Cuando Max llegó al punto de encuentro, no estaba solo.
Lobo ya estaba allí, esperando como habían acordado el día anterior. Pero algo estaba... raro. A Max le tomó medio segundo darse cuenta de que no era Lobo en sí. Era lo que llevaba puesto.
Lobo notó la mirada.
—¿Qué? —dijo, encogiéndose de hombros—. No puedo arriesgarme a delatarme, ¿verdad? Los miembros del Foso tenemos un estilo. Así que pensé en vestirme exactamente con lo opuesto.
Señaló el jersey de lana que llevaba puesto, aunque era mediados de primavera y definitivamente no hacía tiempo para suéter. Llevaba pantalones marrones holgados y, para completar, un par de gafas redondas falsas que lo hacían parecer un profesor de algún drama de misterio de bajo presupuesto.
—Las gafas son demasiado —dijo Max, inexpresivo—. En realidad, todo es demasiado. Pero empieza por deshacerte de las gafas.
Lobo suspiró y se las quitó, guardándolas en su bolsillo.