Año 2913
La vida en la mansión Sinopex, suspendida en la estratosfera de El Umbral, era un ejercicio de precisión y soledad para Valtor. Tenía trece años y, aunque para el resto del mundo era el heredero de una de las familias más influyentes de Ciudad Nexus, para él, la mansión era una jaula dorada. Sus días transcurrían en un ciclo ininterrumpido de lecciones con tutores holográficos que proyectaban su conocimiento directamente en su mente, simulaciones de estrategia empresarial y estudios de historia de la gloriosa dictadura de X-Colonus. El silencio era su compañero más constante, roto solo por el murmullo de los sistemas de purificación de aire o el distante zumbido de los aerocars.
El mundo de Valtor era una paradoja. En la superficie, Ciudad Nexus era una maravilla de la ingeniería ciberpunk: rascacielos que arañaban las nubes artificiales, autopistas elevadas que transportaban flotas de vehículos silenciosos y relucientes, y paneles de neón que proyectaban propaganda brillante del régimen. Pero debajo de ese esplendor tecnológico, la dictadura militar era una omnipresente sombra. Se manifestaba en las patrullas de drones que surcaban los cielos, en los avisos holográficos que recordaban a los ciudadanos su deber de obediencia, y en la sensación constante de ser observado, una certeza que se amplificaba al saber que la mayoría de los ciudadanos de los distritos inferiores llevaban chips de control implantados.
Su madre, Liora Sinopex, nacida Liora Ren, era el epítome de la gracia y la sumisión que el régimen esperaba. Con su piel pálida, ojos grises y cabello negro peinado con impecable orden, Liora, de 1.60 de estatura, poseía una cara amable que disimulaba una férrea devoción a las reglas. Su familia, los Ren, era conocida por su lealtad inquebrantable al Presidente y al sistema. Nerax, su hermano, era un exterminador, una prueba viviente de esa devoción. Liora, en su amor silencioso pero firme por Valtor, anhelaba moldearlo para que se ajustara al molde perfecto del régimen. Ella pasaba sus días cultivando un jardín hidropónico en el ala este de la mansión, una forma de orden y control que reflejaba su propia vida, e intentaba, con suaves palabras y gestos, inculcar en Valtor la importancia de la obediencia y el orden, a menudo chocando sutilmente con las ideas más liberales de Arkan.
Pero Valtor, con la misma chispa de curiosidad que su padre, no era tan fácil de moldear. Cada tarde, en medio de las aburridas reuniones de Arkan, se escabullía del edificio principal de desarrollo. Era fácil, porque el trabajo de su padre se centraba en la infraestructura de este mismo distrito, la zona donde vivían sus amigos.
En estos tres años, Valtor había dejado de lado su elegante traje. Se cambiaba por ropa mucho más sencilla, una camiseta y una pantaloneta, perfecta para el polvo y la acción. En algún punto, Valtor les había regalado a sus amigos un balón nuevo y flamante, de un material sintético resistente, dejando atrás para siempre el viejo amasijo de trapos. Era un pequeño lujo que sus nuevos compañeros aceptaron con una mezcla de asombro y gratitud.
Su amistad con Kael, Risto y Lire se había fortalecido en cada partido improvisado, cada risa compartida. Pero con Zary, la niña de cabello pelirrojo vibrante y ojos pequeños y vivaces, la conexión era diferente. Habían desarrollado una especie de romance infantil, hecho de miradas furtivas, risitas cómplices y la inocente vergüenza de un roce de manos al disputar un balón. Era un vínculo secreto, tierno, forjado en la libertad robada de sus tardes.
Una de esas tardes, mientras el sol de Ciudad Nexus comenzaba a teñir el cielo de los colores grises y óxidos del crepúsculo distópico, Arkan llegó al callejón en su vehículo personal para recoger a Valtor. De camino a casa, mientras el vehículo se elevaba por los corredores de tránsito luminosos, Arkan rompió el silencio, su voz grave resonando en la burbuja insonorizada.
"Sabes, Valtor," comenzó Arkan, sus ojos fijos en la visión panorámica de la ciudad que pasaba, "verte hoy... verte jugar con ellos... me hizo pensar. Este mundo no es lo que debería ser."
Valtor, sorprendido por la franqueza inusual de su padre, se enderezó en su asiento. "¿A qué te refieres, padre?"
Arkan suspiró, un sonido casi imperceptible. "Quiero cambiar este mundo, Valtor. Por uno mejor, más libre. Un lugar donde todos los niños, como tus amigos, puedan ser felices sin tener que esconderse para jugar."
