Todo lo que no te dije (Parte 5)

CAPÍTULO 20

 

Desperté antes del amanecer, mucho antes de que mi rutina estricta dictara que debía hacerlo. El insomnio me había vencido y los recuerdos del encuentro de la noche anterior giraban sin cesar en mi mente. Ai. Mi mujer. Porque, aunque ella creyera lo contrario, para mí nunca dejó de serlo.

El agua fría en mi cara no logró disipar su imagen: su porte elegante, el brillo de su pelo bajo las luces del evento y la frialdad con la que me había enfrentado, como si yo no fuera más que un extraño. Me quedé frente al espejo del baño, observando a un hombre que parecía tan controlado como siempre, pero que por dentro era un caos.

Caminé hasta el ventanal del dormitorio. Desde ahí, Shanghái se veía como una alfombra de luces, despertando lentamente. Sin embargo, la inmensidad de la ciudad parecía insignificante comparada con el vacío que ella había dejado en mí. Había pasado cinco años siguiéndola desde la distancia, convencido de que esa vigilancia era suficiente para protegerla. Pero al verla anoche, entendí que no lo era.

El sonido del móvil rompió el silencio. Era Jiang.

—¿Qué tienes? —pregunté, intentando mantener la calma.

—Señor Chen, la señora Chen ha regresado a Shanghái con el propósito de abrir varios talleres. Está buscando inversores para expandir su marca en Asia. Su agenda está casi llena, pero podría estar libre dentro de dos días —dijo con su habitual profesionalismo.

Dos días. El momento sonó como una sentencia y, al mismo tiempo, como una oportunidad.

—¿Has confirmado que nada pueda alterar el plan?

—Sí, señor. Además, he reforzado la seguridad en el edificio donde se hospeda. No se permiten visitas no deseadas.

—Bien. Asegúrate de mantenerme informado de todo lo que ocurra.

—Entendido, señor.

Colgué antes de que pudiera añadir algo más. Volví a poner el móvil en la mesilla y me quedé inmóvil por un momento, observando el vacío de la habitación. «¿Por qué, Ai?», pensé. ¿Cómo podía mantenerse tan serena mientras yo llevaba años consumido por su ausencia?

La mañana transcurrió como en una neblina. Los informes que debía revisar en la oficina eran meras sombras de números y gráficos que no lograba descifrar. Las reuniones pasaron como ecos distantes; los rostros de mis ejecutivos apenas parecían tener forma. Nadie se atrevió a mencionar mi distracción, aunque era evidente. Jiang, por supuesto, sabía exactamente la razón.

Al finalizar la última reunión del día, me quedé sentado en la sala de juntas mientras todos los demás se retiraban. Normalmente, este era el momento en el que evaluaba los logros del día, pero hoy no sentí más que vacío. Jiang apareció en el umbral de la puerta, su presencia siempre era silenciosa pero oportuna.

—¿Necesita algo más, señor Chen? —preguntó con su tono profesional, aunque su mirada denotaba cierta preocupación.

Negué con la cabeza, levantándome lentamente.

—No, Jiang. Puedes irte por hoy.

—Entendido, señor —respondió, inclinando ligeramente la cabeza antes de salir.

Recogí mi abrigo del respaldo de una silla y me dirigí al ascensor, sintiendo el peso de los cinco años de ausencia de mi mujer en cada paso que daba. En el vestíbulo del edificio, pasé junto a los recepcionistas, quienes me despidieron con sus usuales reverencias. No respondí; mi mente estaba en otro lugar.

El chófer ya esperaba en la entrada, pero esta vez le hice un gesto para que me diera las llaves.

—Hoy conduciré yo —dije, cortante.

Él no discutió. Me entregó las llaves con un «sí, señor» y dio un paso atrás. Subí al auto y me dirigí hacia el lugar donde sabía que ella se encontraba.

El trayecto fue silencioso. No encendí la radio, ni respondí a las llamadas que vibraban en el móvil. Mi mirada permanecía fija en la carretera, mientras mi mente giraba alrededor de un solo pensamiento: ella.

Finalmente me detuve frente al edificio donde se hospedaba Ai. No planeaba entrar ni hacer notar mi presencia, pero no pude resistir el impulso de estar cerca, aunque fuera desde las sombras.

Observé la entrada iluminada desde el asiento del conductor. Los huéspedes iban y venían, pero ella no apareció. Cerré los ojos y dejé que los recuerdos me invadieran: las noches en las que ella me esperaba con una cena que nunca probé, su sonrisa tímida cuando intentaba llamar mi atención, los pequeños gestos que ignoré, creyendo que mantenerla a distancia era lo mejor.

El móvil vibró en el asiento trasero. Era otro mensaje de Jiang:

«Todo está en orden, señor. La señora Chen está segura».

Solté un suspiro de alivio. Encendí el motor y conduje de regreso a casa. Al llegar, entré en mi oficina. Encendí la lámpara y saqué un cuaderno de cuero negro que llevaba años a mi lado. Abriendo la página del día, tomé una pluma y escribí con trazos decididos:

Ai ha regresado. No importa cuánto intente alejarse de mí. Sigue siendo mi mujer y no pienso renunciar a ella. Esta vez, no cometeré los mismos errores.

Cerré el cuaderno y lo sostuve contra mi pecho. Durante años, la esperanza había sido un lujo que no podía permitirme, pero ahora era diferente. En dos días la vería de nuevo. Y esta vez, no pensaba dejar que se alejara sin luchar.

***** 

 

La primera luz del día se colaba por las cortinas, proyectando sombras suaves sobre las paredes del lujoso hotel. Abrí los ojos, no porque estuviera descansada, sino porque mi mente había estado despierta toda la noche. Chen Hao. Su nombre resonaba en mi cabeza de forma persistente. Su mirada, el peso de sus palabras y ese maldito anillo en su dedo… todo giraba en círculos interminables en mi interior.

Me senté en el borde de la cama, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies. «Esto es ridículo», pensé, apretando los puños contra mis muslos. Había pasado cinco años construyendo una vida lejos de él, reinventándome en todos los sentidos. ¿Por qué, entonces, su sola presencia parecía amenazar con desmoronarlo todo?

