CAPÍTULO 30
El salón estaba lleno de periodistas, cámaras y micrófonos. Las luces brillaban con una intensidad que podía rivalizar con el sol, pero no lo suficiente como para desviar mi atención de Xu Ai. Ella estaba junto a mí, serena, pero había un leve temblor en sus manos que solo alguien que la conociera bien podría notar. Yo lo notaba.
Todo estaba listo. Los asistentes de la empresa habían trabajado sin descanso para organizar esta rueda de prensa. La mesa principal estaba adornada con discretos arreglos florales, un toque de elegancia que contrastaba con la expectación casi voraz de los periodistas presentes. Frente a nosotros, los logotipos de Tianlong Group y Xu Ai Studio brillaban en un fondo azul, sellando oficialmente nuestra colaboración.
Me senté junto a Ai, sintiendo que mi pulso se aceleraba. Aunque había estado en incontables ruedas de prensa, esta era diferente. Todo lo que habíamos planeado, todos los pasos que había dado hasta ahora culminaban en ese momento. Ella no solo era la protagonista del evento; era el centro de mi mundo.
El moderador dio la bienvenida y los flashes comenzaron a dispararse. Había un aire de anticipación en la sala, como si todos estuvieran esperando algo más que las respuestas habituales. Mientras él introducía brevemente el proyecto y destacaba el talento de Xu Ai, mi mirada se desvió hacia ella. Vestía un traje blanco impecable, minimalista pero impactante, como todo lo que hacía. Su cara estaba perfectamente neutral, pero yo sabía que cada palabra del moderador la llenaba de orgullo y, probablemente, de una pizca de incomodidad.
Cuando llegó el momento de las preguntas, los periodistas no tardaron en atacar. El primero se levantó con un micrófono en mano, dirigiendo su atención directamente a ella.
—Señorita Xu, ¿puede contarnos por qué decidió regresar a China después de cinco años en París?
Vi que sus labios se apretaban ligeramente. Su mente trabajaba rápido, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Sentí que era el momento adecuado para regresar a mis raíces —respondió con calma—. Quería aportar mi experiencia internacional al mercado chino y compartir mi visión con mi país de origen.
Otra mano se alzó rápidamente.
—¿Por qué dejó de diseñar durante tanto tiempo? ¿Su matrimonio influyó en su decisión de abandonar temporalmente su carrera?
La tensión en la sala se volvió palpable. Noté la ligera tensión en los hombros de Ai. Esa pregunta era un golpe bajo, uno que claramente no esperaba.
—Mis decisiones siempre han sido mías, basadas en las circunstancias de cada momento —contestó, aunque su voz perdió algo de la firmeza inicial.
No tuvo tiempo de recuperarse antes de que otro periodista lanzara otra pregunta.
—Señorita Xu, hay rumores que sugieren que su salida a París estuvo motivada por un divorcio con el señor Chen. ¿Podría confirmar o negar dicho rumor?
El murmullo en la sala se intensificó. Vi que Xu Ai respiraba hondo, su expresión permaneciendo neutral, aunque yo podía notar el leve temblor de sus dedos al ajustarse el micrófono.
—Mis decisiones personales no están relacionadas con mi carrera profesional —respondió con un tono firme, aunque controlado—. Prefiero que nos concentremos en el motivo por el que estamos aquí: celebrar esta colaboración y compartir mi trabajo con todos ustedes.
La sala se calmó un poco, pero la pregunta había dejado su marca. Era imposible ignorar que todos los ojos seguían fijos en nosotros, esperando una reacción, un detalle que confirmara o desmintiera lo que se había planteado.
Fue entonces cuando cogí el micrófono. No podía dejar que la acorralaran más.
—Hoy estamos aquí para celebrar el talento y el trabajo de Xu Ai —dije, mi voz resonando con claridad en el salón. Los murmullos se detuvieron al instante—. Para muchos de ustedes, es el debut de una diseñadora increíble. Pero para mí, es mucho más que eso.
Giré la cabeza hacia ella y vi que me miraba sorprendida. Sus ojos estaban fijos en mí, pero no podía discernir si era gratitud, confusión o una mezcla de ambas.
—Xu Ai no solo es una diseñadora brillante. Es alguien que ilumina todo lo que toca. Esta colaboración no es el resultado de un simple contrato. Es el reconocimiento de su increíble talento, de su dedicación y su visión.
Hice una pausa, dejando que mis palabras llenaran la sala antes de continuar.
—Todos cometemos errores. Yo no soy la excepción. Pero estoy aquí para asegurarme de que nadie, nunca más, subestime lo que ella es capaz de lograr.
El silencio en la sala era absoluto. Volví a colocar el micrófono en su soporte y me recosté ligeramente en mi silla, dejando que mis palabras calaran en el público.
Vi que Ai se enderezaba en su asiento, su compostura regresando. Tomó su propio micrófono, su voz más firme ahora.
—Gracias por su interés en mi carrera —dijo, dirigiéndose a los periodistas—. Pero prefiero que nos concentremos en el presente y en lo que estamos construyendo juntos con Tianlong Group.
La ronda de preguntas continuó, pero el ambiente se había suavizado. Los periodistas se centraban ahora en los detalles de la colaboración y Ai respondía con la confianza que la caracterizaba. Yo observaba en silencio, permitiéndole brillar. Era su noche, su momento.
Cuando la última pregunta fue respondida, el moderador agradeció a todos los presentes y dio por concluida la rueda de prensa. Sin embargo, mientras los periodistas recogían sus cosas, me acerqué a Ai. Ella estaba revisando algunos papeles, pero se detuvo al notar mi presencia.
—Gracias por tu intervención —dijo, su tono más cálido de lo que esperaba—. No tenía pensado hablar de mi vida personal, pero parece que algunos no pueden evitarlo.
Asentí, manteniendo mi voz baja para que solo ella pudiera escucharme.
—No iba a permitir que te acorralaran. No te lo mereces.
Ella me miró fijamente por un momento, como si buscara algo en mis palabras, alguna segunda intención. Finalmente, asintió.
—Supongo que fue... adecuado.
Era lo más cercano a un agradecimiento que recibiría de ella, pero era suficiente por ahora. Mientras los organizadores comenzaban a desmontar el escenario, la vi caminar hacia la sala privada, rodeada por su equipo. Su figura se desvaneció entre la multitud, pero sus palabras y su mirada permanecieron conmigo.
Sabía que esta colaboración era un paso importante, pero no podía evitar sentir que estaba librando una batalla mucho más personal. Cada palabra dicha y cada gesto hecho eran un intento por recuperar algo que temía haber perdido para siempre.
Mientras el local se vaciaba, me quedé allí por un momento más, mirando el escenario vacío y preguntándome cuánto más podría hacer para demostrarle que estaba dispuesto a cambiar, que esta vez no la dejaría ir.
*****
El ambiente en la sala privada estaba lleno de un murmullo tranquilo, un contraste con la intensidad de la rueda de prensa. Mi equipo estaba eufórico, celebrando con copas de vino y charlas animadas. Para ellos, todo había salido a la perfección, pero yo no podía ignorar el peso que todavía sentía en el pecho. Las preguntas de los periodistas, las miradas inquisitivas, las insinuaciones… Todo seguía resonando en mi mente, como un fantasma del pasado que no lograba silenciar.
