—Aquí —le entrego a Owen su teléfono cuando regresa, y la ausencia del dispositivo hace que mis dedos se cierren en puños. Es como entregar mi seguridad.
Él lo acepta con un gesto, guardándolo en su bolsillo. Bun se retuerce en los brazos de Owen, inclinándose hacia mí con las manos extendidas. Sus ojos —grandes y oscuros— se fijan en los míos con intensidad.
—¡Guh! —exige, y extiendo los brazos sin pensar.
Owen la transfiere a mis brazos sin comentarios. El peso de ella se asienta contra mi pecho, cálido y sólido.
Me quedo paralizada.
Las orejas de conejo que había secado suavemente minutos antes han desaparecido. En su lugar hay apéndices triangulares y temblorosos cubiertos de fino pelaje negro.
Orejas de gato. Definitivamente orejas de gato.