Un tenue rayo de sol se filtraba por los ventanales altos de una habitación blanca, cálida, casi celestial. Asher abrió los ojos lentamente. El techo era de piedra pulida y decorada con grabados en espiral que no reconocía. Se sentó con dificultad en la cama, con el cuerpo adolorido y la mente envuelta en una niebla espesa.
—¿Dónde... estoy? —susurró, su propia voz le sonó extraña.
Miró a su alrededor. La cama era enorme, cubierta por sábanas suaves, había cortinas doradas, estantes de madera con libros gruesos, y un ventanal por donde el viento hacía danzar una cortina blanca. Era una habitación lujosa, pero desconocida.
Antes de que pudiera moverse más, la puerta se abrió con un crujido leve. Dos jóvenes mujeres entraron apresuradamente con delantales blancos y cofias. Al verlo despierto, sus ojos se abrieron con asombro.
—¡Zarelo! ¡Zarelo, la di irva! —dijo una de ellas, corriendo hacia él.
Asher se encogió hacia atrás, confuso. Las palabras no tenían sentido.
—¡Sta meyo, sta meyo! —intentó decir la otra, levantando las manos en señal de calma.
Él negó con la cabeza, con el ceño fruncido, y alzó las manos también.
—No... no entiendo qué dicen. ¿Dónde estoy?
Las chicas intercambiaron miradas confundidas y retrocedieron un poco. Fue entonces cuando apareció ella. Una joven de cabello dorado, casi blanco, que le caía como una cascada brillante por los hombros. Sus ojos celestes lo miraban con dulzura. Llevaba un vestido azul claro, sencillo pero elegante.
Se acercó lentamente, con una sonrisa gentil. Se agachó a su altura, al lado de la cama, y con cuidado levantó una mano para hacerle una seña de calma.
—Shii... shii... —susurró suavemente, mientras posaba una mano sobre su pecho, respirando hondo para que él la imitara.
Asher tragó saliva, observándola. No entendía nada, pero algo en su presencia le daba tranquilidad.
Ella señaló su boca, luego sus orejas, y negó con la cabeza. Después hizo un gesto de libro abierto. De pronto, salió corriendo de la habitación. Asher parpadeó.
—¿Qué... qué fue eso?
Regresó apenas segundos después con un libro pesado entre las manos. Se sentó otra vez a su lado, abrió el tomo y se lo tendió. Las páginas tenían dibujos de criaturas fantásticas: dragones, elfos, mapas... y símbolos que no reconocía.
—¿Qué... quieres que lea esto? —preguntó él.
—[Zili nethera?] —preguntó ella dulcemente, señalando una imagen.
—No sé qué dices, pero... bueno, esto se ve como un dragón... ¿o una gallina furiosa?
Ella soltó una pequeña risa. No entendió sus palabras, pero la sonrisa de Asher le bastó.
Justo en ese momento, las sirvientas regresaron con una bandeja. Una sopa humeante llenó la habitación con su aroma. Asher no se lo pensó dos veces. La devoró con avidez.
—[Zaleh... tan zoro...] —murmuró una sirvienta, entre divertida y horrorizada.
La puerta volvió a abrirse. Esta vez, dos figuras cruzaron el umbral. Un hombre rubio, alto, con mirada firme de soldado, y una dama de cabellos rojos brillantes, con un aire maternal.
Asher se levantó de golpe al ver al hombre. Puso las manos arriba, serio.
—¡Vale! ¡Si me vas a matar, que sea rápido! Pero avisa, por lo menos... —gruñó, torpemente serio.
El hombre alzó una ceja.
—[¿Está loco este chico?]
La joven rió por lo bajo y se puso entre ambos.
—[Padre, por favor...] —dijo la chica con ternura.
Tras unas palabras incomprensibles entre ellos, los padres se marcharon con cierta reticencia. Inmediatamente, dos guardias entraron.
Asher se puso en alerta otra vez.
—¡¿Qué es esto ahora?! ¿Tortura real?
Pero la chica, con una sonrisa, le hizo un gesto cruzando los brazos en X, luego mostrando sus puños y señalando a los guardias.
—[Shiro... zianu] —dijo dulcemente, y luego tocó su propio corazón.
Asher la miró. Entendió: eran sus guardaespaldas. Bajó los hombros y dejó salir un suspiro.
—Me vas a volver loco, chica extraña...
Ella lo miró, ladeó la cabeza, y luego señaló su pecho.
—[Lyra.] —dijo con una sonrisa cálida.
