Noche 4: El Konbini, la Tormenta y Dos Idiotas

1:15 AM  La Hora en que el Cielo Decidió Lavar Tokio con una Manguera Rota

El Konbini estaba sumergido en un sonido monocromático: el sonido de la lluvia golpeando los cristales como si el cielo hubiera declarado guerra a Tokio. Las luces fluorescentes parpadeaban, enfermas de aburrimiento, y el aire olía a humedad, electricidad estática y a ese tipo de soledad que solo existe cuando el mundo entero se esconde.

No había clientes. Claro que no. ¿Quién saldría en medio de un tifón a comprar onigiri? Solo un idiota.

Yo, Hiroto, estaba sentado en el suelo detrás del mostrador, con la espalda apoyada en la nevera de bebidas que zumbaba como un avión a punto de estrellarse. A mi lado, Aoi, con sus coletas rubias despeinadas y el uniforme arrugado, dibujaba corazones en el vapor de los vidrios empañados.

―Nyaaa~ Hiroto-kun. ―dijo, sin mirarme―. Si el techo se derrumba ahora, ¿Qué prefieres? ¿Qué nos aplaste un estante de latas de café o uno de doujinshis?

―Las latas. Morir bajo un montón de doujinshis +18 sería patético incluso para mí.

Ella río, un sonido cálido en medio del frío metálico del Konbini.

―Yo elegiría las latas de café. Así al menos moriría con el olor que te gusta.

No supe si era una broma o un disparo directo. Decidí ignorarlo.

...

―¿Sabes qué sería gracioso? ―dijo, mirando la tormenta por la puerta de vidrio―. Que, si nos cayera un rayo justo ahora, moriríamos juntos, acompañado solo del café recalentado y ramen vencido.

―No sería gracioso. Sería estadísticamente improbable.

―Pero imagínate. Dos idiotas en un Konbini, asesinados por un rayo junto a una máquina de bebidas. Hasta el titular se escribiría solo: "Pareja de perdedores mueren como vivieron: sin ganar nada".

―No somos una pareja.

―Claro que no. ―dijo, sonriendo con esos dientecitos de tiburón―. Eso sería aburrido.

El silencio volvió, pero era un silencio extrañamente cómodo.

Hasta que Aoi, siempre Aoi, lo rompió.

―Oye, Hiroto-kun. ¿Qué harías si esto fuera el fin del mundo?

Miré alrededor. El Konbini estaba igual que siempre: luces brillantes, estantes llenos de productos que nadie necesitaba, el olor a plástico y desinfectante.

―Me quedaría aquí. ―dije al fin―. Con el café frío, los bentō vencidos y...

Mis ojos se encontraron con los de ella. Azules. Demasiado azules.

...y contigo.

El pensamiento golpeó mi cabeza como un camión. ¿Cuándo había entrado esa estupidez en mi cabeza?

―... y con la máquina registradora. ―terminé, desviando la mirada―. Al menos moriría sabiendo que otro idiota tendrá que contar el efectivo.

Aoi no dijo nada. Pero sonrió. Una sonrisa pequeña, como si hubiera escuchado lo que pensé y no lo que dije.

El tifón seguía fuera. Aoi se deslizó un poco hasta quedar más cerca, sus piernas rozando las mías. 

―¿Crees que alguien vendrá a buscarnos si nos quedamos atrapados aquí? ―preguntó, jugueteando con su collar de perro.

―El gerente vendría... a asegurarse de que seguimos trabajando.

―Qué emocionante. ―murmuró, apoyando la cabeza en mi hombro.

No la aparte.

Pasaron minutos. Horas. El tiempo se diluía con el sonido de la lluvia.

―Oye, Hiroto-kun. ―dijo de pronto―. ¿Qué harías si esto fuera el fin del mundo?

―Ya preguntaste eso antes.

―Lo sé. ―su voz sonó más suave de lo normal―. Pero en serio, ¿No harías nada más?

―Bueno... ―tragué saliva. Sus dedos rozaron los míos, accidentalmente. O no―. También me robaría los Pocky y...

Y me quedaría contigo...

Esas palabras se quedaron atoradas, quemando la garganta.

―¿Y? ―insistió, girando para mirarme. Sus ojos azules brillaban en la penumbra.

―Y... golpearía la estúpida alarma que no deja de sonar. ―dije, señalando la luz roja parpadeante sobre la puerta.

Ella río, pero fue una risa hueca.

La lluvia seguía cayendo. El café se enfriaba.

En un movimiento que no fue accidental (nada con Aoi lo era), su mano rozó la mía al alcanzar su taza. 

―Oye, Hiroto-kun ―dijo, mirando la tormenta―. Si sobrevivimos a esta noche, ¿me invitas a comer ramen?

―No.

―¿Un helado?

―No.

―¿Un café en una tienda que no sea esta?

―...Tal vez.

Ella sonrió, satisfecha.

La lluvia cesó cerca del amanecer.

Aoi y yo seguíamos sentados en el suelo, hombro con hombro, vacíos de café y llenos de palabras muertas antes de nacer.

―Hiroto-kun. ―susurró, apoyando la cabeza en mi hombro otra vez―. Si el mundo se hubiera acabado... Te habrías quedado conmigo ¿Verdad?

La miré. Ella ya sabía la respuesta.

―No. ―mentí.

―Qué bien. ―sonrió, cerrando los ojos―. Yo tampoco.

El primer rayo de luz se filtró por los cristales sucios. El Konbini volvió a oler a café recalentado y derrota.

Pero por unas horas, habíamos sido los únicos dos idiotas en el fin del mundo.

Y tal vez, solo tal vez, eso no fue tan malo.