Me dirigí al baño, dejando que el agua fría recorriera mi cara y aclarara mis pensamientos. Frente al espejo, observé a una mujer que ya no reconocía del todo. Atrás quedó la joven que había dejado Shanghái con el corazón roto y los ojos hinchados por las lágrimas. Ahora veía a alguien diferente: una mujer que había conquistado las pasarelas internacionales, que había aprendido a sobrevivir sin esperar nada de nadie. Pero, a pesar de esa fortaleza, no podía ignorar el leve temblor en mis manos.

—No vine aquí por él. Vine por mí —murmuré, tratando de convencerme.

El sonido del teléfono rompió el silencio y, al contestar, la voz eficiente de Li Mei, mi asistente, llenó la habitación.

—Señorita Xu, buenos días. Espero no haberla despertado.

—No, Mei, estoy despierta. ¿Qué sucede? —respondí, esforzándome por mantener un tono neutral.

—Acaban de confirmar una cena en dos días con cuatro posibles inversores clave. Es una gran oportunidad para presentar su proyecto y asegurar el apoyo financiero.

Me enderecé instintivamente, sintiendo que mi enfoque cambiaba. Esta era la razón por la que había regresado.

—Perfecto. Asegúrate de que tengamos toda la documentación lista. Quiero que los detalles sean impecables.

—Ya estoy trabajando en ello. Le enviaré el programa en unas horas —respondió con su habitual precisión.

Colgué, dejando escapar un profundo suspiro. La cena era crucial, pero también sabía lo que significaba: la posibilidad de que Chen Hao estuviera presente. Sacudí la cabeza, obligándome a centrarme. Este proyecto no era solo un paso más en mi carrera. Era mi legado, mi manera de demostrar que no necesitaba nada ni a nadie para triunfar.

En el pequeño taller que había improvisado en la habitación, encontré el caos organizado que siempre me reconfortaba: bocetos esparcidos, muestras de telas en tonos vibrantes y herramientas de diseño. Me senté frente al escritorio y cogí un lápiz, dejando que mis manos se movieran casi por instinto. Había algo terapéutico en el proceso creativo, la sensación de control que tanto necesitaba ahora.

Mientras trazaba líneas y ajustaba detalles, los recuerdos comenzaron a invadir mi mente. Volví a las noches en el taller de la mansión, cuando trabajaba en silencio, esperando escuchar sus pasos acercarse. Por supuesto, nunca lo hacían. Recordé las veces que lo miraba desde lejos, deseando que se diera cuenta de lo mucho que intentaba estar a su altura, solo para ser recibida con su indiferencia habitual. Había dejado de ser esa mujer hace mucho tiempo, pero los recuerdos de esas noches aún me perseguían.

El sonido del teléfono interrumpió mi concentración. Al mirar la pantalla, mi corazón se detuvo por un instante. Era un número que no reconocí, pero que sabía exactamente de quién era. Después de dudar un segundo, deslicé el dedo para contestar.

—Hola.

—Ai… He visto las noticias. Estás en Shanghái.

La voz de mi padre, una mezcla de orgullo y reproche, me hizo tensarme al instante.

—Estoy aquí por trabajo. Nada más.

—Hija, han pasado años. Tu madre y yo queremos verte. No tienes idea de cuánto hemos…

—Ella no es mi madre. Mi madre murió hace mucho tiempo —interrumpí, mi voz más fría de lo que esperaba—. Lo hablamos cuando me fui. No quiero saber nada de la familia Xu.

Hubo un silencio al otro lado de la línea antes de que su tono cambiara, volviéndose más agresivo.

—¿Cómo puedes ser tan testaruda? Todo lo que tienes es gracias a nosotros.

Apreté el móvil con fuerza, sintiendo que la rabia se mezclaba con un dolor que no quería admitir.

—Todo lo que tengo es gracias a mí misma. Y pronto no tendré nada que ver contigo ni con tu apellido. Voy a cambiarlo por el de mamá.

Un grito ahogado escapó de sus labios, seguido de una palabra que ya esperaba.

—Eres una desagradecida, Xu Ai.

El peso de esas palabras, pronunciadas con desprecio, cayó sobre mí como un golpe certero. Por un momento, no pude responder. Mi corazón latía con fuerza, pero no era rabia lo que me llenaba. Era algo más profundo, tristeza, rechazo y, sobre todo, cansancio. Había pasado tanto tiempo desde que escuché su voz y, aun así, podía recordar el tono de sus reproches cada vez que me hacía sentir que nunca sería suficiente.

Apoyé la mano libre sobre el borde de la mesa, intentando estabilizarme. Pero cuando abrió la boca de nuevo, no lo dejé continuar.

—Basta —dije con un tono firme, aunque mi voz tembló levemente al final. Y sin darle oportunidad de responder, colgué.

Me quedé allí, con el móvil aún en la mano, escuchando el silencio que dejó su voz. Un torbellino de recuerdos me invadió: las noches en las que esperaba una palabra amable de su parte, los días en los que intenté ser la hija perfecta para alguien que solo veía mis fallos. Cerré los ojos con fuerza, obligándome a detener esos pensamientos.

«No tiene poder sobre mí. No más».

Respiré profundamente, llenando mis pulmones con aire como si pudiera expulsar todo el dolor con cada exhalación. No iba a llorar. No le iba a dar esa satisfacción, aunque no estuviera allí para verlo.

Dejé el móvil sobre la mesa con un movimiento decidido y me dirigí hacia el ventanal de la habitación. La vista de Shanghái, con sus luces parpadeantes y su ajetreo interminable, me ayudó a centrarme. Esta era mi vida ahora, una que había construido con esfuerzo y sin la ayuda de nadie. No iba a permitir que él o su desprecio me hicieran dudar.

Después de unos minutos, decidí actuar. Busqué el número de mi asistente y la llamé.

—Señorita Xu, ¿en qué puedo ayudarle?