Ying se acercó con una sonrisa amplia, sosteniendo una copa de vino.
—Señorita Xu, esto merece un brindis, ¿no cree?
Tomé la copa que me ofrecía, obligándome a corresponder su entusiasmo.
—Por un futuro lleno de éxitos —dije, alzando la copa ligeramente.
Las risas llenaron la sala mientras los demás alzaban sus copas conmigo. Mi sonrisa se mantuvo en su lugar, pero por dentro no podía dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. Todo parecía avanzar demasiado rápido, demasiado perfectamente, como si alguien hubiera planeado cada detalle para que no pudiera escapar.
La puerta se abrió y el aire en la sala cambió al instante. Mi cuerpo se tensó antes incluso de girar la cabeza. Sabía quién era. La energía de Chen Hao era inconfundible, como una sombra que siempre estaba ahí, acechando. Entró con su paso seguro, sus manos en los bolsillos y ese porte impecable que siempre lograba captar la atención de todos. Las conversaciones se detuvieron por un breve instante y todas las miradas se dirigieron hacia él, incluidas las mías.
Mi equipo reaccionó como siempre: con respeto y cierta admiración. Para ellos, Chen Hao no era solo el presidente de Tianlong Group, era una figura casi mítica. Para mí, era un recordatorio constante de un pasado que intentaba superar.
—Señor Chen, ¿nos acompaña? —preguntó Ying, con un brillo de emoción en los ojos.
Antes de que pudiera detenerla, él ya estaba caminando hacia nosotros. Mi estómago se hundió cuando se sentó directamente a mi lado, como si fuera la cosa más natural del mundo. Para los demás, era algo normal; para mí, un calvario que debía padecer en silencio.
—Espero no estar interrumpiendo la celebración —dijo, su tono educado, pero con un subtexto que solo yo parecía captar.
—No, por supuesto que no, señor Chen. —Ying respondió con rapidez, claramente encantada con su presencia.
Chen Hao aceptó una copa que un camarero le ofreció y brindó con el grupo. La conversación se reanudó, pero yo no podía concentrarme en las palabras. Su proximidad era sofocante y la forma en que su brazo rozaba el mío cada vez que se movía no hacía más que aumentar mi incomodidad.
—El señor Chen ha sido increíblemente generoso —dijo Ying, girándose hacia mí con entusiasmo—. Desde que firmó el contrato, ha hecho todo lo posible para que los almacenes estén funcionando con prontitud.
Mi mandíbula se tensó al escucharla. No podía culparla por estar impresionada; todo lo que describía era cierto. Chen Hao había enviado materiales, reorganizado plantas completas para el equipo de diseño y asegurado que todo estuviera perfectamente preparado. Pero para mí, su generosidad tenía un trasfondo que no podía ignorar.
—Señora Chen, ¿cree que podríamos considerar una colaboración con diseñadores extranjeros? —preguntó de repente una de las asistentes, su tono casual, como si fuera algo cotidiano.
Mi respiración se detuvo por un momento. Sentí que los músculos de mi cuello se tensaban y mis manos, que descansaban sobre la mesa, se cerraron en puños. No era la primera vez que escuchaba ese título, pero cada vez dolía más.
Antes de que pudiera responder, sentí una mano cálida sobre la mía. Mi cabeza giró hacia la izquierda, encontrándome con la mirada tranquila de Chen Hao. Mi atención bajó instintivamente hacia su mano… y ahí estaba. Ese anillo. El mismo anillo que le había puesto en el dedo el día de nuestra boda seguía allí, brillando como un testigo silencioso de un pasado que no podía enterrar.
Un torrente de emociones me golpeó: confusión, rabia y una nostalgia que no quería sentir. No podía comprender por qué seguía usándolo. Estábamos divorciados. ¿Por qué no lo había dejado atrás, como había intentado hacer yo?
—Es mejor que el trabajo lo dejemos para mañana —dijo Hao, rompiendo el incómodo silencio con una autoridad que parecía tranquilizar a todos excepto a mí—. Hoy solo tenemos que centrarnos en celebrar este momento tan importante para todos.
Mi equipo asintió con entusiasmo, aliviados por el cambio de tema, pero yo no podía dejar de mirar el anillo. Sentía su mano sobre la mía, firme pero no opresiva, como si intentara anclarme en ese momento. Pero en lugar de darme estabilidad, me hacía sentir como si estuviera a punto de romperme.
Finalmente, con un movimiento discreto, logré liberar mi mano y me levanté de la mesa. Necesitaba aire, espacio, algo que me permitiera recuperar el control. Caminé hacia el ventanal, fingiendo interés en la vista de Shanghái. Las luces de la ciudad eran un espectáculo brillante, pero no lograban calmar el caos en mi interior.
Sentí su presencia detrás de mí y me preparé para otra batalla emocional. Pero no se movió ni dijo nada. Permaneció allí, observándome en silencio. La intensidad de su mirada era casi palpable y, por un momento, quise girarme y enfrentarlo, exigirle respuestas. Pero sabía que hacerlo solo le daría más poder del que ya tenía.
«¿Por qué sigues usando ese anillo? ¿Qué intentas demostrar?» pensé, mientras mi reflejo en el vidrio me devolvía una imagen tensa y llena de incertidumbre.
Di un paso hacia adelante, alejándome del ventanal y regresando a la mesa. Sabía que todos estarían mirándome, preguntándose por qué había reaccionado así. Pero no podía permitirme ser vulnerable frente a ellos. No podía permitir que Chen Hao viera cuánto me afectaba su presencia, su cercanía y su insistencia.
Me senté, retomando la copa que había dejado antes, y forcé una sonrisa mientras fingía escuchar la conversación a mi alrededor. Pero por dentro, la tormenta continuaba. Chen Hao no dijo nada más, pero sabía que su silencio decía mucho más de lo que sus palabras podían expresar. Y eso, quizá, era lo que más me inquietaba.
CAPÍTULO 31
El día comenzó con una claridad inusual para mí. Mientras el sol iluminaba el apartamento, sentí que la decisión que había tomado la noche anterior era la única manera de recuperar el control total de mi vida. Estaba cansada de las preguntas constantes, de los rumores, de los comentarios sobre lo «afortunada» que era por tener a alguien como Chen Hao detrás de mí. Pero, sobre todo, estaba cansada de las emociones contradictorias que su presencia seguía despertando en mí.
«Esto termina hoy», me dije mientras me arreglaba frente al espejo. Me puse un vestido negro sencillo y un abrigo beige, ambos eran un reflejo de mi determinación. Quería proyectar una imagen de fortaleza, de una mujer que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Recogí mi pelo en un moño bajo, me puse unos pendientes discretos y, con un último vistazo, me aseguré de que no había ningún rastro de vulnerabilidad en mi reflejo.
Cancelé todos mis compromisos para el día. No habría reuniones, no habría eventos. Mi único objetivo era cerrar, de una vez por todas, todo lo que me ataba a Chen Hao. El primer paso era asegurarme de que el divorcio que habíamos acordado años atrás estuviera formalizado. Y si lo estaba, hacerlo público. El mundo debía saber que ya no éramos marido y mujer. No más malentendidos, no más sombras del pasado.
