El sol aún no tocaba el borde de los campos cuando los primeros martillazos comenzaron a resonar. El pueblo de Tharisster despertaba no con trompetas ni cánticos, sino con el sonido áspero de herramientas, pasos sobre tierra seca, y el murmullo constante de una vida sometida.
Los tejados de piedra, las huertas al borde del camino y los niños corriendo entre establos eran todo lo que el mundo ofrecía allí. Para algunos, un hogar, para otros, una jaula.
Valen una niña de cabello plateado como las nieves del norte y ojos azules, se limpiaba el sudor de la frente mientras cargaba un saco de trigo a la espalda. A pesar de tener solo catorce años, sus brazos eran firmes y su mirada encendida, mientras sus dos hermanos menores jugaban descalzos junto al pozo, ella soñaba con espadas.
—Las manos se me llenan de callos —dijo, alzando el puño al cielo— pero algún día sostendrán una hoja de acero, no un azadón.
Su abuela le lanzaba miradas de advertencia, pero ya no discutía, sabía que esa nieta suya no pertenecía a ese campo... ni a esa época.
A unos kilómetros de distancia, Misa Tharisster, de cabello oscuro, ojos esmeralda y túnica simple, pasaba sus mañanas en silencio dentro de la biblioteca de la vieja escuela comunal, leyendo pergaminos a escondidas. A pesar de su linaje —hijo del gobernador local—, prefería la soledad del pensamiento a los privilegios vacíos.
Aunque apenas habían cruzado palabra, Valen y Misa habían coincidido desde pequeños en esa misma escuela, compartiendo espacio sin cruzar destino... aún.
Su abuelo, el anciano Ulrik Tharisster, había fundado el pueblo unificando clanes errantes y labradores dispersos, fue su visión la que alzó Tharisster como un bastión de orden, pero esa gloria se había marchitado.
Desde hacía décadas, el Reino de Pilatus dominaba el pueblo con impuestos crueles, patrullas invasivas y sentencias injustas.
Los nobles de Pilatus no gobernaban, poseían, y los que obedecían, sobrevivían.
Pero algo estaba por cambiar.
Aquel verano, un enviado del reino llegó con sellos oficiales: una leva de magos y soldados sería convocada para reforzar la capital.
Misa fue seleccionado.
Tenía veinte años, era inteligente, preciso y controlaba el flujo de maná como si respirara.
Su madre lo despidió con orgullo contenido, pero su padre... lo miró como si lo entregara a un abismo.
—No olvides quién eres —le dijo—. Ni de dónde vienes.
Él solo asintió, mirando una última vez el valle que lo vio crecer.
A pocos días de ese mismo anuncio, Valen enterraría a sus padres, quienes murireron en un ataque de ogros en una aldea vecina.
—Sentimos lo sucedio a los familiares del clan Hardt, pero todo lo que transportaban fue destruido asi que no podremos pagarle.
Esto fue lo que respondieron los comerciantes de esa aldea que habian echo un pedido de sus cosechas, sin un sustento y siendo la mayor de sus dos hermanos, Valen tomo una decisión esa noche, bajo una lluvia silenciosa, dejó a sus hermanos en manos de un tío, colgó una daga en su cinturón, y partió hacia la capital.
Sin mapa.
Sin plan.
Solo con el deseo de sobrevivir.
Así comenzaba la historia.
No con un estandarte...sino con dos caminos paralelos, esperando el momento en que finalmente se crucen.