CAPÍTULO 15
Abrí el pequeño diario con una mezcla de curiosidad y aprensión. Las páginas amarillentas y el diseño simple eran un testimonio silencioso del tiempo que había pasado desde que Xu Ai empezó a escribirlo. Pasé los dedos sobre la cubierta antes de abrirlo, como si tratara de prepararme para lo que estaba a punto de descubrir.
La primera página estaba fechada hacía más de diez años. La caligrafía adolescente de Xu Ai era precisa, con trazos cuidadosos que reflejaban su entusiasmo juvenil. Mis ojos recorrieron las primeras líneas y el aire pareció volverse más pesado a mi alrededor.
Hoy comienzo este diario porque me ha ocurrido algo maravilloso y no quiero olvidarlo jamás. Tenía miedo de estudiar en un lugar nuevo, pero ya no lo tengo. Esos miedos se han convertido en atracción por un chico de mi clase. Aún no sé cómo se llama, aunque se sienta a dos mesas de mí. Tiene el pelo oscuro y los ojos negros. Toda la clase lo mira con respeto porque es el hijo de alguien muy importante. A mí no me importa quién es su padre, porque sé que muchos como el mío no quieren a sus hijos. Lo importante para mí es él…
Sentí un nudo en la garganta. La descripción encajaba perfectamente conmigo y, aunque al leer las palabras «lo importante para mí es él» una punzada de emoción me atravesó, también me llenó de una culpa que no sabía cómo manejar. Cerré los ojos antes de pasar a la siguiente página, atrapado por las emociones de aquella adolescente.
Hoy, por fin, escuché su nombre: Chen Hao. Me gusta como suena, es fuerte y elegante, como él. Durante la clase de matemáticas, la profesora lo llamó para que resolviera un problema en la pizarra. Caminó con tanta confianza… Pero lo mejor fue cuando se giró hacia la clase después de terminar y sonrió. Creo que nadie lo notó, pero su sonrisa no era para todos, era solo para mí. Al menos, quiero creerlo.
Aparté la mirada del diario, cerrando los ojos nuevamente. Recordaba esa clase. Había resuelto el problema como siempre, pero nunca imaginé que alguien me estuviera observando con tanto detalle. Abrí los ojos y seguí leyendo, incapaz de detenerme.
Hoy lo vi jugando al baloncesto en el patio. Había otras chicas mirándolo también, pero no me acerqué. No me atrevo. Lo veo desde lejos, porque creo que, si alguna vez me mira, me pondría tan nerviosa que haría el ridículo. Pero es tan diferente cuando juega… Se ve relajado, como si no tuviera que cargar con todas esas expectativas que todos tienen de él.
Me quedé inmóvil por un momento. Recordaba jugar al baloncesto como una forma de escapar de las presiones familiares, pero nunca pensé en como me percibían los demás. Saber ahora que Xu Ai me observaba en silencio me provocaba un revoltijo de emociones: alegría, melancolía y un creciente sentimiento de pérdida.
Pasé a la siguiente página, sintiendo que cada palabra me sumergía más en el pasado.
Hoy descubrí algo más sobre él: le gustan las galletas de chocolate. Lo sé porque un amigo suyo le ha dicho que para su cumpleaños va a regalarle dos cajas. Voy a preguntarle a mi abuela cómo se hacen e intentaré colocarle una todos los días en el pupitre.
Dejé el diario sobre la mesa y apoyé la cabeza en mis manos. Ahora lo recordaba. Siempre había una galleta en mi mesa durante esas clases, pero nunca me preocupé por saber quién la dejaba. Conocer que era Xu Ai llenaba mi pecho de calidez, pero también me hundía más en la tristeza. Ella había hecho tanto por mí, incluso desde la distancia, mientras yo... mientras yo la había tratado con una frialdad que ahora me parecía imperdonable.
Inspiré profundamente y volví a abrir el diario. La siguiente entrada me golpeó con fuerza.
Hoy lo vi hablando con otra chica. Era guapa y estaba coqueteando con él, pero no sé si él se dio cuenta. Me sentí tan pequeña, tan insignificante. Sé que no tengo derecho a sentir celos, pero no puedo evitarlo. No puedo evitar desear que alguna vez me mire de la misma manera.
Hojeé varias páginas, deteniéndome en pequeños momentos de esperanza y en días en los que parecía que su corazón se rompía. Hasta que llegué a la última página antes de la boda.
Hace una semana me casé con Chen Hao. Hoy he vuelto a la casa de mi abuela para recoger algunas cosas importantes. Cuando pienso en él, mi corazón se llena de emoción. Ahora soy su mujer y, aunque nuestro comienzo ha sido silencioso, estoy segura de que con el tiempo podremos construir algo hermoso juntos.
Me quedé mirando esas palabras durante mucho tiempo. Mi corazón se encogió al imaginarla en esa casa vacía, enfrentando el dolor de haber perdido a su abuela mientras intentaba aferrarse a un matrimonio que yo había condenado antes siquiera de darle una oportunidad.
Me levanté de la silla, incapaz de permanecer quieto. Empecé a caminar por el despacho, con los pasos resonando en el silencio. Cada frase del diario se repetía en mi mente, como si las palabras de Xu Ai estuvieran grabadas en mi piel.