El Registro de Asuntos Civiles era un edificio sobrio, funcional, como una caja gris perdida entre las calles de Shanghái. Mientras caminaba hacia la entrada, una punzada de incertidumbre se clavó en mi pecho, pero la deseché con rapidez. Esto era solo un trámite, un paso más en el camino hacia mi independencia.
Al llegar al mostrador, me recibió un hombre de mediana edad, con gafas y una sonrisa amable.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla?
Respiré hondo y enderecé la espalda.
—Buenos días. Vengo a confirmar mi estado civil. —Mantuve mi tono firme, seguro—. Hace años inicié los trámites de divorcio con mi… marido, Chen Hao. Me gustaría verificar que todo esté en orden y, si es posible, obtener una copia del registro.
El hombre asintió, tecleando rápidamente en su computadora.
—Entendido, señora. Por favor, deme un momento.
Observé sus dedos moverse sobre el teclado mientras intentaba mantener mi mente en calma. No había motivo para estar nerviosa. Esto era un simple trámite. Pero a pesar de mi esfuerzo, una sensación de inquietud comenzó a crecer en mi pecho. ¿Y si algo estaba mal? ¿Y si...?
—Esto es extraño… —murmuró el hombre, frunciendo el ceño mientras miraba la pantalla.
Sentí como si el aire me abandonara de golpe. Mi espalda se tensó, pero mantuve mi postura erguida.
—¿A qué se refiere con «extraño»? —pregunté, esforzándome por sonar tranquila, aunque mi corazón latía con fuerza.
El hombre ajustó sus gafas, girando la pantalla hacia mí.
—Aquí dice que no hay ningún registro de divorcio entre usted y el señor Chen. Según este expediente, legalmente, ustedes aún están casados.
Por un instante, no pude reaccionar. Sus palabras resonaron en mi mente, incapaces de encontrar un lugar donde asentarse. ¿Todavía casada? Era imposible. Había pasado cinco años reconstruyendo mi vida, creyendo que todo estaba resuelto. ¿Cómo podía ser cierto?
—Debe haber un error —logré decir finalmente, aunque mi voz sonaba débil incluso para mí.
El hombre asintió, su expresión comprensiva.
—Es posible, señora. A veces ocurren errores en los registros, pero aquí no aparece ningún trámite de divorcio completado. Si desea, puedo buscar en archivos más antiguos, pero hasta ahora no hay nada que indique que usted y el señor Chen formalizaron una separación legal.
Mis piernas comenzaron a temblar y me apoyé en el mostrador para no perder el equilibrio. Mi mente era un caos. Esto no podía estar pasando.
—Eso no tiene sentido… —murmuré, más para mí que para él—. Hace cinco años hablamos del divorcio. Le pedí que lo hiciera. Insistí en que fuera definitivo.
El hombre me miró con empatía.
—A veces, señora, una de las partes decide no continuar con el proceso. Eso puede haber detenido los trámites.
Sus palabras me golpearon como un mazo. ¿Chen Hao había decidido no continuar? ¿Por qué? ¿Qué estaba intentando lograr?
—¿Entonces…? —comencé, pero mi voz se quebró. Respiré profundamente, obligándome a seguir—. ¿Está diciendo que nunca estuvimos divorciados?
El hombre asintió.
—Correcto. Según estos registros, usted y el señor Chen aún están casados legalmente.
Retrocedí un paso, incapaz de sostener su mirada. Mi mente estaba inundada de preguntas y emociones que no podía controlar. ¿Qué significaba esto? ¿Que Chen Hao había estado… esperándome?
Recordé la noche en que me fui, que firmé el acuerdo y que cerré la puerta detrás de mí sin mirar atrás. Había estado tan segura de que él lo llevaría a cabo. Pero ahora, todo parecía una mentira. ¿Qué había estado pensando todo este tiempo? ¿Por qué no lo hizo?
Me giré hacia el empleado, mi voz más firme esta vez.
—¿Qué debo hacer para iniciar el proceso de inmediato?
Él me explicó los pasos, pero sus palabras se desdibujaron. Todo lo que podía pensar era en cómo un hombre tan calculador como Chen Hao había dejado algo tan importante sin resolver. ¿Había sido un simple descuido? ¿O había algo más?
Cuando salí del edificio, el aire frío golpeó mi cara, pero no me ayudó a aclarar mi mente. Me detuve en las escaleras, mirando el vacío, sintiendo que mi determinación se desmoronaba. Y mientras trataba de recomponerme, una pregunta seguía martillando en mi mente: ¿Por qué no lo hizo?
CAPÍTULO 32
Regresé a mi apartamento con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos. Cada paso que di desde el Registro de Asuntos Civiles hasta aquí fue un esfuerzo consciente por no dejar que mis emociones desbordaran. Aún podía escuchar las palabras del empleado: «Legalmente, ustedes todavía están casados». ¿Cómo había permitido Chen Hao que esto sucediera? ¿Qué pretendía al no finalizar el divorcio? La idea de que hubiera actuado deliberadamente me llenaba de confusión y de un creciente enfado.
Las puertas del ascensor se abrieron y caminé hasta la puerta de mi apartamento. Metí la llave en la cerradura con manos temblorosas y, cuando finalmente crucé el umbral, solté el bolso sobre la mesita de entrada con un suspiro pesado. El apartamento, que siempre había sido un refugio de tranquilidad, ahora parecía cargar con un peso invisible.
Caminé hacia el sofá y me dejé caer, cerrando los ojos mientras intentaba procesar todo lo ocurrido. Mi mente no dejaba de regresar al momento en el Registro Civil. Las palabras del empleado, su mirada de disculpa, todo me perseguía como un eco persistente.
¿Por qué no lo hizo?
Apreté los puños sobre mis rodillas, sintiendo que la rabia comenzaba a mezclarse con la incredulidad. Había dedicado cinco años a reconstruir mi vida, a cerrar ese capítulo, y ahora resultaba que nunca se había cerrado realmente.
El sonido del timbre me arrancó de mis pensamientos. Me quedé inmóvil por un momento, mi corazón latiendo con fuerza. ¿Chen Hao? La idea de que él pudiera estar del otro lado de la puerta me tensó. ¿Ya había descubierto lo que hice esta mañana? ¿Había venido a confrontarme?
Respiré hondo y me levanté con lentitud. Caminé hacia la puerta y la abrí, preparada para enfrentar lo que fuera… pero no era él.
El portero del edificio estaba allí, con su expresión amable pero ligeramente preocupada.
—Disculpe la interrupción, señorita Xu —dijo, inclinando ligeramente la cabeza—. Hay alguien que desea hablar con usted.
Fruncí el ceño, cruzando los brazos frente al pecho.
—¿Quién? —pregunté, intentando mantener la calma.
—No me dio muchos detalles, pero me pareció importante. Es un hombre de mediana edad. Está esperando en la entrada del edificio.
Me tensé al escuchar eso. ¿Un hombre? Por un momento pensé en Li Wen, pero descarté la idea rápidamente. No era su estilo aparecer sin avisar. Mi mente volvió a Chen Hao. ¿Había enviado a alguien para hablar conmigo?
—¿Dijo algo más? —pregunté, tratando de ocultar mi inquietud.
