Noche 6: El Paquete Premium de Felicidad al 50% de Descuento

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Este capítulo aborda el tema de la depresión. Si bien se mantiene el humor oscuro característico, recuerda que la salud mental no es un chiste... aunque a veces fingir que lo es ayuda a sobrevivir.

2:37 AM  La Hora en que las Familias Disfuncionales Hacen Compras Terapéuticas

El Konbini estaba tan vacío que hasta los mosquitos se aburrían. Yo, Hiroto, estaba reorganizando latas de café (porque el gerente cree que mover cosas sin sentido es mantenerse productivo), cuando la puerta se abrió con un ding demasiado alegre para la madrugada.

Entraron tres personas: una chica de unos 14 años con ojos hinchados y una sudadera holgada que parecía tragarse su cuerpo. Detrás, claramente sus padres: una mujer con el rímel corrido y un hombre con la corbata torcida, como si hubieran salido corriendo de casa.

―Akane, cariño, mira ―dijo la madre, señalando los estantes con una sonrisa forzada mientras empujaba un carrito de compras vacío―. ¡Podemos llevarnos todo lo que quieras! Helado, chocolates, ¡incluso esos Kit Kats que tanto te gustan!

La chica, Akane, no levantó la vista. Sus manos temblorosas se aferraban a los puños de la sudadera, y sus pasos arrastraban el peso de alguien que no quería estar allí.

―No tengo hambre... ―murmuró, la voz rasposa como si hubiera llorado durante horas.

―¡Vamos, anímate! ―el padre le dio una palmada en la espalda que hizo que Akane se encogiera―. Llevas demasiado tiempo encerrada en tu cuarto. ¡Un poco de azúcar ayuda a levantar el ánimo!

―Sí, hija. ―la madre agarró un paquete de Kit Kats y lo agitó como si fuera medicina para la tos―. ¿Recuerdas cuando íbamos de compras los sábados? ¡Te encantaba!

―Eso era antes... ―susurró Akane, frotándose los ojos rojos.

―Antes de ¿qué? ―el padre cruzó los brazos, su voz subió de tono―. Solo tienes que volver a salir un poco. La semana pasada, la Sra. Takahashi me dijo que su hija te llamó 4 veces y ni contestaste, pensó que te paso algo.

―¿Y qué querías que hiciera? ―Akane finalmente levantó la mirada, con lágrimas acumulándose―. ¿Qué le dijera: "Hola, perdón, es que siento que toda mi vida es una basura y ni siquiera quiero levantarme de la cama"?

―¡No digas esas cosas! ―la madre interrumpió, apretando el carrito hasta que sus nudillos palidecieron―. Solo estas... cansada por la escuela. Estamos aquí para eso, ¡para animarte!

―Exactamente. ―el padre añadió, más suave, señalando un peluche de un perro sonriente―. Mira esto. ¡Dice "¡Te Quiero!" en la panza! ¿No es lindo?

Akane miró el peluche como si fuera un mal chiste.

Aoi, masticando chicle a mi lado, susurró:

―Apuesta: gastarán 5,000 yenes en azúcar y culpa.

―Calla. ―respondí, pero ya estaba claro que la familia llevaba una discusión detrás. Los padres tenían esa expresión de "no sabemos qué hacer", y Akane, la de "por favor, déjenme desaparecer".

―Mira, Akane ―la madre bajó la voz, aunque todos la escuchamos―. Sé que... lo de hace una hora estuvo mal. Todos nos alteramos un poco, pero entiende que gritarte no nos hace sentir bien a nosotros. Por eso vinimos, aquí ¿entiendes? Para arreglarlo.

―Esto no está ayudando nada... ―la chica se secó una lágrima con la manga―. Solo quiero encerrarme en mi cuarto de nuevo.

―¡Ese es el problema! ―el padre estalló, arrojando una bolsa de caramelos al carrito―. No te entiendo, nosotros siempre nos esforzamos por darte todo ¿Por qué actúas como si el mundo se acabará?

―¡Porque todo esto es una basura! ―Akane le gritó por primera vez, temblando―. ¿Acaso crees que a mí me gusta estar así? ¡Todos los días me despierto viendo a esa basura frente al espejo que ni siquiera es capaz de levantarse de su cama y hacer algo por su vida! ¡Pero no! ¡Ustedes solo saben decir "se feliz" como si tuviera un estúpido interruptor en el cerebro!

El Konbini se quedó en silencio. Hasta el zumbido de las luces pareció callarse.

La madre tragó saliva y, en un intento desesperado, agarró un helado de chocolate y un paquete de Pocky.