—Maldita sea… —murmuré, apretando los puños con tanta fuerza que sentí que las uñas se clavaban en mis palmas.
No podía ignorar lo que había leído. Xu Ai había entrado en mi vida llena de amor y esperanza, mientras que yo había hecho todo lo posible por mantenerla a distancia. Y ahora, ella se había ido.
El dolor se mezclaba con el arrepentimiento y la ira, pero no hacia ella. Era hacia mí. Me apoyé en el escritorio, presionando los dedos contra la madera mientras intentaba controlar el temblor en mis manos.
—No puedo perderla… —dije en voz baja, casi como una súplica.
Por un momento, el despacho quedó en completo silencio, salvo por el sonido rítmico de mi respiración. Las primeras luces del amanecer comenzaron a filtrarse por las ventanas, bañando la habitación con una claridad que contrastaba con la oscuridad dentro de mí.
Me enderecé, dejando que la determinación tomara el lugar del miedo. No sabía cómo, pero tenía que encontrarla. Tenía que entender por qué se había ido, qué había hecho mal exactamente y si todavía existía una oportunidad de enmendarlo.
Me acerqué a la ventana, observando el amanecer iluminando lentamente el horizonte. No podía rendirme, no ahora. No importaba cuánto tiempo me llevara, no podía dejar que Xu Ai desapareciera de mi vida para siempre.
CAPÍTULO 16
Rápidamente me puse el abrigo, decidido a retrasar mi llegada a la oficina. Después de una noche interminable de insomnio, sabía que sería inútil intentar concentrarme en el trabajo. La ausencia de Ai me perseguía a cada paso que daba y, aunque intentaba decirme que lo resolvería más tarde, la verdad era que no podía escapar del dolor constante que palpitaba en mi pecho.
Mientras me dirigía hacia la puerta, el timbre interrumpió mis pensamientos. Miré hacia la entrada, desconcertado. ¿Quién vendría a esas horas? Caminé con paso firme, aunque la ansiedad y la curiosidad comenzaba a agitarse en mi interior. Al abrirla, me encontré con un joven mensajero que sostenía un sobre marrón.
—Buenos días, ¿se encuentra la señora Chen? —preguntó, con un tono formal pero neutro.
Mi mandíbula se tensó al instante. «¿Por qué alguien buscaría a Ai aquí?» Inspiré profundamente, obligándome a mantener la compostura.
—Soy su marido. Puede dejármelo a mí.
El joven asintió, entregándome el sobre con rapidez antes de dar media vuelta y alejarse sin añadir nada más. Cerré la puerta, quedándome solo con el sobre en la mano. Sentí que su peso era mucho mayor de lo que sugería su tamaño, como si cargara con algo que aún no podía identificar.
Caminé hacia el salón y me detuve junto a la mesa de centro. Observé el sobre durante unos segundos, notando lo sencillo que parecía: sin remitente, sin marcas, pero lo suficientemente pesado como para despertar sospechas. Lo abrí con cuidado y de su interior cayeron un puñado de fotografías que se deslizaron sobre la mesa.
Fruncí el ceño mientras recogía la primera imagen. Lo que vi hizo que mi cuerpo se tensara al instante. Era yo, saliendo de un club nocturno con una mujer desconocida aferrada a mi brazo. Mi expresión parecía relajada, casi cómplice, pero sabía que nunca había estado en ese lugar. Sin embargo, la imagen era clara, como si quisiera gritarme que era real.
Dejé caer la foto como si me quemara, pero la curiosidad y la necesidad de entender lo que estaba viendo me llevaron a tomar otra. En esa, estaba sentado en un restaurante elegante, inclinado hacia otra mujer mientras reía. La escena parecía íntima, cargada de complicidad. Mi mente se resistía a aceptar lo que veía, pero las fotos eran escalofriantemente precisas.
Fue entonces cuando noté una hoja doblada que había caído junto a las fotos. La abrí con manos temblorosas y lo que leí hizo que mi estómago se contrajera:
Señora Chen:
Dado que usted ignoró mi mensaje, le envío las mismas imágenes en físico para que compruebe que son reales. Solo le estoy haciendo un favor para que actúe antes de que las infidelidades de su marido se publiquen en diferentes medios.
La nota estaba escrita a máquina, fría y directa. Mi respiración se volvió pesada. Esto no era solo un intento de destruir mi matrimonio, era una declaración de guerra. Ai había recibido estas imágenes. Lo sabía con certeza ahora. La nota confirmaba que ella había visto todo esto antes de marcharse.
Mi vista volvió a las fotos. Las recogí una por una, examinándolas con cuidado. Cada una mostraba una situación distinta, pero el mensaje era claro: había traicionado a mi mujer con varias mujeres. Al llegar a la última foto, donde supuestamente entraba en un hotel con una figura femenina vestida de rojo, sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies.
Me dejé caer en el sillón más cercano, incapaz de apartar la vista de las imágenes. Mi mente era un torbellino, tratando desesperadamente de encontrar una explicación lógica. Sabía que todo era falso, que nunca había hecho nada de lo que insinuaban esas imágenes. Pero el nivel de detalle y precisión era escalofriante. Era como si alguien hubiera estudiado cada aspecto de mi vida para construir esta mentira.
