Capítulo 21: El ajetreo de los cumpleaños

La noche antes de su cumpleaños, Félix aún no tenía planes. Ni siquiera había decidido dónde cenar; pensaba improvisar por la tarde. Pero era demasiado optimista. Sin clases, solía dormir hasta tarde, pero esa mañana sus compañeros de cuarto lo despertaron al alba.

Sergio, bajo la cama de Félix, golpeó su almohada:

—¡Patrón… patrón!

Sus manos resonaban cerca de la oreja de Félix, que giró la cabeza, apenas abriendo los ojos:

—¿Qué pasa?

—¿Ya despierto? —Sergio sonrió como un girasol—. ¡Feliz cumpleaños!

Félix, incrédulo, murmuró:

—¿Me despiertas para eso?

—Claro —asintió Sergio—. Feliz cumple, patrón.

Félix se incorporó, buscando al otro compañero. Justo entonces, Carlos entró con bolsas de desayuno:

—Feliz cumple, Félix.

—¿Cómo voy a estar feliz? —Félix se dejó caer en la cama, mirando su móvil: las siete y media—. Siete y media, Sergio aporreando mi almohada, ¿dónde está la felicidad?

—¿Qué tiene de feliz dormir? —Sergio saltó para tirar de su brazo—. Venga, abajo, a desayunar.

Sus compañeros, demasiado entusiastas, no le dieron opción a seguir durmiendo. Félix suspiró, bajó de la cama y bostezó:

—¿Cómo tenéis tanta energía siempre?

Sabían que su día estaría lleno, así que aprovecharon para desayunar juntos temprano. Carlos había ido en taxi a comprar desayunos estilo cantonés y un huevo cocido en el campus. Tras lavarse, Félix salió y Sergio lo atrapó para rodarle el huevo por la cara, un ritual de buena suerte. Félix, cooperando, rió:

—Qué ceremonial.

Normalmente no comía tanto de mañana, pero se esforzó y, entre los tres, acabaron con todo.

Comió tanto que, al mediodía, cuando fue a buscar a Ivo, aún se sentía lleno. Ivo, con una mochila, subió al coche y la dejó en el asiento trasero. Tan cercanos, ni se saludaron.

Félix debía pasar por casa de los García para recoger el regalo de Javier.

En el camino, miró a Ivo:

—¿Y mi feliz cumpleaños?

Ivo jugueteaba con un adorno del coche, estropeado tras pasar un bache. Intentaba arreglarlo:

—No te falta mi felicitación. Hoy te hartarás de oírlas.

—¿Cómo no me va a faltar? —replicó Félix—. Lo que digan otros es suyo.

Ivo sonrió, sin dejar de reparar el adorno.

En casa de los García, Ivo se quedó en el coche. Félix entró solo.

Javier le dio su regalo: un zapato de Lego, armado sin instrucciones, solo siguiendo una foto. Para un niño, era un proyecto titánico.

—¿Te gusta, hermano? —preguntó Javier, cauteloso.

—Mucho —dijo Félix, agachándose a su lado, serio—. Me encanta.

—Genial —Javier se rascó la frente, sonriendo tímido—. Me costó un montón.

—Gracias, me encanta de verdad —Félix le dio un beso en la cabeza—. Buen trabajo, pequeño.

—No, no fue nada —Javier le pasó la caja—. ¿Te lo llevas a la uni o lo dejas aquí?

Félix pensó:

—¿Dónde quieres que lo deje?

—Quiero que lo dejes aquí, en tu cuarto —dijo Javier.

—Vale —asintió Félix, llevando a Javier para colocarlo en un armario de su habitación.

Javier, ahora obsesionado con su hermanito, ya no era tan pegajoso. Tras entregar el regalo, quiso que Félix lo llevara a ver al bebé.

Antes de subir al coche, Javier vio a alguien en el asiento delantero y pensó que era Hugo:

—¡José, qué tal! ¿Por qué no entraste?

