Decisiones Que Dejan Cicatrices

Durante Medianoche la bruma nocturna colgaba como un velo húmedo sobre los tejados de piedra al exterior de la mansión de un noble, el aire estaba quieto, expectante.

—No es oro —murmuró Erick un hombre joven delgado de cabello oscuro al igual que sus ojos, estaba ajustándose un pañuelo oscuro sobre el rostro—. Pero alimentar a cuarenta personas vale más que eso.

Valen asintió en silencio, su respiración era controlada, pero sus músculos estaban tensos.

No por miedo...sino por esa necesidad ardiente de demostrar que podía hacerlo.

Era su primera misión fuera de la seguridad subterránea de Klass, el grupo era pequeño y preciso.

Erick al mando —voz firme, ojos curtidos por años de fuga—, dos hombres silenciosos y robustos, y Nor, la chica ágil de sonrisa afilada y mirada que brillaba en la oscuridad.

El objetivo: un almacén lleno de provisiones retenidas por el señor Darvek, un noble famoso por acaparar bienes y dejar a los barrios bajos con hambre.

Los muros de la mansión eran altos, cubiertos por enredaderas que ocultaban las grietas.

La entrada, una rendija entre piedras desajustadas, ya había sido explorada por espías días antes.

Uno a uno, escalaron las paredes, rodaron por los pisos y lograron entrar sin ruido al almacén.

El almacén se abrió ante ellos como un sueño: sacos de grano, frutas conservadas con magia, barriles de agua limpia y sal para curar carne, la cuadrilla se movió como sombras entrenadas.

Todo estaba saliendo perfecto, hasta que...

—¡¡¡ALTO AHÍ!!! —gritó una voz desde la oscuridad.

—¡¡Intrusos!!

Los guardias llegaron, rápidamente todo se volvió ruidoso por el sonido de las campanas, linternas mágicas estallaron con luz blanca.

—¡CORRAN! —vociferó Erick, ya con un saco al hombro.

Los cuerpos se movieron como relámpagos, trepando nuevamente el muro bajo los gritos.

Pero un tropiezo cortó el impulso.

Nor cayó.

—¡Nor! —gritó Valen.

—¡No! —rugió Erick—. ¡Sigue corriendo!

Valen vaciló por un momento, pero desobedecio

—¡Vuelve!

—¡No podemos dejarla!

grito mientras giraba de regreso, sus ojos captaron el instante: Nor forcejeando, una vara mágica alzada...Un hechizo de parálisis conjurado al instante.

Los guardias y Valen estaban por chocar, pero Valen no alcanzó a dar otro paso.

Una nube negra estalló entre ellos, ocultándolo todo.

—¡Cierra los ojos! —ordenó Erick mientras la arrastraba por el brazo.

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Guarida de Klass — Madrugada

El aire estaba cargado de tensión, las lámparas de aceite parpadeaban, el humo aún flotaba en los túneles como un recordatorio del caos.

—¡¿EN QUÉ ESTABAS PENSANDO?! —bramó Erick, golpeando una caja de provisiones vacía.

Valen, tosiendo y con el rostro salpicado por ceniza, se sostuvo firme.

—¡Iba a salvarla!

—¡Ibas a matar a los cinco! —rugió Erick, señalando con furia—. ¡Y perdimos una bomba de humo por tu estupidez!

—¡Era una vida! —escupió Valen.

—¡Y las nuestras también lo son!

Larios apareció desde un pasadizo lateral, aún con el abrigo echado al hombro.

—Basta Erick—dijo con voz baja.

Valen se volvió hacia él, la rabia empañando su juicio.

—¿Y ahora qué? ¿Vamos a dejar a Nor allá?

Todos la miraron en silencio, Erick se llevo la mano a la cara, mientras los otros dos bajaron la cabeza.

—¿Vamos a ir por ella... verdad?

Larios la miró y al ver sus ojos, su rostro, normalmente sereno, parecía envejecido por la tristeza.

—No.

Fue solo una sola palabra, pero parecía una sentencia, Valen retrocedió como si la hubiesen golpeado en el pecho.

—¿Cómo qué no? ¡Es una de los nuestros!

—Por eso mismo —respondió Larios, mirando hacia el suelo de piedra húmeda—. Porque sabemos lo que pasa cuando los capturan.

—Leen su mente... —añadió Erick, más tranquilo ahora—. Y luego la eliminan, no hay nada que se pueda hacer...

Valen sacudió la cabeza.

—Eso no puede ser verdad, ella ira a los calabozos ¿no?

—No —dijo Larios—. Es política del Reino y es real.

No hizo falta decir más, Nor estaba perdida.

Valen apretó los puños, la rabia, el dolor, el peso de la impotencia... todo hervía en su interior.

No lloró, pero sus piernas temblaban, no por miedo, sino porque no había podido hacer nada.