—Mei, necesito que encuentres un apartamento para alquilar a largo plazo. Algo cómodo y privado.

—Por supuesto. ¿Tiene alguna preferencia?

—Que sea céntrico, pero tranquilo. Un lugar que pueda llamar hogar.

Hubo un breve silencio antes de que respondiera.

—Entendido. Le enviaré algunas opciones esta misma tarde.

—Gracias, Mei.

—No hay de qué. Por cierto, ¿todo va bien? —preguntó con cautela, con un toque de preocupación en su voz que pocas veces mostraba.

Me detuve un momento antes de responder.

—Sí, todo va bien.

Colgué, permitiéndome un pequeño suspiro de alivio. Tener a Li Mei era una bendición. Siempre sabía cuándo no insistir, cuándo darme el espacio que necesitaba. Confiar en alguien nunca había sido fácil para mí, pero con ella, había aprendido a hacerlo, aunque fuera en pequeñas dosis.

Volví al escritorio, donde los bocetos esperaban, pero esta vez con una renovada determinación. El maltrato de mi padre era una vieja herida, una que había aprendido a cerrar, incluso si el dolor aún encontraba formas de colarse. Ahora tenía que concentrarme en lo importante: la cena en dos días, mi legado, mi futuro. Y esta vez, no iba a permitir que nada ni nadie interfiriera.

 

CAPÍTULO 21

 

La espera de dos días había sido un ejercicio de paciencia que nunca pensé que tendría que practicar. Había manejado proyectos multimillonarios, negociaciones internacionales y crisis empresariales sin pestañear, pero el peso de esperar este encuentro con Xu Ai era una carga que ninguna de mis habilidades podía aligerar.

Pasé las horas reuniéndome con los otros tres empresarios, hombres con quienes compartía más una rivalidad implícita que camaradería. Los cité en mi despacho bajo el pretexto de discutir la situación económica de la industria, pero el verdadero propósito se reveló tan pronto cerré la puerta.

—Vamos a hablar de Xu Ai —dije sin rodeos, observando la sorpresa pintada en sus rostros.

Al principio, intentaron fingir indiferencia, pero no tardaron en admitir su interés en ella y en su proyecto. Cada uno había estado evaluando de qué forma podían asociarse con su marca para aprovechar el prestigio que traía consigo. Sin embargo, no había lugar para la competencia; no cuando se trataba de ella.

—Haré que se retiren del juego —les informé con la misma frialdad con la que cerraba un trato—. No quiero competencia. Por supuesto, no será gratis. Cada uno recibirá una compensación justa por abandonar la mesa, pero, durante la cena, jugarán su papel.

No hubo preguntas. Sabían que negarse significaría un enfrentamiento con el Grupo Chen, algo que ninguno de ellos podía permitirse. Los tres aceptaron mi propuesta, aunque no sin cierto resentimiento. Cuando se marcharon, sentí una extraña mezcla de triunfo y desazón. Había ganado la primera ronda de esta partida, pero la verdadera batalla estaba lejos de terminar.

 *****

 

El restaurante era un lugar exclusivo, diseñado para impresionar con su discreto lujo. La sala privada donde tendría lugar la cena estaba decorada con una elegancia clásica, una mesa larga cubierta por un impecable mantel blanco y un arreglo floral que perfumaba el aire con notas de jazmín. Las luces eran cálidas y suaves, iluminando a los asistentes con una intimidad que parecía diseñada para exponer más de lo que ocultaba.

Llegué antes que los demás, como siempre. Era una costumbre que había desarrollado a lo largo de los años: observar el espacio y estudiar el ambiente antes de que cualquier interacción tuviera lugar. Esta vez, sin embargo, mi atención estaba dividida. No podía evitar imaginar cómo se vería Xu Ai al cruzar esa puerta.

Cuando finalmente lo hizo, la habitación pareció quedarse en pausa.

Llevaba puesto un vestido negro que se ceñía a su figura con una sofisticación que dejaba sin palabras. Su pelo, recogido en un moño bajo, dejaba al descubierto la línea elegante de su cuello, mientras que los pendientes brillaban con cada uno de sus movimientos. No llevaba más joyas; no las necesitaba. La fuerza de su presencia era más que suficiente para eclipsar a cualquiera en la sala.

Mis ojos la siguieron mientras saludaba a los otros empresarios, aceptando sus cumplidos con una sonrisa profesional que no alcanzaba sus ojos. Era como si hubiese construido un muro a su alrededor, una barrera invisible que ninguno de ellos parecía capaz de atravesar. Pero yo sabía que, por más alto que fuera ese muro, aún había grietas.

Tomé asiento en el lugar asignado, en el extremo opuesto de la mesa, observando que ella tomaba asiento frente a los empresarios. Escuché que comenzaban a halagarla, hablando de sus logros con una admiración casi exagerada. A cada cumplido, ella respondía con una modestia que solo realzaba su aura de grandeza.

Mientras los demás hablaban, llamé a uno de los camareros. Con calma, le di instrucciones precisas sobre lo que debía servirle a Xu Ai: una selección de los platos que recordaba que le gustaban, desde pequeños detalles como los dumplings rellenos de mariscos hasta un postre ligero de mango que solía disfrutar después de las cenas.

Cuando el camarero le presentó el plato, la vi vacilar por un momento, sus ojos cayeron sobre la comida antes de alzar la vista hacia mí. Nuestras miradas se cruzaron y, en ese instante, su fachada inquebrantable se tambaleó, aunque solo por una fracción de segundo. Me permití una leve sonrisa antes de desviar la mirada, dándole espacio para recuperar la compostura.

A medida que la cena avanzaba, los empresarios comenzaron a hacer sus ofertas. Cada propuesta era más ambiciosa que la anterior: capital inicial, apoyo logístico y locales exclusivos. Parecía una subasta encubierta, y ellos estaban dispuestos a darlo todo para asegurarse de que Xu Ai eligiera trabajar con ellos.

