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Addison recordó el momento en que la niña más pequeña cuidadosamente elaboró una corona de flores con margaritas y la colocó suavemente en la cabeza de su compañera de juegos. —Hermana, eres tan hermosa... —había susurrado, con la mirada baja, jugueteando nerviosamente con sus dedos.
Esa niña tímida—sus movimientos, su incertidumbre, su suave admiración—reflejaban perfectamente el comportamiento de Mila.
Y ahora, estando aquí, Addison no podía evitar comparar la mirada sincera en el rostro de Mila con la de Claire—la mujer que había dominado el arte de la falsa inocencia. Claire, que decía una cosa y quería decir otra, que llevaba su inocencia como una máscara mientras acorralaba a Addison con una malicia sutil, siempre sonriendo con suficiencia como si hubiera ganado algo invisible.
Pero Mila era diferente. El nerviosismo en sus ojos no era calculado. Era genuino. El recuerdo lo confirmaba—al menos, así parecía.