2 Rompiendo el Hielo

Llegó el turno de cursar un grado superior y no sabía si estaba listo para ello, la secundaria había sido demasiado exhaustivo y extenuante para mí, al menos mentalmente.

Llegué a la preparatoria y pude ver que el campus era un lugar bastante extenso, más grande de lo que yo había visto la primera vez que fui a visitarlo tan solo para ver si me convencía o no estudiar allí.

A pesar de que no era mi mejor opción decidí asistir allí pues era la preparatoria más cercana a mi colonia y por ende, a mi casa.

Mis calificaciones durante mi estancia en la secundaria no habían sido buenas del todo, así que decidí con este nuevo ciclo superar mi promedio escolar anterior y llegar a mantenerlo por arriba de ocho, no un siete punto cinco ni un siete, sino un ocho, sé que no parece suficiente, pero así lo decidí y así lo había decretado, no había forma, oportunidad, ni opción de procrastinar en ello.

El año pasado la había estado pensando en qué carrera estudiar, qué es lo que me apasiona y a lo que en verdad llama mi atención, llegué a la conclusión de que la carrera de diseñador gráfico era lo que mejor se moldeaba a mis aptitudes y mis aficiones, desde pequeño sentí atracción por el arte del dibujo, asimismo como en la creación de logotipos de marcas comerciales que miraba o bien en televisión o bien en la calle.

Ese primer día de clases me sentía extremadamente nervioso, sentía que volvería a ocurrir la misma situación que había vivido desde mi niñez; conocer gente poco grata y beneficiosa para mi vida.

El primer día de clases decidí ir yo solo, pues me sentía mayor como para que mi madre me siguiera llevando al colegio el primer día de clases, aunque ella se aferraba a la idea de que así debería de ser, así que esperé el autobús escolar en la esquina de mi casa, donde tuve que esperar por algunos minutos hasta que este pasara y luego subí al autobús justo en el momento en que creí que se me había hecho tarde y había tomado la decisión de tomar un taxi.

Subí al autobús y éste estaba casi lleno, así comencé adentrarme por el pasillo entre las dos filas de asientos en busca de un lugar libre, lo encontré en el último asiento del lado del conductor; ese asiento solitario que está siempre junto a la puerta trasera, ese en el cual por alguna extraña razón nadie se atreve a sentarse jamás, o al menos eso es lo que yo he notado.

En el último asiento de la otra fila al lado mío estaba una chica de cabello negro con unos ojos que parecían estar tristes, llevaba su cabello negro con mechones azules, estaba sentada con su mirada centrada en las páginas de un libro, lo cuál me sorprendió pues es algo poco común ver a personas leer cuando el mundo está encadenado a las redes sociales.

Al llegar a mi salón, lo cual no me resultó difícil pues ya sabía cual era noté que había muy pocos estudiantes aún.

Era temprano así que no llegaban todos todavía (No todos tomábamos el autobús para ir a clases).

Salí de mi salón a recorrer el campus para conocer un poco más pues, como mencioné anteriormente, éste mismo era más grande de lo que yo creía, todavía faltaban quince minutos para entrar, había llegado mucho antes y era de los pocos que estaban ya en el salón, así que quise caminar por las instalaciones para ir conociendo un poco más, tal vez me toparía con alguna cara conocida, había muchísimos chicos y chicas.

Pasé de curso de la escuela secundaria a preparatoria, era una nueva etapa ya no era un pequeño, me había convertido en un adolescente camino a la vida adulta.

Todo iba bien, así lo parecía, llegué a mi salón y me sorprendió que los demás chicos no me miraban raro, yo iba vestido con mis mejores prendas, iba con nuevo corte de cabello con una loción puesta, me senté en mi banca y miré alrededor, varios chicos y chicas platicaban, al parecer les había tocado coincidir nuevamente en este nuevo curso académico, eso me pareció excelente, en cambio yo no veía una cara conocida, aún no llegaban todos los estudiantes compañeros así que en mi cabeza existía la remota probabilidad de que tal vez alguno de mis antiguos compañeros estarían en el mismo salón que yo, habiendo tantos colegios en la ciudad era difícil saber a cual asistir. Yo, en cambio elegí la que quedaba más cerca de mi casa, entraban chicos y ninguna cara me era conocida, estaba perdiendo las esperanzas de ello.

Faltaban cinco minutos para las ocho. De pronto me puse a mirar la mesita de mi pupitre, tenía letras grabadas, al parecer alguien había puesto su nombre en la banca desgastando de poco a poco con algo con filo.

"Martin y Sonia " Decía en esas letras incrustadas.

"Te amo Marcos"

"Un niño flotó sobre mí y voló un auto con su rasho láser"

Lancé una risa muda.

Habían varias palabras más las cuales no pude descifrar; me eran incomprensibles.

