1 La persecución.

El sol sangraba en el horizonte pintando el cielo de Junio con tonos rojizos que se desvanecían en la penumbra en un oscuro firmamento.

El aroma a lavanda, intenso en los campos, se diluía en la ciudad de Amersfort, sofocado por el hedor a gasolina y humo de las fábricas que alimentaban la economía del municipio.

Los rayos del sol se dejaban ver en un umbral filtrado por las rojizas nubes del atardecer reflejado en el cielo de aquel día de Junio, antes de que la noche cegara por completo los yermos campos.

Adam, de veintiún años pedaleaba a toda velocidad en su bicicleta por la orilla del oscuro concreto de la carretera, el aire que ya se percibía fresco le refrescaba las sienes húmedas de sudor y el sonido de su respiración agitada casi podía acallar el sonido de las ruedas y los insultos de un grupo de tres rufianes de los cuales ya podía sentir sus respiraciones en la nuca, quienes desde hacía unos meses se esmeraban en hacerle la vida casi imposible.

Aumentaba la velocidad al notar la cercanía de sus perseguidores detrás de él queriendo alcanzarle como si de eso dependiesen sus vidas.

Adam decidió tomar una salida repentina y alternativa a su destino, decidió escabullirse saliendo del camino habitual para dirigirse a una vereda al lado del pavimento que dirigía hacia las afueras de la ciudad hacía dónde se encontraban extensos campos sembrados de tulipanes y lavanda, cuyo camino era una vereda pedregosa y en mal estado.

Los gritos de júbilo e insultos detrás de él no se hacían esperar por presenciar la cercana victoria.

Adam aceleró lo más fuerte que sus piernas fueron capaces de pedalear y prosiguió por ese camino desde el cuál se podía ver a unos quinientos metros una especie de bodegas abandonadas donde antes había sido una estación de ferrocarril en la cual se le daba mantenimiento a las máquinas y vagones.

Su respiración no le parecía suficiente pues el aire parecía escapar de sus pulmones con la misma frecuencia con la que se adentraba en ellos.

Para la mala suerte del jóven quien pedaleaba sin cansancio, quien seguía sin siquiera mirar el suelo no se percató que delante de él permanecía enterrado y casi invisible aquella vía que antes había sido transitada con frecuencia provocando que las llantas de su bicicleta chocaran con una de las largas barras metálicas ya oxidadas en frente de él que se aparecían como algún espectro repentino el cuál intentó evadir, más su lento accionar no le permitió esquivarlo.

La llanta frontal provocó que Adam perdiera el control del manubrio llevándolo a caer en el árido suelo cubierto por guijarros con rastros de alquitrán donde antes había sido un camino del mismo material que llevaba hasta donde atravesaba la vía férrea.

Cayó de la bicicleta directo hacia aquel pedregoso terreno, sus brazos y piernas sufrieron raspaduras leves al impactar contra el duro suelo pedregoso. Al notar el suelo al nivel de su mirada decidió tomar una piedra de las muchas qué había enfrente suyo y la cogió con su mano sin ser visto por los rufianes que se acercaban para así poder atacar en caso de que los vándalos tratasen de hacerle daño, decidió entonces cerrar los ojos y permanecer inmóvil para persuadir discretamente al enemigo que en ese momento se avecinaba con prisa a terminar lo que habían empezado minutos atrás.

Un muchachote de veinte años, de gruesas piernas y torneados brazos , rostro duro y voz ronca bajó de su bicicleta dirigiéndose hacia donde se encontraba aquel joven que yacía sobre la grava, sus acompañantes parecían estar preocupados por saber si el joven estaba bien pues este había dejado de moverse.

Aquel joven perseguidor, de nombre Abraham, estaba al lado de Adam y lo empujó con el pie para asegurarse de que éste permanecía con vida pero Adam no dió señales de ello, lo cuál aumentó la preocupación de los otros dos jóvenes quienes al principio se notaban escépticos, bajaron entonces de sus bicicletas, más Abraham dió órdenes de irse de ahí lo más pronto posible pues presentía lo peor.

No les dio tiempo de abandonar sus vehículos para cuando ya iban montados nuevamente de regreso a la cuidad pedaleando a toda prisa.

