CAPÍTULO 25
El jardín trasero de la mansión, un rincón que alguna vez ignoré por completo, se había convertido en el testigo silencioso de mi ceguera. Antes era solo un espacio más, una extensión de la casa que no merecía mi atención. Pero ahora, cada rosa que florecía parecía susurrar su nombre.
Caminé entre los arbustos, dejando que el dulce aroma de las flores llenara mis sentidos. Las gotas de rocío brillaban como pequeñas joyas bajo el sol de la mañana. Este lugar había sido suyo, no mío. Ella lo había transformado con sus manos, vertiendo su amor en cada rincón mientras yo me encerraba en mi orgullo.
Mis ojos se detuvieron en una flor particularmente hermosa, con pétalos de un amarillo tan intenso que parecía brillar con luz propia. Esta era la rosa de hoy. Me incliné, sujetando el tallo con cuidado. El crujido al cortarla resonó en el silencio, como un recuerdo del momento en que nuestra relación se rompió.
Al sostener la flor, un torbellino de emociones me invadió. Era solo una rosa, pero para mí representaba tanto: disculpas no dichas, gestos ignorados y promesas incumplidas. Cada mañana repetía este ritual, no solo para recordar lo que había perdido, sino para intentar reconstruirlo.
Jiang me esperaba en la entrada con un estuche negro en las manos. Siempre puntual, siempre eficiente. Pero hoy, como cada día desde que comenzamos con esto, noté un leve brillo de curiosidad en su mirada.
—¿Esta es la elegida, señor Chen? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
Asentí, entregándole la rosa con cuidado. Jiang abrió el estuche, colocando la flor con precisión en su interior, asegurándose de que no sufriera ningún daño. Cuando terminó, me lo mostró para confirmar.
—Perfecta —murmuré, y cerré el estuche con un suave clic.
El mensajero, esperando junto a la puerta, tomó el paquete con una inclinación de cabeza. Mis instrucciones eran siempre las mismas:
—Que le llegue antes de que comience su día. No tardes.
El hombre asintió y salió rápidamente, dejándonos a Jiang y a mí en la entrada. Me quedé observando cómo se alejaba, como si pudiera seguir el trayecto de la rosa hasta sus manos. A mi lado, Jiang rompió el silencio.
—Es un gesto admirable, señor Chen. Pero… ¿cree que será suficiente?
No respondí de inmediato. Mis ojos estaban fijos en el camino vacío, pero mi mente estaba en el jardín, con ella, con las rosas que cultivaba con tanto cuidado.
—No, Jiang. Nunca será suficiente. Pero cada rosa es un paso. Y no voy a detenerme.
Jiang asintió, comprendiendo más de lo que dijo, y se retiró en silencio. Me quedé allí un momento más, dejando que el aire fresco del jardín despejara mis pensamientos. El día que Xu Ai aceptara una de esas flores, aunque solo fuera en silencio, sabría que aún había esperanza.
*****
La caja negra estaba allí de nuevo, perfectamente colocada frente a la puerta de mi apartamento. Tan puntual como siempre. Había notado su presencia en cuanto abrí la puerta esta mañana, pero, como cada día, la recogí con curiosidad y cautela.
Volví al interior, sosteniendo el estuche en mis manos como si contuviera algo frágil y valioso. Lo coloqué sobre la mesa del comedor y me quedé mirándolo, debatiendo si abrirlo de inmediato o ignorarlo por completo. Pero la decisión ya estaba tomada. Siempre lo abría.
En el interior estaba la cuarta rosa amarilla. Su color vibrante parecía iluminar la sobriedad de mi apartamento, como si el tiempo se detuviera en torno a sus pétalos perfectamente desplegados. Mi corazón se apretó al verla. El mismo nudo en la garganta, el mismo remolino de emociones: confusión, nostalgia y algo más, algo que no quería definir.
Las rosas amarillas. Mi mente volvió, inevitablemente, al jardín trasero de la mansión Chen. En aquellos días, las mañanas en el jardín eran mi único respiro, mi manera de empezar el día con algo que yo misma había cultivado. Recuerdo que el aire fresco me envolvía mientras mis manos tocaban la tierra húmeda, el placer de ver las primeras flores abrirse bajo el sol. Había creado algo hermoso en medio de la frialdad que me rodeaba. Ese espacio era mío, un pequeño rincón que, al menos por unas horas, no estaba manchado por la indiferencia de Chen Hao.
Cerré los ojos un momento, dejando que el recuerdo me invadiera. Nunca pensé que él supiera de la existencia de aquel jardín y mucho menos que, años después, lo usara para enviarme un mensaje. Pero ¿qué significaban esas rosas? ¿Una disculpa? ¿Un intento de manipulación? ¿O simplemente un gesto vacío que no entendía?
Apreté los labios, frustrada. Desde el día que me mudé a este apartamento, las flores habían llegado con la misma puntualidad. Al principio, pensé que se trataba de un error o de un gesto cortesía de algún vecino. Pero después de la tercera rosa, lo supe. Chen Hao. Nadie más tendría razones para enviarme algo tan deliberado y, a la vez, tan desconcertante.
Me incliné sobre la mesa y pasé los dedos por los pétalos, tan suaves que parecían irreales. ¿Por qué ahora? Él nunca fue un hombre de detalles, al menos no durante nuestro matrimonio. ¿Qué estaba intentando conseguir?
Un suspiro escapó de mis labios mientras dejaba la rosa junto a las otras tres que había recibido. Las había alineado en el pequeño estante que había improvisado en la sala, sin saber exactamente por qué las guardaba. Tirarlas habría sido lo lógico, pero algo me impedía hacerlo. Como si cada flor guardara un pedazo de un pasado que, por más que quisiera, no podía ignorar.