―Toma, esto te gustaba ―dijo, casi suplicando, con ojos húmedos―. ¿Verdad?

―Me gustaba ―Akane miró los dulces con asco―. Antes de que todo esto se volviera una basura.

Aoi no pudo contenerse.

―Oigan, ¿saben qué es lo peor del "sé feliz"? ―saltó al mostrador, balanceando las piernas―. Que es como decirle a alguien con una pierna rota: "¡Corre más rápido!". Y cuando se cae, tú dices: "¡Uy, es que no te esforzaste!".

Los tres voltearon hacia nosotros parpadeando confundidos, como si alguien hubiera interrumpido su momento familiar.

―Ella solo necesita distraerse un poco. ―el padre dijo con una sonrisa nerviosa, más para sí mismo que a nosotros―. Cuando yo era joven, si estaba triste, salía a correr o ayudaba a mi abuelo en el campo. ¡Eso me ayudaba siempre!

―¿Ah, sí? ¿Y también ayudaba a la depresión clínica, el desbalance químico cerebral, y las ganas de gritarle a la gente que repite "se feliz" como grabadora descompuesta? ―preguntó con esa sonrisa de gato a punto de matar a un ratón.

Los padres parpadearon.

―¡E-Ella no está deprimida! ―dijo la madre en voz alta, abrazando a Akane, que se encogió como si el contacto le quemara―. Solo está... pasando una fase.

―Claro, como las fases lunares ―murmuré, recordando demasiado bien las tonterías que me repetían a mí hace años―. Pero en vez de afectar las mareas, te dan ganas de llorar en la ducha.

Akane me miró entonces. No con rabia, sino con ese agotamiento de quien ya ni siquiera tiene fuerzas para explicar por qué duele todo. Era como verme en un espejo hace años: mismo uniforme escolar, misma expresión de querer lanzarse por la ventana.

―¡Nosotros solo queremos ayudar! ―protestó el padre, pero su voz sonaba débil.

―Y lo están haciendo. ―dijo Aoi, señalando los dulces―. Igual que alguien ayuda a un ahogado vendiéndole un salvavidas de edición limitada.

Akane soltó una risa ahogada. Fue breve, pero suficiente.

―Mira, pequeña. ―dije, evitando el nombre de la chica porque sabía que odiaba que la trataran como una niña pequeña―. Tus padres son idiotas.

―¡Oye! ―protestó la madre.

―Pero son idiotas que te quieren. ―continué―. El problema es que creen que la tristeza es algo que se soluciona fácilmente con compras y frases motivacionales.

Aoi no dijo nada, solo me quedo viendo con esa sonrisa, una sonrisa que sabia más de mí de lo que me gustaría admitir.

―Lo que tú tienes, es más como... tener un pulpo en la cabeza. Sus brazos te aprietan el cerebro, te nublan la vista, y cada vez que intentas hablar, te tapa la boca con una ventosa.

Akane parpadeó, con curiosidad.

―¿Y... cómo se quita?

―Eso es lo más divertido, no se quita. ―respondí, más brusco de lo planeado―. Pero puedes aprender a vivir con el pulpo. O, en mi caso, a insultarlo cada día.

―Yo le puse nombre al mío. ―dijo Aoi, sonriendo―. Se llama Mr. Sleepy. Le encanta recordarme lo inútil que soy a las 4 AM.

―¿Y... eso ayuda? ―preguntó Akane.

―No. Pero al menos me río cuando digo "Vete a la mierda, Mr. Sleepy".

La chica miró a sus padres, luego a los dulces, y finalmente al peluche "¡Te Quiero!".

―No quiero nada de esto. ―dijo, dejando todo―. Si quieren comprarme algo... solo quiero un café.

Los padres se miraron, perdidos.

―Pero... ¿no te gustan los Kit Kats? ―preguntó el padre, confundido.

―Me gustan... ―respondió Akane―. Pero no hoy.

Mientras la madre pagaba la lata de café caliente (y el padre secretamente regresaban los dulces a los estantes, como un ladrón ocultando las pruebas de un crimen), Aoi se inclinó hacia Akane.

Susurró algo en su oído.

La chica asintió, casi sonriendo.

Al salir, Akane llevaba el café caliente en una mano y un papelito con un número de teléfono.

―¿Qué le dijiste? ―pregunté cuando se fueron.

―Que si sus padres vuelven a decirle "sé feliz", les escupa el café. ―Aoi sonrió, pero sus ojos estaban serios―. Y que el pulpo miente. Siempre.

No dije nada. Porque ella tenía razón.