Adam entonces, aprovechó para ponerse de pie a duras penas, se giró para ver que tan lejos iban ya sus agresores y al notar la piedra en su mano pensó en lanzar el proyectil hacia ellos dubitativo en una lucha entre atreverse o resignarse a simplemente huir de allí, no obstante, la rabia ganó ante la gran decisión que había tomado, entonces no pudiendo contener más la rabia lanzó aquella roca lo más fuerte que pudo a tal grado que el proyectil impactó en la cabeza de uno de ellos casi haciéndolo caer de su bicicleta.

Al notar esto intentó levantar su bicicleta y huir de ahí pero la llanta delantera de esta tenía una protuberancia anormal en un costado, así que dejando su bicicleta y mochila de lado decidió correr lo más que pudo aun con su cojera antes de que aquellos rufianes se dispusieran a dar la vuelta para alcanzarle, por suerte había más de veinte metros de distancia y los jóvenes se habían detenido a auxiliar al chico que había recibido el proyectil rocoso que Adam había lanzado.

Corrió así Adam, lo más que pudo hasta dirigirse hasta los talleres de vagones del tren que había a unos cincuenta metros, un viejo cuartel de bodegas abandonadas con vidrios rotos por el suelo, escaleras que llevaban a un segundo piso casi inexistente y una especie de sótanos por donde se solían arreglar los vagones desde la parte inferior.

Al ver que aquellos muchachos le alcanzaban el paso se decidió a entrar por un enorme ventanuco de vidrios rotos pues le resultaba más cercano que la enorme puerta de concreto a veinte metros más de él.

Llegó como pudo hasta el interior de aquella enorme y vacía sala mientras un pequeño hilillo de sangre deslizaba por su pantorrilla y cuyo rastro se coagulaba al final del empeine del pie en sus piernas desnudas.

Entró entonces así llevándose un leve aruño a la altura de su antebrazo izquierdo, más la adrenalina mitigaba todo rastro de dolor que pudiere aquejarle.

Corrió ensimismado en su propia convicción de ser atrapado por aquellos jóvenes quienes estaban dispuestos a violentar al joven, juraba que sus sollozos podían escucharse rebotando en cada una de las esquinas dentro de aquella enorme bodega a medio caer, asimismo el eco de su pronto caminar repercutía en cada una de las paredes de los demás cuartos internos.

A escasos metros de él había una especie de sótano cuadrado y poco profundo y sobre él una vieja y oxidada lámina y como primer opción tangible decidió esconderse debajo del roído metal dando un brinco hacia ese lugar que olía a orines, se puso en cuclillas apoyando sus espaldas en una de las paredes y permaneció en silencio lo más que pudo. Susurros de ecos de pisadas y voces fuertes empezaban a hacer un bullicio dentro de la enorme bodega donde pichones y tórtolas volaban cerca de sus nidos situados en el alto techo de lámina transparente.

Los pasos de aquellos muchachos estaban cada vez más cercanos, por lo cual la respiración y el latido del joven se aceleraba cada vez más conforme las voces de sus inquisidores se notaban más próximas.

Se escuchaban de pronto como después de algunos minutos de búsquedas las pisadas se alejaban y se oían apresurarse por las escaleras que a escasos metros había cerca, llevaban a un segundo piso que parecía una especie de milagro el hecho de que aun permanecía firme en su estructura.

Los pasos volvían nuevamente camuflados por risas y mofas ilegibles contra Adam.

Permaneció en su escondite por un par de minutos más, al percatarse de que sus seguidores se habían marchado salió de su escondite temerosamente como el roedor que sale de su madriguera cuidando que el depredador no esté al acecho.

Salió de su escondite y subió rápidamente al segundo piso entre tropiezos en los escalones, se asomó entonces por el enorme ventanuco y desde allí pudo observar aquellos muchachos alejarse montados en sus bicicletas, sintióse de pronto aliviado, la respiración que se le acortaba ahora le resultaba suficiente y los latidos presurosos de su corazón se atenuaaban mermando su ritmo.

Se recargó de espaldas a la pared y dejó caer su cuerpo friccionando contra el muro de concreto haciéndolo deslizarse con menos velocidad hasta quedar sentado en la superficie del suelo terroso de aquel segundo piso.