Mi teléfono vibró sobre la mesa, sacándome de mis pensamientos. Lo cogí y vi un mensaje de Mei:
«Señorita Xu, los documentos que solicitó están listos. ¿Quiere que se los lleve ahora?».
Tecleé una respuesta rápida:
«No, Mei. Puedes enviarlos por correo. Gracias».
Me dejé caer en el sofá, observando el estante donde reposaban las rosas. Cada una era como una pequeña grieta en el muro que había construido alrededor de mi corazón. No quería que estos gestos me afectaran, pero lo hacían. ¿Por qué? Porque cada rosa me recordaba cuánto me esforcé en ese jardín, cuánto amor y cuidado vertí en ese espacio y cómo él había pasado junto a todo eso sin verlo.
Me levanté del sofá, incapaz de quedarme quieta. Caminé hasta mi pequeño despacho y encendí la lámpara. Los bocetos y las notas sobre el contrato estaban esparcidos por el escritorio. Tenía trabajo por hacer, decisiones importantes que tomar. Pero mientras organizaba las hojas y repasaba las cláusulas, mi mente seguía volviendo a esas rosas, al jardín y a las mañanas en las que el sol me daba fuerza para empezar de nuevo.
Quizá Chen Hao quería recordarme algo. O quizá estaba intentando recuperar algo que ya no existía. Lo único que sabía con certeza era que no podía dejar que esas flores dictaran mi próximo movimiento. Tomaría mis decisiones por mí, como lo había hecho durante los últimos cinco años. Aunque, en el fondo, sabía que las rosas no eran solo flores. Eran promesas. Y aún no estaba lista para decidir si quería aceptarlas.
CAPÍTULO 26
El edificio se alzaba imponente frente a mí, una estructura de vidrio y acero que parecía burlarse de mí con su perfección. Al levantar la mirada hacia las brillantes letras que coronaban la entrada, un torrente de emociones me invadió. Habían pasado cinco años desde la última vez que pisé este lugar, pero todo seguía tan vívido como si hubiera sido ayer.
Di un paso adelante, pero me detuve en seco. La memoria golpeó con una fuerza inesperada. Me vi mucho más joven e insegura, de pie en ese mismo lugar con una bolsa de comida en la mano y una sonrisa temblorosa en los labios. Recuerdo haber tomado el ascensor hasta la oficina de Chen Hao, convencida de que un pequeño gesto podía derribar las barreras entre nosotros. En ese entonces, el amor me había dado el valor que parecía faltarme.
El recuerdo más amargo surgió con claridad. La última vez que había venido, dejé el almuerzo sobre su escritorio, esperando al menos un gesto de agradecimiento. En lugar de eso, sus palabras me habían atravesado como un puñal:
—No vuelvas. No necesito que aparezcas por aquí para que todo el mundo sepa que estoy casado.
El golpe de esas palabras había sido devastador. Habían pasado cinco años desde entonces, pero la herida seguía allí, apenas cicatrizada. Esa fue la última vez que me presenté en su oficina, la última vez que intenté salvar algo que nunca tuvo cimientos sólidos. A partir de ese momento, me convertí en un fantasma dentro de la mansión, invisible incluso para mi propio marido.
Respiré hondo y obligué a mis pies a avanzar. Hoy era diferente. Hoy no estaba allí como la mujer ignorada de Chen Hao. Hoy era Xu Ai, una diseñadora reconocida, a punto de firmar un contrato millonario. Una sonrisa sarcástica se dibujó en mis labios. Qué irónica podía ser la vida.
Las puertas giratorias se abrieron con un leve crujido, dejando entrar un aire fresco que contradecía el peso de mi ansiedad. El vestíbulo era amplio y luminoso, con suelos de mármol que reflejaban las luces de las lámparas colgantes. Todo parecía nuevo, pero para mí, cada rincón seguía cargado de un pasado que preferiría olvidar.
Cuando el ascensor llegó, vacilé antes de entrar. La cabina era tan familiar que apenas podía ignorar las memorias que me invadían. ¿Cuántas veces había subido en ese mismo ascensor, convencida de que podía salvar algo que, en realidad, nunca había sido realmente mío? «Qué ingenua era», pensé con amargura.
Un suave timbre indicó mi llegada al piso principal y, al salir, me encontré cara a cara con Jiang, el asistente personal de Chen Hao. Su cara se iluminó al verme y me saludó con una amplia sonrisa que parecía demasiado genuina para este lugar.
—Bienvenida, señorita Xu. Por favor, sígame.
Incliné ligeramente la cabeza, devolviéndole el saludo. Jiang siempre me había parecido un hombre amable, el tipo de persona que hacía su trabajo con una discreción impecable. Su actitud ahora era un pequeño respiro en medio de toda la tensión que sentía.
Mientras caminábamos por los pasillos, noté algunos cambios. Las oficinas tenían un aire más moderno, más pulcro, pero los recuerdos seguían anclados en cada rincón. Al pasar junto a una sala de reuniones con paredes de cristal, sentí las miradas de algunos empleados. Sus susurros eran casi audibles, pero no permití que me afectaran. Mantuve la cabeza en alto, dejando que el sonido de mis tacones resonara firmemente contra el suelo. Ya no era la joven insegura que caminaba temerosa por ese lugar. Ahora era una profesional que había reconstruido su vida desde los cimientos.
—Hemos esperado con entusiasmo este día, señorita Xu —dijo Jiang al abrir la puerta del despacho principal—. El señor Chen está muy interesado en discutir los términos con usted personalmente.
