Noche 16: Matemáticas y Fantasmas

2:08 AM ― La Hora en que las Ecuaciones Huelen a Café Quemado

El Konbini olía a derrota académica. Miyu, encorvada sobre el cuaderno en sus piernas, junto a la máquina de bebidas, mordisqueaba un bolígrafo como si fuera un Pocky. Las hojas de ejercicios estaban tan llenas de tachones que parecían mapas de ciudades bombardeadas.

―¿Por qué X siempre tiene que ser un número? ―gimió, tirando el lápiz contra una caja de Ramen Picante-. ¡Quizá X es un sentimiento! ¡O un error de imprenta!

Aoi, sentada en el mostrador con tickets de compra viejos, los lanzaba al aire como si fueran granadas de papel.

—X es la incógnita, como el salario mínimo de Hiroto-kun. —dijo, clavando un ticket en la frente de un peluche promocional de cerveza—. O la cantidad de neuronas que usa para respirar.

—Respirar usa el bulbo raquídeo, no las neuronas. —dije sin levantar la vista del inventario.

—¡Ahí está! —Aoi me señaló con un tickets—. Gracias Hiroto-sensei, experto en bulbos y en fingir que no le importa nada.

Miyu miró sus ecuaciones como si esperara que se resolvieran por arte de magia.

—No entiendo... ¿Por qué tengo que despejar Y si ni siquiera sé qué significa?

—Porque la vida es así, Miyu-chan. —Aoi saltó del mostrador, arrastrando una silla hacia Miyu—. Tienes un montón de problemas, te esfuerzas por resolverlos, y al final... —hizo una pausa—. !No importa! dentro de 100 años nadie recordará tus notas ni que estuviste viva.

Miyu dejó caer la cabeza contra la pared con un golpe sordo.

—Voy a reprobar...

—Muéstrame. —dije, cerrando la caja y acercándome.

Aoi levantó una ceja.

—¿El señor "yo solo critico cosas" sabe de matemáticas? —bromeó, aunque su sonrisa tenía un filo de curiosidad.

Ignorándola, tomé el cuaderno de Miyu. El problema era sencillo, demasiado sencillo y específico: Un Konbini vende 120 latas de café a 150 yenes cada una. Si el costo por lata es 90 yenes, ¿Cuál es la ganancia total?. Miyu había escrito: 120 + 150 = 270 – 90 = 180 (?).

¿Quién le pone a una estudiante de secundaria un problema así?

—Miyu... —suspiré—. Esto está mal.

—¡Lo sé! —gritó, enterrando la cara en sus manos—. ¡Las matemáticas me odian!

—No. A las matemáticas no le importas, como al universo. —dije, arrastrando una silla junto a ella—. Primero, calcula los ingresos: 120 latas × 150 yenes.

—¡18,000 yenes! —Aoi intervino, lanzando un ticket que aterrizó en la cabeza de Miyu—. Y el costo es 120 × 90 = 10,800. ¡Ganancia = 7,200! Fácil.

Ambos la miramos.

—¿Qué? —encogió los hombros—. Hice contabilidad en la secundaria... y además ese problema parece de primaria.

Miyu miró sus cálculos, luego los de Aoi, y volvió a gemir.

—¿Ves? Hasta ella lo sabe...

—No compares. —dije, señalando el problema—. Tú sumaste 120 + 150. Eso es como mezclar café con ramen.

—¡Pero ambos son marrones!

Tenía un punto.

—No es lo mismo. —mentí, dibujando una tabla en su cuaderno—. Imagina que cada lata de café es un ofuda. Vendes 120 ofudas a 150 yenes...

Aoi se acercó.

—¿En serio usas ofudas para enseñar? Qué oscuro.

—...y cada ofuda te cuesta 90 yenes. —continué, ignorándola—. ¿Cuántos ofudas de ganancia hay por cada ofuda vendido?

Miyu parpadeó, luego sonrió.

—¡60 yenes! ¡150 - 90!

—Exacto. Ahora, 120 ofudas × 60 =...

—¡7,200! —gritó Miyu, haciendo un ofuda gigante en el margen—. ¡Lo entiendo!

