Las montañas del norte de Valenhardt eran, para la mayoría, un límite natural.
Para unos pocos, eran una frontera entre lo olvidado y lo que nunca debió ser recordado.
El investigador ajustó su capa mientras sorteaba las rocas húmedas, había escuchado rumores sobre ruinas viejas antes del paso hacia territorio semihumano, pero esto no lo esperaba.
El suelo cedió de pronto bajo sus botas, solo escucho un crujido, hubo un derrumbe contenido y luego, oscuridad.
Cayó de pie, por instinto, a su alrededor, el eco era suave, era un recinto subterráneo, intacto por siglos, polvo espeso, piedras antiguas, pero lo más impresionante era el mural.
Cinco figuras:
Una elfa con bastón.
Un joven de ojos verdes rodeado de fuego.
Una mujer de cabello plateado al frente, con la espada alzada.
Una figura con túnica blanca.
todos deformes por el tiempo.
Y un Fénix azul gigante, surcando el cielo tras ellos.
Todos enfrentaban una sombra sin rostro.
El viajero caminó más adentro, halló cámaras con escrituras antiguas y cofres llenos de pergaminos, tocó uno, lo entendió, no con palabras, sino con intuición.
—En el otro continente... hay alguien que aún puede leer esto —murmuró.
Guardó los manuscritos con cuidado y se giró para marcharse.
Pero al hacerlo, la tenue luz iluminó una esquina del mural, allí, apenas visible, una mujer de ojos azules y un hombre de cabello negro y mirada profunda.
No eran dioses, tampoco heroes, solo humanos, los primeros.
Los que lucharon no por gloria, sino por amor, la historia de aquellos... que nunca abandonaron a los suyos.
Arco I: Las Llamas Olvidadas