Aspiró profundamente, se sintió victorioso permaneciendo en el suelo por unos minutos más hasta llegar la hora de salir, se apresuró lo más que pudo, debía de llegar temprano a su casa, pero un ruido lo exaltó nuevamente, uno de los muchos palomos que volaban dentro de las instalaciones había chocado con uno de los cristales rotos del edificio abandonado, le tomó poca importancia y se dirigió a la salida saliendo por donde había entrado. Llegó caminando hacia donde estaba su mochila tirada junto a su bicicleta, le sorprendió que no hubiesen intentado robarle ninguna de sus pertenencias que había abandonado, así pues prosiguió el camino empujando su bicicleta con su mochila en las espaldas.

Llegó a casa cuando la tarde empezaba a pintar las calles con decenas de farolas antes de caer la noche por completo, el viento comenzaba a bajar su temperatura adoptando una sensación invernal qué agradaba a parvadas de aves de color negro azulado volando entre los árboles en una algarabía desenfrenada asimilándose a una espesa y oscura nube a punto de romper en un torrente.

El joven llegó a su casa caída ya la noche, guardó la bicicleta en el cuarto de herramientas de su padre para después cerrarla asegurándola con una gruesa cadena y un candado, luego entró por la parte trasera de su casa atravesando un cuarto donde había una pequeña sala que servía de reunión para ciertos miembros de la iglesia que se reunían allí de vez en cuando a ofrecer plegarias y lecturas de las Santas Escrituras.

Adam, como su nombre indica, había nacido bajo el yugo de una familia religiosa desde hacía tres generaciones atrás, siendo el chico una excepción a las creencias de sus padres pues se había alejado de la religión hacía algunos años atrás, cansado del enfermizo fanatismo de sus padres quienes le prohibían hasta lo más insignificante, a todo parecían verle un lado negativo, desde la música secular, la cerveza e inclusive el uso de redes sociales pues les parecía algo impuro y solo común en la gente mundana.

Adam salió de la sala y se dirigió hacia las escaleras mientras escuchaba las conversaciones de sus padres en el comedor, quiso pasar desapercibido pero su hermano Alek bajaba las escaleras a toda velocidad propinándole un golpe con el puño en su hombro: era su forma habitual de recibirlo.

—¡Mamá, ya llegó Adam!—

Dijo con la intención de que sus padres se percatasen de la llegada del joven a esa hora.

Su hermano tomó un abrigo del perchero en la esquina de las escaleras y salió de casa con una leve risita socarrona.

Adam empezaba a subir las escaleras pero su madre le llamaba con urgencia por lo cual éste no pudo negarse.

Lo hizo así, se dirigió hasta la cocina donde sus padres se encontraban preparando una deliciosa cena.

Adam se apresuró hasta la cocina, su madre había preparado una deliciosa y jugosa carne con rodajas de naranja del horno, llegó hasta donde estaban sus padres y ya presentía una remienda por parte de su riguroso progenitor.

—Adam, llegas dos horas tarde ¿donde andabas? ¿No ves que ya es de noche? Pensé que habíamos dejado en claro que prescindirías de ciertos privilegios al menos hasta que vuelvas a asistir a la iglesia—

El joven se cruzó de manos apoyado de espaldas en el marco de la puerta de la cocina con los pies cruzados, volvió a adoptar una posición normal y lanzó una mirada a su madre con la intención de recibir apoyo de su parte pero éste siquiera se inmutó y prosiguió acomodando los platos en la meza.

—¿Y Alek no va a cenar en casa hoy?—

Pronunció con la intención de que obligaran a su hermano a cenar con ellos, pero éste ya se había marchado.

Desde que Adam y Alek eran niños había existido cierta rivalidad entre ambas partes, en primer lugar porque Adam al ser el menor había sido el que más atenciones había tenido de pequeño, y por otra parte Alek era el mayor y tenía más privilegios que su hermano aunque estos ya eran mayores de edad: Adam de veintiún años y Alek de veintitrés.

Su madre le contó que Alek había pedido permiso para cenar en casa de su novia pues los padres de ésta le habían invitado a cenar esa noche con ellos.

Adam sabía que esa era la excusa más absurda que tenía su hermano para poder estar un momento a solas con su novia pues los padres de ella no sabían nada de la relación de su hija con el hermano de Adam, el joven no pudo evitar reír sarcásticamente, pidió permiso para cambiar sus ropas polvosas y subió a su habitación y bajó al momento vistiendo su pijama, buscando con ello evitar que vieran sus rodillas cortadas por la caída anterior, afortunadamente sus padres no lo habían notado y esto motivó al joven para no tener que inventar una excusa por su apariencia.