Cerré la puerta de golpe tras de mí, con la rabia hirviendo bajo mi piel. La imagen de los labios de Orion sobre los de Seraphina me atormentaba, grabada en mi memoria como una marca. Sus labios hinchados, sus mejillas sonrojadas. La forma en que lo había mirado.
Mierda.
No había sentido este tipo de celos en años. No desde que éramos adolescentes y pensé que la había perdido para siempre.
Caminé de un lado a otro por el pasillo fuera de su habitación, mi lobo arañando por volver a ella, para reclamarla adecuadamente. Para borrar todo rastro de mi hermano de su piel.
Antes de poder detenerme, estaba empujando su puerta para abrirla de nuevo.
Ella estaba de pie junto a la ventana, su bata ceñida firmemente alrededor de su esbelta cintura, su cabello mojado cayendo por su espalda. Se giró, con los ojos abriéndose al verme.
—Te dije que te fueras —dijo, su voz firme a pesar del pulso acelerado que podía ver en su garganta.