Asentí sin responder, pero mi pecho se tensó al escuchar esas palabras. Al entrar, mi mirada se dirigió directamente hacia él. Chen Hao estaba de pie junto a su escritorio, la misma presencia imponente de siempre: impecable, controlado y exudando una compostura que parecía inquebrantable. Sin embargo, había algo en su postura que ahora reconocí como vulnerabilidad, aunque sutil. Sus manos descansaban en los bolsillos de su traje oscuro y, cuando sus ojos se encontraron con los míos, sentí esa misma inquietud que siempre había provocado en mí.
—Xu Ai.
Chen Hao pronunció mi nombre con una calma estudiada, arrastrando deliberadamente la última sílaba. Respiré profundamente, obligándome a mantener la compostura mientras mis emociones se debatían internamente. Respondí con un tono neutral, calculado:
—Señor Chen.
Incliné ligeramente la cabeza, conservando una postura profesional, y avancé con pasos firmes hasta su escritorio. Mi corazón latía con fuerza, pero no permití que eso se reflejara en mi exterior. Dejé la carpeta frente a él con un gesto seguro, procurando proyectar la autoridad que tanto me había costado construir.
—Aquí está el contrato revisado. Incluye los ajustes necesarios para cumplir con los estándares que mencionaron en su propuesta inicial.
Chen Hao tomó la carpeta con deliberada lentitud, pero en lugar de abrirla, me miró directamente, como si intentara descifrar algo oculto en mi expresión. Sentí el peso de su mirada, pero me negué a mostrar incomodidad.
—Gracias por venir —dijo al fin, con un tono cargado de un matiz que preferí no interpretar.
—Es mi deber como profesional —repliqué, dejando claro con mi tono seco que no había espacio para ambigüedades ni sentimentalismo.
Por fin, abrió la carpeta y comenzó a hojear los documentos. Su atención parecía dividida: mientras sus ojos recorrían las páginas, su mente claramente estaba en otro lugar. Cuando terminó, cerró la carpeta con un gesto pausado, apoyando las manos sobre el escritorio.
—Eres una gran profesional.
No reaccioné a su cumplido. En lugar de eso, crucé los brazos, reforzando la barrera que había levantado entre nosotros.
—Gracias, pero creo que su opinión sobre mi trabajo es irrelevante para los términos del contrato.
Vi que sus ojos se entrecerraban ligeramente, un gesto sutil que traicionaba su sorpresa, pero no retrocedió.
—¿Irrelevante? Creo que subestimas lo mucho que tu trabajo significa para esta empresa. Y para mí.
Las últimas palabras quedaron suspendidas en el aire, pero no les di peso. Retrocedí un paso, marcando una distancia que necesitaba desesperadamente.
—Dejemos algo claro, señor Chen. —Mi voz salió firme, cada palabra medida como si fuera un puñal—. Usted ha quedado en mi pasado como exmarido y ese capítulo está cerrado. Espero que entienda que la firma de este contrato no tiene nada que ver con nuestra historia.
Lo vi apretar los bordes de la carpeta, un leve gesto que revelaba la tensión oculta tras su aparente serenidad. Sin embargo, su expresión se mantuvo inquebrantable.
—Entiendo. —Su tono era suave, pero sus ojos no se apartaban de los míos, cargados de algo que no podía descifrar—. Permíteme aclarar que este contrato no tiene nada que ver con el pasado, pero sí con el futuro. Quiero que sepas que, aunque no pueda cambiar lo que pasó, haré todo lo que esté en mis manos para apoyarte en lo que decidas construir.
Respiré hondo, resistiendo el peso de sus palabras. No iba a dejar que me desarmara con un discurso bien elaborado.
—Espero que las acciones de su empresa respalden esa afirmación. No tengo tiempo para juegos ni para intenciones ocultas.
Asintió con gravedad y por un momento pareció sincero.
—No esperaría menos de ti.
Con un movimiento firme, saqué el bolígrafo de mi bolso y firmé el contrato. Cada trazo era un recordatorio de que estaba aquí por mi equipo, por el futuro que había construido sin él. Cuando terminé, levanté la vista y le devolví la carpeta.
—Aquí está. Espero que la relación sea estrictamente profesional.
Chen Hao tomó la carpeta, sus dedos rozaron los míos durante un breve instante, pero no mostré reacción. Sus ojos seguían fijos en los míos, como si buscara algo que no podía encontrar.
—Gracias. Ahora que eres oficialmente parte de la empresa, creo que sería conveniente que te reunieras con el equipo que hemos preparado para ti. Te esperan en la sala de juntas.
Fruncí ligeramente el ceño. Lo habitual era que esas reuniones se programaran días después de la firma, no el mismo día. Su anticipación me tomó por sorpresa.
—¿Ahora? —pregunté, intentando mantener mi tono neutral.
—Por supuesto. Creo que es importante que conozca al equipo que la ayudará a hacer realidad tu visión. —Su voz era tan tranquila que casi me descolocó.
Me tomé un instante para recuperar la compostura.
—De acuerdo. Si eso es lo que han decidido, vamos.
CAPÍTULO 27
Estaba de pie, apoyado contra la pared del fondo de la sala de juntas, observándola. Aunque parecía absorta en su conversación con los miembros del equipo, yo sabía que Xu Ai era consciente de mi mirada. Lo había visto en la ligera rigidez de sus hombros cuando entró, en la forma en que su mirada evitaba la mía más de lo necesario.
Mientras la observaba, sus palabras de nuestra reunión anterior resonaron en mi mente como un estribillo persistente: «Usted ha quedado en mi pasado como exmarido y ese capítulo está cerrado.» Esa frase, tan simple y a la vez tan categórica, me golpeó de nuevo con fuerza. Para ella, nuestro matrimonio era un capítulo cerrado, una herida que había decidido enterrar. Pero para mí... para mí seguía siendo el lazo más real y significativo que había tenido en mi vida. Porque, aunque ella no lo sabía, nunca firmé esos papeles de divorcio. Nunca pude.
