PRÓLOGO

Año 2910, nos encontramos en una ciudad llamada Nexus, ésta es la capital del país conocido como X-Colonus, este país está rodeado por un gran muro circular que se alza hasta donde llega la vista, son muy pocos los que saben qué hay más allá de estos muros y el secreto que esconden. Aquí yace una civilización de 40 millones de habitantes, todos regidos por un gobierno opresor dirigido por Valtherion Kane el presidente inmortal, o así lo conocen sus habitantes, la estructura del país es sencilla para las necesidades de los habitantes comunes, aunque es avanzado tecnológicamente los civiles no gozan de estos avances en cuanto a comunicación o calidad de vida, ya que el eje principal de esta sociedad se enfoca en función de incrementar las fuerzas armadas. 

Hay diferentes familias que están en el poder, ayudando al crecimiento tecnológico de esta nación, estas familias se conocen como neócratas. Los neócratas se establecieron en el Umbral, una zona elevada dentro de la ciudad, es casi como una pequeña ciudad que se encuentra en el centro, está sostenida por 2 enormes vigas mucho más grandes que cualquier edificio, esto para dar una ilusión de flotar sobre los demás, también hay túneles con rieles que atraviesan toda la ciudad y pueden ir de arriba a abajo con trenes de alta velocidad. A través del tiempo los neócratas se han posicionado en cargos importantes para el manejo de la nación como economía, empleo, seguridad, agricultura, educación, salud, avance y desarrollo.

Todos los habitantes están totalmente registrados a través de chips con toda su información, la moneda es virtual, es decir que alguien sin este chip no tiene cómo comprar, vender o vivir en esta sociedad, esto reduce ampliamente la tasa de criminalidad en el país y da un mayor control al gobierno.

Aunque es un país aislado el presidente se esfuerza mayormente en aumentar el tamaño de su enorme ejército, no se sabe exactamente con qué fin, pero estos soldados gozan de ciertos privilegios que no tienen los ciudadanos comunes, sin embargo no son tantos como esperaríamos, tienen un sueldo promedio y algunas libertades para circular la calle. Aquellos que no son aptos para servir deben cumplir con jornadas laborales demandantes y de más de 12 horas, así que todos, hombres y mujeres luchan por lograr enlistarse.

La pregunta constante en esta sociedad es el ¿por qué nadie se opone a esta dictadura? En realidad se han intentado levantar rebeliones para derrocar este gobierno solo que siempre fracasan, la última fue hace unos 20 años aproximadamente, el pueblo se levantó en armas e intentó recuperar su libertad, pero no fue posible, los soldados de este régimen estaban altamente entrenados y con armas de última tecnología, la familia neócrata de los Ren tienen una facción de exterminadores, soldados que entrenan desde tiernas edades para dominar todo tipo de armas, formados como expertos asesinos son quienes se encargan de erradicar amenazas en la nación. Aquellos rebeldes que sobrevivieron en su mayoría fueron llevados a campos de concentración y nadie más supo qué pasó con ellos, actualmente es aún más difícil poder rebelarse ya que implementaron tecnología de identificación gracias a los chips que no permiten que alguien no autorizado porte estas armas.

Otra familia importante de los neócratas son los Sinopex, esta se encarga de la infraestructura de la ciudad: avenidas, edificios, zonas residenciales, estructuras de transporte, etc. El líder de esta familia es Arkan Sinopex, su esposa es Liora Ren y su hijo es Valtor Sinopex, el resto de su familia se divide el trabajo correspondiente a las funciones de avance y desarrollo.

Mi nombre es Valtor. Tengo diez años, aunque la mayoría de los días me siento como si tuviera cien con todas las responsabilidades que me echan encima. Se supone que algún día heredaré el rol de mi padre en el régimen, pero, sinceramente, la idea me aburre soberanamente. Él se la pasa encerrado en reuniones interminables, asistiendo a proyectos de expansión y bla, bla, bla. Pura charla vacía y gente con trajes caros.

