Fortaleza de Entrenamiento de Pilatus
Ubicada entre colinas grises y ventisqueros agrietados, la Fortaleza de Pilatus se alzaba como una estructura de piedra negra, tallada directamente en la montaña. Su silueta dominaba el paisaje: torres austeras, patios sin jardines y pasillos donde la bruma se filtraba por las grietas. Allí no había lugar para ornamentos. Cada rincón exhalaba disciplina, sudor y sangre vieja.
—¡Más firme, Misa! ¡Eso no es un golpe, es una caricia! —rugió el instructor, su voz retumbando como un eco de guerra contra las murallas.
Las órdenes del instructor militar retumbaban en el campo como martillazos.
Misa Tharisster, con la espada en alto, exhalaba con frustración, su cuerpo no respondía con la misma precisión que su mente.
—Tu técnica es mediocre —gruñó uno de los caballeros que la observaba desde la sombra de una columna—. Pero tus informes son impecables.
Misa no respondió, sabía que, en ese lugar, los músculos pesaban más que los pensamientos, sus brazos temblaban del ejercicio, pero su mente ya repasaba la lección siguiente.
Cuando la campana del cambio de turno sonó, Misa cruzó las escaleras internas del castillo hasta una sala de estudio iluminada por cristales de mana.
Allí, rodeado de tomos arcanos, su esencia brillaba.
En un mes, dominó dos círculos elementales, descifró runas olvidadas y corrigió un hechizo inestable frente a un mago del consejo.
—Tu afinidad con la magia es precisa... refinada —susurró el anciano de túnica negra, observándola con ojos llenos de cálculo—. Quiero que seas mi aprendiz.
Misa, aún con el sudor del combate marcando su uniforme, simplemente inclinó la cabeza.
—Será un honor.
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En las calles de la Capital Real de Pilatus, una mujer seguía su búsqueda por un sustento con polvo en los tobillos y sol golpeándole su rostro, Valen caminaba entre callejones con la espalda recta y el estómago vacío.
Preguntaba en cada tienda, cada posada, cada carromato.
—¿Buscan ayudante de cocina?
—No mujeres, ya tenemos suficientes bocas que alimentar.
—¿Recolectora de ingredientes?
—Muy delgada, no durarías ni dos días en el pantano.
—¿Limpieza?
—Busca en otro lado niña.
El sol bajaba, las sombras crecían, pero Valen no lloró, no se quebró, sabia cuál era su propósito y no tenía tiempo de lamentos, solo bajó la mirada un momento... hasta que una anciana en un puesto de frutas le hizo una seña.
Valen curiosa se acercó, la anciana le ofreció una manzana, Valen la acepto y comenzó a comerla de inmediato.
—Si quieres ganar algo, deja de perder tiempo —dijo la anciana, sin rodeos—. El único lugar donde te van a aceptar... es en el burdel de la Calle Roja.
Valen frunció el ceño, no sabía a lo que se refería.
—¿Burdel?
—Sí. Y con esa cara, no te irá mal.
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El anochecer estaba cayendo Valen se dirigía a donde la anciana le había indicado, el aire olía a flores marchitas, incienso barato y sudor perfumado.
La Calle Roja, llamada así por las linternas mágicas que la iluminaban, estaba hecha de faroles flotantes, risas falsas y secretos pegajosos.
Valen entró al burdel con la frente alta, aunque su paso era cauteloso, las paredes interiores eran de terciopelo rojo gastado. El techo estaba agrietado, la barra brillaba más de lo necesario.
El hombre tras el mostrador tenía ojos afilados como navajas, al entrar la miró de pies a cabeza... despacio y sus ojos brillaron de inmediato.
—¿Vienes por trabajo?
—Sí —respondió ella, sin bajar la mirada.
—Buen cuerpo... ojos intensos... podrías ser una de nuestras favoritas —dijo con una sonrisa ladeada—. Pero antes, necesito evaluarte.
La inocente Valen al escuchar esas palabras sintió alivio, los días buscando una forma de sustento habían sido muy duros y al final sintió esperanza... o eso es lo que creía.
—¿Cómo?
—Desnúdate.
Valen abrió los ojos como platos y dio un paso atrás.
—¿Qué...?
—Es parte del examen, no querrás empezar mintiendo, ¿cierto?
—Lo siento señor, creo que me equivoque de lugar.
Giró para marcharse, pero dos guardias ya bloqueaban la puerta, uno cerró con seguro.
El otro cruzó los brazos, sin decir palabra.
Valen tragó saliva, su mano se preparaba para tomar la empuñadura de una pequeña daga oculta, y ese día conoció lo peligroso que era estar sola en la capital.