Mis dedos jugueteaban con los botones de mis puños, un gesto que apenas reconocí en mí. ¿Cómo iba a decirle la verdad? ¿Cómo reaccionaría Xu Ai al descubrir que, a los ojos de la ley, aún éramos marido y mujer? Esa confesión era como una espada de doble filo. Sabía que, si no encontraba el momento adecuado, podría destruir cualquier puente que intentara construir entre nosotros.
Respiré hondo y aparté mis pensamientos. Este no era el momento para pensar en lo que aún no podía decirle. Ahora, ella estaba aquí, frente a mí, hablando con seguridad y autoridad. Era una mujer completamente diferente a la que recordaba. Y, sin embargo, seguía siendo la misma Xu Ai que había amado desde el principio. Incluso si no podía decírselo ahora, sabía que algún día tendría que enfrentar ese momento.
La miré detenidamente mientras hablaba. Había una certeza en su tono, una autoridad natural que ahora ejercía con una facilidad que no solía mostrar antes. La mujer que tenía frente a mí no era la misma que una vez había intentado, sin éxito, ganarse mi atención con pequeños gestos en los primeros días de nuestro matrimonio. Había cambiado y, aunque admiraba profundamente en lo que se había convertido, no podía ignorar que ese cambio había ocurrido lejos de mí.
Cada palabra que pronunciaba, cada gesto que hacía, parecía magnético. Mis ojos seguían sus manos mientras explicaba una idea y noté que algunos miembros del equipo asentían con entusiasmo. Sus movimientos eran calculados, pero llenos de gracia. Era imposible no admirarla. Pero más allá de la profesional que estaba deslumbrando a todos en esa sala, yo veía a la mujer que había lastimado, a la que no había apreciado cuando tuve la oportunidad. Cuando Xu Ai terminó de hablar con el equipo, el ambiente en la sala cambió ligeramente. Las risas y comentarios relajados fueron reemplazados por un silencio expectante. Todos sabían que el verdadero líder de la empresa estaba allí, observando desde las sombras.
—Excelentes ideas —dije, rompiendo el silencio mientras avanzaba hacia la mesa—. Estoy seguro de que esta será una de las colecciones más destacadas de nuestra historia.
Todas las miradas se dirigieron hacia mí. Algunas reflejaban nerviosismo, otras respeto. Era la reacción habitual cuando hablaba, pero mis ojos solo buscaban los de Xu Ai. Ella me miró con calma, aunque había un ligero destello en sus ojos que delataba su incomodidad.
—Señorita Xu, quiero felicitarla por su liderazgo en esta primera reunión. Creo que su equipo está tan impresionado como yo.
Ella inclinó la cabeza ligeramente, aceptando el cumplido con cortesía profesional.
—Gracias, señor Chen. —Su tono era frío, medido, como si tratara de imponer un límite invisible entre nosotros.
Permití que se formara un breve silencio antes de dar el siguiente paso. Sabía que cada interacción con ella debía ser precisa, controlada, como una partida de ajedrez en la que cada movimiento cuenta.
—Antes de finalizar, hay algo más que debemos discutir. —Hice una pausa, permitiendo que mis palabras captaran la atención de todos—. Como saben, esta colaboración es un hito importante para nuestra empresa. Por esa razón, hemos organizado una rueda de prensa para anunciar oficialmente el contrato. Será este viernes por la noche.
El murmullo que siguió fue inevitable. Los miembros del equipo parecían emocionados, comentando entre ellos sobre los preparativos. Sin embargo, mi atención estaba en Xu Ai. Su expresión era neutra, pero el leve fruncimiento de sus labios me dijo que la noticia la había tomado por sorpresa.
—¿Una rueda de prensa? —preguntó, su tono neutral, pero con un filo apenas perceptible.
—Por supuesto. Es fundamental que los medios y el público conozcan el alcance de este proyecto. Jiang te enviará los detalles más tarde. —Mi voz se mantuvo tranquila, como si esto fuera una decisión común, algo indiscutible.
Ella asintió lentamente, procesando mis palabras. Pude verla sopesar sus opciones, pero sabía que no rechazaría algo que pudiera beneficiar su carrera.
—Espero que hayáis tenido tiempo suficiente para preparar adecuadamente el anuncio —respondió, manteniendo su profesionalismo impecable.
—Lo hemos tenido. Estoy seguro de que estarás impecable, como siempre.
Sus ojos se encontraron con los míos por un breve instante. No dijo nada, pero la tensión en el aire era innegable. Con un gesto sutil, di por terminada la reunión, dejando que los miembros del equipo se retiraran. Xu Ai permaneció en su lugar, sus papeles organizados perfectamente frente a ella, como si no tuviera intención de moverse.
Cuando la sala quedó vacía, me acerqué a la mesa y me apoyé en el respaldo de una silla, estudiándola.
—No esperaba que todo estuviera tan avanzado —dijo finalmente, rompiendo el silencio.
—La anticipación es clave en los negocios —respondí con un leve encogimiento de hombros—. Y en otros aspectos de la vida.
Ella frunció el ceño, claramente incómoda con la insinuación. Sin embargo, mantuvo su postura firme.
—Agradezco el esfuerzo de tu equipo. Espero que esta colaboración sea estrictamente profesional.
Sonreí ligeramente, incapaz de contenerme.
—Eso espero, Ai. Pero debo ser honesto: no me conformo con beneficios únicamente profesionales.
Vi que sus hombros se tensaban ante mis palabras, pero su reacción fue digna de admirar. Se levantó con calma, recogiendo los papeles que había llevado consigo.
—Le aseguro, señor Chen, que la relación entre nosotros no será más que profesional. —Su tono era gélido, pero controlado, como un golpe calculado.