Sin embargo, yo me mantuve en silencio, dejando que el juego se desarrollara sin intervenir. Los observé desde mi lugar, atento a cada reacción de Xu Ai, a cada pequeño cambio en su expresión. Era admirable cómo mantenía la compostura, evaluando cada oferta con profesionalismo, pero sabía que también estaba agotada por el ritmo frenético de las negociaciones.

Cuando el tercer empresario terminó su propuesta, el ambiente se llenó de una expectante tensión. Todos giraron hacia mí, esperando mi movimiento.

Tomé mi copa de vino, dándole un sorbo pausado antes de hablar.

—Ofrezco el doble de lo que él propuso —dije con voz tranquila, colocando la copa sobre la mesa con cuidado.

El silencio que siguió fue absoluto. Los otros empresarios intercambiaron miradas antes de ceder.

—Lo siento, pero no puedo igualar esa oferta —dijo el primero, levantándose de su asiento.

—Ni yo —añadió el segundo.

El tercero simplemente inclinó la cabeza hacia Xu Ai antes de despedirse con una excusa cortés.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, el restaurante se sintió increíblemente vacío.

Me apoyé en el respaldo de mi silla, cruzando los brazos mientras dejaba que la incomodidad del momento se asentara. Xu Ai me observaba, su expresión una mezcla de incredulidad y desafío.

—Creo que solo quedo yo —dije finalmente, rompiendo el silencio con una calma calculada.

Ella tomó aire profundamente, como si necesitara reunir fuerzas para enfrentarse a mí.

—No voy a aceptar tu propuesta, Chen Hao. No quiero tenerte a mi lado otra vez —expresó con firmeza, levantándose de su asiento.

Antes de que pudiera responder, se giró y salió de la habitación. Pero incluso mientras se alejaba, el impacto de sus palabras no logró silenciar la certeza que había crecido en mí desde el momento en que la vi de nuevo: haría todo lo necesario para recuperar su amor.

 *****

 

El repiqueteo de mis tacones resonaba en el pasillo del restaurante mientras seguía al maître hacia la sala privada. El lujo del lugar era innegable, pero no me impresionaba. Había estado en sitios más ostentosos en París y Milán, pero había algo en esta cena que me mantenía alerta. Algo que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido de lo que me hubiera gustado admitir.

«No pienses en él», me dije mientras ajustaba el lazo del cinturón de mi vestido. Era un diseño mío, uno que había creado para transmitir poder y sofisticación, para recordarme quién era y lo lejos que había llegado. Pero ¿por qué seguía pensando en Chen Hao?

Cuando crucé la puerta, el murmullo de las conversaciones cesó. La atención de todos los presentes se dirigió a mí y sentí el peso de sus miradas mientras avanzaba hacia mi asiento. Me obligué a sonreír, una expresión perfectamente ensayada que había usado cientos de veces en eventos como ese.

—Señorita Xu, es un honor tenerla aquí —dijo uno de los empresarios, levantándose para estrechar mi mano.

—El honor es mío —respondí cortésmente mientras tomaba asiento.

La mesa estaba exquisitamente decorada, con un centro de flores frescas y una delicada vajilla que reflejaba la suave luz de las lámparas. Los otros tres empresarios comenzaron a hablar de mis logros, enumerando premios y reconocimientos como si estuvieran repasando un currículum.

—He seguido su carrera desde sus inicios en Europa —dijo uno de ellos con una sonrisa afable—. Es un orgullo para nuestro país ver cómo ha llevado el diseño chino al escenario internacional.

—Sus colecciones son verdaderamente únicas. Ningún diseñador ha capturado la esencia de la modernidad y la tradición como usted lo ha hecho —añadió otro.

Asentí, agradecida por sus palabras, pero también incómoda con la adulación. Siempre me había sentido más cómoda hablando de mi trabajo que escuchando elogios.

Mientras ellos continuaban, me obligué a no mirar hacia el extremo de la mesa. Chen Hao estaba allí y su presencia era imposible de ignorar. No había dicho una palabra desde que llegué, pero podía sentir sus ojos sobre mí. Cada movimiento suyo, por mínimo que fuera, parecía diseñado para desestabilizarme.

Cuando el camarero se acercó con un plato cuidadosamente preparado, lo miré con curiosidad. No había pedido nada aún.

—El señor Chen seleccionó este plato especialmente para usted, señorita Xu —dijo con una leve inclinación de cabeza antes de dejar el plato frente a mí.

Mis dedos se tensaron alrededor de la servilleta. En el plato, perfectamente presentado, había una selección de alimentos que reconocí al instante. Eran mis favoritos, desde los dumplings de marisco hasta un pequeño postre de mango. Por un instante, mi fachada profesional se tambaleó. ¿Cómo podía recordar algo tan trivial después de tantos años?

Levanté la vista hacia él y nuestras miradas se cruzaron. Hao se mantenía impasible, como si su gesto no tuviera mayor importancia. Pero yo sabía que no era así. Sabía que todo lo que hacía estaba cargado de intenciones y odiaba que lograra hacerme sentir vulnerable incluso ahora.

Respiré hondo y aparté la mirada, concentrándome en los empresarios que seguían hablando con entusiasmo.

—Es un honor trabajar con alguien como usted, señorita Xu. Estoy seguro de que, juntos, podemos llevar su visión a un nivel completamente nuevo —dijo uno, alzando su copa en un brindis.

Los demás lo siguieron, incluyendo a Chen Hao, aunque él permaneció en silencio. Su tranquilidad me irritaba más de lo que quería admitir. Era como si supiera algo que los demás ignoraban y eso me ponía en desventaja.

Cuando comenzaron a presentar sus propuestas, el ambiente cambió. Cada empresario parecía intentar superar al anterior, ofreciendo mejores condiciones: más locales, mayor inversión y acuerdos exclusivos. La tensión en la sala era palpable y yo me esforzaba por mantener una expresión neutral mientras evaluaba cada oferta.

Pero no podía ignorar la sensación de que algo no encajaba. Había una extraña coreografía en sus movimientos, como si estuvieran siguiendo un guion. Y mientras ellos hablaban, Chen Hao permanecía en silencio, observándome con una calma inquietante.

