—¿Qué haces aquí? —la voz de Zion resonó, baja y letal, con una furia fría que hacía que la habitación pareciera aún más pequeña. El tono afilado hizo eco en el espacio cerrado como una cuchilla.
Levi se quedó paralizado, atrapado en medio de la habitación como un ciervo deslumbrado por los faros. No sabía dónde mirar ni qué decir. La atmósfera era insoportablemente incómoda. De todas las cosas que esperaba al entrar en la habitación del Alfa, encontrarse con Zion teniendo un sueño húmedo muy vívido ni siquiera se le había pasado por la mente.
«Justo mi suerte», pensó Levi con amargura, optando por hacerse el tonto y actuar como si no hubiera visto —ni oído— nada.