3:14 AM — La Hora en que los Otakus Piden Perdón por sus Decisiones de Vida
El Konbini estaba en ese punto muerto de la noche en el que hasta las máquinas expendedoras parecían burlarse de la soledad. Yo, Hiroto, estaba reorganizando una pila de bentos que nadie compraría (porque, seamos honestos, a esta hora solo vienes aquí si tu vida ya ha fracasado), cuando ella decidió que era el momento perfecto para iniciar otra conversación estúpida.
―Nyaaa~ Hiroto-kun, ¿alguna vez has abrazado un dakimakura? ―preguntó Aoi, colgándose del refrigerador de bebidas como si fuera un gato en un contenedor de basura.
―No. Y si lo hubiera hecho, me habría disparado después.
―¡Mentirosoooos! ―cantó, saltando hacia el mostrador con esa gracia felina que solo podía ser molesta a propósito―. Todos los otakus tienen uno escondido. Es la ley.
―No soy ese tipo de otaku.
―Claro, entonces ¿Qué tipo de otaku eres, Hiroto-kun? ―Se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en el mostrador y dejando que su escote mostrará... Bueno seamos sinceros, Aoi es más plana que el mostrador de la tienda.
―El tipo de otaku que no gasta su sueldo en fundas de almohadas con dibujos de adolescentes inexistentes ―dije, desviando la mirada hacia una bolsa de papas que, irónicamente, tenía una mascota anime sonriendo como si no supiera lo patético que era todo esto.
Aoi se rio, saltando para sentarse en el mostrador otra vez (violando al menos tres normas de seguridad laboral) y balanceando las piernas como si estuviera en un parque.
―Pero eso es lo genial del capitalismo, ¿no? ―dijo con un brillo malicioso en los ojos―. Tú estás solo, triste, con el vacío existencial comiéndote por dentro... ¡y pum! Aquí tienes una waifu 2D que nunca te rechazará, nunca te dirá que hueles a cup ramen, y siempre estará ahí, sonriendo, aunque solo sea porque la estamparon en poliéster.
―Eso no es genial, es deprimente.
―¡Es un negocio! ―Aoi extendió los brazos como si estuviera anunciando el próximo producto más vendido―. La sociedad mira a los otakus, ve su soledad, y en vez de ayudarles, les vende la ilusión de amor en forma de funda de almohada por solo 12,999 yenes. ¡Es el negocio perfecto!
―Es enfermo.
―¡Es marketing! ―corrigió, sonriendo con esos dientecitos de tiburón―. Y lo mejor es que ni siquiera necesitas una waifu real. ¿Para qué, si puedes tener a tu personaje favorito en tu cama, en pose sugerente, y sin riesgo de que te diga que no?
―Eso es lo más triste que has dicho en toda la noche.
―¿Y si te digo que yo tengo un dakimakura? ―preguntó, bajando la voz a un susurro juguetón.
Parpadee.
―...¿De quién?
―¡Mío, obvio! ―se rio, girando sobre sí misma―. Lo hice en una de esas máquinas de fotos especiales. Por si algún día me vuelvo súper famosa y mis fans quieren dormir abrazados a mí.
―Eso no es narcisista para nada.
―Es un emprendimiento, Hiroto-kun.
En ese momento, Aoi saltó del mostrador y se acercó demasiado, hasta el punto en que podía sentir el olor a chicle de fresa que siempre masticaba.
―¿Quieres saber un secreto? ―preguntó, mirándome con esos ojos azules que parecían diseñados para arruinar la autoestima de cualquiera.
―No.
―A veces pienso... que si tú tuvieras un dakimakura mío... ―Hizo una pausa exagerada, deslizando un dedo por el borde de mi delantal―. Harías muchas cosas sucias con él, aunque lo niegues.
El Konbini se quedó en silencio. Hasta el zumbido de las luces pareció detenerse.
Yo, siendo el profesional serio que soy y aparentemente también el único adulto en el lugar respondí de la única manera posible:
―Voy a tirar tu collar de perro al microondas.
Aoi estalló en risas, alejándose con un giro que hizo que su falda volara demasiado, pero como siempre, sin llegar a mostrar nada.
―¡Nyaaa~! ¡Hiroto-kun se sonrojó!
―Fue un espasmo muscular.
―¿Y si te digo que no necesitarías un dakimakura si yo estoy aquí? ―siguió, mordiendo su labio inferior de una manera que debería ser ilegal.
―Prefiero el dakimakura. Al menos ese no habla.
―¡Qué cruel! ―Se llevó una mano al pecho, fingiendo dolor―. Pero si yo soy mucho más cálida... y suave... y...
―Si terminas esa frase, llamó a la policía.
―¡Aburridoooo! ―Aoi saltó hacia atrás, riéndose como si acabara de ganar el premio mayor―. Bueno, si algún día cambias de opinión, ya sabes. Yo podría ser una funda especial... solo para ti.
―Voy a llamar a la policía.
―¡Prometo posar en una pose extra linda!
―Olvidalo, mejor voy a quemar este lugar.
―Yo te ayudo~.
El sol comenzaba a asomarse cuando el último cliente de la noche (un otaku con cara de no haber visto la luz del día en semanas) compró un paquete de doritos y una bebida energética. Aoi le lanzó su irrashaimaseeeen más burlón, y el tipo ni siquiera levantó la vista.
―¿Ves? ―dije señalándolo―. Ese es tu público objetivo. Gente que ni siquiera puede hacer contacto visual.
―Pero pagó en efectivo ―respondió Aoi, contando las monedas con una sonrisa―. Y eso es lo único que importa.
No pude discutir con eso.
El Konbini seguía abierto 24 Horas. Las luces seguían zumbando. Aoi seguía siendo una molestia con coletas rubias.
Y yo, por alguna estúpida razón, seguía allí.