Esta vez, la "misión" de mi padre nos trajo a uno de los distritos de zonas residenciales, una parte de Ciudad Nexus que rara vez pisamos. Mientras nos movíamos en el vehículo, con mi cara pegada a la ventana polarizada como de costumbre, me fijé en algo realmente curioso. Abajo, en una especie de callejón, un grupo de niños pateaba una bola de trapos, gritando y riendo a carcajadas. Parecían genuinamente felices, y lo que hacían se veía, honestamente, divertidísimo.

Fue en ese instante cuando tomé una decisión. Una decisión secreta, por supuesto. Me escaparía. Tenía que ir a conocerlos. Al fin y al cabo, mi padre estaba tan absorto en sus importantes asuntos que ni se daría cuenta de que su pequeño y obediente heredero había desaparecido. Ju ju.

El balón, un amasijo descolorido de trapos amarrados que apenas conservaba la forma esférica, rodaba con la energía caótica de diez pares de pies descalzos o calzados con viejas zapatillas. Risas agudas y gritos de ánimo llenaban el aire viciado del callejón, un eco extraño en la inmensidad de Ciudad Nexus. De repente, una figura se materializó en la entrada del estrecho pasillo. Era un niño, quizás de su misma edad, pero su presencia desentonaba como un rayo de sol en la penumbra.

Valtor se detuvo a pocos metros del grupo, el traje grisáceo-azul que lo vestía parecía brillar con una luz propia en contraste con los colores deslavados de la calle. Su cabello negro y ondulado, de un impecable largo de diez centímetros, enmarcaba un rostro limpio y un mentón afilado. A pesar de la tensión del momento, una gran sonrisa se extendió por sus labios, revelando una hilera de dientes perfectos. Sus pequeños y alargados ojos oscuros brillaban con una mezcla de nerviosismo y una genuina ilusión.

"Hola", dijo Valtor, su voz sonando un poco más alta de lo que pretendía en el silencio que se había formado. Señaló la bola de trapos con el ceño fruncido por la intriga. "¿Qué es... eso? ¿Están golpeando esa cosa?"

Los niños se quedaron inmóviles, el amasijo de trapos detenido entre un par de pies. Sus miradas recorrieron el traje de Valtor, sus botas de cuero que subían hasta la rodilla, las hombreras finas que destacaban en sus hombros delgados pero fuertes. Un murmullo bajo comenzó a extenderse entre ellos.

"¿Quién es este?", susurró un niño con una camiseta rota, sus ojos fijos en el traje de Valtor.

Una niña con el cabello revuelto se encogió de hombros. "Parece... ¿un niño de arriba?"

"Sí, con esa ropa", intervino otro, con un tono de burla apenas disimulado. "Mira sus zapatos. Nunca ha pisado lodo de verdad."

Valtor escuchó los comentarios, su sonrisa se tambaleó por un instante, pero no se borró del todo. Un leve sonrojo apareció en sus mejillas, pero mantuvo la mirada fija en ellos.

"Solo... quería saber qué es ese juego", añadió, su voz más suave esta vez, sin quitar los ojos de la bola de trapos. "Nunca lo había visto."

Los niños intercambiaron miradas, la desconfianza era un velo denso entre ellos y el recién llegado. Los murmullos continuaron, algunas risitas ahogadas.

"¿Este con nosotros?", dijo el niño de la camiseta rota, una media sonrisa escéptica en su cara. "No creo que quiera ensuciar ese traje tan bonito por una bola de trapos."

Valtor se mantuvo firme, la sonrisa aún presente, aunque con un matiz de determinación. El amasijo de trapos, olvidado por un momento, yacía inerte en el suelo.

Un silencio incómodo se prolongó, sólo roto por el zumbido distante de un vehículo aerodinámico en la ciudad de arriba. Valtor sintió el sudor frío formarse en sus palmas.

De repente, una figura más alta y robusta que el resto se adelantó. Era un chico cruzando su ceja izquierda y tenía una mirada desafiante. Se llamaba Kael, y era el líder tácito del grupo. Su voz era áspera, cargada de la incredulidad que compartían todos.

