Torre de Estudios Arcanos, Palacio de Pilatus
Las runas talladas en la piedra brillaban con una luz azul tenue, palpitante como un corazón mágico, el aire era denso por la concentración de maná, y el silencio del salón estaba cargado de expectativas.
Solo el crepitar leve de un candil mágico rompía la quietud.
—Intenta redirigir el flujo sin saturar el nodo secundario —indicó el maestro, con voz serena.
Misa Tharisster, con ambas palmas firmes sobre el círculo mágico, cerró los ojos, sintió la corriente arcana fluir como un río bajo su piel, redirigió, moduló y equilibró.
Ni una chispa se desvió.
—Excelente —dijo el maestro con un leve asentimiento—. Tu precisión sigue siendo superior a la de muchos magos del segundo círculo.
Misa no respondió con arrogancia. Solo bajó ligeramente la cabeza, pero su mirada estaba en otra parte.
—Maestro... —dijo, tras unos segundos— ¿por qué estamos estudiando esto?
El anciano mago —cabello blanco, túnica morada con bordes desgastados— cerró el tomo que tenía abierto, percibiendo que esa pregunta no nacía del ocio, sino de una inquietud más profunda.
—Porque buscamos lo imposible, Misa.
—¿Fusionar aura con maná? —preguntó el joven, cruzando los brazos.
—Exactamente —afirmó el maestro, apoyando un libro antiguo sobre la mesa de mármol—.
La mayoría despierta una cosa u otra. El maná, si el cuerpo se adapta a los flujos del mundo.
El aura, si el alma puede canalizar su energía vital, pero si existiera un individuo capaz de utilizar ambos... eso sería un milagro.
Misa torció el gesto, escéptico.
—¿Y para qué serviría?
El maestro miró por una de las ventanas altas de la torre, donde el cielo comenzaba a teñirse de rojo por la puesta de sol.
—Para cambiar el curso de la guerra. Cualquier guerra, para crear a alguien capaz de resistir lo que vendrá.
Misa no replicó.
Pero mientras regresaba a su práctica, una sola palabra flotaba en su mente: "Milagro."
------------------------------------------------------------------------------------------------
Guarida de Klass, zona de entrenamiento improvisada
El lugar era húmedo, de techos bajos, con columnas de piedra desgastadas por la humedad de las cloacas.
Una vieja alfombra de paja marcaba el área de entrenamiento, sobre ella, Valen se movía con una espada de madera, sudando a chorros.
Sus pisadas eran ágiles, aunque poco refinadas, los cortes de su espada eran directos, furiosos, con más rabia que técnica.
El silbido de cada golpe cortaba el aire viciado del subterráneo, Larios observaba desde una esquina, con los brazos cruzados y la espalda apoyada en una columna.
—¿Estás segura de que nunca entrenaste? —preguntó con ceja alzada.
Valen, jadeando, se secó el sudor con el antebrazo.
—¿Con qué tiempo? —resopló—. Siempre estuve en el campo... cosechando, cargando, y a veces vendiendo.
Larios sonrió.
—Aunque te falta refinar tu técnica, tienes fuerza y buena base. Más que varios idiotas que entrenan con los caballeros del reino.
Ella bajó la espada, mirándolo con cierta curiosidad.
—¿Tú fuiste caballero?
Larios desvió la mirada hacia el techo ennegrecido por el hollín de las lámparas.
—Lo intenté, ingresé a la academia, tenía técnica y la disciplina.
—¿Y?
—La academia me desecho porque nunca desperté aura.
Valen parpadeó.
—¿Aura?
Larios se acercó y se sentó frente a ella, tomando otra espada de práctica para apoyarse en ella.
—Es energía del alma, no se entrena como el músculo ni se memoriza como los hechizos.
Surge... cuando el cuerpo, la mente y el alma están alineados.
Algunos la despiertan en combate, otros, al proteger a alguien, muchos... jamás.
Valen miró su espada, la sostuvo con ambas manos.
Sintió el calor de su cuerpo, el temblor en los dedos, no por miedo, sino por algo más... vivo.
—Aura... —murmuró.
No era codicia lo que brillaba en sus ojos, era propósito y eso, en Klass, valía más que cualquier promesa.