Interior del burdel, segundo piso – Capital Real de Pilatus
El incienso rancio se mezclaba con el sudor atrapado entre las cortinas de terciopelo rojo. La humedad del lugar no provenía solo del clima, sino de años de respiraciones entrecortadas y pactos silenciosos.
Las ventanas estaban selladas, y las linternas mágicas parpadeaban como si titubearan frente a lo que estaba por suceder.
Valen, con la espalda recta pero el temblor contenido en las manos no mostraba miedo.
Lo que hervía dentro de ella era rabia.
El dueño del burdel se aproximaba como un buitre, saboreando su supuesta presa.
—Ya que eres obediente, empecemos la inspección, ustedes dos si quieren su parte tendrán que pagar...
Detrás, los guardias reían por lo bajo, seguros de que era otra noche común en el segundo piso.
Pero Valen ya lo había decidido, no sería una más.
Cuando el hombre extendió la mano para tocarle el hombro, ella giró, rápida y precisa.
Como una fiera nacida de la desesperación.
La daga que llevaba escondida en la manga terminó justo bajo la barbilla del proxeneta.
—Ábreme la puerta —ordenó con voz quebrada pero firme.
El hombre se congeló, solo cuando la hoja presionó su garganta, gritó:
—¡Ábranla! ¡AHORA!
Los guardias dudaron... pero uno de ellos vio la sangre en los ojos de Valen.
Obedecieron.
En cuanto se abrió la puerta, Valen se acercó lentamente sin darles la espalda y cuando salió aventó al hombre contra los guardias y corrió como un rayo.
Detrás de ella estallaron gritos:
—¡Deténganla! ¡Que no escape!
Unos minutos más tarde Valen seguía huyendo por las calles bajas de la Capital Real, el adoquinado irregular desgarraba sus pies casi descalzos, saltó una barda, cruzó una zanja, esquivó una carreta y se deslizó entre puestos cerrados.
Las lonas colgantes de los tenderetes golpeaban su rostro, ropa tendida se enredaba en sus brazos, pero no se detenía, no podía.
Detrás, los hombres del burdel corrían con furia.
—¡Deténganla! ¡Es propiedad del burdel de Tino!
Pero Valen no miró atrás, nunca lo hacía.
Desde un tejado, una figura la seguía con la mirada, quieto y encapuchado.
Un testigo de humo y silencio.
------------------------------------------------------------------------------------------------
Biblioteca del Palacio de Pilatus
En el nivel alto de la torre este, donde las llamas flotantes iluminaban los estantes, Misa Tharisster hojeaba grimorios como quien busca una promesa olvidada.
El mármol frío del suelo contrastaba con la calidez del fuego suspendido en esferas mágicas.
Los muros estaban cubiertos de inscripciones arcanas, y en el centro, un atril tallado contenía un tomo que hablaba del flujo de la voluntad a través del maná.
Misa pasaba páginas como si fueran rutas hacia un destino.
—¿Todo eso... es necesario para un hechizo? —preguntó una voz suave detrás de él.
Al girar, vio a una joven bonita de cabello naranja, llevaba un vestido celeste y ojos igual anaranjados y astutos. Su tono era curioso, su sonrisa educada.
—Más de lo que parece —respondió él, cerrando el libro con calma—. La magia no es solo poder, es precisión.
—Se ve que sabes mucho...podrías explicarme unas cosas.
—Claro—respondió Misa sin titubear.
Conversaron unos minutos. Él, reservado pero amable, ella, inquisitiva y curiosa.
Cuando ella se retiró, el silencio volvió.
Un bibliotecario se acercó con una ceja alzada.
—¿Sabes quién era?
Misa negó.
—La princesa Dailis, es hija del rey.
Misa no respondió, pero dentro de su pecho, algo se removió.
------------------------------------------------------------------------------------------------
Esa misma noche en un lugar de los barrios bajos del Reino, entre cajas podridas y cartones húmedos, Valen buscó el rincón donde había dormido la noche anterior.
Piedra fría, silencio sucio.
Llevaba tiempo corriendo y perdió de vista a los que la perseguían, Valen tenia una gran resistencia, desde niña solía ayudar en el campo a su familia, pero esa vez se sentía muy exhausta.
Cerró los ojos, solo por un momento, pero el ruido de los pasos no perdonó. Varios hombres la vieron, eran los mismos, mismos rostros, mismo hedor.
—¡Aquí está!
Valen fue rodearon, no tuvo tiempo de huir, sostuvo su daga y puso su espalda contra la pared, cuando alguien se le acercaba golpeaba con la daga, hasta que entre varios se acercaron a ella peleo, rasgó un rostro, golpeó una pierna.
Pero eran demasiados.
Una rodilla en el estómago la dejó sin aire, varias manos ásperas la sujetaron, la tiraron contra la pared.
—El burdel te tratará bien... si aprendes a obedecer.
—Vas a ser nuestra favorita, muñeca.
—¡Suéltenme malditos! —grito con furia.
Pero uno de los hombres le arranco la camisa y su mirada le causo asco, Valen sintió cómo la voluntad se le escapaba.
Hasta que escuchó el crujido seco de un cráneo partido, uno de los que la sostenía callo, una piedra le había pegado.
—¡Pero quien se atreve!
Grito otro de los hombres y luego... el caos.
Un hombre encapuchado de figura corpulenta apareció entre sombras.
—Qué grupo tan valiente —dijo con sarcasmo.
Se movía con la fluidez de alguien que había peleado demasiadas veces.
—¡Maten a ese sujeto!
Los perseguidores caían uno a uno, unos inconscientes y otros gimiendo, los más experimentados aguantaban bien pero el encapuchado era más hábil, una patada al cuello. un codazo a la sien y ya estaban derrumbados.
Valen, aún en el suelo, vio su daga, la tomo y sin pensarlo mucho, la clavó en el cuello del que la sujetaba.
Valen logro levantarse y miro con furia al hombre que ahora se ahogaba en su propia sangre y al llevar sus manos al frente vio que temblaba de miedo.
El encapuchado la miró, sorprendido y luego sonrió.
—Tienes agallas, niña.