La mano de Lira se estremece cuando quienquiera que sea vuelve a llamar, justo antes de que sus dedos toquen el pomo de la puerta.
Su cabeza se echa hacia atrás mientras frunce el ceño, antes de bajar el brazo y dar un paso atrás. Apoyándose contra la pared opuesta, cruza los brazos y cuenta en silencio, sus labios moviéndose con cada número.
Su confianza es suficiente para inspirar asombro. No puedo imaginar un momento en el que me haya sentido como si pudiera simplemente pararme frente a una puerta mientras alguien llama impacientemente, sin responder.
Y sin embargo, tiene todo el sentido del mundo. Este es su hogar. Su santuario. ¿Quién se atreve a llamar así?
Quiero ser más como ella.
—Voy a tomar un refresco. ¿Quieres uno? —susurro, deslizándome junto a ella hacia el pequeño rincón de la cocina.
Lira niega con la cabeza, todavía contando. Observo sus labios moverse mientras articula: «Cuarenta y dos... cuarenta y tres...»