Carta 5: Eleanor a Dyan

Carta sellada con el escudo real de Willfrost, sin ceremonia ni adorno. La letra, firme, elegante, pero escrita con trazos más marcados de lo necesario.

Dyan,

He recibido tu carta. He dudado si abrirla. He dudado si responderla. He dudado, incluso, si debía darte la cortesía.

¿Esperabas perdón? ¿Esperabas comprensión? Quizá pensaste que, desde la distancia, el tiempo habría suavizado las heridas que tú mismo abriste como un cobarde.

Te recuerdo, Dyan. Te recuerdo de pie frente a mí, en mi despacho, cuando al fin decidí que tu presencia era un veneno demasiado antiguo para tolerar. Te grité. Sí. Te arrojé a la calle sin honor, sin gloria, sin la túnica que alguna vez llevó con dignidad el Archimago del Reino.

Y no me arrepiento.

No después de los silencios. No después de tus huidas. No después de verme sola, una y otra vez, mientras tú te envolvías en tus libros, tus misterios, tus tormentas internas, como si el reino fuera algo de lo que pudieras desprenderte cuando te pesaba. Como si yo misma lo fuera.

Tú elegiste Glavendell. Tú elegiste el eco tranquilo de un pasado que no te exige nada.

Yo, en cambio, elegí seguir aquí. Gobernando. Conteniendo ejércitos, firmando tratados, y enterrando a los que tú, en tu sabiduría, habrías querido proteger.

No me hables de magia. No me hables de lo que has encontrado allí, entre ruinas y aldeanos. No me interesa saber a quién haces sonreír ahora, ni qué rostro joven ha despertado en ti la nostalgia que nunca me diste el lujo de vivir.

¿Extrañas la Corte? No lo creo. Tú solo extrañas que alguien te necesitara.

Pues ya no lo hacemos.

Te arrojé como a un perro porque eso es lo que fuiste entonces: un ser que se acercaba cuando quería calor, pero desaparecía cuando la responsabilidad llamaba.

Me escribes ahora. ¿Para qué? ¿Para calmar tu culpa? ¿Para asomar una última vez los dedos al umbral de lo que fue?

Te lo diré claro: no me importas, Dyan.

Y me repito estas palabras cada mañana, antes de sentarme en este trono vacío de aliados, lleno de sombras.

No me importas.

No vuelvas a escribirme.

Eleanor Willfrost