Noche 8: El Interruptor

2:33 AM ― La Hora en que los Sueños se Mueven entre los Pasillos de Fideos Instantáneos

 

El Konbini sonaba como siempre. Luces fluorescentes bailando en modo strobing barato, refrigeradores tosiendo condensación, y yo, Hiroto, limpiando un derrame de ramen picante que algún idiota dejó cerca de las revistas para adultos. Aoi, como siempre, estaba haciendo de las suyas.

 

―Nyaaa~ Hiroto-kun. ―cantó desde el pasillo de dulces, balanceando un paquete de Pocky como si fuera un micrófono―. ¿Sabías que los sueños son como los cupones de descuento? Todos los tienes, pero nunca sabes cuándo caducan.

 

―Prefiero los cupones. Al menos sirven para algo. ―respondí, evitando mirar cómo su falda se movía cada vez que saltaba.

 

―¡Aburridooo! ―se deslizó hasta el mostrador, apoyando los codos y acercando su rostro al mío―. Apuesto a que sueñas conmigo. Con mi falda, mis coletas, mis...

 

―Sueño con que te calles.

 

Ella río, pero no era su risa usual, era más suave. De pronto, saltó del mostrador y comenzó a caminar en círculos alrededor de mí, como un gato acechando a un ratón que ni siquiera quiere moverse.

 

―Oye, ¿sabías que hay una forma de saber si estás soñando? ―preguntó, jugueteando con el interruptor de la luz tras el mostrador.

 

―¿Dejando que me muerdas para ver si me despierto?

 

―¡Nooo! ―se río, tocando el interruptor una, dos veces, sin apagar las luces―. Es algo que vi en un video. Dicen que en los sueños... ―hizo una pausa, acercándose hasta que su aliento a chicle de fresa me llegó a la nariz―. las luces nunca se apagan. Por más que intentes, el interruptor no funciona.

 

Parpadee.

 

―Eso es lo más estúpido que has dicho. Y eso ya es decir mucho.

 

―¡Es ciencia, Hiroto-kun! ―saltó hacia el otro lado del mostrador, tocando el interruptor una y otra vez sin presionarlo, como si fuera un botón de Me Gusta en un video de internet―. Si estás soñando, el cerebro es tan vago que no renderiza la oscuridad. Así que... ―tocó el interruptor, haciendo un click falso―. ¡Nada! ¡Sigue brillando como el futuro de un NEET!

 

―Deja de jugar con eso. ―gruñí.

 

¿Crees... ―susurró, acercándose tanto que su hombro rozó el mío―. ...que estemos soñando?

 

El Konbini se quedó en silencio. O eso creí, hasta que el zumbido de las luces se volvió un rugido en mis oídos.

 

―Aoi, deja de...

 

Clic.

 

Ella presionó por accidente el interruptor.

 

Y las luces...

 

...

 

...

 

Siguieron encendidas.

 

Aoi parpadeó. Yo también.

 

―Eh... ―dijo ella, presionando el botón una y otra vez, cada vez más rápido―. Eh, eh, eh. Esto es... ¡divertido! ¿Verdad, Hiroto-kun?

 

―No.

 

―¡Claro que sí! ―su voz sonó un octavo más aguda de lo normal―. ¡Es solo que el interruptor está...!

 

Clic. Clic. CLIC.

 

Nada. Las luces seguían brillando, pero ahora con un matiz azul, como si el Konbini se hubiera sumergido en el océano. Aoi dejó de sonreír.

 

―Hiroto-kun... ―murmuró, retrocediendo hasta chocar conmigo―. Esto no es divertido.

 

―Claro que no ―respondí, aunque mi pulso empezaba a acelerarse.

 

Ella giró hacia mí, sus ojos azules dilatados.

 

―Yo...

 

No terminó la frase.

 

Las luces...

 

...

 

...

 

Se apagaron.

 

La oscuridad fue absoluta. O casi. El resplandor rojo de la máquina de café iluminaba apenas nuestros rostros, convirtiendo a Aoi en una silueta de labios temblorosos y ojos como lunas llenas.

 

―¡HIROTO-KUN! ―gritó, y de pronto estaba ahí, sus manos aferrándose a mi camisa, su cuerpo pegado al mío como si yo fuera un poste en medio de un tsunami―. ¡¿QUÉ MIERDA ESTÁ PASANDO?!

 

―¡Cálmate, idiota! ―mentí, porque mis propias manos ya la rodeaban, sujetándola para que no se alejara―. Es solo un corte de...

 

―¡NO ES NORMAL! ―chilló, enterrando la cara en mi pecho―. ¡NO QUIERO ESTO! !NO DE NUEVO...! ¡NO...!

 

―¡CÁLLATE! ―rugí, más para acallar mi propio pánico que el suyo.

 

Ella obedeció. O más bien, se limitó a temblar en silencio, sus uñas clavándose en mi espalda a través de la camisa. Su olor a... ¿Agua salada? no, fresa, me tapaba la nariz, No supe cuánto tiempo pasó. Diez segundos. Una hora. El Konbini había dejado de existir, y solo éramos dos idiotas abrazados en la oscuridad, con el sonido de nuestros corazones golpeando al unísono.

 

Hasta que...

 

Clic.

 

Las luces volvieron.

 

Aoi y yo nos separamos como si nos hubieran electrocutado.

 

―¡J-JA! ―río ella, demasiado fuerte, arreglándose la falda que ni siquiera estaba desarreglada―. ¡Eso fue... divertido! ¿Verdad?

 

―Muy divertido. ―respondí, limpiando sudor imaginario de mi frente―. Solo fue...

 

―¡Fue el interruptor! ―interrumpió, señalando el aparato con un dedo acusador―. ¡Está descompuesto! ¡Seguro es cosa del gerente rata que no lo arregla!

 

―Claro. Eso explica todo. ―dije, evitando mirarla. Mis brazos aún sentían el calor de su cuerpo.

 

Ella saltó al mostrador, recuperando su sonrisa de tiburón, pero sus piernas seguían temblando.

 

―¿Sabes qué dicen también de los sueños, Hiroto-kun? ―preguntó, jugueteando con su collar―. Que, si besas a alguien, no sientes nada. Porque tu cerebro es demasiado lento para inventar...

 

―Si terminas esa frase, te entierro en el congelador.

 

―¡Uy, qué romántico! ―se rio, pero esta vez, no intentó sentarse cerca.

 

El resto de la noche transcurrió como siempre: clientes borrachos, café recalentado, Aoi haciendo bromas sobre fundas de almohada. Pero cada vez que pasaba cerca del interruptor, nuestras miradas se encontraban. Y por un instante, el Konbini volvía a oscurecerse.

 

Solo en nuestras cabezas, claro.

 

Al salir, el sol comenzaba a asomarse. Aoi se detuvo en la puerta, mirando el interruptor con una sonrisa extraña.

 

―Oye, Hiroto-kun... ―dijo, sin voltear―. Si esto fuera un sueño... ¿Qué harías?

 

―Despertar.

 

―Aburrido ―susurró, caminando hacia la luz del amanecer―. Yo me quedaría.

 

No supe si se refería al Konbini, a la oscuridad... o a algo más.

 

Pero por primera vez, no tuve ganas de discutir.

 

Y así, entre luces que mentían, otra noche terminó.

 

Como siempre.