Su dedo empuja más profundo, golpeando un punto perfecto dentro de mí que me hace enroscar los dedos de los pies.
No puedo pensar, no puedo respirar —solo puedo sentir. La energía entre nosotros fluye como una maldita marea; se ha convertido en millones de hilos, imposibles de contener mientras abruma cada pensamiento racional.
Él curva y empuja su dedo justo en el lugar correcto, arrancándome gemidos con cada lento movimiento, y es una locura absoluta en mi cabeza.
Mis caderas se sacuden contra su mano con voluntad propia. Estoy presionando hacia abajo, persiguiendo la presión, la fricción, desesperada por más. Los hilos dorados que nos conectan pulsan con más brillo con cada movimiento, multiplicándose hasta que son todo lo que puedo ver detrás de mis ojos entrecerrados.
—¿Tienes control, Grace?
Mierda. Se suponía que debía estar concentrándome.
Su voz está tensa, como si estuviera aferrándose a su autocontrol por un hilo.
Yo también.