Y entonces, la verdad me golpeó. Esas imágenes fueron las que la impulsaron a marcharse.
El dolor me atravesó como un puñal. Había pasado un año manteniendo la distancia, convenciéndome de que era lo mejor para los dos. Pero ahora, ante a la magnitud de lo que había sucedido, no podía ignorar la realidad: alguien había manipulado mi matrimonio y yo había sido demasiado ciego para verlo.
Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Me levanté con rapidez, sintiendo que mi frustración crecía con cada paso hacia la entrada. Abrí la puerta con un movimiento brusco y me encontré con Jiang, mi secretario, que me miraba con una mezcla de profesionalismo y preocupación.
—Señor, ¿todo está bien? —preguntó al notar la tensión en mi cara.
No le respondí de inmediato. Me di la vuelta y regresé al salón, haciéndole un gesto para que me siguiera. Me detuve junto a la mesa de centro, donde las fotografías seguían esparcidas. Señalé las imágenes, mi voz fría y cargada de una rabia contenida.
—Antes de cuarenta y ocho horas, quiero saber quién envió esto a mi mujer.
Jiang avanzó hacia la mesa y recogió el sobre con cuidado. Mientras examinaba su contenido, vi que su cara mostraba sorpresa y confusión.
—Señor, esto… esto es un montaje evidente —dijo después de un momento.
—Lo sé —respondí con dureza, mi tono tan afilado como un cuchillo—. Pero eso no cambia el daño que han causado. Mi mujer creyó estas mentiras y ahora se ha ido. Quiero saber quién lo hizo y por qué.
Jiang asintió, su postura firme y decidida. Sabía que no podía permitirse el lujo de fallar en esta tarea.
—Entendido, señor. Me encargaré de inmediato.
Lo observé mientras guardaba cuidadosamente las fotos y la nota en el sobre. Antes de que pudiera retirarse, lo detuve con un gesto.
—Y otra cosa —añadí, mi mirada fija en la suya—. ¿Qué información nueva tienes sobre su paradero?
Jiang vaciló por un instante, como si eligiera cuidadosamente sus palabras.
—La última pista nos lleva al taller de costura que la señora Chen visitó, pero allí nadie sabe nada desde aquel día y, según han comentado, será cerrado la próxima semana porque el desfile de modas ha terminado.
Apreté los puños, sintiendo que la frustración y la impotencia crecían en mi interior con cada palabra que pronunciaba.
—Sigue buscando —ordené con un tono que no dejaba lugar a réplica—. No me importa cuánto tiempo tome, pero encuéntrala.
Jiang inclinó la cabeza en señal de respeto y salió del salón, dejando tras de sí un silencio opresivo. Permanecí inmóvil durante unos segundos, con la mirada fija en la puerta cerrada. Luego, volví la vista hacia la casa, con su inmensidad y su vacío, parecía más desolada que nunca. Cada rincón era un recordatorio de mi fracaso, de todo lo que había hecho mal y de lo que había perdido. Me dejé caer en el sillón, apoyando los codos sobre las rodillas mientras enterraba la cara entre las manos.
«Yo permití que esto sucediera», pensé con amargura. «Yo cerré los ojos a lo que ella necesitaba. Yo fui el que la alejó con mi orgullo, con mi indiferencia.»
El eco de mis propios pensamientos era ensordecedor. Había fallado como marido, no solo al no proteger a Ai de los ataques externos, sino al no darle el lugar que siempre mereció en mi vida. Había sido demasiado orgulloso, demasiado cobarde.
CAPÍTULO 17
Estaba sentado en mi oficina, inclinado hacia adelante, con las manos entrelazadas y los codos apoyados en el escritorio. El reloj marcaba las siete y media de la mañana, mucho antes de mi horario habitual. Había llegado temprano, huyendo del vacío sepulcral de mi hogar. Pero ni siquiera el bullicio de la ciudad al despertar lograba distraerme.
Frente a mí, me esperaba un acuerdo empresarial. Mis ojos lo escanearon, pero mi mente estaba en otra parte. Los pensamientos sobre Ai eran constantes, martilleando con una fuerza implacable. Su partida y las razones que la llevaron a marcharse eran un tormento que no podía eludir. Una pregunta seguía golpeando mi conciencia, una y otra vez: ¿Por qué permití que todo llegara a este punto?
El sonido de la puerta al abrirse suavemente me sacó de mi trance. Jiang entró con un expediente en la mano. Su expresión era neutra, pero en sus ojos vi cautela. Él sabía que cualquier noticia que trajera podría agravar la tormenta que llevaba dentro.
—Señor Chen, aquí está el informe preliminar que pidió —dijo, colocando el expediente frente a mí con movimientos precisos.
Asentí sin mirarlo y cogí los papeles en silencio. Los abrí con manos firmes, aunque mi interior temblaba. Las primeras imágenes que vi eran las mismas que habían llegado a mis manos la noche anterior: montajes grotescos que mostraban una supuesta infidelidad. El peso de la rabia volvió a hundirse en mi pecho y mi mandíbula se tensó hasta que me dolió. Aunque sabía que eran falsas, había algo aún más perturbador en esas páginas.
