaluando la propuesta. Su expresión no mostraba mucho entusiasmo. —Mmm, está bien —dijo finalmente—. Pero, ¿podemos salir de mi casa?
La pregunta tomó a Jurai desprevenido. Una oleada de preocupación le atravesó el pecho. No estaba seguro de que la señora Beatriz aprobaría que sacara a su hija de la propiedad, especialmente sin su permiso explícito.
—No sé si... —comenzó a decir, pero Grace lo interrumpió.
—Vámonos de este lugar tan aburrido —insistió, con un brillo decidido en los ojos—. Podríamos pasar por el mercado del pueblo. Hace semanas que no salgo de aquí.
Jurai sintió el peso de la indecisión. Por un lado, quería complacer a Grace, pero por otro, no quería crear problemas con su familia. La responsabilidad de cuidarla le pesaba en los hombros como una carga invisible.
Durante el camino, Jurai le contó a Grace toda su aventura fallida en busca del gato: la carrera desesperada al campo, los veinte minutos de persecución inútil, y hasta el momento embarazoso en que le lanzó una mazorca al animal.
—¿Por qué no usaste hierba de atracción felina? —preguntó Grace, como si fuera lo más obvio del mundo.
Jurai se detuvo en seco. —No tenía ni idea de que eso existía. Habría sido increíblemente útil.
—En el mercado del pueblo hay un enano que tiene un vivero enorme —explicó Grace mientras reanudaban la marcha—. Es famoso por tener la mayoría de plantas de la región.
El mercado estaba a reventar con la actividad del mediodía. Entre todos los puestos y la multitud, un local destacaba claramente: una casa común cuya fachada había sido convertida en entrada de negocio. Con determinación, entraron para descubrir que el interior se abría a un patio trasero lleno de plantas de todas las formas y colores imaginables.
Un enano de complexión robusta y barba abundante se acercó a ellos con paso decidido.
—¿Qué necesitan? —preguntó con voz grave pero amable.
—Busco hierba de atracción para felinos —dijo Grace con confianza.
—Ah, buscas zakpaiché —asintió el enano—. Pero hay distintos tipos. En mi vivero tengo atractora para gatos marrones, blancos, azules, naranjas, grises, negros...
—Necesitamos para gato negro —interrumpió Jurai, ansioso.
—Perfecto. Solo puedo venderte una planta con cinco hojas. Cada hoja atrae a todos los gatos negros en un radio de cien paatanes durante cuatro minutos exactos. Después de eso, necesitarás arrancar otra hoja.
Jurai observó la planta con fascinación. —¿Cuál es el precio? Y... ¿cuánto mide un paatan?
—Un Pellard. Y un paatan son aproximadamente tres de mis pasos.
El corazón de Jurai se hundió. Ese Pellard era exactamente el dinero que debía a Maiko. Pero también era una inversión en su futuro. Después de un momento de silencio tenso, tomó su decisión.
—La tomo —respondió con toda la seguridad que pudo reunir.
Ya en la calle principal, Jurai hizo cálculos mentales. "Tres pasos del enano son como un metro, así que un paatan equivale a un metro. Cien paatanes son cien metros. No está mal, pero tampoco es tanto."
Arrancó una hoja de la planta y un olor amargo se esparció por el ambiente. Casi de inmediato, varios gatos negros comenzaron a emerger de callejones y tejados, acercándose con curiosidad. Jurai y Grace los examinaron uno por uno, pero ninguno llevaba collar ni tenía las características patas blancas.
Los cuatro minutos pasaron volando, y los gatos se dispersaron tan rápidamente como habían llegado.
—Busquemos cerca del campo de maíz —sugirió Grace—. Ahí fue donde lo viste por última vez.
Mientras caminaban hacia las afueras del pueblo, una llovizna fina comenzó a caer. Aceleraron el paso, pero las gotas se hacían cada vez más constantes.
Jurai estaba a punto de arrancar otra hoja cuando una ráfaga de viento, fortalecida por la lluvia, le arrebató la planta de las manos. La vio volar por los aires antes de perderse entre las hileras de maíz.
—No, no, no, no puede ser —gritó Jurai, corriendo hacia donde había caído la planta.
Se lanzó entre las plantas, apartando hojas y tallos con desesperación. —No me puede estar pasando esto, por favor —murmuró mientras buscaba entre el lodo que se formaba con la lluvia.
Después de varios minutos de búsqueda frenética, se rindió. Se quedó de pie entre el maizal, empapado y derrotado, con la frustración pintada en cada línea de su rostro.
Grace lo miró con decepción.
—¿Es todo? ¿Te rindes?
—Sí —respondió Jurai.