Aoi observó en silencio, mordiendo un Pocky con más fuerza de la necesaria.

—Bueno, eso fue raro. —dijo de pronto, columpiándose en su silla—. ¿Qué sigue? ¿Practicar deportes en un templo sintoísta?

—Prueba este. —le pasé otro problema a Miyu—. Si un cliente compra 3 onigiris a 120 yenes cada uno y paga con un billete de 1,000, ¿Cuánto debe de cambio?.

—¡864 yenes! —Aoi intervino de nuevo, lanzando un onigiri envuelto en plástico hacia Miyu—. Porque 3 × 120 = 360. 1,000 - 360 = 640. ¡Oh, espera! Me equivoqué.

—640. —corregí, señalando el error—. Aoi, deja que ella lo resuelva.

—Sí, Hiroto-sensei~. —canturreó, acercando su silla hasta que su hombro rozó el mío—. ¿También das clases de cómo ser un sabelotodo insufrible?

Miyu resolvió el problema, esta vez sin ofudas, pero con una sonrisa de triunfo.

—¡640! ¡Lo hice!

—Bien. —dije, guardando el cuaderno—. Ahora, aplica lo mismo a las ecuaciones. X no es un sentimiento. Es un número disfrazado.

Aoi bostezó exageradamente.

—¿Y si X es el número de veces que Hiroto-kun ha sonreído en su vida? —preguntó, dibujando un corazón alrededor de un problema—. X = 3, incluyendo cuando se tropezó con la máquina de café.

—X = 4. —respondí sin pensar—. Tú estabas distraída la cuarta vez.

El silencio que siguió fue tan denso que hasta Miyu dejó de escribir. Aoi abrió la boca, cerró, luego saltó de la silla.

—¡Hora de revisar los pudines! —anunció, marchándose hacia el refrigerador de postres con la elegancia de un gato avergonzado.

Miyu me miró con complicidad.

—Creo que Aoi-san está celosa.

—No. Solo odia perder. —dije, aunque noté cómo Aoi golpeaba el refrigerador más fuerte de lo necesario.

El resto de la noche, Aoi interrumpió cada cinco minutos:

—¿Necesitan ayuda para despejar ecuaciones? ¡Yo sé despejar... los pasillos de clientes borrachos!

—¿Qué pasa si Y es un yokai? ¡Y = 20 yenes!

—Mira, Hiroto-sensei. —susurró Miyu señalando un problema de geometría—. ¿Cómo hallo el área de este triángulo?

—Base por altura dividido dos. —respondí, dibujando en su cuaderno.

Aoi apareció detrás de nosotros, colgándose de mis hombros como un abrigo vivo.

—¡La respuesta es amor! —suspiró, exagerando un desmayo—. Porque el amor es un triángulo... y todos salen heridos.

—Es un triángulo rectángulo, no trágico. —dije, intentando ignorar su aliento a chicle de fresa.

A las 4 AM, Miyu dormitaba sobre su cuaderno, una fórmula de volumen escrita en su mejilla. Aoi, recostada en el mostrador, lanzaba skittles a un vaso vacío.

—No sabía que eras bueno con los números. —murmuró, sin mirarme.

—Por algo estoy a cargo de contar el dinero de la caja. —respondí, señalando el mostrador.

—¿Cuándo fue la cuarta vez? —preguntó de pronto, mirando el techo.

—¿Qué?

—La sonrisa. La que no vi.

...

......

—Cuando le pusiste wasabi al helado de matcha.

Ella sonrió, un gesto genuino que duró menos que un suspiro.

—Tonto.

—Idiota.

Miyu roncó suavemente, su capa convertida en manta. Las luces del Konbini parpadearon, y por primera vez, el zumbido sonó casi relajante.

Aoi saltó del mostrador, arrojándome un Pocky que atrapé al vuelo.

—Mañana te enseñaré a calcular la densidad de los doritos~. —dijo, desapareciendo tras el pasillo de snacks.

Y así, entre números y sonrisas robadas, otra noche terminó.

Como siempre.