—Eres un completo presumido —dije, observando a mi primo Gideon suspender un orbe dorado de luz entre sus palmas.
—Lo dice la mujer que encendió todas las velas de la fogata con un solo chasquido de dedos anoche —replicó con una sonrisa burlona.
Sonreí y levanté mi mano, dejando que las llamas bailaran sobre mis dedos. El fuego no me quemaba—ya nunca lo hacía. Cuatro años de práctica me habían enseñado un control perfecto.
—Era más rápido que usar fósforos —respondí con un encogimiento casual de hombros—. Además, a la manada le encantó el espectáculo.
Cuatro años. Parecía imposible que hubiera pasado tanto tiempo desde aquella fatídica noche cuando un vuelo desviado me había hecho aterrizar en territorio de Storm Crest—en el corazón de lo que debería haber sido territorio enemigo. Sin embargo, aquí estaba, no solo sobreviviendo sino prosperando.
Gideon puso los ojos en blanco.