Carta 6: Silvania a Dyan.

Carta escrita en un pergamino perfumado con esencia de lavanda y cerrada con el sello personal de Silvania: una rama de sauce cruzada con una pluma. La letra es elegante, cuidadosa y fluida, como si la escribiera alguien que aún disfruta del acto de escribir a mano.

Mi querido Dyan,

No imaginas la alegría —sí, la llamo así, aunque me duela un poco— que me ha dado ver tu letra otra vez. Han pasado semanas desde que tu primera carta llegó, y cada línea quedó grabada como una piedra arrojada al lago: suave al caer, pero con ecos que se expanden sin fin.

No te respondí de inmediato. No por enojo, no por frialdad. Simplemente… no encontraba las palabras. ¿Cómo responder al silencio de quien ha sido tantas veces mi voz en la tormenta?

Dices que no fue cobardía, sino precaución. Tal vez fue ambas. Pero no te juzgo, Dyan. Nunca lo he hecho. El palacio, con sus muros de oro y deber, ha quebrado a hombres más firmes que tú, y tú fuiste demasiado humano para soportarlo todo sin romperte.

Eleanor… ah, hija mía. No sabes cuánto duele ver cómo se endurece su corazón, cómo se esculpe en piedra para no sentirse traicionada nunca más. Tú eras su faro. Y ahora que has partido, brilla con rabia, como si la furia le diera la fuerza que tú le dejaste en el vacío.

Me pediste que no sea dura con ella. Pero a veces temo que no sea suficiente con la suavidad de mi voz. Aun así, la acompaño, la sostengo desde la sombra, como siempre hice. Aunque ahora, como tú, a veces me siento más recuerdo que madre.

No me molesta que hayas partido. Lo que duele, viejo amigo, es no haber podido abrazarte antes de que te desvanecieras en la noche. Me hubiera bastado una última mirada para saber que estarías bien. Pero en lugar de eso, me dejaste un hueco. Uno más.

Tu carta desde Glavendell me trajo paz. Saber que has encontrado un rincón donde respirar sin rendir cuentas, donde las estrellas no pesan sobre tus hombros… me alivia. Y me enternece pensar en ti durmiendo bajo el cielo, como un niño que vuelve al principio de todo.

Edictus habría sonreído al verte tomar su herencia de forma tan sencilla, tan honesta. Quizá siempre supo que acabarías ahí, donde nadie más que el río escucha tus pensamientos.

Pero no te engañes, Dyan: esa casa entre ruinas no es un retiro, sino un tránsito. Te conozco. No has acabado tu camino. Y aunque digas que no sabes lo que viene después, tu corazón ya lo intuye.

¿Volverás? No lo sé. Ni me atrevo a desearlo con demasiada fuerza. Pero si alguna vez el viento te arrastra de nuevo hacia estas tierras, prometo tener lista la infusión, la silla frente al fuego, y las palabras que no dije cuando partiste.

Cuídate, Dyan Halvest.

No por mí. Por ti. Porque todavía hay luz en tu camino, aunque te empeñes en mirar al suelo.

Con todo mi cariño,

Silvania

Reina emérita de Willfrost

(Pero siempre tu amiga)