La suave presión de los dedos de Ronan contra mi piel me hizo estremecer. No por dolor —el corte apenas me escocía ya—, sino por la inesperada ternura en su tacto.
—Lo siento —murmuró, con una voz más suave de lo que la había escuchado en años—. Ya casi termino.
Estábamos sentados en mi dormitorio, con la luz del sol de media mañana filtrándose a través de las cortinas. Ronan había insistido en traerme aquí en lugar de al ala médica de la manada, alegando que sería más privado. Ahora estaba arrodillado frente a mí, vendando cuidadosamente mi antebrazo.
—Realmente no es necesario —dije, intentando crear algo de distancia entre nosotros—. Estaré curada para esta noche.
—Compláceme —respondió, asegurando el vendaje con un pequeño clip. Sus dedos permanecieron en mi muñeca más tiempo del necesario—. Listo. Todo mejor.