El viento ululaba entre las ruinas, arrastrando un murmullo que no provenía de este mundo. Bajo un cielo cubierto de nubes negras, la tierra olía a ceniza antigua y huesos rotos. En el centro del cráter, cubierto de barro y cenizas, un joven yacía inmóvil.
Sus ojos se abrieron de golpe.
No sabía su nombre.
No sabía quién era.
Pero sabía… que no era la primera vez que despertaba.
Sus dedos temblaron sobre la tierra agrietada. A su alrededor, símbolos extraños brillaban con un rojo tenue, como si alguien —o algo— hubiera marcado aquel lugar para un propósito prohibido. Ecos de una voz resonaban en su mente, lejanos, incompletos, como si pertenecieran a una vida pasada.
> “...despierta, Alen…”
Ese nombre. Alen. No lo reconocía, pero cuando lo escuchó, su corazón reaccionó. Como si una llama dormida hubiese respirado. Como si ese fuera un nombre que alguna vez juró enterrar.
—¿Quién… soy? —murmuró.
La respuesta no vino de fuera. Vino desde adentro. Una presión creciente, un susurro ardiente que lo desgarró por dentro. Era un poder oscuro, pero no maligno. No del todo. No era magia. Era hambre.
Un hambre ancestral que no buscaba comida ni sangre.
Buscaba… poder.
Y lo quería todo.
—
A lo lejos, entre la niebla, una silueta se acercaba. Una mujer. Capa negra, cabello blanco como el hielo. En sus ojos había compasión... y cautela.
—Te encontré demasiado pronto —dijo ella, con una voz que parecía recordar cosas que él aún no vivía.
Alen se puso en pie con dificultad. A su alrededor, el suelo temblaba. No por un terremoto… sino por su propia presencia.
—¿Qué me está pasando?
—Tu alma ha sido rota y forjada demasiadas veces —respondió la mujer—. Esta vez... naciste con un don maldito.
—¿Quién eres?
Ella dudó un momento antes de hablar.
—Eleira. Fui parte de lo que te condenó antes. Esta vez… quiero ayudarte.
Elen sintió que mentía, aunque no del todo. Pero antes de que pudiera hablar, una sombra se alzó detrás de ella.
Un ser deforme, traslúcido, con ojos humanos y alas de insecto: un Morvil.
La criatura chilló y descendió en picada. Alen reaccionó sin pensar. Levantó la mano… y entonces ocurrió algo imposible.
El Morvil se detuvo en seco, atrapado en un vórtice negro que emanaba de la palma de Alen. El tiempo pareció detenerse. Luego, la criatura se disolvió… no en sangre, ni en polvo, sino en recuerdos. Recuerdos que entraron en él.
Voces, imágenes, dolor ajeno.
Y con ello, más poder.
Eleira lo observó con una mezcla de miedo y reverencia.
—Así que es verdad —susurró—. Eres el primero en siglos. El único que puede devorar las habilidades de otros… el Vacío Reencarnado.
Alen respiró hondo. Sabía que nada volvería a ser igual.
Sabía que los clanes pronto lo buscarían.
No para ayudarlo…
Sino para destruirlo.
Y tal vez… tenían razón.