El corazón de Valtor dio un vuelco. Aquello era mucho más que una lección sobre infraestructuras. "¿Por qué es así, padre?", preguntó Valtor, la curiosidad superando cualquier cautela aprendida. "La dictadura. ¿Por qué funciona así? Y el Presidente... ¿por qué ha vivido tantos años?" La voz de Valtor se bajó a un susurro. "Si las cuentas son correctas, debería tener unos trescientos años. Nunca se le ve, nadie sabe de su pasado. Es... raro, ¿no? Un humano vive ochenta, noventa años, a lo sumo. Y no hay muchos registros históricos para descubrir la verdad"
Arkan giró la cabeza, sus ojos penetrantes encontrándose con los de su hijo. La calidez persistía, pero ahora había una sombra de seriedad. "Valtor, es vital que no hables de esto con nadie. Absolutamente con nadie. Lo que te estoy diciendo... es un secreto que podría costar muy caro." Se tomó un momento, su mirada volviendo al paisaje urbano. "estudiando libros de historia, en el pasado existía un sistema llamado democracia, en el cuál todos los ciudadanos participaban en las decisiones del país, mi plan es lograr crear una sociedad democrática. Una verdadera."
Valtor asintió, su mente de trece años asimilando la inmensidad de las palabras de su padre. La idea de un mundo mejor, libre, donde él y Zary, Kael, Lire y Risto pudieran jugar sin miedo, era una promesa tan tentadora como peligrosa.
La Reunión en el Palacio Neócrata
Días más tarde, la promesa de la libertad se sentía a años luz.
Ubicación: Palacio Neócrata, en El Umbral, la ciudad suspendida sobre X-Colonus.
Una fortaleza flotante sostenida por dos colosales vigas de acero negro, visibles desde cualquier punto del país. La capital del poder, del control, y de la opresión.
Asistentes:
Zareth Ulgran, Concejal Supremo de los Neócratas. Un hombre de rostro angular y mirada fría, vestido con un uniforme impecable que reflejaba la autoridad del régimen.Arkan, jefe de Avance y Desarrollo del régimen. Su postura era recta, pero había una tensión apenas perceptible en sus hombros bajo el traje formal.Dos oficiales del régimen, uniformados, inexpresivos.Nerax Ren neócrata encargado del clan Ren, sección de exterminio, en silencio, una figura imponente y amenazante.Tres miembros del consejo de vigilancia cívica, sus rostros una mezcla de preocupación y sumisión.son siete neócratas del régimen en silencio
La sala era inmensa, con columnas de neón rojo y azul que pulsaban con una luz ominosa y una mesa de conferencia holográfica en el centro. El aire era denso, cargado de la implacable autoridad del régimen.
Zareth Ulgran (proyectando hologramas de datos parpadeantes entre las columnas de neón rojo, su voz cortante como el cristal): —Los datos de Albor Lake han comenzado a fallar. Cuarenta y tres chips se han desactivado sin explotar. Ninguna señal vital. Ningún reporte. Solo... silencio.
Lucen Drake el neócrata de Educación: (su voz suena nerviosa) —¿Se están quitando los chips sin activar el protocolo de autoaniquilación?
Zareth (apretando el puño, sus nudillos blanqueando): —Eso no es un fallo. Eso es sabotaje.
Arkan (con la voz controlada, pero firme, su mirada fija en los hologramas): —Zareth... No podemos condenar a un pueblo entero por anomalías técnicas. Albor Lake es agrícola. Mi propio hijo... Valtor... Juega allí.
Zareth (lo mira como una serpiente que evalúa a su presa, una sonrisa cruel asomando en sus labios): —Entonces sabrás si alguien cerca de él está aprendiendo a esconder la rebeldía.
Arkan: (sus ojos se endurecen) —Mi hijo es un niño. No un guerrillero.
Oficial del régimen: (su voz monótona, como la de un reporte automatizado) —Pero varios reportes coinciden. Hay grupos armados con herramientas. Coordinación. Están evitando los drones. Es una red, no un accidente.
Zareth (mira a Nerax a su derecha, su tono gélido): —¿Tiempo estimado para limpiar un pueblo como Albor Lake?
Nerax (su voz es un susurro metálico, sin alma, resonando en la sala): —Media noche. No dejaré raíces.
Arkan (golpea la mesa con la palma de la mano, el sonido retumba en la sala, su voz estalla con una furia contenida): —¡No lo permitiré! Déjame ir. Déjame comprobar si es cierto.
Zareth (se acerca a Arkan, sus ojos fríos se clavan en los suyos, con una sonrisa helada que no llega a sus ojos): —Tienes tres días, Arkan. Si en setenta y dos horas no me das otro culpable... quemaré esa aldea hasta el polvo.