—Señor, tal y como dice la nota, las imágenes fueron enviadas al móvil de la señora la noche que desapareció —explicó Jiang con una voz medida, consciente del impacto que sus palabras tendrían.
Apreté los papeles entre mis manos y mis nudillos se pusieron blancos. Cerré los ojos y una imagen me golpeó con toda su crudeza: Ai sola, enfrentándose a esas fotos. Fotos que yo no había refutado porque no estaba allí para protegerla, ni siquiera emocionalmente.
Me recliné en la silla, dejando el informe sobre la mesa con un movimiento brusco. La furia ardía en mi interior, pero debajo de ella había algo aún más corrosivo: culpa. Recordé las noches en las que regresé tarde a casa sin siquiera preguntarle cómo estaba. Los días en los que deliberadamente la ignoré, pensando que esa distancia me protegería del amor que siempre había sentido por ella. Ahora entendía que no había sido un escudo; había sido una barrera que la alejaba más de mí.
Jiang interrumpió el flujo de mis pensamientos, esta vez con una información que me congeló.
—También encontramos un registro de un billete de avión —dijo, entregándome otra hoja—. Salida esta mañana a las diez. La señora Chen usó su apellido de soltera.
Sostuve el papel y miré fijamente el nombre impreso: Xu Ai. Sin el apellido Chen. Esa ausencia me atravesó como una daga. No era solo un acto administrativo; era un mensaje claro. Quería dejar atrás todo lo que yo representaba.
—¿Y el destino? —pregunté, con la voz ronca.
—París, señor. Pero aún no hemos confirmado si realmente tomó el vuelo.
París. La palabra retumbó en mi mente. No solo estaba lejos físicamente, sino que representaba todo lo que yo no podía darle: libertad, una nueva vida, un mundo completamente diferente.
Incliné la cabeza hacia Jiang en un gesto que apenas logré articular.
—Gracias, Jiang. Retírate.
Él asintió y salió, dejando la puerta cerrarse suavemente detrás de él. Por un momento, simplemente me quedé mirando el billete en mis manos. Las letras parecían bailar en la hoja, burlándose de mí con cada segundo que pasaba.
El calor de la furia volvió a encenderse en mi interior, pero esta vez no estaba dirigida a Ai, ni siquiera a los responsables de las fotos. Era hacia mí mismo. «Fuiste tú quien la empujó a esto», pensé, cerrando los ojos mientras intentaba controlar la presión que sentía en el pecho. Cada segundo sin ella era un recordatorio de mi fracaso, de los muros que construí para mantenerla lejos y que ahora me aislaban en un abismo de soledad.
*****
Horas más tarde, volví a casa. El viaje transcurrió envuelto en un silencio opresivo. La radio permanecía apagada y las constantes vibraciones de mi móvil fueron ignoradas. Las luces de Shanghái parpadeaban a mi alrededor, creando un contraste cruel con la oscuridad que llevaba dentro. Mi mente solo podía pensar en una cosa: Ai.
Al llegar, dejé las llaves sobre la mesa del recibidor y miré a mi alrededor. La mansión, que siempre había sido un refugio silencioso, ahora parecía un mausoleo, fría y desolada. Subí las escaleras directamente hacia el dormitorio de Xu Ai, guiado por una mezcla de miedo y esperanza.
La puerta estaba entreabierta. Al empujarla, lo primero que vi fue la mesita de noche. Allí, perfectamente alineados, estaban el acuerdo de divorcio y el anillo de bodas. Mi corazón se hundió al instante y mis pies quedaron congelados en el umbral.
Avancé lentamente, cada paso resonando en el vacío de la habitación. Me acerqué a la mesita y mi mirada se fijó en el anillo. Lo cogí entre mis dedos, girándolo bajo la tenue luz del dormitorio. La imagen del día de nuestra boda invadió mi mente con una claridad dolorosa. Recordé el momento en que deslicé ese anillo en su dedo, sintiendo una combinación de felicidad y miedo que nunca había querido admitir.
—Este no puede ser el final… —susurré, mi voz rota, apenas un eco en la inmensidad del espacio vacío.
Dejé escapar un suspiro largo y tembloroso antes de recoger los documentos y el anillo. Bajé al despacho y los guardé en un cajón con movimientos deliberados. No tenía intención de enviarlos al registro ni de reconocer lo que representaban. Para mí, Ai seguía siendo mi mujer, sin importar lo que dijeran esos papeles.
Me dejé caer en la silla, con la mirada perdida en el horizonte visible desde la ventana. Las luces de Shanghái titilaban como estrellas distantes, ajenas a mi tormenta interna. Por primera vez en mi vida, me sentí completamente impotente, como si todo lo que había construido se derrumbara en un instante.
Un leve sonido me sacó de mis pensamientos. Mi móvil vibró sobre el escritorio. Lo cogí con movimientos automáticos y leí un mensaje de mi asistente:
Señor Chen, hemos confirmado que el vuelo fue tomado. La señora Chen aterrizó en París hace unas horas.
Leí esas palabras varias veces, como si no pudiera procesarlas del todo. París. Ella realmente se había ido. La confirmación me dejó paralizado por un momento, pero finalmente escribí una respuesta breve y contundente:
Rastreen su ubicación. Asegúrense de que nuestros hombres la vigilen y protejan. Además, quiero un informe diario de lo que hace y con quién está.
