Algo anda mal con Lira.
Su cabello multicolor capta la luz matutina que se filtra por las ventanas de la casa rodante, pero el brillo habitual en sus ojos felinos ha desaparecido. Sus dedos delgados tamborilean sobre la mesa, creando un patrón irregular mientras su mirada se pierde en algún punto más allá de mi hombro, desenfocada y distante.
Esta no es la Lira que he llegado a conocer—aquella que siempre va tres pasos por delante, confiada hasta el punto de la arrogancia y siempre lista con un comentario sarcástico o una advertencia críptica. Esta parece... preocupada.
—Hay una razón por la que no eres muy abierta conmigo, ¿verdad? —pregunto suavemente, rompiendo el silencio entre nosotras. Ha dejado de hablar por completo.
Ella suspira, sus dedos pausando su inquieta danza. Golpea la parte trasera de su teléfono con uñas pintadas y me da una sonrisa, aunque no llega a sus ojos.
—Si digo demasiado, me arriesgo a perder demasiado.
Más respuestas crípticas.