Grace se dirigió hacia su casa. Jurai trató de detenerla mientras el clima comenzaba a empeorar. Una tormenta torrencial empezó a empaparlos, arruinando el camino y convirtiendo todo en un lodazal.
—Qué maldita decepción —exclamó Grace—. No puede ser que te rindas tan fácil.
Jurai alzó la voz con enojo:
—No lo entenderías.
Esto hizo que Grace se enfureciera aún más. Con mayor velocidad, se dirigía decidida de regreso a casa cuando una piedra se atascó en la rueda de su silla. La volcó, manchándola de barro. Grace comenzó a llorar sin poder contenerse.
—¿Crees que no lo entendería? —exclamó entre lágrimas—. Toda mi vida se ha tratado de no rendirme, sabiendo que mi sentencia está marcada, y me dices que no lo entendería.
Jurai se acercó para ayudarla a levantarse, pero ella lo detuvo con las manos.
—Me siento inútil. No quiero rendirme, pero todos los días la misma vida me desmotiva. Y ahora tú, con situaciones como estas, te resulta fácil decir "me rindo" y decirme que no lo entiendo, cuando llevo toda mi vida entendiéndolo.
Jurai mantuvo la cabeza baja. Un silencio incómodo se instaló entre ellos mientras las gotas de agua fría golpeaban sus espaldas. Finalmente, Jurai decidió hablar:
—Discúlpame, he sido irrespetuoso. Generalmente no me doy cuenta de lo que digo, y hoy te falté el respeto, te lastimé. Nunca me atrevería a lastimarte, créeme. Sé que eres fuerte y espero que lo sigas siendo siempre. Ven, vamos por algo caliente y luego te llevaré a tu casa.
Justo cuando se inclinó para ayudar a Grace, su tobillo le jugó una mala pasada, mandándolo directo al lodo. Su cara desapareció bajo una capa espesa de barro, mientras Grace estallaba en una risa tan fuerte que le dolían las costillas.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Jurai desde el suelo.
Cuando Grace lo miró, se rio aún más fuerte. Del rostro de Jurai solo se veían sus ojos confundidos y sus dientes blancos; todo lo demás estaba cubierto de lodo café. Sin pensarlo dos veces, Jurai agarró un puñado de barro y se lo plantó en la cara a Grace como venganza.
Entonces comenzó la guerra. Se lanzaron lodo uno al otro mientras reían como niños, hasta quedar completamente agotados y tenderse en el suelo a mirar las estrellas, ya que el cielo se encontraba despejándose.
—¿Crees que alguna vez se pueda viajar a las estrellas? —preguntó Grace.
La mente de Jurai comenzó a recordar que en la Tierra sí se había logrado esa hazaña, pero en este mundo al parecer no. Sin embargo, respondió:
—Sin duda alguna. Siempre hay alguien cuya motivación lo lleva a romper sus límites.
Ambos se voltearon para verse frente a frente. Los ojos azules de Grace creaban un paisaje hermoso junto a las estrellas que se visualizaban a sus espaldas. Ella se sonrojó mientras Jurai, con su mano, tocó su cabello.
—No te muevas —le dijo.
Grace cerró los ojos y se preparó para recibir un beso. No obstante, Jurai añadió:
—La hierba de gato está en tu pelo. Por fin podremos atraparlo.
Grace puso una expresión de humillación y solo dijo con voz nerviosa:
—Sí, me parece que lo lograremos.
Cuando cortaron una hoja, nuevamente el olor amargo se liberó en el ambiente y un ronroneo llamó la atención de Jurai. Ahí estaba: exactamente el mismo gato, el mismo collar, todo igual. El felino se acercó a los jóvenes, atraído por la hierba.
Así fue como Grace y Jurai llevaron el gato con su respectivo dueño. Con parte del dinero ganado, Jurai le compró una bebida caliente a Grace.
En casa de los Solte se despidieron de manera tímida.
—Nos vemos mañana —dijo Jurai.
—Espera —respondió Grace, y con una cara sonrojada añadió—: Me gustó mucho salir contigo hoy.
—Me gusta estar contigo —exclamó Jurai.
Los latidos de Grace se aceleraron tanto que su cara se puso roja como un tomate, provocando que cerrara la puerta de un gran golpe.
Ya en el molino de Maiko, Jurai le pagó el Pellard que le debía y le dio los tres extras que sobraban del trabajo del gato, en agradecimiento por permitirle quedarse.
—No hay problema, Jurai. ¿Cómo te fue? —preguntó Maiko.
—Excelente. Ya quiero que sea mañana —respondió Jurai.
Esta rutina se repitió durante tres semanas: tomar trabajos informales y de vez en cuando trabajos de larga duración para ganar dinero y, al final del día, pasarlo con Grace.