Noche 5: El Amor Tóxico para Tontos

1:20 AM  La Hora en que las Parejas Tóxicas Vienen a Comprar Su Odio Mutuo

El Konbini estaba tan tranquilo que hasta las papas fritas susurraban. Yo, Hiroto, estaba limpiando un derrame de café que llevaba tres días secándose (símbolo perfecto de mi motivación), cuando la puerta se abrió con un ding que sonó al opening de un anime de bajo presupuesto.

Entró una pareja. Él, con camisa arrugada y mirada de perro golpeado; ella, con el delineado corrido y manos que podrían firmar una orden de restricción. Se pararon frente al refrigerador de bebidas, y en menos de un minuto, empezaron.

―¿En serio vas a comprar otra cerveza? ―dijo ella, señalando la lata como si fuera un cuchillo ensangrentado.

―¿En serio vas a seguir fingiendo que no te acostaste con mi mejor amigo? ―replicó él, abriendo la lata con un click que sonó a sentencia de muerte.

Aoi, apoyada en el mostrador sonrió como un gato que ve dos ratones peleando.

―Apuesta: él llora en el baño en 10 minutos, ella le escribe a su ex en 15.

―Muy cliché. El contrata una JK, ella termina con un desconocido en un hotel.

―¡Oooh, Hiroto-kun eso es tan tú! ―dijo, girando para que su falda rozara mi brazo.

La pareja siguió discutiendo frente a los fideos instantáneos. Él agarró un paquete de condones y lo estrelló contra la cesta de compras.

―¿Para qué compras eso? Si ni siquiera me quieres tocar. ―gritó ella.

―¿Y tú? ¿Para qué subes fotos semi-desnuda todo el tiempo? Tu teléfono suena cada dos segundos. ―él señaló el teléfono que ella sostenía en su mano derecha, irónicamente hizo un Beep como si apoyará la acusación.

La pareja siguió discutiendo frente a la maquina de bebidas. Aoi, aburrida de esperar, comenzó su propio stand-up improvisado.

―¿Sabes por qué duran? ―preguntó en voz alta a la nada, como si estuviera en un escenario y no hablándole a la cucaracha que intentaba meterse en la cafetera―. Porque el sexo tóxico es como el wasabi: te hace llorar, pero aun así pides más.

Nadie se río.

―O porque son demasiado pobres para pagar dos alquileres. ―dije, viendo cómo el hombre agarraba otro paquete de condones con ira.

Nadie aplaudió.

―¡Exacto! ―Aoi saltó al mostrador como siempre, balanceando las piernas y susurro en voz baja―. El amor moderno se basa en tres cosas: orgullo, conveniencia, y miedo a morir solo como un perro en un callejón~.

La cucaracha se ahogó en el café, creo que fue suicidio.

En ese momento, el chico se acercó a mí, para pagar las latas de cerveza y el paquete de condones, mientras su novia se refugiaba en el pasillo de dulces.

―¿No te parece, que esto es demasiado tonto? ―me dijo, agitando la cerveza―. Te juro que la amo, pero cada vez que escucho ese teléfono, quiero correr a un acantilado.

―¿Y por qué no lo haces? ―pregunté, sin levantar la vista del mostrador.

―Porque el acantilado está cerrado después de las 6 PM. ―respondió, con una risa amarga que reconocí demasiado bien.

Cuando el chico salió, la chica se acercó a Aoi, sosteniendo un paquete de Pocky roto, unos audífonos con orejas de gato y un lápiz labial barato.

―¿Crees que, si me pongo más linda, él me prestará atención? ―preguntó, mostrando un labio tembloroso.

―Nah. ―Aoi le arrebató el Pocky y lo abrió con los dientes―. Los hombres son como los gatos: si los persigues, huyen. Si los ignoras, se mueren de curiosidad.

―Yo no lo engaño, solo quiero que él me vea...

―Y él quiere que no seas como los paraguas que se encuentran fuera del Konbini. ―interrumpió Aoi, señalando al chico que ahora estaba afuera viendo la lata de cerveza como si fuera un libro interesante―. Pero aquí están los dos, comprando basura para llenar sus vacíos.

