—Deja a Grace en la cama —dice Lira.
—No.
No, hace eco Fenris.
Mis brazos se tensan alrededor de mi compañera inmóvil, apretándola contra mi pecho. Me niego a soltarla. Mis labios presionan contra su sien, sintiendo lo fría que está su piel. Su respiración es superficial. Su pulso es débil.
La idea de dejarla ir —aunque sea por un momento— me atraviesa como plata.
—Déjala. En. La. Cama —ordena Lira, como si dar órdenes al Rey Licántropo fuera algo que pudiera hacer por capricho—. Tus emociones la están inundando ahora mismo. Ella no necesita que tu pánico se filtre en la poca energía que le queda.
—No.
Los ojos rasgados de Lira se estrechan aún más.
—¿Quieres matarla?
Por supuesto que no. Ella es la otra mitad de mi alma. La conexión predestinada que había negado ahora arde brillante en mi pecho, sacudida por la idea de perderla.
Perder a una compañera es duro, pero la idea de perder a Grace es... imposible. Morir sería preferible.