En Campo de entrenamiento de la fortaleza de Pilatus, el sol de la mañana caía implacable sobre las murallas de piedra blanca de la fortaleza, elevándose como una sentencia sobre los aprendices que sudaban entre gritos y choques de acero.
El aire olía a cuero, metal caliente... y esfuerzo.
Misa Tharisster jadeaba, los músculos tensos bajo su armadura ligera, la espada en su mano derecha temblaba levemente, no por miedo, sino por agotamiento.
Frente a él, su oponente —un caballero de la corte, curtido por batallas y protocolos— mantenía la guardia sin esfuerzo, como si sus pies estuvieran clavados al suelo.
—Has mejorado —admitió con voz ronca—. Pero aún pareces estar bailando, no peleando.
Misa bajó la espada con un bufido, su aliento era rápido, su mirada firme.
—No necesito pelear con esto —dijo, agitando la hoja—. Mi magia de segundo círculo puede inmovilizar a tres enemigos al mismo tiempo.
El caballero se encogió de hombros, indiferente.
—La magia no te salvará si un filo te alcanza el cuello.
Misa sonrió sin humor.
—Tal vez.
Pero su voz ya no sonaba tan segura.
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Calles de la capital de Pilatus
Al mediodía bañaba la ciudad con una luz dorada que hacía brillar los techos de arcilla y los estandartes del reino.
Los vendedores vociferaban bajo toldos de colores, el aroma a pan recién horneado se mezclaba con incienso y sudor humano.
Misa caminaba entre la multitud con una túnica clara, sin escudos ni escolta, solo como un aprendiz más entre muchos, aunque con pensamientos distintos.
Desde niño, su padre le había enseñado que Pilatus era sinónimo de tiranía, hipocresía y maldad.
"Aquí no gobiernan los dioses ni el azar. Aquí gobierna el Rey y es la ley."
—Tal vez mi padre se equivocaba...
Pero mientras avanzaba entre calles limpias y plazas simétricas, Misa notó algo que no encajaba.
Los rostros eran amables... pero vacíos, las risas, breves y ensayadas.
Los niños jugaban, sí... pero con pasos medidos y sin barro en las rodillas.
Todo parecía... contenido.
En una esquina, el orden se rompió, una niña cruzó corriendo, descalza, con una bolsa de fruta apretada contra el pecho.
—¡Alto! —gritó un guardia desde el fondo de la calle.
Misa apenas giró la cabeza.
La niña dobló por su callejón y corrió directo hacia él, se detuvo de golpe al verlo, la niña comenzó a temblar sus ojos estaban hinchados, no por cansancio, sino por hambre y miedo.
—P-por favor... —murmuró, con voz quebrada—. Solo quería llevarle algo a mi hermano, no nos han dado comida esta semana.
Misa no respondió.
Solo se hizo a un lado, la niña corrió sin mirar atrás, segundos después, dos caballeros del reino con armadura azul y capa roja llegaron trotando.
Habían visto su acción así que arremetieron contra él.
—¡Tú! —señaló uno—. ¡Detuviste a la ladrona... y la dejaste escapar!
—Era una niña —replicó Misa, sin alterar el tono.
No bastó.
—¡Estas arrestado por complicidad!
Lo esposaron ahí mismo, sin juicio, ni más palabras.
Más tarde en el calabozo militar de retención olía a moho y derrota, la piedra estaba húmeda y fría, y el banco de madera crujía cada vez que Misa se movía.
No tenía ni magia ni dignidad en ese momento, el portón de hierro se abrió.
Su maestro —el mismo que le enseñaba sobre círculos mágicos y flujos arcanos— entró con gesto grave.
—Supe lo que hiciste Misa, no puedes hacer eso —dijo en voz baja—. No aquí.
Misa alzó la mirada.
—Solo era fruta, para una niña que lo necesitaba...
El mago anciano suspiró.
—Lo sé. Pero aquí la excepción se convierte en hábito, dejas pasar a una... y mañana lo harán veinte y luego cien.
Misa bajó la cabeza.
Pero su voz, aunque suave, fue firme.
—¿Y si no es un crimen... sino hambre? ¿Porque el reino no ayuda a la gente?
Silencio.
El mago lo miró durante largos segundos, como quien contempla una grieta recién nacida en un muro impecable, pero comprendía lo que decía, solo bajo la mirada como signo de que no había mas que resignarse.
—No......no estás aquí para cuestionarlo, estás aquí para servir.
Misa no respondió, solo asintió.
Pero mientras era liberado y el portón se cerraba de nuevo tras de él, algo en él se resquebrajaba, algo profundo y esa grieta... no dejaría de crecer.