Dejé el móvil sobre el escritorio y me recosté en la silla, mirando al techo. Las emociones seguían consumiéndome, pero también comenzaban a impulsarme. Había cometido errores, lo sabía. Había sido frío, distante y orgulloso. Había construido una barrera entre nosotros que ahora parecía infranqueable. Pero no iba a permitir que este fuera el final de nuestra historia.
Cerré los ojos y la imagen de Ai apareció en mi mente: su sonrisa, su mirada llena de esperanza el día que nos casamos, incluso su paciencia cuando yo me alejaba deliberadamente. Las lágrimas comenzaron a acumularse, quemando mis ojos. Intenté contenerlas, pero no pude. Una tras otra, comenzaron a caer, cálidas y pesadas, cada una un recordatorio de que la había perdido.
Hundí la cara entre las manos y dejé que el llanto me consumiera. Por primera vez, permití que todo el peso de mis errores y mi soledad me alcanzara. Porque había descubierto demasiado tarde que Ai no solo era mi mujer, ella era mi todo.
CAPÍTULO 18
Shanghái, 2023
Las mañanas en mi oficina seguían un patrón inmutable desde hacía cinco años: revisaba informes, tomaba decisiones y delegaba responsabilidades, pero siempre con un vacío constante en el pecho. No importaba lo ocupada que estuviera mi agenda, mi mente encontraba formas de regresar a ella.
El sonido de la puerta me devolvió al presente. Jiang entró con su eficiencia habitual, cargando un expediente bajo el brazo. Lo dejó sobre el escritorio con un gesto medido, pero su mirada cautelosa delataba que sabía la importancia de su contenido.
—Señor Chen, he confirmado su presencia en el evento de esta noche en el Hotel Lúxian —dijo, siempre acertado.
Asentí, pero mis ojos ya estaban fijos en la carpeta. La abrí con un gesto controlado y encontré las páginas de una revista de moda internacional. Allí estaba ella, en el centro de la portada, deslumbrante como siempre. Bajo el titular «Xu Ai: La diseñadora que conquista Europa», el artículo anunciaba su regreso a Shanghái para presentar su nueva colección.
Pasé los dedos sobre la imagen como si pudiera alcanzar algo de ella. Xu Ai había cambiado. Su postura era segura, casi desafiante, y su sonrisa, aunque radiante, ocultaba algo que no podía descifrar. ¿Fuerza? ¿Distancia? Quizá ambas cosas.
—¿Ha habido alguna complicación con el itinerario? —pregunté, sin apartar la vista de la revista.
—No, señor. Los preparativos del evento están completos y se espera que asistan varias figuras importantes —respondió Jiang con la precisión que lo caracterizaba.
Mis dedos tamborilearon sobre el escritorio mientras procesaba la información. Durante años, había vigilado su bienestar desde las sombras. Había leído informes sobre su ascenso en Europa, sobre cómo convirtió su talento en un imperio. Cada logro suyo era un recordatorio de lo mucho que había perdido, pero también de lo fuerte que era.
—Quiero que todo esté bajo control esta noche —añadí con firmeza, sin apartar los ojos del expediente .
Jiang asintió y salió, dejándome con mis pensamientos. Cerré los ojos por un momento y dejé que los recuerdos me invadieran.
Había noches en las que me quedaba despierto, repasando los informes sobre ella. Fotografías de desfiles, artículos sobre su éxito, y pequeñas anécdotas sobre su vida cotidiana en Europa. Me atormentaban, pero también me daban consuelo. Saber que estaba bien era suficiente para seguir adelante, aunque doliera verla avanzar sin mí.
Abrí los ojos y me levanté, caminando hacia la ventana. Shanghái se extendía frente a mí, vibrante como siempre, pero para mí, todo estaba teñido de un gris constante. Recordé los últimos meses antes de su partida: las noches en las que llegaba tarde a casa, ignorando sus intentos de conectar conmigo; las palabras que nunca dije; las miradas que evité.
Regresé al escritorio y abrí un cajón. Allí estaba, el anillo de bodas que nunca dejé de guardar. Lo cogí y lo observé bajo la luz tenue de la oficina. El frío metal parecía burlarse de mí, recordándome las promesas rotas.
Respiré hondo y lo devolví al cajón. Esta noche sería diferente. Esta noche no me escondería tras el orgullo ni el miedo. Xu Ai podía haber cambiado, pero yo también.
Me dirigí a mi dormitorio y saqué un traje negro impecable. Mientras ajustaba la corbata frente al espejo, me encontré con mis propios ojos. Había un brillo en ellos que no veía desde hacía mucho tiempo: determinación.
Esta noche no sería un testigo pasivo. Esta noche la buscaría. Y esta vez, no la dejaría ir.
*****
La noche había caído sobre Shanghái y el Hotel Lúxian brillaba como un faro en medio de la oscuridad. El vestíbulo estaba abarrotado de figuras elegantes y conversaciones animadas, pero para mí, todo aquello era irrelevante. Había esperado ese momento durante cinco largos años.