Félix rió, mirando a Ivo:

—Este es el guerrero.

Ivo se giró y saludó. Javier, que no lo conocía, dijo tímidamente:

—Guerrero.

—Os parecéis —comentó Ivo a Félix.

—Un poco —respondió Félix—. En fotos de pequeño, sí que me parecía a él.

Javier, nada tímido, charló con Félix todo el camino, mayormente sobre su hermanito, diciendo “nuestro hermano” cada dos por tres, lo que era divertido.

Tras dejarlo, Félix preguntó a Ivo:

—¿Es ruidoso mi hermano?

—No —dijo Ivo—. Es bueno.

—Más que yo. De pequeño era un trasto —Félix, recordando, negó sonriendo—. Mi abuelo se desesperaba, pero no me regañaba. Era un salvaje.

Ivo, con expresión suave, preguntó:

—¿Creciste con tu abuelo?

—Hm —asintió Félix, con una sonrisa tierna—. Era un pequeño rey. Mi abuelo no me controlaba, y nadie más lo hacía. Nunca se enfadaba, como mucho fruncía el ceño y gritaba mi nom…

Hizo una pausa antes de continuar:

—Mi nombre, para asustarme.

Su abuelo le daba el mundo. Sus cumpleaños eran fiestas enormes, con regalos que no cabían en una habitación de juguetes.

El coche quedó en silencio. Félix dejó que los recuerdos de su abuelo, el mejor hombre del mundo, lo envolvieran. Ivo no interrumpió, dándole espacio.

Hasta que José llamó preguntando dónde estaban. Tras colgar, Félix carraspeó:

—Por eso no me gusta celebrar mi cumple. Antes pensaba: ¿cuándo creceré? Luego, al crecer, vi que todo seguía igual. No hay mucho que esperar.

Ivo no habló, escuchando en silencio. Tras un momento, levantó la mano, apoyándola en la nuca de Félix, rascándola suavemente con el pulgar. Félix lo miró, sonrió y echó la cabeza atrás. La palma cálida de Ivo contra su cuero cabelludo transmitía una comodidad que lo llenaba de calor.

El lugar lo reservó Pablo (原冯哲). Su padre había abierto un club exclusivo. Pablo avisó con antelación; abajo los esperaba personal que los llevó al ascensor, que requería tarjeta para subir.

Mientras caminaban, Félix dijo a Ivo:

—Son un poco ruidosos, pero buena gente, solo alborotan.

—Hm —Ivo, como siempre, indiferente.

Estaban en el piso veintidós, con varias zonas para divertirse, exclusivo para ellos. El gerente los dejó y se fue. Félix añadió:

—A veces dicen tonterías. Si quieres reírte, ríete.

Ivo, divertido, respondió:

—¿Si me río de ellos, no se pelearán?

—No, están acostumbrados —dijo Félix, riendo.

El grupo no era cerrado; a menudo traían amigos. José, al principio ajeno, se integró con el tiempo. Desde lejos se oían sus gritos. Al acercarse, José, jugando al billar, dijo:

—¿Qué os dije? No venía solo.

José, con el taco, se acercó a Ivo:

—A ver, este es Ivo, el guerrero de Félix.

—¡Vete a la mierda! —Félix, riendo, lo empujó—. ¿Quién te necesita para presentarlo?

—Pues hazlo tú —José levantó las manos—. Presenta a tu nuevo amor, que este ex se retira.

Félix fingió darle una patada; José huyó con el taco.

Félix presentó brevemente a Ivo, que saludó con un gesto.

—¿Llegó el cumpleañero? —Pablo, tras colgar una llamada, corrió—. ¡Feliz cumple!

—Gracias —Félix le dio una palmada en el hombro y, a Ivo, susurró—: Pablo, el loco, un desastre.

—Joder —Pablo, riendo, preguntó a Ivo—. ¿Qué sabes hacer, colega? Unas partidas y ya somos amigos.

