Carta 12: de Dyan a Eleanor.

Eleanor Willfrost, Reina Regente:

No esperaba ternura en tu carta. Tampoco me sorprendió la altivez. Lo que me duele, sin embargo, es tu empeño en torcer lo que fuimos y convertirlo en una anécdota políticamente conveniente.

Dices que debiste quemarla. No lo hiciste. Porque, pese a todo, aún necesitas mi nombre para sentir algo. Aunque sea rabia. Aunque sea desprecio. A falta de amor, supongo que eso basta.

¿Esperabas que yo me quedara? ¿Convertido en adorno de tu corte? ¿En ese testigo mudo que aplaude tu fortaleza, pero que duerme en la sombra de tu corona? No me fui por capricho. Me fui porque tú, Eleanor, me diste a elegir entre la nada y tu trono. Y lo elegiste. No diste espacio para otra cosa.

No quieras vestir tu frialdad de dignidad. No confundas “reinar” con no amar. No confundas tu silencio con fuerza. Lo que hiciste fue cerrar puertas y justificarlo con deber. Lo que haces ahora es convertir el amor en una molestia, como si sentir fuera una debilidad indigna de una reina.

Tú no me perdiste cuando partí. Me perdiste mucho antes, cuando empezaste a medir cada gesto como si fuera una amenaza a tu autoridad, cuando convertiste nuestras conversaciones en audiencias, nuestros silencios en juicios.

¿Quieres que hablemos de traiciones? Entonces hablemos claro: la verdadera traición fue la forma en que aprendiste a prescindir de mí incluso cuando aún dormía a tu lado. Fui fiel. Pero nunca fui suficiente. No por falta de amor. Sino porque tú no sabías —ni sabes aún— cómo recibirlo sin sentir que pierdes poder.

No necesito tus títulos. No me impresiona tu firma cargada de corona. Me hablaste como reina, no como mujer. Pues bien, yo te contesto como hombre, no como súbdito. El amor que te tuve no será recuerdo que honre. Será herida que cicatrice, no por olvido, sino por cansancio.

Haz lo que tengas que hacer. Reina con mano firme, con silencios nobles, con cartas llenas de orgullo. Y no te preocupes, Eleanor: esta vez sí será mi última carta. No porque no tenga más que decirte, sino porque por fin entendí que escribo a alguien que ya no existe.

Dyan Harvest