Mis pasos eran firmes, pero sentía el peso de la impaciencia en cada uno de ellos. Durante años, mi única conexión con Xu Ai habían sido los informes y las imágenes que me enviaban quienes la vigilaban desde las sombras. Sabía de sus logros, de los eventos a los que asistía, de los lugares que visitaba. Había visto cientos de fotografías de ella, videos cortos que capturaban su andar elegante o su sonrisa en reuniones importantes. Aunque ninguna de esas imágenes podía prepararme para verla en persona otra vez.
La encontré casi de inmediato.
Estaba de pie junto a un grupo de personas, su figura destacando incluso entre la multitud. El vestido gris que llevaba era un despliegue de confianza, cada línea del diseño hablaba de perfección y de la mujer en la que se había convertido. Su pelo recogido en un moño alto dejaba al descubierto su cuello, ese que tantas veces soñé besar, pero nunca me atreví.
Me quedé paralizado, incapaz de apartar la mirada. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si toda la sala se hubiera desvanecido, dejándola solo a ella.
Había cambiado.
Xu Ai siempre había sido hermosa, pero la mujer frente a mí era diferente. Ya no era la mujer que caminaba a mi lado con pasos cautelosos, siempre insegura, siempre como un gatillo a punto de dispararse. La Xu Ai que conocí parecía temer cada mirada, como si el mundo pudiera aplastarla en cualquier momento. Pero esta… esta era una diosa.
La vi reír y mi pecho se apretó. Esa sonrisa que antes solo veía cuando estábamos fuera de casa ahora brillaba ante los demás. Cada movimiento suyo irradiaba seguridad y cada mirada que recibía era de admiración. Era el centro de atención, no porque intentara serlo, sino porque el mundo entero gravitaba a su alrededor.
Mi garganta se cerró. ¿Cómo podía seguir amándola tanto después de todo ese tiempo? Había intentado distanciarme, convencerme de que esto era lo mejor para ella, pero nunca funcionó. Había pasado cinco años recordándola, deseándola, soñando con este momento.
Nuestros ojos se encontraron.
El impacto fue inmediato. Sus ojos, oscuros y profundos, reflejaron algo que no pude identificar: sorpresa, tal vez, o un destello de los recuerdos que compartimos. Por un instante, creí que el mundo entero se detenía, que había algo más allá de la distancia que nos separaba. Pero entonces, como si se hubiera dado cuenta, desvió la mirada con deliberada frialdad y volvió a su conversación.
Ese gesto fue un golpe directo al pecho. Había imaginado este reencuentro de tantas maneras, pero nunca así, con su indiferencia cortando como un cuchillo.
Ella se excusó del grupo y comenzó a caminar hacia la terraza. No lo pensé dos veces. Mis pasos la siguieron, aunque sentía que cada movimiento era más pesado que el anterior. La terraza estaba iluminada por luces suaves y el aire fresco de la noche traía consigo el aroma de las flores cercanas.
Ai estaba de espaldas, contemplando la ciudad que se extendía bajo nosotros. Por un momento, dudé. ¿Qué podía decirle? ¿Qué derecho tenía yo de acercarme después de todo lo que pasó? Pero no pude detenerme. No esta vez.
—Ai… —dije, mi voz apenas un susurro, pero cargada de todos los sentimientos que había contenido durante años.
Ella se giró lentamente. Sus ojos encontraron los míos y vi algo en ellos que no supe interpretar: sorpresa, quizá, o un eco de lo que alguna vez fuimos. Pero desapareció tan rápido como había llegado. Su expresión se endureció y sus labios se curvaron en una sonrisa fría.
—¿Qué haces aquí, Chen Hao? —preguntó, su tono tan afilado como un cuchillo.
—Tenía que verte para hablar —respondí, dando un paso hacia ella.
Ella soltó una risa breve, cargada de sarcasmo, antes de dar un paso atrás, aumentando la distancia entre nosotros.
—¿Hablar? ¿Nosotros? —escupió con sarcasmo—. Recuerde, señor Chen, que no hay relación entre nosotros.
—Ai, eres mi mujer —le supliqué.
—Exmujer —me rectificó.
La palabra exmujer fue como un puñal. Sabía que ella creía que el divorcio era oficial, pero escucharla decirlo me dejó sin aire. Xu Ai no esperó una respuesta. Me lanzó una última mirada, fría como el hielo, y se giró, caminando hacia el interior del hotel.
Me quedé allí, incapaz de moverme. La noche parecía más oscura, más fría, mientras su figura desaparecía en el bullicio del evento. Instintivamente, toqué el anillo que siempre llevaba en mi dedo. Ese anillo que nunca me quité, ni siquiera cuando ella se fue, porque renunciar a él habría sido como renunciar a ella.
Respiré hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que me consumía. Cada palabra suya dolía, pero también despertaba algo en mí: una determinación que no había sentido en años.
«Esto no ha terminado, Xu Ai. No esta vez».
CAPÍTULO 19
El avión aterrizó con suavidad en el Aeropuerto Internacional de Shanghái, pero no sentí emoción ni nostalgia. Mientras los demás pasajeros se apresuraban a recoger sus pertenencias, yo me levanté con calma, llevando solo mi maleta de mano. No tenía prisa. Shanghái no era un lugar al que volvía con el corazón cargado de recuerdos; era simplemente el escenario de mi próximo proyecto.