El portero negó con la cabeza.
—No, señora. Pero insistió en que era un asunto urgente. Si prefiere, puedo pedirle que se retire.
Me tomé un momento para decidir. Algo en mi interior me decía que tenía que averiguar quién era este hombre y qué quería.
—No, está bien. Dígale que suba.
El portero asintió y se retiró, dejándome sola una vez más. Cerré la puerta y me apoyé contra ella, sintiendo que mi corazón comenzaba a latir más rápido. ¿Quién podría ser? La incertidumbre me corroía mientras esperaba.
El timbre volvió a sonar minutos después. Esta vez, me aseguré de mantener una expresión neutral antes de abrir la puerta. Al hacerlo, me encontré con un hombre de mediana edad, vestido con un traje que mostraba signos de desgaste. Su postura encorvada y sus ojos cargados de culpa lo hacían parecer más vulnerable que amenazante.
—¿Señorita Xu Ai? —preguntó, inclinando la cabeza con respeto.
Lo estudié detenidamente antes de responder.
—Sí, soy yo. ¿Quién es usted y qué quiere? —dije, mi tono más frío de lo que pretendía.
—Mi nombre es Zhao Shan. Por favor, le ruego que me escuche. Es algo importante, relacionado con el señor Chen Hao.
Al escuchar el nombre de Chen Hao, una ola de tensión recorrió mi cuerpo. Mis sospechas de que todo esto tenía que ver con él se confirmaron, pero ahora estaba aún más intrigada.
—Pase —dije finalmente, abriendo la puerta para que entrara.
Lo conduje al salón y le señalé un sillón, manteniéndome de pie mientras lo observaba con cautela.
—¿Quiere algo de beber? —pregunté, más por protocolo que por amabilidad.
—Agua, por favor —respondió, con voz humilde.
Fui a la cocina y serví dos vasos de agua, tomándome unos segundos para calmarme antes de regresar. Coloqué uno frente a él y me senté en el sillón opuesto, cruzando las piernas mientras lo observaba con expectación.
—Bien, señor Zhao. ¿Qué tiene que decirme? —pregunté, con un tono neutral pero firme.
Él tomó un sorbo de agua, evitando mi mirada al principio. Finalmente, respiró hondo y habló.
—Señorita Xu, lo primero que quiero hacer es pedirle disculpas.
Fruncí el ceño, desconcertada.
—¿Disculpas? ¿Por qué tendría que disculparse conmigo?
Zhao Shan apretó el vaso entre sus manos, con la mirada fija en el suelo.
—Porque cometí un error. Uno muy grave. Y creo que usted merece saber la verdad.
El silencio que siguió fue pesado. Sentí que mi pecho se tensaba, pero no aparté la mirada de él.
—Explíquese —dije, con el tono más frío que pude reunir.
Zhao levantó la vista y en sus ojos vi una culpa y, a la vez, desesperación que me desconcertó.
—Hace cinco años, fui el responsable de enviarle aquellas fotos… las imágenes que la llevaron a dejar al señor Chen.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo. Mi respiración se aceleró y sentí un hormigueo en las manos. El vaso que sostenía tembló ligeramente, pero no lo solté.
—¿Las fotos? —pregunté en un susurro, apenas capaz de pronunciar las palabras.
Zhao asintió y su voz tembló mientras continuaba:
—Fueron un montaje. Me pagaron para destruir el matrimonio del señor Chen. Todo fue parte de un plan para arruinarlo.
La confesión resonó en mi mente como un bucle sin din. Las palabras «fueron un montaje» parecían golpearme desde todos los ángulos. No podía respirar, no podía pensar. Había pasado cinco años construyendo mi vida sobre la base de lo que creía que era la verdad, y ahora todo se desmoronaba.
—¿Un montaje? —repetí, más para mí que para él. Sentí mi voz temblar, algo que detestaba. No quería que este hombre viera lo mucho que me afectaba.
Zhao asintió con pesar, inclinando ligeramente la cabeza como si quisiera desaparecer.
—Sí, señorita Xu. Fue un montaje. Me contrataron para manipular esas imágenes y enviárselas a usted. Todo fue orquestado por el señor Liang Zhou. Él tenía… ciertos intereses en ver caer al señor Chen.
Liang Zhou. El nombre no me era ajeno. Recordaba haberlo escuchado en conversaciones entre Chen Hao y sus socios, pero nunca le presté demasiada atención. Hasta ahora.
—¿Por qué? —pregunté, mi voz apenas un murmullo—. ¿Por qué haría algo así?
Zhao respiró hondo, como si lo que estaba a punto de decir fuera aún más difícil de admitir.
—El señor Liang tenía una disputa comercial con el señor Chen. Intentó derribarlo por otros medios, pero fracasó. Entonces decidió atacar algo más personal… algo que sabía que lo afectaría profundamente: su matrimonio.
El mundo pareció detenerse. Miré fijamente a Zhao, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Las imágenes, la traición, mi decisión de marcharme… todo había sido una mentira. Todo.
—¿Y usted? —pregunté con un tono helado, apretando los puños—. ¿Por qué aceptó hacer algo así?
Zhao bajó la mirada, incapaz de sostenerla.
—Fue por dinero. Estaba pasando por una mala situación y el señor Liang me ofreció una cantidad que no pude rechazar. Lo siento mucho, señorita Xu. No hay excusa para lo que hice y he pagado por ello todos estos años. El señor Chen se aseguró de que nunca volviera a trabajar en mi campo.
Mis dedos temblaron al recordar cómo me había sentido aquella noche, viendo esas fotos. El dolor, la humillación, la sensación de traición… todo había sido manipulado. Una parte de mí quería gritar, quería descargar mi ira sobre Zhao Shan por ser parte de todo eso. Pero más que nada, quería respuestas.
—¿Chen Hao lo sabe? —pregunté, con la voz apenas contenida.
Zhao Shan asintió lentamente.
—Sí. Lo descubrió poco después de que usted se fue. Intentó localizarla para explicarle, pero… —hizo una pausa, como si temiera decir lo siguiente—. Supongo que para entonces ya no quería escucharlo.
El peso de esas palabras cayó sobre mí como una losa. Había ignorado sus intentos de contactarme después de mi partida. Había cambiado de número, de dirección, incluso de país, todo para evitarlo. En mi mente, lo había condenado sin darle la oportunidad de defenderse. Y ahora, cinco años después, me enfrentaba a la verdad.
Zhao me miró con ojos llenos de arrepentimiento.
—Señorita Xu, sé que no puedo deshacer lo que hice. Pero necesitaba confesarle la verdad. El señor Chen merece su perdón y usted merece saber lo que realmente ocurrió.
No respondí de inmediato. Me levanté del sofá, caminando hacia la ventana. Las luces de la ciudad parecían parpadear con una indiferencia cruel. ¿Cómo podía perdonarlo? ¿Cómo podía enfrentar a Chen Hao después de todo esto?
Zhao se puso de pie detrás de mí, su voz temblando de emoción.
—Sé que esto no cambia nada, pero… si pudiera encontrar una forma de redimirme, haré lo que sea necesario. Por favor, señorita Xu, permítame ayudarla en lo que pueda.
—Puede empezar por irse —dije finalmente, mi voz dura como el acero.