—Eso lo veremos. —Mi voz bajó a un susurro, aunque la firmeza en mis palabras no dejó espacio para dudas.
Ella me dedicó una última mirada antes de girarse y salir de la sala sin decir nada más. La observé desaparecer por la puerta, dejando tras de sí una mezcla de frustración y determinación. Cada interacción con ella era una batalla, pero sabía que el verdadero enfrentamiento apenas comenzaba.
Mientras contemplaba la sala vacía, una leve sonrisa se dibujó en mis labios. El viernes sería una oportunidad única para acercarme a ella y no pensaba desperdiciarla. Xu Ai podía resistirse todo lo que quisiera, pero yo no iba a rendirme. No esta vez.
CAPÍTULO 28
El restaurante era un oasis de elegancia en medio del tumulto de Shanghái. Las luces cálidas y tenues colgaban en lámparas doradas, bañando las mesas en un brillo que hacía parecer que todo allí era perfecto. El aroma de especias exóticas y platos elaborados llenaba el aire, creando una atmósfera que invitaba a olvidarse del mundo exterior. No era la primera vez que visitaba un lugar como ese, pero aquella noche, la familiaridad del ambiente no podía disipar mi nerviosismo.
Li Wen estaba esperándome junto a la entrada. Su figura alta y erguida destacaba en medio del vestíbulo y su sonrisa amplia iluminó su cara cuando me vio. Había algo tranquilizador en su presencia, como si su sola existencia pudiera silenciar el ruido de mis propios pensamientos.
—Ai, estás aquí. —Se acercó y me ofreció su brazo, un gesto tan natural en él que no pude evitar sonreír.
—No podía rechazar una invitación tuya, Wen. —Tomé su brazo, dejándome guiar al interior.
Mientras caminábamos hacia nuestra mesa, él inclinó ligeramente la cabeza hacia mí.
—Pensé que te gustaría este lugar. Tiene un aire que me recuerda a aquellos cafés en París. —Su voz, calmada y baja, siempre tenía un tono que parecía dirigido solo a mí.
Miré alrededor, asintiendo. Las paredes decoradas con paneles de madera oscura y detalles en dorado, y las mesas vestidas con manteles blancos impecables, tenían algo de la elegancia que tanto admiraba en la capital francesa.
—Es perfecto, Wen. Gracias.
Él sonrió, satisfecho con mi respuesta y retiró la silla para que me sentara. Este tipo de atenciones eran tan habituales en él que nunca me había detenido a cuestionarlas, pero aquella noche, había algo en la forma en que sus ojos me seguían que me hizo sentir que esta cena no era como las demás.
Nos entregaron los menús, pero antes de que pudiera abrir el mío, él ya estaba hablando con el camarero.
—Para ella, el pato con salsa de ciruela. Y para mí, el filete con reducción de vino tinto. Ah, y tráiganos el vino que recomendó la última vez. —Volvió su atención hacia mí, como si acabara de recordar que estaba allí—. Espero que no te moleste. Sé que este plato es uno de tus favoritos.
Me reí suavemente, sorprendida por su memoria.
—¿Cómo puedes acordarte de eso?
—Porque presto atención, Ai. Siempre lo he hecho.
La sinceridad en su voz me desarmó por un momento, pero me obligué a mantener mi expresión relajada. Esta era nuestra dinámica: él siempre atento, yo intentando no leer más allá de lo que había entre nosotros.
La comida llegó rápidamente y, durante los primeros minutos, dejamos que el silencio cómodo llenara el espacio entre nosotros. Li Wen rompió la quietud con una pregunta directa.
—¿Cómo va todo con el contrato? —inclinó la cabeza ligeramente hacia adelante, mostrando un interés genuino—. Sé que trabajar con alguien como Chen Hao no debe ser fácil.
Suspiré, dejando los cubiertos a un lado por un momento.
—Es… complicado, pero no imposible. Sé lo que estoy haciendo.
Él asintió, pero su expresión no se suavizó.
—¿Te sientes cómoda trabajando con él?
La pregunta, aunque simple, estaba cargada de significado. Sabía que Wen entendía más de lo que decía. Habíamos hablado en París, durante las noches en las que me quedaba trabajando hasta tarde en mi taller, sobre el final de mi matrimonio. Había compartido lo suficiente con él como para que entendiera el impacto que Chen Hao había tenido en mi vida.
—No se trata de comodidad, Wen. Se trata de cumplir con mis metas. —Mi voz sonó más firme de lo que esperaba, pero quería dejar claro que mi pasado con Chen Hao no dictaría mi futuro.
Él me observó durante un momento, sus ojos buscando algo en los míos.
—Eres más fuerte de lo que crees, ¿sabes? —dijo finalmente, con una sonrisa que parecía contener más de lo que estaba dispuesto a decir.
Me quedé en silencio, volviendo mi atención a mi plato. Pero no podía ignorar el calor que se había asentado en mi pecho. La forma en que Wen siempre encontraba las palabras adecuadas para apoyarme era algo que no podía evitar apreciar.
La conversación fluyó con facilidad después de eso. Hablamos de París, de los proyectos que había dejado atrás y de los planes para mi nueva vida en Shanghái. Wen, como siempre, se mostró interesado en cada detalle, recordándome por qué su compañía siempre había sido tan fácil de disfrutar.
Cuando terminamos de comer, me sorprendió ver que había pedido un postre sin consultarme. Una pequeña torre de macarons llegó a la mesa, decorada con frutas frescas y una delicada salsa de chocolate.
—Sé que estos eran tus favoritos. —Me dedicó una sonrisa que no pude evitar devolverle.
—Me estás malcriando, Wen. —Bromeé, aunque sabía que sus gestos no eran más que una muestra de su generosidad.