Al salir de la terminal, vi al conductor esperándome junto al coche. Un Rolls-Royce Phantom negro brillaba bajo las luces del aeropuerto, un reflejo de todo lo que había construido a lo largo de esos años. El hombre se inclinó ligeramente y me saludó con un tono respetuoso:
—Buenas tardes, señorita Xu.
Asentí con una leve sonrisa y subí al vehículo. El interior desprendía lujo: el cuero impecable, el aroma a nuevo, el silencio que amortiguaba cualquier ruido del exterior. Mientras avanzábamos por las calles de la ciudad, mis ojos recorrieron las luces de los rascacielos y las avenidas llenas de vida. Pero nada en mí reaccionó. No sentía tristeza ni melancolía. Los recuerdos de Shanghái estaban enterrados en un rincón profundo, uno al que ya no tenía intención de regresar.
La ciudad no era más que un tablero de juego para mi siguiente movimiento. Había pasado años consolidando mi carrera en Europa, pero no era suficiente. Shanghái era mi origen y ahora era mi turno de dejar mi huella allí.
Llegamos al hotel que mi equipo había reservado. La suite principal en el último piso era todo lo que necesitaba: ventanas amplias con una vista impresionante de la ciudad, muebles modernos y elegantes y el silencio que tanto valoraba. Dejé mi maleta junto a la cama y caminé por la habitación, absorbiendo cada detalle con calma.
Mientras deshacía las maletas, mis movimientos eran automáticos, casi mecánicos. No pensaba en nada más que en el evento de esa noche. Había regresado con un propósito claro: abrir talleres que reflejaran mi éxito internacional. No era justo que París, Milán y Berlín me reconocieran mientras mi propia ciudad permanecía ajena a mi trabajo. Esta noche, buscaría a los inversores adecuados para hacer realidad mis planes.
Después de organizar mis cosas, me dirigí al baño para darme una ducha rápida. Mientras el agua caliente caía sobre mi piel, sentí que cada pequeño rastro de cansancio se desvanecía.
Al salir de la ducha, envolví mi pelo en una toalla y me acerqué al perchero donde esperaba el vestido. Era momento de prepararme y, esta vez, no solo para un evento. Estaba lista para enfrentar cualquier cosa.
Frente al espejo, observé mi reflejo con atención. Mi pelo estaba recogido en un moño elegante, dejando mi cuello al descubierto. El maquillaje resaltaba mis rasgos con precisión: ojos definidos, labios carmín y una base perfecta que irradiaba confianza. Cada detalle estaba calculado, pero el efecto era natural, como si esta versión de mí hubiera existido siempre.
Junto al espejo, el vestido colgaba de un perchero. Lo había diseñado yo misma y había ganado un premio en Berlín. Era de un gris plateado, adornado con perlas que formaban delicados patrones sobre la tela. La espalda estaba completamente descubierta y una cola larga caía como un río de seda.
Me lo puse con cuidado, ajustándolo hasta que cayó perfectamente sobre mi cuerpo. Mientras lo hacía, recordé los días en los que diseñar vestidos era un escape, un refugio silencioso en el que me escondía del mundo. Ahora, cada prenda era mi armadura, una extensión de quién era.
Una vez vestida, añadí los toques finales: joyas minimalistas y unas gotas de mi perfume favorito en la nuca y las muñecas. Volví a mirarme en el espejo, pero, esta vez, no vi a la mujer que dejó Shanghái con el corazón roto. La mujer que me devolvía la mirada era completamente distinta. Sus ojos irradiaban poder y su postura reflejaba seguridad.
Sonreí. Era perfecta.
Salí de la suite y caminé hacia el vestíbulo. Pude sentir las miradas en mí al instante. Algunas eran de admiración, otras de curiosidad, pero todas parecían preguntarse quién era. Escuché murmullos a mi alrededor y no pude evitar sentir una chispa de satisfacción.
Cuando llegué a la entrada del hotel, mi conductor ya estaba esperando.
—Buenas noches, señorita Xu —dijo con un gesto cortés, abriendo la puerta del Rolls-Royce.
—Buenas noches —respondí, subiendo al coche con la misma elegancia que había cultivado durante años.
El interior era un refugio, un contraste con el rumor de la ciudad. Mientras el coche avanzaba, miré las luces a través de la ventana. Respiré hondo, pero no por los recuerdos que esta ciudad solía evocar en mí. No. Esta noche no era sobre el pasado ni sobre las cicatrices que una vez cargué.
Esta noche era sobre el futuro. Era mi oportunidad de mostrar al mundo —y a Shanghái— quién era realmente Xu Ai.
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La algarabía del evento llenaba el salón principal del Hotel Lúxian. Caminé con seguridad entre los asistentes, mi vestido gris plateado se ajustaba perfectamente a cada movimiento. Sentí las miradas sobre mí. Estaba acostumbrada a eso. Mi nombre había alcanzado el nivel de reconocimiento que siempre había soñado y, esta noche, en mi ciudad natal, no era diferente.
Me detuve junto a uno de los grupos que mi equipo había señalado previamente como esenciales. Saludé a un empresario textil y a su mujer, dedicándoles una sonrisa impecable mientras intercambiábamos los saludos de rigor.