Zhao inclinó la cabeza, aceptando mi respuesta.
—Gracias por escucharme. Y lo siento… de verdad.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, me sentí como si el aire hubiera sido succionado de la habitación. Me apoyé contra la pared, dejando que las lágrimas que había estado conteniendo finalmente cayeran. No sabía si eran de rabia, de dolor o de confusión. Quizá una mezcla de todo.
Chen Hao lo sabía. Había sabido todo este tiempo que me enviaron fotos falsas y que ese fue el motivo por el que me marché. ¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué no luchó más por demostrarme la verdad?
Me dirigí al baño, encendí el grifo y me salpiqué la cara con agua fría. Me miré en el espejo, viendo a una mujer que ya no estaba segura de nada. Durante cinco años, había construido una vida basada en una mentira. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Cómo enfrentaría a Chen Hao?
El timbre del teléfono sonó en el silencio de mi apartamento. Miré la pantalla y el nombre de Chen Hao apareció iluminado. Mi corazón se detuvo por un segundo antes de retomar su ritmo, más rápido que antes. Dudé, mi dedo suspendido sobre la pantalla, pero finalmente deslicé para contestar.
—¿Sí? —respondí, manteniendo mi voz lo más neutral posible.
—Ai —dijo, su tono era suave, casi vacilante, una mezcla de preocupación y algo más que no podía identificar—. ¿Estás bien?
La pregunta me descolocó, pero no dejé que se notara.
—Estoy ocupada, Chen Hao. ¿Qué quieres? —respondí, fría, intentando protegerme de la ola de emociones que amenazaba con inundarme.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, lo suficiente para pensar que había colgado. Pero entonces habló de nuevo.
—Solo quería saber cómo te sentías después de la conferencia. Ha sido un evento importante para ti y… pensé que tal vez necesitarías algo.
Sus palabras me sorprendieron. El Chen Hao que yo recordaba no era alguien que se preocupara por cómo me sentía. Pero algo en su tono, en su elección de palabras, era diferente. Algo que no esperaba.
Respiré hondo, tratando de decidir qué hacer. Las palabras de Zhao Shan seguían resonando en mi mente, junto con la rabia y la confusión que habían dejado. Había preguntas que necesitaban respuestas y solo él podía dármelas.
—De hecho, sí. Hay algo de lo que quiero hablar contigo —dije, mi tono más decidido ahora.
—Por supuesto. Dime cuándo y dónde —respondió él al instante, su voz llenándose de una emoción contenida que intentaba disimular.
—¿Puedes esta tarde? A las cuatro. En la cafetería del hotel Jingyan. —Elegí un lugar neutral, un espacio público que no me hiciera sentir atrapada.
—Claro. Estaré allí. —No hubo vacilación en su respuesta, como si hubiera estado esperando este momento.
—Bien. Nos vemos entonces —dije, y colgué antes de que pudiera añadir algo más.
Sostuve el teléfono en mi mano, mirando la pantalla apagada mientras mi mente procesaba lo que acababa de hacer. La determinación que había sentido unos minutos antes comenzó a tambalearse. Pero no podía echarme atrás. Necesitaba respuestas. Y esta vez, no iba a huir.
Me dejé caer en el sofá, con la mirada fija en el techo. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí perdida, sin un rumbo claro. Y mientras intentaba encontrar respuestas, solo una cosa era segura: el pasado nunca se quedaría donde lo había dejado.
CAPÍTULO 33
Los documentos seguían apilados sobre mi escritorio, ignorados. Intenté concentrarme, pero cada línea que leía se desvanecía en un borrón. Mi atención no estaba en el trabajo, sino en ella.
Desde la rueda de prensa, cada segundo, cada pensamiento había girado en torno a ella. La forma en que manejó la atención de los medios, su compostura impecable y esa chispa de determinación en sus ojos... Todo eso me había dejado en un estado de inquietud constante. Debería sentirme orgulloso, y lo estaba, pero el orgullo se mezclaba con una sensación de pérdida que era difícil de ignorar.
Apoyé los codos en la mesa y entrelacé las manos frente a mi cara, cerrando los ojos. Traté de apartar mis pensamientos, pero en lugar de disiparse, me llevaron de vuelta a una noche que había intentado enterrar en mi memoria: la noche en que regresé a casa y encontré su taller vacío.
Ese espacio, que siempre consideré insignificante, ahora se sentía como una herida abierta. Las sombras de lo que había sido su rincón creativo seguían allí, como cicatrices imborrables en las paredes. La máquina de coser estaba cubierta de polvo, el maniquí permanecía desnudo y las grapas marcaban los lugares donde antes colgaban sus bocetos. Nunca me detuve a mirar realmente lo que hacía allí. Pensaba que era solo su pasatiempo, algo sin importancia comparado con mi trabajo.
Esa noche, entre las sombras de su ausencia, encontré un boceto tirado en el suelo. Era un diseño delicado, lleno de detalles que en ese momento no entendí, pero que ahora reconocía como una obra maestra. Sostenía esa hoja entre mis manos, sintiendo por primera vez el peso de todo lo que había ignorado.
¿Cuántas veces había pasado junto a ella sin detenerme a preguntar cómo iba su día? ¿Cuántas veces había trivializado sus esfuerzos, asumiendo que mi trabajo era más importante? Me pregunté cómo habría sido nuestra vida si hubiera sido un hombre diferente, un marido mejor. ¿Habríamos tenido hijos? ¿Se habría sentido lo suficientemente segura como para compartir conmigo sus dudas y sueños? ¿Me habría dado esas sonrisas que ahora reservaba para otros?
La imagen de Ai durante la cena con Wen volvió a mi mente como un golpe. Esa sonrisa, esa conexión que compartían... Yo nunca tuve eso con ella. En su lugar, le di indiferencia y frialdad. Y ahora, parecía que estaba pagando el precio de mis errores.
Me recosté en mi silla, frotándome las sienes en un intento de calmar la tormenta que rugía en mi interior. Pero entonces, un ligero golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Levanté la mirada justo cuando Jiang entraba con su acostumbrada discreción.
—Señor Chen —dijo, sujetando su tablet como si fuera una bomba a punto de explotar—. Hay algo que necesita saber.
Su tono era serio, lo suficiente como para captar mi atención de inmediato. Me enderecé en el asiento, sintiendo que la tensión en la habitación aumentaba.
—Habla —le ordené, mi voz más seca de lo habitual.
Jiang dio un paso adelante, colocó la tablet sobre mi escritorio y me miró directamente.
—Es sobre la señora Chen. Hoy estuvo en el Registro de Asuntos Civiles. Parece que… ha descubierto que todavía están casados.
Las palabras me golpearon como un balde de agua helada. Sentí que el aire abandonaba mis pulmones por un instante mientras procesaba lo que acababa de escuchar.
—¿Qué? —murmuré, sin poder ocultar el desconcierto en mi voz.
—Según nuestras fuentes, solicitó verificar su estado civil. Ahora sabe que los trámites nunca se finalizaron. —Jiang habló con cuidado, como si cada palabra fuera una pieza de cristal que podría romperse fácilmente.
