Noche 7: El Cínico, La Chica Tiburón y la Niña Perdida

2:17 AM — La Hora en que los Adultos del Futuro Visitan los Pasillos de Papel Higiénico

 

El Konbini olía a resignación. A café rancio, a luces fluorescentes agonizantes y a la conversación más estúpida que jamás pensé tener.

 

―La natalidad en Japón está por debajo de los onigiris vendidos en un día lluvioso. ―dijo Aoi, balanceándose en una silla mientras yo reorganizaba latas de atún―. ¿Sabes qué significa eso, Hiroto-kun?

 

―Qué deberías dejar de leer noticias amarillistas durante el turno.

 

―¡Significa que nadie quiere tener sexo! ―gritó, lanzando una bolita de papel a mi cabeza―. O que todos están tan muertos por dentro que ni siquiera eso les interesa.

 

―Prefiero creer que las personas se dieron cuenta de que traer niños a este mundo es como invitar a alguien a un edificio en llamas y decirle "sorpresa: el fuego es tu vida".

 

Aoi abrió la boca para responder, pero un sonido cortó el aire: alguien llorando.

 

No el llanto fingido de un borracho, ni el gemido de un otaku que perdió el 50/50 en Genshin Impact. Era agudo, tembloroso, y venía de afuera.

 

―Probablemente un fantasma que quiere comprar Doritos. ―murmuré, pero Aoi ya se movía hacia la salida.

 

La niña estaba de cuclillas junto a la máquina de hielo, con un peluche tan desgastado como mi expresión cuando veo un cliente a las 3 AM.

 

―¿Eres un secuestrador? ―preguntó entre hipos, señalándome con dedo tembloroso.

 

―Sí, pero hoy estoy en mi día de descanso. ―respondí, cruzando los brazos.

 

―¡Hiroto-kun! ―Aoi me empujó y se arrodilló frente a la niña con una sonrisa que jamás había visto en ella: suave―. ¿Qué pasó mocosa? ¿Te perdiste?

 

―S-sí... ―la niña mostró un brazalete con un número de teléfono―. Mamá dijo que, si me pierdo, vaya a un Konbini...

 

―¡Que obediente! ―Aoi le tomó la mano sin dudar, como si tocar a alguien no le diera ganas de vomitar―. Ven, te daremos Kit Kats gratis y llamaremos a mamá. ¿Te gustan los Kit Kats?

 

La niña asintió, dejándose llevar. Yo me quedé por un segundo en la entrada procesando lo que acababa de pasar.

 

Dentro del Konbini, Aoi fue remplazada por otra persona.

 

Le dio a la niña una barra de chocolate y la sentó en el mostrador.

 

Le contó una historia sobre un gato callejero que se perdió en el metro de Tokio, pero que encontró amigos fantasmas (¿?).

 

Le enseñó a hacer figuras con los tickets de compra.

 

―Mira, así se hace un avión. ―dijo Aoi, doblando un ticket con precisión de origamista―. Si lo lanzas y cae en la cabeza de Hiroto-kun, te ganas otro chocolate.

 

―¿En serio? ―la niña lanzó el avión. Me golpeó en la frente.

 

―¡Ganaste! ―Aoi le entregó una Pocky como trofeo.

 

Yo solo estaba en silencio guardando todo en una carpeta mental llamada "Cosas que Nunca Debo Comentar en Público".

 

La madre llegó en 20 minutos llorando más que la niña. Vestía un uniforme de oficina arrugado y tenía ojeras que llegaban al suelo.

 

―¡Yui! ―gritó, abrazando a la niña como si temiera que se evaporara―. ¡Perdóname, perdóname!

 

Aoi, que hasta entonces había sido todo sonrisas, se puso seria. Más que sería. Molesta.

 

―Oiga. ―dijo, cruzando los brazos―. Si vuelve a perderla, la entierro bajo el refrigerador de bebidas.

 

La mujer asintió, demasiado agradecida para notar la amenaza.

 

Pero Yui sí. Se soltó de su madre y corrió hacia Aoi, abrazándole las piernas.