—Señor Wang, señora Wang, es un placer tenerlos aquí esta noche.
El señor Wang inclinó la cabeza con respeto.
—El placer es nuestro, señorita Xu. Su trabajo ha sido una inspiración para toda la industria.
—Gracias. Shanghái siempre ha sido mi hogar y contribuir a su desarrollo es mi prioridad ahora —respondí con firmeza.
La conversación fluyó sin problemas. Respondí preguntas sobre mis planes de expansión y mi visión para los nuevos talleres. Todo estaba saliendo según lo planeado. Había diseñado esta gala como una declaración de intenciones y la respuesta de los asistentes confirmaba que estaba logrando mi objetivo.
Sin embargo, mientras hablaba con ellos, algo comenzó a incomodarme. Una sensación de alerta, como si alguien me estuviera observando con demasiada intensidad. Traté de ignorarla al principio, enfocándome en las palabras del señor Wang, pero la sensación se volvió imposible de ignorar.
Entonces lo vi.
Chen Hao.
Mi corazón dio un vuelco, aunque me esforcé en mantener la compostura. Estaba al otro lado del salón, de pie junto a un grupo de hombres trajeados. Su figura seguía siendo imponente, imposible de ignorar. Vestía un traje negro perfectamente ajustado, como siempre. Su mirada, sin embargo, fue lo que realmente me desarmó. Estaba fija en mí, como si nada más en el salón existiera.
Desvié la mirada rápidamente, tratando de controlar el ritmo acelerado de mi corazón. «No es el momento», me dije, forzando una sonrisa mientras retomaba la conversación con los Wang.
—Su visión es admirable, señorita Xu. Estoy seguro de que tendrá éxito en todos sus proyectos —dijo el señor Wang con entusiasmo.
—Eso espero. Es un esfuerzo colectivo y estoy agradecida por el apoyo de personas como usted —respondí, inclinando ligeramente la cabeza.
Pero incluso mientras hablaba, mi mente estaba en otra parte. Chen Hao estaba allí, observándome y no podía ignorarlo.
Recorrí el salón durante la siguiente hora, saludando a otros empresarios y diseñadores, intercambiando promesas de colaboración y escuchando elogios sobre mi trabajo. Sin embargo, no importaba cuántas conversaciones tuviera, siempre sentía su presencia. Cada vez que levantaba la vista, nuestros ojos se encontraban, aunque fuera solo por un segundo.
Recordé las veces que habíamos asistido juntos a eventos como ese. Yo caminaba a su lado, con una sonrisa tímida, mientras él dominaba el espacio con su presencia. Pero ahora era diferente. Esta noche, todas las miradas estaban sobre mí y no iba a permitir que su presencia cambiara eso.
Finalmente, necesité un respiro. Excusándome de mi equipo, me dirigí hacia la terraza. El aire fresco fue un alivio inmediato. Caminé hacia la barandilla y respiré profundamente, dejando que la tensión se disipara. Pero sabía que no estaba sola.
Escuché sus pasos antes de que hablara.
—Ai… —dijo, su voz profunda resonando en el aire.
Mis ojos se encontraron con los suyos y, por un instante, vi algo que no esperaba: vulnerabilidad. Pero no me dejé engañar.
—¿Qué haces aquí, Chen Hao? —pregunté, mi tono frío como el acero.
Él dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros. Su mirada estaba fija en la mía, como si intentara atravesar la barrera que había construido a mi alrededor.
—Tenía que verte para hablar —respondió.
Una breve carcajada escapó de mis labios, cargada de sarcasmo. Di un paso atrás, aumentando la distancia entre nosotros.
—¿Hablar? ¿Nosotros? —espeté, mi voz llena de amargura—. Recuerde, señor Chen, que no hay relación entre nosotros.
Vi que sus ojos se oscurecían al escuchar mis palabras, pero no mostró más emoción. Su control siempre había sido implacable, una de las muchas cosas que una vez me fascinaron… y que ahora despreciaba.
—Ai, eres mi mujer —dijo, su voz baja pero cargada de una emoción que no quise interpretar.
—Exmujer —lo corregí sin dudar.
La palabra salió de mis labios con facilidad, como una flecha lanzada con precisión. Pero lo que no esperaba era la reacción en su cara. Fue un cambio sutil, casi imperceptible, pero lo suficiente para que supiera que había dado en el blanco.
Por un momento, el silencio se instaló entre nosotros. Mis manos estaban tensas a mis costados, pero mantuve mi postura firme. No iba a retroceder. No esta vez.
Chen Hao no dijo nada más. Sus ojos buscaron los míos, pero no encontró nada. No le di nada. Finalmente, giré sobre mis talones, dispuesta a poner fin a esa conversación antes de que pudiera desmoronarme.
—Adiós, señor Chen —dije con frialdad, sin mirar atrás.
Cuando entré de nuevo al salón, el bullicio del evento me envolvió como un escudo. Mis pasos eran firmes, mi expresión imperturbable. Pero por dentro, mi corazón latía salvajemente, como si insistieran en recordarme todo lo que había intentado olvidar durante esos años.
Chen Hao seguía teniendo poder sobre mí y eso era lo que más me aterrorizaba.