—Solo estoy asegurándome de que recuerdes lo bien que se siente tener a alguien que se preocupe por ti. —Su tono era ligero, pero sus palabras llevaban un peso que no podía ignorar.
Lo observé mientras tomaba uno de los macarons, sus movimientos pausados y calculados. Había algo en él esa noche que parecía diferente, como si estuviera tratando de decirme algo sin palabras.
Cuando salimos del restaurante, el aire fresco de la noche me envolvió, despejando ligeramente mi mente. Wen, como siempre, se aseguró de que estuviera cómoda, colocándome el abrigo sobre los hombros antes de que pudiera protestar.
—Gracias por esta noche, Wen. Realmente necesitaba esto. —Le dediqué una sonrisa genuina.
—Siempre que lo necesites, Ai. Solo tienes que llamarme. —Me sostuvo la mirada por un momento más largo del necesario antes de dar un paso atrás.
Cuando finalmente me subí al coche que me esperaba, no pude evitar mirar por el retrovisor mientras él se alejaba. Wen siempre había sido mi apoyo, pero algo en su mirada esa noche me hizo preguntarme si yo estaba ignorando algo que él había estado intentando mostrarme todo este tiempo.
*****
El restaurante era un escenario perfecto para una velada de negocios. Con su luz tenue, decoración minimalista y un servicio impecable, ofrecía el ambiente ideal para discutir acuerdos sin la presión de un entorno corporativo. Estaba sentado junto a un cliente potencial, escuchando con atención sus palabras sobre una propuesta que, en cualquier otro momento, habría tenido toda mi atención. Pero esta noche, mi concentración estaba en otra parte.
Mi mirada seguía desviándose hacia una mesa al otro lado del salón. Allí estaba Xu Ai. Vestía un conjunto elegante y sencillo, pero su porte y la manera en que se movía la hacían destacar sobre el resto. Frente a ella, un hombre que no reconocía le hablaba con confianza, acompañando cada frase con gestos que me parecían excesivos.
«¿Quién es ese hombre?», pensé, sintiendo una punzada de incomodidad que no había experimentado en años. Desde que regresó a Shanghái, había intentado controlarlo todo: su seguridad, su entorno e incluso las oportunidades que se le presentaban. Pero este hombre era una incógnita. Una variable que no había previsto.
Levanté la mano de forma discreta y Jiang, mi asistente, apareció casi al instante. Siempre atento, inclinó la cabeza antes de acercarse lo suficiente para escucharme.
—¿Quién es el hombre que está con mi mujer? —pregunté en un susurro, señalando hacia la mesa con un leve movimiento de la cabeza.
Jiang siguió mi mirada y frunció el ceño ligeramente antes de responder.
—No estoy seguro, señor Chen, pero puedo averiguarlo.
—Hazlo. Quiero saber quién es y por qué está aquí con ella. —Mi tono era bajo, pero cargado de una tensión que no podía ocultar.
—Entendido, señor. —Jiang se retiró con rapidez, dejando que mis pensamientos volvieran a la escena frente a mí.
Aunque intentaba concentrarme en la conversación con mi cliente, no podía ignorar lo que ocurría al otro lado del restaurante. Vi que el hombre se inclinaba hacia Ai, como si estuviera compartiendo algo confidencial. Ella sonrió suavemente, una risa que no había escuchado en años, y sentí que una ola de emociones me invadía. Celos, frustración, incluso miedo.
Nunca antes me había considerado un hombre celoso. Durante nuestro matrimonio, siempre asumí que Xu Ai era mía, que su devoción hacia mí era inquebrantable. Pero ahora, al verla reír y conversar con otro hombre, me di cuenta de lo frágil que era esa seguridad.
Jiang regresó poco después, inclinándose para susurrarme al oído.
—Es Li Wen, señor. Trabajó con su mujer en París durante varios años. Según parece, tienen una relación cercana, pero no hay información que sugiera algo más allá de una amistad.
Li Wen. El nombre no me decía nada, pero el hecho de que Jiang lo describiera como «cercano» era suficiente para alimentar mi inquietud.
—¿Y de qué están hablando? —pregunté, sin apartar la mirada de ellos.
—Sobre su carrera y los proyectos en los que trabajaron juntos en París. Parece una conversación profesional, pero seguiré investigando.
Asentí con un leve movimiento de la cabeza, indicándole que se retirara. Mientras Jiang volvía a su posición habitual, mis ojos siguieron enfocados en Ai y Li Wen. Vi que él le hacía un gesto al camarero, pidiendo algo que, según deduje, ella disfrutaba. Ese nivel de atención, esa familiaridad, era lo que más me molestaba. Nadie más que yo debería conocer esos detalles.
«¿Cuándo me volví tan patético?», pensé con amargura. Siempre había sido un hombre de control absoluto y ahora estaba aquí, sentado, dejando que las emociones me dominaran.
Cuando Ai se levantó de la mesa, Li Wen se apresuró a ponerse de pie también. La ayudó a colocarse el abrigo, un gesto que parecía tan natural que hizo que mis manos se cerraran en puños bajo la mesa. Observé que intercambiaban unas últimas palabras antes de salir del restaurante. Cada paso que ella daba alejándose de mí era como un pequeño golpe en el pecho.
Jiang se acercó de nuevo, siempre atento a mis órdenes.
—La señora Chen se ha marchado en su vehículo. Li Wen lo hizo en otro.
Ese detalle alivió ligeramente la presión en mi pecho, pero no lo suficiente. Había demasiadas preguntas sin respuesta.
—Quiero un informe completo sobre Li Wen en mi escritorio mañana por la mañana —ordené, mi tono firme.
—Por supuesto, señor Chen. —Jiang inclinó la cabeza antes de retirarse.