Me incliné hacia adelante, tomando la tablet para leer los detalles. El corazón me latía con fuerza y no estaba seguro si era por el pánico, la culpa o una combinación de ambos. No era así como había planeado que lo descubriera. Quería explicárselo yo, enfrentarla con la verdad y decirle por qué nunca finalicé el divorcio. Pero ahora, esa decisión me había explotado en la cara.
—Puedes retirarte, Jiang —dije finalmente, con un tono que no dejaba lugar a discusión.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, me quedé solo con mis pensamientos, sintiéndome más vulnerable que nunca. ¿Qué estaría pensando Ai ahora? ¿Estaría furiosa? ¿Desconcertada? ¿O quizá, solo quizá, estaría considerando lo que eso significaba para nosotros?
Mi mirada se desvió hacia el teléfono en mi escritorio. Tenía que llamarla. No podía dejar que esto quedara en el aire, pero ¿qué iba a decirle? ¿Que nunca firmé los papeles porque no podía soportar la idea de perderla? ¿Que, aunque la dejé ir físicamente, siempre la consideré mi mujer?
Respiré hondo y cogí el teléfono con manos temblorosas. Marcando su número, me preparé para lo peor. Pero también sabía que esta era mi oportunidad de comenzar a enmendar todo lo que había roto.
Cuando respondió, su voz fue como un golpe directo a mi pecho: neutral, distante, pero cargada de una firmeza que no recordaba. Cada palabra que pronunciaba me hacía sentir más consciente de lo lejos que estábamos ahora. Pero cuando me dijo que quería hablar conmigo, no pude evitar una chispa de esperanza. Quizá este sería el comienzo de algo, una oportunidad para explicarme, para decirle todo lo que nunca fui capaz de decir.
—¿Puedes esta tarde? A las cuatro. En la cafetería del hotel Jingyan —dijo.
Su tono era directo, sin dejar espacio para discusión, pero esa era ella ahora: decidida, controlada. Y yo no podía hacer otra cosa que aceptar.
—Claro. Estaré allí —respondí con más rapidez de la que habría querido.
Cuando colgó, me quedé mirando la pantalla apagada del teléfono. Había algo en su tono, en la forma en que hablaba, que me hacía sentir que esto no sería solo una conversación. Sentí miedo, un miedo que no había experimentado nunca. Porque esta vez, no era una negociación de negocios ni una batalla por el control. Era mi última oportunidad para demostrarle que todavía podía ser el hombre que ella necesitaba.
Y mientras la tarde se acercaba, no podía dejar de imaginar lo diferente que podría haber sido nuestra vida. Si hubiera visto sus sueños desde el principio, si hubiera escuchado sus miedos, si hubiera compartido sus alegrías en lugar de ignorarlas. ¿Tendríamos una familia ahora? ¿Hablaríamos de su nueva colección durante la cena? ¿Sonreiría para mí como lo hacía para Li Wen?
Sacudí la cabeza, intentando desterrar esos pensamientos. No podía permitirme imaginar un futuro que tal vez nunca llegara. Pero tampoco podía rendirme. Porque, aunque estuviera preparado para lo peor, todavía quería luchar por lo que significaba Xu Ai para mí. Y haría lo que fuera necesario para convencerla de que no todo estaba perdido.
CAPÍTULO 34
El sonido de las tazas chocando suavemente llenaba la cafetería, amortiguado por las conversaciones de los pocos clientes presentes. Me detuve frente a la puerta, con las manos apretadas alrededor del bolso, intentando calmar el torbellino en mi pecho. Sabía que él estaba allí dentro, esperándome, y aunque había pasado días preparándome para este momento, el peso de lo que estaba por enfrentar hacía que mis piernas se sintieran de plomo.
«Solo es un café», me dije por enésima vez, tratando de convencerme de que podía manejarlo. Pero no era solo un café. Era Chen Hao. Era el hombre que había sido mi mayor herida y, al mismo tiempo, la única persona que parecía tener la capacidad de desarmarme con una sola mirada.
Respiré profundamente, mirando mi reflejo en el cristal de la puerta. Mi cara lucía tranquila, casi inexpresiva, pero sabía que bajo ese aspecto controlado se escondían emociones que había aprendido a reprimir durante años. «Solo un café», repetí, y finalmente empujé la puerta.
El aroma del café recién hecho me envolvió al instante, reconfortante y familiar, aunque no lo suficiente para calmar mi ansiedad. Mis ojos recorrieron la sala rápidamente hasta encontrarlo. Estaba sentado junto a la ventana, inclinado hacia adelante, con los codos apoyados sobre la mesa y las manos entrelazadas frente a él. Parecía tranquilo, pero había algo en su postura que delataba tensión, una rigidez apenas perceptible en sus hombros.
Nuestras miradas se encontraron y, por un instante, el ruido de la cafetería se desvaneció. No había espacio para nadie más en ese momento. Vi que se levantaba lentamente, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el frágil equilibrio que nos mantenía frente a frente.
—Ai —dijo, pronunciando mi nombre con un tono suave, casi reverente.
Levanté una mano, deteniéndolo antes de que pudiera intentar cualquier gesto.
—No es necesario, Chen Hao. Esto no es una reunión formal —respondí mientras me sentaba frente a él.
Asintió y volvió a sentarse. Sus ojos no se apartaron de mí y, aunque había intentado prepararme para su mirada, no pude evitar sentir que se deslizaba por mi piel, buscando algo que yo no quería mostrar.
—Gracias por venir —dijo finalmente, rompiendo el silencio con una voz que, por primera vez, parecía vacilar.
Dejé mi bolso sobre la mesa, entrelazando los dedos para mantenerlos ocupados. No tenía intención de ponérselo fácil.
—No estoy aquí por cortesía. Estoy aquí porque necesito respuestas —dije con firmeza, obligándome a mirarlo directamente.
Vi que su mandíbula se tensaba ligeramente y un destello de algo que no pude identificar cruzó por sus ojos. No estaba acostumbrado a que le hablara de esa manera, pero no me importaba. Ya no era la mujer que evitaba confrontarlo.
—Pregúntame lo que quieras —respondió, inclinándose hacia adelante, como si estuviera dispuesto a soportar cualquier golpe que le lanzara.
No perdí tiempo.
—¿Por qué no finalizaste el divorcio? —solté, observando al instante el cambio en su expresión .
Desvió la mirada por un segundo, como si estuviera buscando las palabras en el aire. Cuando volvió a mirarme, sus ojos estaban llenos de una sinceridad que me desarmó tanto como me enfureció.
—Porque nunca quise divorciarme de ti —dijo, con una voz tan baja que casi tuve que inclinarme para escucharlo.
Sus palabras me golpearon como un mazo. Sentí que mi corazón se aceleraba, pero no de la manera en que lo hacía antes, cuando aún creía en nosotros. Ahora era rabia, confusión, dolor. Todo se mezcló en mi pecho, amenazando con desbordarse.
—¿Nunca quisiste divorciarte? —repetí, mi tono más afilado de lo que esperaba—. Entonces explícame, Chen Hao, ¿qué querías? Porque lo único que recuerdo de nuestro matrimonio es soledad. Noches enteras esperándote sin saber si siquiera si volverías a casa. Comidas que preparaba solo para verlas enfriarse mientras tú estabas en cualquier lugar menos conmigo.
Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Durante años las había guardado, temiendo que dijeran más de lo que quería admitir. Pero ahora ya no importaba. Él debía escucharlas, debía entender el peso de lo que me había hecho.
—Me trataste como un objeto decorativo —continué, mi voz temblando ligeramente—. Algo bonito para mostrar, pero vacío. —Me llevé una mano al pecho, intentando calmar el dolor que comenzaba a resurgir—. Cada gesto frío, cada palabra indiferente… todavía puedo sentirlo aquí. Y duele. Duele tanto que no sé si alguna vez dejará de doler.
Vi que sus manos, normalmente tan controladas, se apretaban sobre la mesa. Sus ojos, siempre impenetrables, ahora estaban llenos de algo que parecía igualar mi dolor.
—Lo sé —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. Sé que te fallé. Te fallé de todas las formas posibles y no hay excusas para eso.
—Entonces, ¿por qué? —pregunté, sintiendo que las lágrimas llenaban mis ojos, aunque me negaba a dejarlas caer—. ¿Por qué no me dejaste ir cuando te lo pedí? ¿Por qué me permitiste pensar que todo había terminado, cuando en realidad no habías hecho nada?
Él respiró profundamente, como si cada palabra que estaba a punto de decir le costara un esfuerzo monumental.
—Porque no podía dejarte ir. —Su confesión me tomó por sorpresa. Su voz era baja, pero las palabras cargaban un peso devastador—. Incluso cuando pensé que era lo mejor para ti, no fui capaz de dar ese paso. Soy un cobarde, Ai. No quería perderte, aunque sabía que ya lo había hecho.
Las lágrimas escaparon de mis ojos antes de que pudiera detenerlas. No quería sentir nada de esto, no quería que sus palabras tuvieran ningún efecto en mí, pero lo tenían. Y eso era lo que más dolía.
—No es suficiente —susurré, mi voz cargada de un cansancio que venía de años de heridas acumuladas—. Las palabras no son suficientes para borrar lo que pasó. No puedes simplemente aparecer ahora y esperar que todo desaparezca.
Vi que asentía lentamente, su mirada fija en la mía. Sus ojos parecían gritar algo que sus labios no se atrevían a decir.
—Lo sé. Pero no estoy aquí para pedirte que olvides. Estoy aquí para pedirte una oportunidad de enmendarlo. Sé que no merezco tu perdón, pero no puedo dejar de intentarlo.
El silencio que siguió fue abrumador. Mi corazón estaba dividido entre el dolor del pasado y la incertidumbre del presente. Pero algo en mí sabía que aún no estaba lista para decidir. Todavía no.
*****
Sostuve la taza de café entre mis manos, pero no bebí. El calor que desprendía era apenas un recordatorio de que seguía aquí, en este mundo, en este instante. Frente a mí, ella permanecía inmóvil, su cara una máscara de control que apenas lograba ocultar la tormenta en sus ojos. No necesitaba que hablara para saber lo que pensaba: estaba enfadada, desconfiada y con razón.
Había soñado con este momento, había ensayado las palabras en mi mente una y otra vez, pero ahora, sentado frente a ella, el vacío en mi pecho era demasiado grande. No sabía cómo empezar, cómo enfrentar la verdad que ambos habíamos evitado durante años.
—Tienes razón en todo lo que dijiste —dije al fin, rompiendo el pesado silencio. Mi voz sonó más baja de lo que pretendía, pero al menos fue honesta—. Te traté de la peor manera posible. Fui frío, distante y egoísta. Pero quiero que sepas algo: esa nunca fue mi intención cuando me casé contigo.
Sus manos se apretaron alrededor de la taza frente a ella. Era un gesto pequeño, casi insignificante, pero revelador. Estaba escuchando. Podía verla procesar mis palabras, como si buscara algún significado oculto en ellas.
El momento se alargó, pero no podía detenerme ahora. Necesitaba que supiera todo, que entendiera lo que nunca había dicho.
—Me enamoré de ti cuando estábamos en el instituto —confesé, mi voz temblando ligeramente, un efecto de emociones demasiado reprimidas—. No sé si lo notaste, pero siempre encontraba una excusa para pasar cerca de ti. Era una forma tonta de acercarme, de estar en tu mundo, aunque solo fuera por unos segundos.
La sombra de una emoción cruzó su cara, pero se mantuvo callada. Era como si cada palabra que decía la desconcertara, pero no estuviera dispuesta a admitirlo.
Respiré profundamente y continué.
—Cuando mi familia propuso el matrimonio, al principio me negué rotundamente. No quería casarme por negocios, no quería que mi vida estuviera dictada por contratos o acuerdos. Pero todo cambió cuando supe quién sería mi mujer. —Dejé escapar una risa amarga, llevándome una mano a la nuca—. Pensé que era el destino. Que finalmente tenía una razón para aceptar.
Quise detenerme ahí, pero sabía que no podía evitar lo que venía después. Tenía que enfrentar el peor momento, el que había marcado el principio del fin para nosotros.
—Pero todo cambió el día de nuestra boda. —Sentí que el peso de las palabras se asentaba en mi pecho, pero las dejé salir—. Escuché algo que no debía.
Ella arqueó una ceja, su mirada cuestionándome incluso antes de que continuara.
—Escuché a tu madre decir que te habías casado conmigo por el poder, por los beneficios sociales y económicos que mi familia podía ofrecer. —Mis manos apretaron la taza con más fuerza, como si el recuerdo pudiera aplastarme—. Dijo que habías aceptado porque el matrimonio ayudaría a tu familia y te daría lo que siempre deseaste.
Xu Ai negó lentamente con la cabeza, con expresión de incredulidad y rabia contenida.
—Eso no es verdad —dijo con firmeza, aunque su voz tembló ligeramente—. Nunca acepté este matrimonio por poder. Lo acepté porque…
Se detuvo, como si las palabras fueran demasiado pesadas para pronunciarlas. Finalmente, me miró y en sus ojos vi algo que no esperaba.
—Porque estaba enamorada de ti.
El impacto de esas palabras me golpeó como un puñetazo directo al alma. Sabía que lo había sentido antes, lo había leído en las páginas de su diario que nunca debí abrir. Pero escucharlo de sus labios, aquí, ahora, lo hacía tan real que casi dolía.
—Entonces, ¿por qué? —preguntó, inclinándose hacia mí, su voz cargada de un dolor que parecía demasiado antiguo para sanar—. Si realmente te importaba, ¿por qué te comportaste como lo hiciste? ¿Por qué fui solo un jarrón decorativo para ti?
Abrí la boca para responder, pero el nudo en mi garganta me detuvo. Respiré hondo y hablé, aunque sabía que mis palabras no serían suficientes para curar lo que había roto.
—Porque no supe cómo manejarlo —admití, cada palabra cargada de una culpa que llevaba demasiado tiempo arrastrando—. El día de nuestra boda escuché esas palabras y… me cerré. Dejé que el miedo y el orgullo me cegaran. Pensé que todo lo que había soñado contigo no era real, que solo estaba siendo utilizado.
Ai negó de nuevo, esta vez con más fuerza, como si mis palabras fueran un golpe directo contra sus principios.