—¿Lyra...? ¿Ese es tu nombre? —repitió él.
Ella asintió, feliz.
Asher sonrió, por primera vez desde que despertó.
Asher se quedó sentado en la cama, observando con recelo a los hombres uniformados. Eran altos, con armaduras brillantes de tonos azulados y capas blancas. Aunque no mostraban hostilidad, su presencia era intimidante.
Lyra, atenta a su incomodidad, chasqueó los dedos y les dijo algo en su idioma. Ambos guardias inclinaron la cabeza y se apartaron unos pasos. Luego, con una sonrisa cálida, Lyra se acercó a Asher y le ofreció su mano.
—¿Qué quieres ahora? —murmuró Asher, aunque aceptó la ayuda.
Ella tiró suavemente de él hasta ponerlo de pie, y con gestos lentos, le indicó que la siguiera. Salieron al pasillo. El suelo crujía levemente bajo sus pies descalzos. El techo era alto, con lámparas flotantes que emitían una luz suave, y retratos familiares colgaban de las paredes.
Asher iba detrás de Lyra, mirando con asombro cada rincón. Tapices antiguos, armaduras en exposición, vitrales de colores... parecía un castillo más que una casa. Al llegar a una sala más pequeña con sillones y alfombras, Lyra se detuvo frente a una estantería y sacó un cuaderno con hojas en blanco. Lo puso sobre una mesa y le ofreció un lápiz.
—¿Quieres que... dibuje? —preguntó él, inclinando la cabeza.
Ella asintió emocionada. Él pensó un momento y luego garabateó algo torpemente: un sol, una nube, una figura con espinas (¿un monstruo?). Lyra soltó una risita e intentó dibujar algo también: una figura de cabello largo y otra más alta, con una flecha uniendo sus manos.
Asher se quedó mirándola, algo sonrojado.
—¿Eso soy yo... y tú? ¿Eh? ¿Qué estás sugiriendo?
Ella sonrió con picardía, como si entendiera lo que decía a pesar del idioma. En ese momento, uno de los guardias dio un paso adelante. Antes de que Asher reaccionara con alarma, una de las sirvientas apareció en la puerta.
—[Selyen viro ka zena.] —anunció con voz suave.
Lyra se levantó de inmediato y le hizo señas a Asher para que la siguiera. Bajaron por una gran escalera de mármol, adornada con flores secas en jarrones de cerámica. A medida que descendían, los sonidos del comedor se hacían más claros: risas, platos y cubiertos, murmullos.
El comedor era un salón amplio con una larga mesa de madera tallada. Había siete personas sentadas ya: los padres de Lyra, el padre con su expresión dura, la madre con sonrisa amable, un joven rubio de mirada arrogante y una joven perezosamente sentada, limándose las uñas. Entre ellos, un niño pequeño correteaba con una cuchara en la mano.
Lyra tomó asiento cerca de su madre, e hizo que Asher se sentara a su lado. Él lo hizo con cuidado, aún nervioso.
—[Hmph. Otro mudo más.] —murmuró el hermano mayor con desdén.
—[No puede ni saludar. Qué inútil.] —rió la hermana, cruzando los brazos.
Asher no entendía una palabra, pero las risas, las miradas y el tono burlón eran universales. Él bajó la cabeza, apretando los puños.
—¿Qué están diciendo? ¿Se están riendo de mí? —susurró.
Lyra, al notar su incomodidad, le puso una mano en el hombro y le sonrió. Hizo un gesto como si deslizara algo fuera del pecho: "No lo tomes a pecho".
El padre, que no había dicho mucho, se inclinó hacia Asher con una expresión grave.
—[¿De dónde vienes? ¿Quién eres realmente?] —le habló, despacio, como si eso ayudara.
Asher lo miró fijamente y luego soltó un lento:
—...¿Sí?
El padre frunció el ceño, frustrado. La madre puso una mano en su brazo y le susurró algo tranquilizador.
Durante el resto de la comida, Asher apenas habló. Solo comió en silencio mientras el niño pequeño le ofrecía migas de pan con una sonrisa. Eso sí lo entendía. Le devolvió la sonrisa y le revolvió el cabello.
Tras terminar, Lyra se levantó y le tomó la mano sin previo aviso.
—¿Eh? ¿A dónde vamos ahora? —preguntó, dejándose guiar.
Ella no respondió. Lo sacó al jardín frontal, a través de un gran arco de madera. El sol comenzaba a ocultarse y una brisa fresca agitaba los árboles. El jardín era enorme, lleno de flores de colores intensos, con caminos de piedra y fuentes decorativas. Al fondo, decenas de guardias patrullaban con disciplina.