Mientras mi cliente retomaba la conversación, obligándome a regresar al presente, mis pensamientos seguían atrapados en la imagen de ambos. Ella no era la misma mujer que había dejado atrás y yo no era el mismo hombre que la había perdido. Pero una cosa estaba clara: no iba a permitir que alguien como Li Wen se interpusiera entre nosotros.
CAPÍTULO 29
La brisa fresca de la mañana me golpeó la cara mientras aumentaba el ritmo, dejando atrás las calles aún somnolientas de Shanghái. El aire frío llenaba mis pulmones y el sonido de mis pasos resonaba rítmicamente en el pavimento, una especie de refugio contra el caos de mis pensamientos. Siempre había encontrado consuelo en correr, en ese momento en el que solo existían el camino frente a mí y mi respiración acompasada. Pero incluso ahora, con mi cuerpo en movimiento, mi mente seguía atrapada en una maraña de preguntas sin respuesta.
Llevaba los auriculares puestos y la voz de Li Mei resonaba con entusiasmo en mis oídos, enumerando todo lo que había sucedido desde la firma del contrato.
—El equipo está progresando rápidamente, señorita Xu —dijo, su tono teñido de admiración—. El señor Chen ha sido increíblemente generoso con los recursos. Ayer llegaron dos camiones repletos de materiales: telas de la mejor calidad, maniquíes, máquinas de coser industriales de última generación… Todo lo que podríamos necesitar para los talleres.
Fruncí el ceño, aunque Li Mei no podía verlo. «Generoso» no era una palabra que soliera asociar con Chen Hao. Durante los años que pasé a su lado, sus actos de amabilidad parecían tan calculados como el resto de su vida. Ahora, sin embargo, era difícil ignorar que cada movimiento suyo parecía diseñado para facilitarme la vida.
—También han preparado una planta entera para almacenamiento —continuó Li Mei—. El equipo de operarios ha trabajado día y noche para asegurarse de que todo esté listo antes de la inauguración. Es impresionante lo rápido que se están moviendo las cosas, ¿no cree?
Asentí, aunque sabía que ella no podía verme. Una parte de mí no quería admitir que estaba impresionada. Cada detalle que mencionaba reforzaba algo que intentaba negar: Chen Hao estaba poniendo más esfuerzo en este proyecto del que jamás puso en nuestro matrimonio.
—Es admirable, sí —respondí finalmente, manteniendo mi tono neutral. No quería que Mei pensara que estos gestos estaban teniendo algún efecto en mí.
—También he recibido la confirmación de la lista de medios para la rueda de prensa del viernes —añadió—. Todos los nombres importantes estarán allí. Este será el lanzamiento más comentado del año, estoy segura.
El viernes. Apenas faltaban dos días para enfrentarme a un mar de cámaras y periodistas, probablemente con Chen Hao a mi lado. La idea me llenaba de emoción y aprensión al mismo tiempo. Sabía lo que significaba este evento para mi carrera, pero no podía ignorar el peso que su presencia añadía a todo el asunto.
—¿Señorita Xu? ¿Está bien? —La voz de Mei me sacó de mis pensamientos.
—Sí, lo siento, estaba pensando en los detalles —respondí rápidamente, ajustando el volumen de mi voz para sonar más firme—. Agradezco todo lo que estás haciendo. Sé que no es fácil coordinar tantos elementos a la vez.
—Es un honor trabajar con usted —respondió ella y pude sentir la sinceridad en sus palabras. Suspiré suavemente y cambié de tema para evitar que la conversación se centrara demasiado en Chen Hao.
Cuando Mei colgó, el silencio volvió a llenarme los oídos, solo interrumpido por el sonido de mi respiración y mis pasos. Pero ahora, sin la distracción de su voz, mis pensamientos comenzaron a vagar hacia un territorio que no quería explorar.
Desde que firmé el contrato, había notado un cambio en Chen Hao. Ya no era el hombre distante que recordaba, aquel que apenas me dirigía una palabra en los días más oscuros de nuestro matrimonio. Ahora, cada gesto suyo parecía calculado para acercarse a mí, para mostrarme una faceta suya que no reconocía. Era atento, considerado… casi demasiado perfecto.
Pero no podía permitirme bajar la guardia. Había pasado años reconstruyendo mi vida, levantando muros para protegerme de cualquier cosa que pudiera romperme de nuevo. Y, sin embargo, cada vez que Chen Hao se acercaba, sentía que esos muros se tambaleaban, como si él supiera exactamente dónde estaban las grietas.
—¿Por qué no puede simplemente mantenerse a distancia? —murmuré para mí misma, mientras aceleraba el paso, tratando de escapar de esos pensamientos.
Mis recuerdos volvieron a los primeros días de nuestro matrimonio. Yo, ingenua y llena de esperanza, intentando construir algo entre nosotros, y él, frío y reservado, siempre ocupado con su mundo de negocios. Recordé el día que le llevé mi primer diseño, emocionada por compartir algo mío con él. Pero en lugar de la palabra de aliento que deseaba, solo obtuve un comentario indiferente y la sensación de que nunca sería suficiente.
Y ahora, después de todo este tiempo, aquí estaba, ofreciéndome todo lo que una vez soñé, pero sin el amor que tanto deseé.
Respiré profundamente, permitiendo que el aire fresco llenara mis pulmones y aclarara mi mente. No podía permitirme caer en esa trampa. Chen Hao podría haber cambiado, pero eso no borraba el daño que había causado. Y aunque una parte de mí quería creer que sus intenciones eran genuinas, no podía permitirme confiar en él de nuevo.
—Esto es solo un contrato —me dije en voz alta, como un mantra—. Nada más.