 

―¡Gracias, Nee-chan! ―dijo, enterrando la cara en su falda.

 

Aoi se quedó tiesa. Sus manos temblaron un instante antes de posarse suavemente sobre la cabeza de la niña.

 

―S-solo no te pierdas de nuevo. ―murmuró, poniéndole una barra de chocolate en la mano―. Y no soy una Nee-chan soy una chica tiburón. ―Aoi le sonrió mostrándoles sus dientes afilados que brillaron bajo las luces fluorescentes.

 

Yui al verlos le brillaron los ojos, como si hubiera presenciado un acto de magia en vivo.

 

―¡Woooow!.

 

Cuando se fueron, el Konbini recuperó su silencio habitual. O casi.

 

Aoi volvió a saltar al mostrador, balanceando las piernas.

 

―¿Qué? ―dijo, evitando mi mirada―. ¿Nunca había visto a una niña?

 

―No sabía que tenías ese modo. ―le respondí evitando también su mirada.

 

Se levantó y comenzó a limpiar el vidrio de la máquina de bebidas con más fuerza de la necesaria.

 

―No digas nada ―murmuró.

 

―No pensaba hacerlo.

 

―Nada.

 

―¿Ni siquiera que te queda bien ser linda?

 

Una lata de café voló hacia mi cabeza. La esquivé.

 

―¿Sabes qué odio más que me toquen? ―gruñó, subiéndose la falda unos milímetros para probar que seguía siendo ella―. Los bebés y los niños.

 

―Y aun así, casi adoptas una.

 

Ella se congeló.

 

―Solo creo que debe ser algo lindo... ―dijo de pronto, mirando por la ventana donde la niña se había desvanecido―. Tener a alguien que... bueno. Que te busque. Que te quiera así, aunque el mundo sea una mierda.

 

La miré. De verdad la miré. Su perfil, iluminado por las luces de neón, parecía frágil. Como el cristal de una ventana a punto de romperse.

 

―No me digas que ahora quieres tener una niña. ―dije, más para romper la tensión que por otra cosa.

 

Ella giró, sonriendo con esos dientecitos de tiburón. Pero sus ojos no seguían el juego.

 

―¡Claro! ¡Quiero una niña! ―dijo, saltando del mostrador―. ¿No te gustaría tener una conmigo, Hiroto-kun?

 

El café que estaba bebiendo me atragantó.

 

―¿Eso es una amenaza?

 

―Tal vez. ―se rio, alejándose hacia el pasillo de bebidas―. Imagínate: una mini-yo que te robe los calcetines o una mini-tú que frunza el ceño todo el día. ¡Sería adorable!

 

―Sería un desastre.

 

―¡Exacto! ―gritó desde entre las estanterías―. Los desastres son lo único que nos queda, ¿no?

 

―Prefiero adoptar un gato.

 

―Aburridoooo ―cantó, dando un giro sobre sí misma―. Pero bueno, si cambias de opinión, ¡yo ya elegí los nombres!

 

―¿Nombres?

 

―Sí. Si es niña: Aiko. Si es niño: Hiroshi.

 

―Eso es plagio.

 

―¡Es homenaje! ―Se río, alejándose hacia el pasillo de dulces―. Aunque con tu ADN, seguro sale un tsundere llorón...

 

La observé mientras reorganizaba latas que no necesitaban ser reorganizadas. Sus manos temblaban levemente. Sus orejas estaban rojas. Y por primera vez, entendí:

 

Aoi no quería una niña.

 

Quería lo que Yui tenía.

 

Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia. Pero ella no terminó ahí.

 

A las 4 AM, Aoi seguía silbando Doraemon no Uta mientras limpiaba. Yo seguía contando monedas, pero las cifras se mezclaban en mi cabeza.

 

―Oye ―dijo de pronto, lanzándome un papel arrugado―. Si alguna vez...

 

―No.

 

―Ni siquiera terminé.

 

―No importa. La respuesta es no.

 

Ella puso los ojos en blanco, pero no insistió. Aunque esa noche, por primera vez, no intentó sentarse cerca de mí.

 

O tal vez sí lo pensó.

 

Y tal vez yo también.