1:46 AM — La Noche en el Konbini es Igual que Siempre
Las luces fluorescentes zumbaban como moscas ebrias e iluminaban los pasillos llenos de productos que nadie compraría a estas horas. El aire olía a café recalentado y a soledad, ese tipo de soledad que solo existe en las ciudades grandes, donde hay tanta gente que al final todos están igual de solos.
Detrás del mostrador, yo, Hiroto, el empleado más sarcástico de este basurero existencial nocturno. Intentaba no pensar en lo patética que es mi vida, pero a mi lado, como siempre, estaba ella.
Aoi.
Mi compañera de trabajo, o mi posible castigo por haber pirateado películas cuando era adolescente.
—Nyaaa~ Hiroto-kun, ¿por qué tienes esa cara de depresivo de nuevo? —dijo, balanceándose sobre sus pequeños pies, haciendo que su falda se moviera peligrosamente. Llevaba puesto el uniforme del Konbini, pero de alguna manera hacía que su falda le quedara más corta de lo permitido, como si quisiera poner a prueba mi paciencia o mi capacidad de autocontrol. Por su puesto su collar de perro negro tintineó con el movimiento burlándose de mí.
―Porque estoy en un trabajo de mierda, atendiendo a personas que parecen fantasmas con una compañera que parece salida de un doujinshi +18. ―respondí, ignorando deliberadamente cómo su falda se movía cada vez que se reía.
―¡Uuuuh, qué cruel! Pero si yo soy tu linda y adorable compañera, ¿verdad? ¡Verdaaad? ―se acercó demasiado, apoyándose en el mostrador y arqueando la espalda de una manera que no podía ser accidental.
―Eres como un gato que alguien abandonó en la puerta y ahora no se va.
―¡Nyaa~! ¡Eso es adorable! ―dijo, sonriendo con esos dientecitos de tiburón que parecían diseñados para morder mi tranquilidad o arrancarme un brazo.
Un cliente entró.
―¡Irrashaimaseeeen~! ―cantó Aoi, con una alegría tan falsa y sarcástica que daba ganas de vomitar. El hombre, un oficinista con cara de no haber dormido en tres días, ni siquiera levantó la vista.
―Podrías ahorrar energía. Nadie viene aquí de noche para escucharte.
―Pero es divertido ver cómo se ponen nerviosos. ―respondió, girando sobre sus talones y dejando que su falda hiciera ese movimiento otra vez.
Después de unos minutos, saco el tema:
―Oye, Hiroto-kun~. ―dijo de pronto, saltando para sentarse en el mostrador, ignorando completamente las normas de seguridad laboral―. ¿Por qué crees que los hombres están tan obsesionados con las panties?
―¿En serio? ¿Quieres hablar de eso?
―¡Sí! Es un tema interesante como los extraterrestres o por qué el anime de temporada siempre tiene una loli innecesaria.
Resople.
―Es simple. Es por el secreto. La sociedad dice "no mires", entonces los pervertidos lo convierten en fetiche. Es la misma razón por la que la gente romantiza a las yanderes o cree que las tsunderes son lindas y no un desastre emocional.
―¡Uuuuh, qué análisis tan frio! ―Aoi se rio, balanceando las piernas―. Pero yo creo que es porque son lindas. ¡Como yo!
―No, es porque la cultura popular ha fetichizado un trozo de tela hasta el punto de que haya mercancía, figuras y hasta concursos de olfateo de panties usadas. Es deprimente.
―¿Y si te digo que llevo unas negras con estampado de osito hoy? ―preguntó, inclinándose hacia adelante con una sonrisa sarcástica.
―No me importa.
―Mentiroso~. Tus ojos bajaron medio milímetro.
―Fue un reflejo involuntario, como cuando ves un accidente de tráfico.
―¡Hiroto-kun eres un tsundere! ―gritó, señalándome como si hubiera ganado algo.
―Soy realista. Tú eres la que se viste como si estuvieras en una convención de doujins todas las noches.
―Porque la vida es corta Hiroto-kun, y si voy a estar en este basurero, al menos quiero divertirme un poco~. ―dijo, saltando del mostrador y haciendo un giro, dejando que su falda volará por un instante antes de aterrizar dejándome ver algo que no quería ver.
Si tenían un estampado de osito.
―Eres un peligro público.
―¡Soy tu peligro público! ―respondió, guiñando un ojo.
No pude evitar soltar un resoplido. Estúpida mocosa.
Así pasaron las horas. Discutiendo tonterías, burlándonos de los clientes, del trabajo, del mundo. Ella, moviéndose como un auto sin frenos y yo, intentando no reírme para evitar perder mi estatus de cínico sarcástico.
A las 4 AM, un borracho entró a comprar otro sake. Aoi le cantó su irrashaimaseeeen más burlón.
El tipo ni se inmutó.
―¿Ves? Esto es el capitalismo. ―murmuré―. Vendemos alcohol a gente que se está matando lentamente, y nos pagan una basura por hacerlo.
―Pero tenemos descuento en ramen~. ―dijo ella guiñando el ojo, como si eso arreglara todo.
―Eres demasiado optimista.
―Y tú demasiado amargado. Por suerte para ti, aquí me tienes a mí.
―Eso no es suerte, es un castigo.
―Nyaaa~, lo mismo digo.
Y así, entre insultos y risas, la noche pasó.
Pronto amanecería.
Y mañana, sería otra noche igual.
Pero, por alguna razón estúpida, siento que eso no me molestaba tanto como debería.