"¿Nunca has visto un balón?", espetó Kael, empujando la bola de trapos con la punta de su pie. El amasijo rodó un poco, deteniéndose justo delante de Valtor. "Esto es fútbol. Se patea. ¿Sabes lo que es patear?"

Algunos de los otros niños soltaron risitas ahogadas. La niña de cabello revuelto, Lire, dio un paso al frente, con un gesto de curiosidad más que de burla. "Es un juego", dijo con voz suave, mirando a Valtor con ojos grandes y cautelosos. "Jugamos con esto."

El niño de la camiseta rota, Risto, bufó. "Sí, para ensuciarse. Algo que 'los de arriba' no hacen, ¿verdad, señorito?"

Valtor sintió una punzada, pero su sonrisa se mantuvo. "Sí, sé lo que es patear", dijo con una voz que intentaba sonar segura, aunque por dentro sus conocimientos se limitaban a los simuladores de combate de su tutor holográfico. "Pero... este tipo de juego, con la bola de trapos... es diferente a lo que he visto."

"Claro que es diferente", dijo Kael, riendo sin humor. "Esto no es con guantes ni pistolas de juguete. Aquí se suda y se cae. ¿Tú sabes sudar?"

La tensión creció, y las sonrisas en los rostros de los otros niños se tornaron más en expectación que en diversión. Valtor apretó los puños, su mirada oscilando entre Kael y la pelota en el suelo. Sabía que esta era la prueba.

Kael se inclinó, recogiendo el balón de trapos y lanzándolo con un movimiento brusco. La pelota, sorprendentemente pesada para su aspecto, rebotó un par de veces antes de detenerse a los pies de Valtor.

"Si quieres saber qué es, pruébalo", desafió Kael, cruzándose de brazos. "Patea. Muéstranos si sabes algo más que llevar un traje bonito."

El reto estaba lanzado. Los ojos de Valtor se fijaron en la bola de trapos, un objeto tan rudimentario y ajeno a su mundo, pero que ahora representaba una puerta de entrada. Un sudor fino perló su frente. Había visto a los niños golpearla, sí, pero nunca lo había intentado. Pero luego, la gran sonrisa de antes volvió a su rostro, esta vez con una chispa de genuino desafío.

Valtor retrocedió un par de pasos, concentrándose. Imitó el movimiento que había visto hacer a Kael, a Lire, a todos ellos. Su pierna derecha se impulsó con un movimiento preciso, su bota negra impactó el amasijo de trapos con un golpe seco.

La bola de trapos salió disparada, no solo un metro, sino cruzando el callejón, rebotando limpiamente contra la pared y regresando con una energía sorprendente.

El silencio se rompió. No por risas de burla, sino por un coro de exclamaciones y algunos silbidos de asombro. Incluso Kael abrió un poco la boca, su ceja elevada en una expresión de incredulidad.

"¡Oye!", exclamó Risto, con una sonrisa genuina asomando por fin. "¡No estuvo mal, señorito!"

Lire aplaudió suavemente. "¡Lo hiciste! ¡Te dije que no lo pensaras!"

Valtor sintió la adrenalina y una punzada de orgullo que nunca le había dado el éxito en sus lecciones. Su gran sonrisa se amplió, y pateó la bola de trapos de nuevo, esta vez con más confianza. La envió a Risto, quien la devolvió con un pase. El juego se reinició, de forma tentativa al principio, luego con la fluidez que solo los niños conocen.

Valtor era nuevo en esto. A veces, su patada era demasiado fuerte, o la bola se desviaba. Pero con cada error, Lire le ofrecía una palabra de aliento o una corrección rápida. Kael lo observó, un brillo diferente en sus ojos. Ya no había burla, solo una mezcla de curiosidad y un respeto incipiente. El "señorito" estaba sudando, pero estaba sonriendo.