A la orilla de la mesita decía: "Leer en voz baja" y más abajo un "puto el que lo lea".

Es tonto decirlo pero ya me lo esperaba, me sentí como un roedor cayendo en la trampa, creo que me sonreí un poco, miré a mi alrededor pensé que alguien me vería sonreír de la nada y pensaría que estoy demente, lo cuál no sería una novedad, era nuevo allí al igual que todos en el salón y no quería que la primera impresión que ellos tuvieran sobre mí fuese la de un chico que se ríe solo, afortunadamente nadie miraba hacia mí, ya casi todos habían tomado un asiento, de pronto escuché una voz conocida, miré inmediatamente y entró un chico, uno en especial al que yo le tenía pánico, me había hecho la vida imposible en secundaria, pero ahí estaba y entró junto con otro chico, traía su misma playera roja manga corta de siempre, ni siquiera sabía que yo estaba ahí.

Cometí un error; eché un vistazo para ver en que lugar se sentaría y al mirarlo él me miró igualmente, me reconoció al instante, pues arqueó la ceja y yo giré mi cabeza inmediatamente intentando distraerme leyendo las letras de mi pupitre.

Entraron algunos muchachos y muchachas más, ya estábamos completos. Todos hablaban a la vez, el profesor o profesora no llegaba aún.

Por fin sonó el timbre de entrada a clases, en eso entró un hombre apresuradamente al salón, parecía agitado, al parecer había llegado tarde, entró al salón y calmó todo el relajo que había, pues todos hablaban a la vez y hacían ruido, nos pidió que tomásemos nuestro asiento y obedecimos, excepto por unos chicos que estaban detrás mío en la primera fila, por lo cual el profesor les habló en voz alta y les pidió callarse y sentarse, todos volteamos a verlos, observé entonces que al lado mío en la fila vecina, había un chico blanco de cabello rizado mascando chicle, uno tan grande que apenas podía mantener la boca cerrada al mascar provocando que se le saliera un poco de baba, dicho chico era uno de los que hablaba sin cesar y el profesor pidió callarse.

El profesor sacó su cuaderno y la hoja donde venían los nombres de todos los alumnos que estábamos en ese grupo, así que comenzó a leerlos por orden alfabético empezando por el apellido paterno, pidiéndonos así que tomásemos el asiento que nos corresponde dependiendo como iba la lista de alumnos:

Alanis Gálvez Marta Ofelia; primer asiento de la primera fila, yo estaba en la misma fila que ella cinco lugares más atrás, así que la chica que estaba sentada en el primer asiento de la primer fila se puso de pie dejando a Marta en su lugar y ella permaneciendo a un lado de su pupitre individual.

Y así prosiguió con cada uno de nosotros hasta que llegó el turno de mi banca para ser ocupado por alguien más.

—Hinojosa Pedretti Daniel Arnoldo—

me puse nervioso , ese chico solía molestarme en la primaria cada día sin falta, tuve que levantarme y ceder mi asiento, se acercó a mí , me puse de pié estaba mucho más alto de lo que recordaba, me superaba por mucho en estatura. Noté que llevaba un tatuaje de un dragón en el lado del cuello, me miró a los ojos dirigiéndome una mirada que me incomodó, como si de una amenaza se tratase, me retiré del asiento tomando mi mochila y me quedé de pié yéndome hacia el frente del salón junto con otros chicos que permanecían parados, y siguió la interminable lista hasta que por fin fue mi turno.

—Martínez Bueno Alexander Javier —.

Así que me dirigí a mi asiento, mismo que aún permanecía ocupado y era precisamente donde estaba asentado aquel chico que tenía la goma de mascar, se puso de pié al verme dirigiéndome hacia a él, peinó su cabello de lado pues lo llevaba a media cara y se fue hacia enfrente donde antes estaba yo junto con otros más, noté que ya no tenía chicle en la boca pero no le tomé importancia aunque era muy grande para que pudiera tragarlo completo. Y siguió la interminable lista.

—Ramírez Zamudio Jesús Enrique Gabriel—.

Este mismo chico tenía tres nombres, como en los tiempos de antes, tenía una actitud distraída y su comportamiento era raro, se quedaba viendo a las demás chicas sin que estas lo supieran y al parecer le encantaba mirarlas de cabo a rabo, prosiguió la lista hasta que llegó el turno del chico de la goma de mascar, su cabello estaba algo largo y a veces le pasaba enfrente de sus ojos y tenía que peinarlo con los dedos haciéndolo hacia un lado, su nombre es Fernando Tellez Lozada y tomó asiento de mi lado derecho a cuatro bancas detrás del que estaba ocupando antes. Siguieron varios chicos y chicas más hasta que por fin llegó el último —Zamudio Zamudio Manuel— Era el nombre del chico que venía acompañando a Arnoldo, mi pesadilla viviente.