Finalmente, cuando el tercer empresario terminó su propuesta, un silencio incómodo llenó la sala. Todas las miradas se dirigieron a Chen Hao.

Él tomó su copa de vino, bebiendo con una lentitud deliberada antes de hablar.

—Ofrezco el doble de lo que él propuso.

El aire pareció congelarse. Los otros empresarios intercambiaron miradas y vi que sus expresiones pasaban de la sorpresa a la resignación.

—Lo siento, pero no puedo igualar esa oferta —dijo uno, levantándose de su asiento con una inclinación hacia mí.

—Ni yo —añadió otro.

El tercero simplemente asintió antes de despedirse. Uno por uno, abandonaron la sala, dejándome sola con Chen Hao.

El silencio era ensordecedor. Chen Hao se apoyó en el respaldo de su silla, cruzando los brazos mientras me observaba con una expresión que no pude descifrar.

—Creo que solo quedo yo —dijo con calma, como si todo esto no fuera más que un juego para él.

Mi pecho se tensó, pero mantuve mi postura. No iba a permitir que él tuviera el control.

—No voy a aceptar tu propuesta, Chen Hao. No quiero tenerte a mi lado otra vez —dije con firmeza, levantándome de mi asiento.

Él no intentó detenerme. Me limité a recoger mis cosas y a salir de la habitación sin mirar atrás. Pero mientras caminaba por el pasillo, sentí que el peso de su mirada seguía conmigo, como una sombra que no podía sacudirme.

 

CAPÍTULO 22

 

La mansión, como siempre, estaba sumida en un silencio sepulcral, roto solo por el sonido amortiguado de mis pasos sobre el mármol. No encendí las luces. La oscuridad era suficiente. Siempre lo había sido.

En cuanto cerré la puerta de mi despacho, me dejé caer en la silla. Mi mirada vagó mientras mis dedos, casi por instinto, rozaban el anillo en mi dedo anular. Ese anillo que ella me colocó el día de nuestra boda, con manos temblorosas pero llenas de amor.

Recordar ese momento era un castigo que yo mismo me imponía, un recordatorio constante de lo que había perdido. Por años, había creído que su amor no era más que un medio para un fin, que se había casado conmigo buscando el poder y la posición que yo podía ofrecerle. Aquella conversación que escuché entre su madre y otra mujer en nuestra boda había sembrado la duda y el resentimiento en mi corazón. «Casarse con Chen Hao fue la mejor decisión para nuestra familia». Esas palabras me habían perseguido, contaminando cada interacción, cada mirada y cada gesto.

Mis ojos se cerraron mientras recordaba su mirada durante la cena. Estaba llena de rabia y dolor, emociones por las que no podía culparla. Pero también había algo más, algo que me aferraba a la esperanza. Tal vez fuera mi imaginación, pero creí percibir un destello de lo que alguna vez fuimos. No, de lo que ella había sido para mí, porque yo nunca fui digno de lo que me ofreció.

Giré el anillo en mi dedo, sintiendo el peso del metal contra mi piel. Era un símbolo de una promesa que ella había cumplido y que yo traicioné. Reviví el momento en que me lo colocó, su sonrisa tímida y sus ojos llenos de una luz que yo no había sabido valorar. Aquel día, ella me entregó todo lo que era, y yo, cegado por mi orgullo y la falsa creencia de que debía protegerme, la rechacé.

Abrí los ojos, dejando que los recuerdos me invadieran. La forma en que se esforzaba por llamar mi atención, por mantener vivo un matrimonio que yo dejé morir lentamente. Las cenas que preparaba con tanto cuidado y que yo nunca probaba. Las noches en las que esperaba despierta solo para escuchar cómo yo cerraba la puerta del despacho sin decir una palabra. Había sido un idiota. Había sido cruel. Y ahora, cinco años después, me encontraba solo, aferrado a un anillo que representaba todo lo que perdí por mi propia estupidez.

Abrí el cuaderno de cuero negro que había comenzado a usar para organizar mis pensamientos. Con trazos firmes, escribí:

Ella es mi mujer. Siempre lo ha sido. No importa cuánto me odie, cuánto me rechace, no voy a dejar que el pasado defina nuestro futuro. Haré lo que sea necesario para recuperarla. No por culpa, sino porque la amo más de lo que nunca imaginé que podría amar a alguien.

Cerré el cuaderno y lo dejé sobre la mesa, apoyando las manos sobre él como si fuera un ancla para no hundirme. Volví a mirar por la ventana, esta vez con un propósito renovado.

Xu Ai seguía siendo mi mujer, aunque solo lo supiera yo. Y esta vez, estaba decidido a luchar por ella, no con palabras vacías, sino con acciones. Quería que volviera a amarme, que viera al hombre que podía ser, no el que fui.

Me levanté de la silla, dejando que la determinación reemplazara la culpa. El camino no sería fácil. Lo sabía. Pero después de lo que vi esta noche, después de ver cómo brillaba a pesar de todo lo que yo había hecho, no podía permitir que se alejara de nuevo.

Esta vez no la perdería.

 *****

 

La puerta del hotel se cerró detrás de mí con un suave clic, pero el sonido de los pensamientos que me perseguían en la cena, no se apagó. Me acerqué al ventanal. Cada paso parecía más pesado que el anterior.

Me quedé allí, mirando las luces de Shanghái. Desde esa altura, los edificios parecían insignificantes, pequeñas piezas en una maqueta que alguien podía desmontar con un simple movimiento. Exactamente como Chen Hao lo había hecho esta noche.

El plan era claro ahora que la adrenalina había abandonado mi cuerpo. Cada sonrisa de cortesía, cada oferta cuidadosamente calculada… todo había sido orquestado por él. Los empresarios con los que se había aliado no eran más que peones en su juego, un teatro cuidadosamente diseñado para acorralarme y quedarse como mi única opción.

Un frío punzante recorrió mi espalda y crucé los brazos sobre mi pecho, intentando ahuyentar esa sensación. No era frío lo que sentía, sino rabia. Una rabia que me quemó desde dentro y me obligó a apretar los puños hasta que las uñas se hundieron en mi piel. ¿Por qué lo hacía? ¿Qué buscaba realmente?

