Revelaciones Plateadas y un Regreso Prometido

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El momento se extendió entre nosotros, con el fuego bailando sobre la palma de Orion mientras esos ojos rojo sangre se clavaban en los míos. Entonces, sin previo aviso, agarró mi mano con la suya que no estaba quemada.

—¿Qué estás haciendo? —jadeé, tratando de alejarme.

—Confía en mí —su agarre era firme pero gentil—. Por una vez, Elara, deja de luchar contra lo que eres.

Antes de que pudiera protestar más, levantó un pequeño frasco plateado de su escritorio y desenroscó la tapa. Mi corazón martilleaba contra mis costillas mientras el reconocimiento me invadía.

—Agua de plata —susurré, mi cuerpo enfriándose de miedo.

Todos los hombres lobo sabían lo que el agua de plata le hacía a nuestra especie: ardor, ampollas y agonía que podían dejar cicatrices permanentes. Había visto los efectos una vez cuando un joven lobo en la Manada de la Luna Plateada había aceptado tontamente un reto. Los gritos aún me atormentaban.