Miré a mi alrededor, a mi lado izquierdo dos asientos detrás del mío estaba aquella chica que yo ya recordaba, era la misma que había visto en la mañana en mi trayecto en autobús al colegio, tres asientos más detrás un pequeño grupo de chicas que hablaban sin parar, detrás mío había un chico que susurraba cosas que no supe a quién iban dirigidas.

En total éramos treinta y dos alumnos, diecisiete mujeres y quince hombres. Y creía que yo era el de la actitud más retraída del salón, creo que me volví así no porque yo quisiera, sino porque me vi obligado a volverme más callado, más tímido, introvertido y probablemente era yo el único sin un solo amigo en toda la preparatoria.

Estaba yo, ya ocupando el asiento que me habían asignado y puse mi pierna encima de la otra para sentirme más cómodo. Después me volví a acomodar bajando mi pierna de mi rodilla y sentí extraño, como si algo me tirara levemente del pantalón, cuando miré mi pierna, esta tenía un chicle pegajoso adherido en la tela del mismo, era muy grande y demasiado pegajoso, lo intenté quitar con mis dedos pero solo me llené la mano de goma masticada, era más pegajoso de lo normal, como cuando se masca un chicle por horas y se va tornando más y más viscoso, mientras más intentaba más me llenaba, así que solo logré llenarme más la mano y mi ropa, así que tomé una hoja de papel y seguí intentando limpiarlo, pero aún quedaba gran cantidad en mi mano, así que me limpié en la parte de abajo del pupitre al no saber que más que hacer.

Llegó el receso y me fui a la cafetería, sabía donde estaba porque ya había pasado por ahí, los asientos aún no estaban ocupados en su mayoría, había muchos muchachos y muchachas, así que fuí a sentarme en una mesa que estaba sola en una esquina de la cafetería, parecían todos evitar aquel lugar por algún motivo que desconocía, tomé mi comida y me dirigí a mi asiento, me dispuse a tomar mi alimento; sándwiches con jamón, todos hablaban a la vez, algunos más bajo que otros y no se entendía una sola palabra pues todo era un estruendo como de olas del mar. A unos metros se veía un grupo de chicas dos mesas al lado de la mía, así que miré de reojo, pues una cara conocida saltó a relucir en mi mente, estaban todas sentadas tomando su almuerzo, eran en total cinco y un chico junto con ellas, eran muy bonitas, parecían conocerse de antes hablaban de un tal Nicolás por lo que alcanzaba a distinguir entre tantas voces, sus voces eran las únicas que encajaban en el movimiento de sus labios y ademanes corporales, sentí que ya era suficiente tiempo que mantenía mi mirada fija en ellas así que retiré mi vista y me concentré en mi alimento.

—Que tal—

Me saludó un chico sentado en frente mío del otro lado de la mesa, no me percaté del momento en que ocupó ese lugar. Yo solo respondí levantando mi cabeza, pues tenía la boca repleta de pan del sándwich, después dió su primer bocado y parecía que le sabía mal, comenzó a masticarlo lentamente y hacía gestos de desagrado. —Odio la mayonesa, ¡la detesto!— exclamó después de tragarlo.

—siempre le digo que sin mayonesa pero se le olvida— Pronunció dejando el sándwich en la mesa, me miró directamente por unos segundos.

—Me llamo Javier— exclamé en tono bajo y algo introvertido, me sentí obligado pues su mirada era insistente

—¡Me llamo Lalo! bueno.... Eduardo Saldaña.—

Quedamos en silencio un momento, la sala estaba llena y se acercó otro chico en la misma mesa, era rubio y de anteojos, sus ojos eran oscuros y era de baja estatura. —¿Me puedo sentar aquí?— pronunció.

—Sí— Aclaré yo tragando mi bocado.

Él se sentó junto a nosotros al lado suyo, se mostraba tímido y mantenía su cabeza agachada mientras comía, faltaba poco para que se fuera el tiempo del almuerzo, los tres permanecíamos en silencio, el chico gordo ya había acabado de comer y simplemente se recargó en el respaldo de su asiento y revisó los mensajes de su celular, el silencio entre nosotros me resultaba incómodo, al contrario de las demás mesas todos hablaban y reían a voz alta. De pronto en un momento inesperado aquél chico eruptó fuertemente, tanto que podría jurar que pudo ser escuchado por todos los que estábamos ahí en el comedor, él sólo se tapó la boca, yo sentía ganas de reír y no sabía que hacer para disimular mi impulso, el chico se disculpó y no aguanté más las ganas de reír, así que una risa leve y sin fuerza salió de mi garganta hasta mi boca, después el chico de lentes empezó a reír motivado por mis carcajadas e instantáneamente el chico gordo y yo empezamos a reír junto con él; extraña forma de romper el hielo.