—Nunca fui esa persona. Rompí los lazos con mi familia antes de la boda porque sabía lo que representaban. Nunca quise que interfirieran en nuestra vida. Pero tú… tú nunca me diste una oportunidad. —Su voz se quebró ligeramente mientras sus dedos apretaban la taza, los nudillos blancos por la tensión—. Pasé noches enteras esperándote, soñando con que regresarías a casa y serías el marido amoroso que imaginé. Mientras tanto, ¿qué hacías? ¿Dónde estabas?
—Te odiaba por todas las cosas que soportaba desde que nos casamos.
—¿Qué cosas soportabas? ¿Qué te hice para que me trataras así?
Las palabras me atravesaron como dagas, cada una un recordatorio de lo mucho que había fallado. Bajé la mirada, incapaz de sostener su escrutinio.
—Tu padre apareció en mi despacho varias veces durante ese año —confesé, mi voz baja pero clara—. Me pidió favores y apoyo económico para sus proyectos.
El rostro de Xu Ai palideció. Dejó la taza sobre la mesa como si el contacto con ella le quemara las manos.
—¿Favores? —preguntó en un susurro, sus palabras cargadas de incredulidad y un dolor palpable.
—Casi siempre fue dinero —admití, viendo la forma en que mi confesión la devastaba aún más.
Se recostó en la silla, llevando una mano a su frente mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Durante todo ese tiempo, mientras ella intentaba salvar nuestro matrimonio, su padre estaba socavando cualquier posibilidad de reconciliación.
—No lo sabía —dijo finalmente, su voz rota—. No tenía idea de que eso estaba ocurriendo. Cuando me marché, dejé todo atrás, incluida mi familia.
La miré, notando que mis palabras la destrozaban.
—Descubrí que fuiste criada por tu abuela cuando te marchaste —dije suavemente—. Fue entonces cuando entendí muchas cosas. Pero ya era demasiado tarde.
Ai cerró los ojos por un momento antes de enderezarse, su expresión endurecida.
—Todo esto solo indica que no podemos estar juntos —determinó, su voz firme—. El destino nos separó por una razón, Chen Hao.
Negué con la cabeza, sintiendo que la desesperación comenzaba a apoderarse de mí.
—Las fotos no fueron reales, Ai —dije con urgencia, sabiendo que era ahora o nunca—. Nunca he estado con otra mujer desde que me casé contigo. Fui frío, distante y egoísta, pero jamás infiel porque, en el fondo, siempre te he amado.
La confesión me dejó completamente expuesto, pero no podía seguir guardándola. La vi apretar los labios, sus ojos fijos en mí, brillando con incredulidad y furia contenida.
—Hao, no estoy aquí para una reconciliación ni para escuchar tus disculpas —dijo finalmente, su tono tan afilado como un cuchillo—. Mi intención es sola una: pedirte que entregues los papeles del divorcio y que finalmente nos separemos legalmente.
Sus palabras eran como un puñal directo al corazón. Sabía que esperaba esa reacción, pero no estaba preparado para el peso de su frialdad. Cerré los ojos un momento, buscando fuerzas en el abismo de mi desesperación.
—Déjame proponerte algo diferente —respondí, mi tono sereno, aunque por dentro sentía que me desmoronaba.
Ella arqueó una ceja, el escepticismo dibujado en cada línea de su cara.
—¿Qué más podrías proponer, Chen Hao? —preguntó con sarcasmo, su voz cansada, como si ya no le quedaran fuerzas para discutir.
Incliné el cuerpo hacia adelante, decidido a arriesgarlo todo.
—Dame dos meses. Solo dos meses para demostrarte que he cambiado. Que mi amor por ti es real y que, a pesar de todo, aún podemos encontrar una manera de estar juntos. Si después de ese tiempo sigues sintiendo que no hay nada que salvar, entregaremos el acuerdo del divorcio. No pondré ninguna objeción. Tendrás lo que siempre quisiste.
El aire en la cafetería pareció detenerse. Ai parpadeó, procesando mis palabras. Había un ligero temblor en su mirada, como si no supiera si rechazarme de inmediato o concederme un último hilo de esperanza.
—¿Por qué haría algo así? —preguntó, su tono menos agresivo, aunque todavía cargado de escepticismo—. ¿Qué te hace pensar que tienes derecho a pedirme más tiempo después de lo que hiciste?
—Porque te amo, Ai. —Las palabras salieron simples, pero el peso que llevaban era inmenso—. No estoy diciendo que no cometí errores. Pero no puedo dejar que este sea el final. No sin intentarlo.
Ella soltó una risa breve, amarga, y negó con la cabeza.
—Es fácil decir eso ahora, después de todo lo que pasó. Pero ¿sabes qué pienso? —Sus ojos eran dos espejos llenos de una furia contenida—. Creo que lo único que quieres es redimirte. Sentirte mejor contigo mismo, como si eso pudiera cambiar algo.
Su juicio fue tan certero que me dejó sin aliento. Sabía que tenía razón, al menos en parte. Pero no podía dejarla pensar que mi amor por ella era una simple excusa para aliviar mi conciencia.
—Si realmente me amaras, Chen Hao, no habrías permitido que tu orgullo se interpusiera entre nosotros. No habrías dejado que los rumores, las mentiras y las palabras de los demás destruyeran lo que teníamos. Me habrías hablado, en lugar de encerrarte en tu propio mundo y tratarme como un fantasma.
Bajé la mirada, mis manos apretándose sobre la mesa. Cada palabra que pronunciaba era una verdad que no podía refutar, una sentencia que aceptaba como merecida.
—Tienes razón —admití, mi voz quebrándose ligeramente—. No supe amarte como merecías. Pero eso no cambia lo que siento. Te amo y estoy dispuesto a hacer lo que sea para demostrarlo.
Ella permaneció en silencio, evaluándome con una mirada que parecía perforar hasta el fondo de mi alma. Finalmente, sus labios se separaron, pero no para pronunciar palabras de esperanza.
—¿Dos meses? —preguntó, su tono frío, como si ya hubiera decidido lo inútil de mi propuesta.
Asentí, manteniendo mi mirada fija en la suya.
—Dos meses. Si no logro cambiar lo que sientes, mi abogado finalizará con el divorcio.
Desvió la mirada hacia la ventana, como si buscara respuestas en el mundo exterior. Sus cejas se fruncieron ligeramente, reflejando el torbellino de emociones que intentaba ocultar. Sabía que lo lógico sería rechazarme, pero algo la hacía dudar.
Finalmente, se volvió hacia mí, su voz tan cortante como un viento invernal.
—Bien. Acepto tu propuesta. Pero quiero que quede claro algo: no creo que consigas nada. Congelaste mi corazón, Chen Hao. Y no hay nada que puedas hacer para que vuelva a ser tierno.
Sus palabras fueron como una sentencia, pero, aun así, significaban que tenía una oportunidad. Una pequeña chispa en la oscuridad que me aferré con todo lo que tenía.
Se levantó con calma, alisando su abrigo antes de mirarme una última vez.
—Nos vemos en la oficina —dijo con frialdad antes de girarse y marcharse.
La observé mientras se alejaba, cada paso suyo un recordatorio de cuánto había perdido y de lo mucho que debía hacer para recuperarla. Dos meses. Solo dos meses para demostrarle que mi amor era real.
Y no pensaba desperdiciar ni un segundo.