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Mientras el grito de advertencia resonaba en el aire, cada hombre lobo se tensó, sus cuerpos bajando instintivamente, listos para saltar hacia el cielo en un instante. Sobre ellos, el cielo ardía en un carmesí profundo, manchado como sangre al atardecer. Desde la fortaleza distante, los vampiros comenzaron a emerger—figuras oscuras elevándose como una tormenta de murciélagos, circulando alto antes de barrer hacia el campo de batalla en una ola mortal. Su número era abrumador, lo suficientemente denso como para borrar el cielo rojo, volviéndolo negro como la pez.