Me quedé un rato inmóvil, dejando que mi mente explorara cada rincón de esas preguntas. ¿Quería destruirme? ¿Demostrar que aún podía controlarme? ¿O acaso había algo más detrás de todo esto? No podía permitirme pensar en esa última opción. No después de lo que hizo.

Cinco años me había costado reconstruirme, tomar cada pequeño pedazo de lo que quedaba de mí y transformarlo en algo más fuerte. Ahora brillaba, con una carrera que muchos soñaban. Y no iba a permitir que él volviera a arrancarme esa luz.

Mi mirada se endureció mientras me giraba hacia la mesa y tomaba el móvil. Necesitaba un plan, una alternativa que me permitiera mantener el control. Marqué el número de mi asistente.

—Señorita Xu, buenas noches —respondió con su tono siempre profesional.

—Mei, necesito saber si hay otras ofertas que podamos considerar. Algo que no incluya al señor Chen.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea y ese silencio fue como un golpe directo a mi esperanza.

—Lo siento, señorita Xu. Por el momento, no hemos recibido más propuestas. Él… parece ser la mejor opción disponible.

Cerré los ojos con fuerza, dejando escapar un pesado suspiro. Sabía lo que significaba. Sabía lo que tendría que hacer.

—Entendido —respondí al fin, controlando el temblor en mi voz. No iba a mostrar debilidad, ni siquiera frente a Mei.

Intenté cambiar el rumbo de la conversación, porque la idea de tener que depender de Chen Hao era un pensamiento que no podía permitir que se quedara conmigo demasiado tiempo.

—¿Has encontrado el apartamento que te pedí?

—Sí, señorita Xu. He conseguido un pequeño ático en Xintiandi. Es cómodo, privado y tiene una vista excelente.

—Perfecto. ¿Cuándo podré mudarme?

—En tres días estará todo listo para que se instale.

—Bien. Gracias, Mei. Que tengas buenas noches.

—Buenas noches, señorita Xu.

Colgué el teléfono y lo dejé sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. Regresé al ventanal, apoyando la frente contra el frío cristal. Fuera, las estrellas titilaban como si no les importara el caos que reinaba dentro de mí.

Abrazándome, intenté contener el escalofrío que recorría mi cuerpo. La insistencia de Chen Hao no tenía sentido y eso era lo que más me asustaba. Había regresado a mi vida de forma abrupta, como un recordatorio del pasado que había intentado olvidar. Pero esta vez no entendía sus motivos.

«¿Por qué lo hace?», me pregunté mientras mis ojos se perdían en el cielo nocturno. La idea de que quisiera hacerme daño era fácil de aceptar, pero había algo más, algo que no lograba descifrar.

Y entonces, una imagen volvió a mí: el anillo en su dedo. Aquel detalle tan pequeño y, al mismo tiempo, tan desgarrador.

«¿Por qué sigue llevándolo?», me pregunté, sintiendo que el abrazo que me daba a mí misma se hacía más intenso. Era el anillo que yo misma le había colocado en la mano el día de nuestra boda, con la esperanza de construir un futuro juntos. Un símbolo que había perdido su significado para mí el día que me marché.

Pero para él, aparentemente, no.

Mis ojos se cerraron mientras intentaba ahogar las emociones que amenazaban con desbordarse. Chen Hao estaba de vuelta en mi vida, pero esta vez no iba a permitirme caer. Había trabajado demasiado, sacrificado demasiado, para perderme de nuevo en un laberinto de promesas rotas y dolor.

No. Esta vez iba a luchar. Por mí. Por mi equipo. Por todo lo que había construido lejos de él.

 

CAPÍTULO 23

 

El timbre sonó suavemente en mi apartamento y me apresuré a abrir la puerta. Al hacerlo, me encontré con Meng Lihua, quien sostenía una pequeña bolsa de papel y tenía una cálida sonrisa en los labios.

—¿Aquí es donde has decidido instalarte? —preguntó mientras cruzaba el umbral y echaba un vistazo a su alrededor.

—Sí, Mei lo encontró y me parece un lugar bastante adecuado—respondí con una leve sonrisa mientras cerraba la puerta detrás de ella.

Lihua caminó lentamente hacia el salón, dejando que su mirada recorriera cada detalle del espacio. Yo la seguí, observando que inspeccionaba las paredes pintadas en tonos neutros, decoradas con cuadros minimalistas. El mobiliario, que combinaba elegancia y simplicidad, parecía cumplir con sus estándares exigentes.

—Lo cierto es que parece que lo has decorado tú —comentó, girándose para mirarme.

—Así ha sido —contesté, disfrutando de su aprobación silenciosa.

—¿Has conseguido hacer todo esto en menos de una semana? —arqueó una ceja, impresionada.

Asentí con una leve sonrisa.

—Sabía exactamente lo que quería, así que fue cuestión de encontrar las piezas adecuadas.

—Eres increíble, Ai —dijo con admiración mientras dejaba la bolsa sobre la mesa del comedor y se quitaba el abrigo—. Todo aquí tiene tu esencia.

—Gracias. Es un refugio pequeño, pero suficiente para sentirme cómoda. Ven, siéntate —le dije, señalando la mesa que había preparado cuidadosamente con un juego de platos de porcelana blanca y servilletas dobladas a la perfección.

—¿Qué has preparado? Huele delicioso —preguntó mientras se acomodaba en una de las sillas.

—Nada demasiado elaborado —respondí, dirigiéndome a la cocina y regresando con una fuente de ensalada fresca y una bandeja de pequeños dumplings al vapor—. Algo ligero. Supuse que querrías comer algo sencillo después de una mañana de reuniones.

La observé mientras servía la comida, notando que su mirada se detenía en cada uno de mis gestos.

—Siempre tan meticulosa —comentó con una sonrisa—. Esto me recuerda a las cenas que solíamos compartir en París. ¿Te acuerdas de aquella noche en la que intentaste hacer pato Pekín?

Solté una carcajada, relajando un poco mi postura.