Asher se detuvo al centro del jardín. Por primera vez desde que despertó... respiró tranquilo.
—Esto... sí que es hermoso —murmuró.
Lyra lo miró de reojo, como si supiera lo que decía aunque no comprendiera las palabras.
Asher, aún tomado de su mano, pensó:
"No sé dónde estoy. No sé quiénes son ellos. Pero si esta chica está conmigo... quizá pueda encontrar mi lugar aquí."
El cielo comenzaba a teñirse de tonos violetas cuando Lyra soltó una suave risa tras otro intento fallido de Asher de imitar uno de sus gestos. Habían estado conversando —más por señas que por palabras— durante horas en el jardín. Aunque no se entendían del todo, la conexión entre ambos se hacía más natural.
El sonido de un cuerno lejano, tenue pero firme, marcó el fin del día. Lyra miró hacia la casa, luego a Asher, y le sonrió con dulzura. Sin decir nada, le tomó la mano y lo guió de vuelta por los pasillos, ya más oscuros, ahora iluminados por pequeñas antorchas mágicas incrustadas en las paredes.
Al llegar al ala este de la mansión, se detuvieron frente a una gran puerta de madera con detalles dorados. Tres guardias ya estaban apostados ahí, estoicos y armados. Lyra le señaló la puerta, luego a él, y asintió con una expresión tranquila. Asher comprendió.
—¿Mi habitación? —preguntó en voz baja. Ella asintió.
Se miraron un segundo más antes de que él levantara la mano y dijera:
—Buenas noches... supongo.
Ella respondió con una seña simple: dos dedos cruzando su corazón. Luego, sin más, se marchó. Asher entró.
El cuarto era amplio y acogedor. Una cama de madera con dosel, cortinas que bailaban con la brisa nocturna, un armario antiguo, y una pequeña chimenea crepitando suavemente. Se acercó a la ventana, maravillado por la vista del jardín ahora cubierto por la niebla nocturna.
Se sentó en la cama, mirando sus propias manos.
—¿Quién era yo... antes de todo esto? —susurró—. ¿Por qué no recuerdo nada?
La pregunta se perdía en el silencio. Cerró los ojos. Solo oscuridad. Solo vacío.
Pero entonces, un sonido lo sacudió: un rugido seco, áspero, distante... inhumano.
Se levantó de golpe y corrió a la ventana. A lo lejos, cerca del muro exterior, varias antorchas brillaban con movimiento. Soldados con lanzas y escudos formaban un semicírculo. Frente a ellos, un enorme ser rugía desde las sombras.
Los ojos de Asher se agrandaron.
La criatura emergió parcialmente bajo la luz: cuerpo de león, patas delanteras de águila, una cola larga y curvada con el aguijón de un escorpión al final. La bestia se impulsó con un grito desgarrador.
Uno de los soldados cargó con valentía, su lanza por delante. Fue interceptado en el aire por las garras del monstruo, que lo lanzó contra un árbol. Su cuerpo quedó inmóvil.
Otro intentó flanquear por la derecha. El monstruo giró bruscamente, su cola atravesó el aire y lo alcanzó directo en el pecho. El soldado cayó con un grito ahogado.
—¡Dios...! —jadeó Asher.
La pelea continuaba, los demás soldados gritaban órdenes, esquivaban, lanzaban estocadas. Pero fue entonces cuando algo aún más perturbador sucedió.
En el borde del jardín, una sombra más oscura que la noche misma se arrastró como una niebla viva. Asher la notó por puro azar. Una figura delgada, sin forma clara, se deslizó entre los arbustos, se acercó al cuerpo del primer soldado y... lo arrastró. Silenciosa, rápida.
—¡¿Qué fue eso?! —susurró con los ojos llenos de terror.
Ningún otro soldado lo notó. Nadie miraba esa dirección. Solo él. La oscuridad pareció tragarse el cadáver.
Asher se apartó de la ventana, su corazón golpeando con fuerza. Tropezó, cayó sentado junto a la cama, jadeando.
—No, no, no... ¿Qué es este lugar?
Con manos temblorosas, subió a la cama, se cubrió hasta los oídos con la manta, apretando los ojos, como si así pudiera bloquear todo.
Los rugidos seguían. Más débiles. Más lejanos.
Hasta que, lentamente, se desvanecieron.
Y en esa mezcla de miedo, agotamiento y confusión... Asher cayó dormido.
Mañana sería un nuevo día.