A medida que el sol se alzaba más alto en el cielo, reduje la velocidad y comencé a caminar hacia casa. La sesión de ejercicio había aclarado mi mente, pero no había eliminado la incertidumbre que sentía. Sabía que los próximos días serían cruciales, no solo para mi carrera, sino también para mi propia paz mental. Y mientras me dirigía a la ducha, una cosa estaba clara: por mucho que Chen Hao intentara acercarse a mí, no podía permitirme volver a enamorarme de él. No esta vez.
*****
El resplandor azul de la pantalla iluminaba mi oscuro despacho mientras repasaba el archivo que Jiang me había enviado sobre Li Wen. Al principio, lo abrí con una calma casi mecánica, esperando encontrar solo información básica, algo que me permitiera entender quién era. Pero con cada línea que leía, una inquietud comenzó a arder en mi pecho, transformándose en algo que no quería nombrar: celos.
Li Wen no era un hombre cualquiera. Sus logros eran impresionantes: títulos de prestigio, proyectos destacados en el mundo de la moda, premios internacionales y publicaciones reconocidas. Pero lo que más me impactó fue descubrir cuan entrelazada estaba su historia con la de Ai. Compañeros de universidad, colaboradores cercanos en proyectos que los llevaron a ganar premios importantes, y, según las fotos que Jiang había incluido, amigos lo suficientemente unidos como para que ella confiara en él de una manera que nunca había confiado en mí.
Cerré el portátil con fuerza, pero no pude borrar las imágenes de mi mente. Ai, joven y radiante, sentada junto a él, rodeada de bocetos y telas. Su sonrisa era tan auténtica, tan luminosa, que casi dolía mirarla. ¿Cuándo fue la última vez que me sonrió así? ¿Acaso lo hizo alguna vez durante nuestro matrimonio? Esos momentos de felicidad pertenecían a Li Wen, no a mí. Y eso era lo que más me consumía.
Caminé hacia el ventanal, buscando un escape en las luces de Shanghái. Desde aquí, la ciudad parecía tan diminuta, tan controlada, como un tablero que podía manipular a mi antojo. Pero esta vez no me sentía como el jugador. Me sentía como una pieza más, vulnerable, desechable. ¿De qué servía poseer medio Shanghái si no podía tener lo único que realmente deseaba?
Mis pensamientos volvieron a la cena. Esa sonrisa de Ai mientras hablaba con él, esa naturalidad con la que aceptaba sus gestos atentos, como si fuera algo normal entre ellos. Nunca había sido tan relajada conmigo. Nunca se había sentido tan cómoda a mi lado. Durante nuestro matrimonio, siempre estaba cuidando cada palabra, cada gesto, como si caminara sobre cristales rotos. Y yo, cegado por mi orgullo, la dejé creer que no importaba.
Recordé que él se inclinó hacia ella, que sus manos se movían cerca de las de Ai al servirle más té y que ella aceptaba esos gestos sin titubear. Mientras tanto, yo estaba sentado al otro lado del restaurante, incapaz de hacer algo más que mirar. Nunca había experimentado celos de esa manera. Ni siquiera había considerado que algún hombre pudiera ser una amenaza para mí. Pero ahí estaba, ardiendo de rabia e inseguridad, cuestionándome de una manera que jamás creí posible.
Jiang había hecho un excelente trabajo reuniendo toda la información. Sabía que su empresa tenía una reputación impecable, que su ética de trabajo era intachable y que había estado cerca de Ai durante los años en que yo no estuve. Había sido su apoyo, su amigo, su confidente. Todo lo que yo no fui.
Apreté los puños mientras mi mente jugaba con las posibilidades. Durante cinco años, Ai había estado lejos de mí, construyendo una vida propia, rodeada de personas como Li Wen, que podían darle la atención y el respeto que yo le había negado. Pensar en todas las conversaciones que habían compartido, en los momentos que pasaron juntos, en que probablemente él entendía partes de ella que yo nunca intenté comprender, me hizo sentir impotente.
Por primera vez en mi vida, dudé de mi capacidad para conseguir lo que quería. Incluso con todo lo que había hecho por ella desde que volvió a Shanghái —los materiales, las instalaciones el apoyo incondicional—, sabía que no era suficiente. Ai me veía como una sombra del pasado, un hombre marcado por sus errores, incapaz de cambiar. Mientras que Li Wen era todo lo que yo no podía ser: un hombre que nunca la había defraudado, que había estado allí cuando más lo necesitaba.
Respiré hondo, tratando de calmar la tormenta dentro de mí. Pero cada vez que cerraba los ojos, veía la sonrisa de Ai durante esa cena, escuchaba su risa en mi mente… y todo volvía a empezar. ¿Cómo podía competir con un hombre que representaba todo lo bueno que yo no fui para ella?
Volví al escritorio y abrí el portátil de nuevo. Pasé por las fotos una vez más, esta vez con más calma. Cada imagen era como un puñal, pero también una lección. No podía permitirme el lujo de actuar por impulso. Si quería recuperar a Ai, no podía destruir lo que ella valoraba. Tenía que demostrarle, con cada gesto, con cada acción, que yo era capaz de ser el hombre que merecía.
«Pero ¿cómo?» pensé, pasándome una mano p. No podía borrar el pasado, no podía deshacer el daño que le había causado. Lo único que podía hacer era intentar construir algo nuevo, algo basado en el respeto y el amor que nunca antes le había mostrado. Pero, por ahora, no tenía una respuesta clara.
Solo sabía una cosa: no podía rendirme. Aunque Ai me viera como el mal y a Li Wen como el bien, no iba a aceptar ese destino. Haría todo lo posible para demostrarle que podía cambiar. Porque, al final del día, ella seguía siendo mi mujer. Incluso si yo no era, aún, el hombre que ella necesitaba.