—Sí, y terminé con una cocina cubierta de grasa y un pato quemado. Creo que pedimos pizza esa noche.

Ambas nos reímos, dejando que los recuerdos compartidos suavizaran la atmósfera. Pero entonces, el sonido de nuestras risas se desvaneció y su expresión se tornó más seria.

—Ai, dime la verdad. ¿Qué piensas hacer con la oferta de Chen Hao?

La atmosfera cambió al instante y dejé los palillos sobre la mesa antes de recostarme en la silla y cruzar los brazos.

—Aún no lo sé, Lihua. Es una situación complicada —contesté, tratando de mantener la calma.

Ella asintió, dándome espacio para que continuara.

—Sé que todo fue un plan suyo. Estoy segura de que se reunió con los otros inversores antes de la cena. Nada de lo que pasó esa noche fue casualidad —dije, apretando los labios mientras la frustración se filtraba en mi voz—. No puedo creer que después de todo este tiempo siga intentando controlarme.

—¿Estás segura de que ese es su objetivo? —preguntó con cautela, apoyando los codos en la mesa y fijando su mirada en mí.

—¿Qué otra cosa podría ser? Siempre ha sido así. Su forma de actuar, su necesidad de tener el control... —Suspiré profundamente, dejando escapar parte de la tensión que había acumulado—. No sé qué busca realmente, pero no voy a dejar que interfiera en mi vida.

Meng se quedó en silencio por un momento, observándome entre preocupada y admirada.

—Entiendo tus dudas, Ai. Pero también sé cuánto te importa este proyecto. ¿Realmente estás dispuesta a renunciar a una oportunidad como esta solo por evitar a Chen Hao?

La miré fijamente, incrédula. Sus palabras despertaron una combinación de frustración y duda en mi interior.

—¿Quieres que acepte su oferta? —pregunté, con un tono más afilado del que pretendía.

—No estoy diciendo eso —respondió, levantando una mano en señal de calma—. Solo quiero que consideres todas las posibilidades. Este proyecto no es solo para ti, es para tu equipo, para la gente que cree en ti. Y si eso significa trabajar con Chen Hao, tal vez valga la pena hacerlo… bajo tus términos.

Aparté la mirada, procesando lo que había dicho. Sabía que Lihua tenía razón en muchos sentidos, pero aceptar esa realidad era mucho más difícil de lo que quería admitir.

—No quiero que piense que todavía tiene algún poder sobre mí —murmuré, más para mí que para ella.

Lihua me observó con atención, como si intentara descifrar el conflicto que llevaba por dentro.

—¿Y qué pasa si no lo tiene? ¿Y si esta es tu oportunidad para demostrarle que puedes trabajar a su lado sin dejar que te afecte? —Sugirió, tomando un sorbo de té. Luego añadió—: A veces, la mejor forma de ganar es enfrentar tus miedos en lugar de evitarlos.

Dejé escapar un largo suspiro, mis ojos clavados en el plato frente a mí.

—Es fácil decirlo, pero otra cosa es vivirlo —dije, alzando la vista. Mi voz reflejaba determinación, pero también vulnerabilidad—. Solo quiero demostrar que ya no puede controlarme, que no dependo de él.

—Entonces hazlo —respondió con firmeza, dejando los palillos a un lado—. Pero hazlo por ti, no por él.

La conversación continuó mientras ambas terminábamos de comer. Lihua intentó aligerar el ambiente contándome anécdotas de sus últimos proyectos, historias que normalmente habrían arrancado una sonrisa sincera de mis labios. Pero esta vez, mi mente seguía atrapada en sus palabras anteriores, en las implicaciones de aceptar la oferta de Chen Hao.

Cuando finalmente se levantó para irse, la acompañé hasta la puerta. Antes de salir, me dio un cálido apretón de manos, acompañándolo con una mirada cargada de confianza.

—Recuerda, Ai: tú decides tu camino. No dejes que el pasado te ate.

—No lo hará —respondí con firmeza, aunque en el fondo todavía luchaba por creer mis propias palabras.

Me quedé en el umbral durante unos segundos después de que Lihua se marchara, observando el pasillo vacío. Sus palabras seguían resonando en mi mente, como un eco constante que no podía ignorar. Había intentado mantener la compostura durante toda la comida, pero ahora, en la soledad de mi apartamento, comenzaba a sentir el peso de mi decisión.

Cerré la puerta y caminé hacia el salón, donde aún estaban los platos vacíos sobre la mesa. Los recogí con movimientos mecánicos, ordenando todo en la cocina antes de enjuagarme las manos bajo el grifo. Dejé escapar un profundo suspiro mientras secaba mis dedos con un paño. No podía permitirme perder más tiempo reflexionando. Había tomado una decisión y ahora necesitaba actuar.

Con determinación, me dirigí al pequeño despacho que había montado en el apartamento. Abrí la puerta y encendí la luz, revelando un espacio que se había convertido en mi refugio creativo: una amplia mesa de madera, estanterías llenas de libros de diseño y telas dispuestas por colores en un rincón. Mi santuario de trabajo.

Me senté frente al escritorio y saqué los bocetos de las colecciones que había estado desarrollando durante meses. Extendí las hojas sobre la mesa y comencé a revisarlas una por una, seleccionando los diseños más adecuados para mostrar en la reunión. Cada trazo, cada detalle, era el resultado de noches de esfuerzo y pasión.

Mientras trabajaba, sentí que la determinación desplazaba cualquier rastro de duda. Chen Hao podía tener sus motivos ocultos, pero yo no iba a permitir que eso me detuviera. Mi equipo, mis sueños y todo lo que había construido en los últimos cinco años dependían de mi capacidad para manejar esta situación con frialdad y precisión.

El zumbido del teléfono interrumpió mi concentración. Eché un vistazo a la pantalla y vi un mensaje de Jiang, el secretario de Hao. Lo abrí y leí con rapidez:

Señorita Xu, confirmo la reunión con el señor Chen mañana a las diez de la mañana. en su oficina. El señor Chen espera verla con mucho interés.