Mientras el juego continuaba, la bola de trapos rodó hacia el borde del callejón. Antes de que Valtor o Risto pudieran alcanzarla, una mano rápida la interceptó. Era Zary. Su cabello pelirrojo brillaba bajo la luz tenue, y sus ojos, pequeños y vivaces, se encontraron con los de Valtor por un instante. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

"Buen pase, Risto", dijo Zary, su voz con un tono ligeramente ronco pero lleno de energía. Pateó la bola con precisión a Lire, uniéndose al juego sin perder el ritmo. Era claro que ella era una parte natural y esencial del grupo.

Valtor la observó. No solo por el color de su cabello, que era como una llamarada en ese entorno sombrío, sino por la forma en que se movía, con una confianza y una agilidad evidentes. Y esa sonrisa... era diferente a la suya, más segura, más intrigante. Por primera vez en la tarde, la bola de trapos dejó de ser el único foco de su atención.

El juego siguió, ahora con Zary añadiendo su propia energía. Valtor, aunque aún era el más torpe, se esforzaba por seguir el ritmo. Cayó un par de veces, manchando su traje fino con el polvo del callejón, pero las risas que provocaba eran de compañerismo, no de burla. Cada pase, cada intento de detener la bola, lo acercaba más a ellos. La bola de trapos, el callejón polvoriento y las risas de esos diez niños se entrelazaron, tejiendo los primeros hilos de una amistad que desafiaría las fronteras invisibles de Ciudad Nexus.

El sol de Ciudad Nexus, antes naranja, ahora se hundía por completo, y las luces de neón de los rascacielos superiores comenzaban a dominar el cielo crepuscular. El aire se tornaba más frío, y el zumbido de los vehículos aéreos se hacía más constante.

Valtor estaba en medio de un pase, riendo por el intento fallido de Kael de atrapar la bola, cuando una figura familiar apareció en el borde del callejón. Era un hombre alto, con un traje impecable, pero su silueta proyectaba una calidez inusual en ese entorno. Arkan Sinopex, el padre de Valtor, avanzó con una sonrisa suave que iluminó su rostro cansado, pero orgulloso. Sus ojos, idénticos en forma a los de Valtor, brillaban con una genuina alegría y afecto.

La risa de los niños se apagó un poco, el juego se detuvo en seco, pero no por miedo, sino por una mezcla de sorpresa y respeto cauteloso. La bola de trapos rodó unos centímetros y se detuvo, un insignificante amasijo inerte.

"Valtor", la voz de Arkan era profunda y resonante, pero llena de suavidad. Su tono no era una orden, sino una invitación. "Es hora de volver a casa, campeón. ¿Estás listo?"

Valtor sintió una punzada, pero esta vez no fue de derrota, sino de una mezcla agridulce. La sonrisa se desvaneció de su rostro, reemplazada por un puchero resignado. Su traje, ahora manchado de polvo y lodo, era un pequeño trofeo de la tarde. Miró a Kael, a Lire, a Zary, a todos sus nuevos amigos. En sus ojos vio no lástima, sino una comprensión amistosa y un ligero brillo de despedida.

Arkan dio un paso más, sus ojos recorriendo brevemente a los otros niños. Una expresión de sincera aprobación cruzó su rostro. "Me alegro mucho de que hayas podido divertirte y conocer a tus amigos", dijo, su mirada volviendo a Valtor con una calidez palpable. "Pero tenemos compromisos."

Valtor asintió. Recogió el amasijo de trapos, el balón que había sido la llave de su libertad por un par de horas, y lo dejó con cuidado a los pies de Kael. Luego, lanzó una última sonrisa prometedora a sus amigos antes de seguir a su padre. Arkan puso una mano gentil sobre el hombro de Valtor, un gesto de apoyo y conexión. Sus figuras, el elegante padre y el hijo con el traje ahora empolvado, desaparecieron en la creciente oscuridad, dejando tras de sí el silencio y el recuerdo de una tarde inesperada de risas y verdadera amistad. El juego había terminado. Por ahora.