La chica miró a su novio, luego a Aoi, luego a mí y preguntó:

―¿Ustedes son novios?

Aoi y yo nos miramos. Y por primera vez, ninguno de los dos teníamos una broma preparada.

La pareja se fue de la misma forma que llegaron, solo que con más basura.

―Oye, Hiroto-kun. ―dijo, deslizándose frente a mi observando aún a la pareja que se difuminaba en la noche―. Viéndolo bien... nosotros somos igual que ellos, ¿no?

―Nosotros no somos pareja.

―Eso es peor. ―sonrió, jugueteando con su collar de perro―. Al menos ellos tienen excusas para odiarse. Nosotros ni eso.

No tenía nada que responder a eso, tenía razón.

La noche siguió, pero Aoi como siempre no podía quedarse callada.

―Oye, Hiroto-kun. ―dijo, deslizándose frente a mí con una sonrisa maliciosa―. ¿Qué harías si yo fuera tu novia?

―Te envenenaría el café.

―¡Qué romántico! ―se inclinó hasta que su aliento rozó mi oreja―. Yo te pondría un rastreador para que nunca te escondieras de mí.

―Eso no es romántico, es un delito.

―¿Y si nos besamos aquí, en el mostrador? ―preguntó, señalando el lugar donde un cliente había derramado café cuando aún existían los CD.

―Nos arrestarían por indecencia pública.

Aoi frunció el ceño.

―Eres aburrido. ¿No sería divertido... no sé, abrazos, salidas, algo emocionante?

―Hace unas noches pensé en prender fuego a este Konbini de una vez y huir de aquí. Eso sería emocionante.

―¡Ugh! ―se alejó, cruzando los brazos―. ¿Sabes qué? Mejor me caso con la máquina de helados. Al menos ella me entiende.

―Te deseo buena suerte, intentado ir al cine con ella. ―dije, y por alguna razón, no pude evitar sonreír al verla frustrada.

A las 3 AM, Aoi volvió al ataque.

―¿Sabes qué es lo más triste de las relaciones? ―preguntó, sentándose en el suelo junto a mí (violando todas las normas de higiene laboral)―. Que las personas confunden obsesión con amor. Como si controlar el teléfono de tu pareja fuera algo bueno y no un motivo para ir a terapia.

―El amor es una mentira a las que nos aferramos para no admitir que el sexo es aburrido después de seis meses. ―dije, leyendo un manga de Magical Girls After Line solo para evitar su mirada.

―¿Incluyendo el sexo conmigo? ―preguntó, quitándome el manga.

Mi cerebro dio un error de sistema.

Mis ojos se encontraron con los suyos. Demasiado brillantes. Demasiado azules. Demasiado cerca.

―¿Qué? ―logre decir, como un idiota.

―Nada~. ―se rio, deslizándose del mostrador―. Solo digo que, si yo fuera tu novia, te haría sufrir tanto que olvidarías lo aburrido que es tu vida, sería divertido.

―Eso no suena nada divertido.

―¿Y si te digo que soy buena con la boca? ―dijo acercando su rostro demasiado al mío.

El Konbini se detuvo. O tal vez fue mi corazón, recordándome por qué odiaba latir.

―Aoi... ―comencé, pero ella ya se había alejado de un salto, agitando una caja de condones como si fuera un premio.

―¡Ah! Se me olvidó reabastecer estos, los necesitaremos para cuando decidas dejar de ser un cobarde.

No tenía nada que añadir a eso.

El resto de la noche siguió normal, o tan normal como podía ser con Aoi. Pero cada vez que nuestros ojos se encontraban, el Konbini parecía hacerse más pequeño.

Ella, mordía su Pocky con esos dientes de tiburón.

Yo, recordaba que su rostro estuvo a solo centímetros del mío.

Y en algún rincón, entre los pasillos de bebidas y sueños frustrados, algo estaba claro.

Necesitábamos algo urgente para matar a las estúpidas cucarachas.