Dejé el móvil a un lado y cogí un bolígrafo para añadir una última nota a uno de los bocetos. No me importaba lo que Chen Hao esperara. Esto no era por él, era por mi futuro.

El tiempo se desvaneció mientras me perdía en el trabajo. Cuando finalmente miré el reloj, las manecillas marcaban pasada la medianoche. Mis ojos estaban cansados, pero mi espíritu seguía firme. Acomodé los bocetos en una carpeta de cuero negro y apagué la lámpara del escritorio.

Me levanté, estirándome para aliviar la tensión acumulada en mis hombros. Desde la ventana del despacho, las luces de Shanghái parpadeaban como un recordatorio del ritmo frenético de la ciudad. Con un último vistazo a mis preparativos, salí del despacho, decidida a descansar un poco antes de enfrentarme a una reunión que cambiaría mi destino.

 

 

CAPÍTULO 24

 

El silencio de mi despacho era tan pesado como los recuerdos que me asediaban. Frente a mí, sobre el escritorio, estaba la foto que había colocado allí hace cinco años. La misma foto que nunca moví, ni siquiera en los días más oscuros.

Mis dedos rozaron con cuidado el borde del marco. Allí estábamos los dos, Xu Ai y yo, el día de nuestra boda. Ella sonreía, tan hermosa y radiante y yo… no podía quitarle los ojos de encima. En ese momento, creí que éramos invencibles, que nada podría separarnos.

Pero lo que pensé que era el amor perfecto se quebró demasiado pronto.

—Ai... —murmuré, apenas un susurro que se perdió en el aire.

Cinco años de arrepentimiento, de soledad, de intentar ser un mejor hombre solo para que, algún día, pudiera merecer una segunda oportunidad con ella. Y ahora, después de todo este tiempo, estaba aquí, en Shanghái, tan cerca que podía sentir su presencia.

Pero ¿cómo podía convencerla de que todo había sido un error? ¿Cómo iba a decirle que seguía siendo su marido? ¿Qué jamás saqué el acuerdo de divorcio de la caja fuerte?

El sonido de pasos apresurados en el pasillo me sacó de golpe de mis pensamientos. Alcé la vista justo cuando Jiang, mi secretario, abrió la puerta sin siquiera molestarse en tocar.

—Señor Chen, disculpe la interrupción —dijo, sujetando su móvil con ambas manos como si le quemara—. Pero… creo que debería ver esto.

Fruncí el ceño, extrañado por su actitud poco habitual. Jiang rara vez perdía la compostura.

—¿Qué sucede, Jiang? —pregunté, intentando mantener la calma.

Jiang corrió hacia mí y me mostró la pantalla de su móvil.

—Su mujer, señor. Ha enviado un mensaje preguntando sobre una reunión para discutir el contrato.

Por un segundo, mi corazón dio un vuelco. Intenté mantenerme impasible, aunque sabía que Jiang me conocía demasiado bien como para no notar el leve temblor en mis manos cuando cogí el móvil.

—Bien… —murmuré, leyendo el mensaje una y otra vez, como si las palabras pudieran cambiar si las miraba el tiempo suficiente. Mi corazón seguía latiendo con fuerza, pero conseguí que mi tono sonara sereno—. Responderemos con calma. No hay prisa.

—Por supuesto, señor Chen —respondió Jiang, aunque sus ojos traicionaban su propia emoción contenida.

—Escribe esto: Señorita Xu, confirmo la reunión con el señor Chen mañana a las diez de la mañana en su oficina. El señor Chen espera verla con mucho interés.

Jiang comenzó a teclear, pero sus dedos temblaban ligeramente. Lo vi borrar y reescribir al menos tres veces, frustrándose consigo mismo.

—Jiang… —alcé una ceja, ocultando una sonrisa detrás de mi tono serio—. No estamos en una subasta de acciones, relájate.

—Disculpe, señor Chen. Ya está enviado.

Nos quedamos en silencio, ambos mirando la pantalla del móvil como si el futuro de la empresa dependiera de esa respuesta. El tiempo pareció congelarse hasta que el móvil vibró, rompiendo la tensión.

Jiang fue el primero en leer el mensaje. Sin decir nada, giró la pantalla hacia mí: «Mañana a las diez estaré allí. Gracias por su disposición».

Por un instante, una sensación de alivio llenó la oficina. Jiang y yo sonreímos al mismo tiempo, como si hubiéramos cerrado un trato multimillonario.

—Bien hecho, Jiang —dije, dándole una palmada en el hombro con genuina aprobación—. Este mes tienes un bono extra.

Jiang hizo una leve inclinación, intentando ocultar su entusiasmo.

—Gracias, señor Chen. Es un honor trabajar para usted.

Cuando Jiang salió del despacho, el silencio volvió, pero esta vez estaba impregnado de algo diferente. Una combinación de emoción y nerviosismo que no lograba contener.

Cogí la pluma que descansaba en el escritorio y traté de concentrarme en los documentos que requerían mi firma. Sin embargo, mis manos temblaban ligeramente y, tras varios intentos fallidos, dejé la pluma a un lado con un suspiro.

Me recliné en la silla y dejé que mi mirada se perdiera en la pantalla del ordenador. Una idea comenzó a formarse en mi mente.

«Si esto es una oportunidad para acercarme a ella, voy a aprovecharla».

Abrí un documento nuevo y comencé a redactar el contrato personalmente. Cada cláusula la diseñé no solo para beneficiar a Xu Ai y su proyecto, sino también para establecer un puente entre nosotros. Incluí detalles sobre reuniones periódicas, colaboraciones exclusivas y condiciones que solo yo podía garantizar.

Mientras escribía, mis ojos se desviaron hacia la foto de boda que reposaba sobre el escritorio. Su sonrisa, mi mirada enamorada… Era un recordatorio constante de lo que estaba en juego.

«Ai, esta vez no voy a fallarte».

Trabajé hasta tarde, revisando cada línea, asegurándome de que el contrato no solo fuera perfecto, sino que también reflejara cuánto estaba dispuesto a hacer para reparar el pasado.