Ivo sabía un poco de todo, sin ser novato en nada.

Como dijo Félix, el grupo era ruidoso, pero más normal de lo que Ivo esperaba. Solo tenían ese aire de chicos ricos.

Ivo jugó al billar con José. Pablo, al lado, gritó:

—¡Ex contra actual, duelo épico! ¡Apostad, colegas!

—Cállate —Félix le dio una patada, sentándose junto a Pablo—. ¿Y Vasco?

La sonrisa de Pablo se desvaneció:

—A saber dónde está ese idiota.

—¿No viene? —Félix alzó una ceja—. ¿Ni a mi cumple?

—Imbécil, que haga lo que quiera —Pablo encendió un cigarro.

Félix, sorprendido, preguntó:

—¿Seguís enfadados por la pelea?

Pablo y Vasco (原范霖逸), compañeros de universidad, eran inseparables hasta que una pelea los distanció.

Vasco recordó el cumpleaños y mandó un WhatsApp: Félix, feliz cumple.

Félix, que iba a buscarlo, le envió un audio. Vasco contestó:

—Fuera, con un asunto.

—No me vengas con cuentos, ven ya —dijo Félix—. Veinte minutos.

—Tengo algo, de verdad —insistió Vasco—. Luego te compenso.

—Joder —Pablo, al lado, soltó—. Qué gilipollas.

—Cierra la boca —Félix señaló a Pablo y dijo a Vasco—. Hace tiempo que no sales. ¿Te recojo?

—No hace falta —dijo Vasco, seco, tras oír a Pablo—. No voy.

—Que no venga, nadie lo ruega —Pablo se levantó—. Me saca de quicio.

Félix frunció el ceño:

—Entonces no escuches.

Vasco, enfadado por Pablo, apenas hablaba. No había salido desde la pelea, lo que no era normal. Félix insistió, y Vasco cedió:

—No me recojas, voy en coche. Estoy cerca.

—Te espero —dijo Félix.

Pablo, tras insultarlo, se enfadó más y fumó dos cigarros seguidos. Félix, dándole una patada, le advirtió:

—Cuando llegue Vasco, controla esa lengua de metralleta.

—No prometo nada —dijo Pablo.

—Como no puedas, os dais otra paliza —respondió Félix.

—No pienso pegarle. Ese imbécil me dio en la cara. Hasta en una guerra sabes que no se pega en la cara —refunfuñó Pablo.

Eran como enemigos, sin rastro de su antigua amistad. José susurró a Félix:

—Si se pelean, pon cara de enfado. Es tu cumple, no se atreverán.

Félix, riendo, negó:

—No llegarán a eso.

No lo hicieron. Vasco, al llegar, habló con Félix y se fue a jugar póker al otro lado. Pablo se quedó viendo billar. No se dirigieron la palabra ni se miraron, evitando cualquier roce.

El ritual no faltó: un pastel de tres pisos en el centro de la mesa. Félix, mirando el pastel, con el cuchillo, dijo:

—¿Me subo a la mesa para cortarlo?

Desde su sitio, ni agachándose llegaba. Lo arrastró, cortó unas porciones simbólicas, una para él, otra para Ivo, y dejó que los demás se sirvieran.

Pablo, no se sabía si por enfado o gula, devoró varias porciones, casi toda la capa superior. Cuando iba por más, José lo detuvo:

—Para, que das miedo comiendo.

—Bicho —masculló Vasco desde el otro lado, sin mirarlo.

Pablo lo fulminó con la mirada, pero Vasco siguió como si nada.

Un grupo de chicos jóvenes, entre la madurez y la inmadurez, hacía que la mesa fuera un caos alegre. Mezclaban licores, pero acababan con jarras de cerveza, chocando vasos con estrépito, como si así demostraran ser adultos. Los temas saltaban sin orden, de cualquier cosa a debates absurdos.