Cenizas y Promesas Rotas

La noche después de la reunión en el Palacio Neócrata fue un calvario para Arkan Sinopex. La imagen de Zareth Ulgran, la amenaza de Nerax Ren, y la promesa de aniquilación de Albor Lake ardían en su mente. A pesar de los tres días de plazo que Zareth había "concedido", Arkan lo supo: la masacre llegaría pronto. Y, en efecto, esa misma noche, mientras Valtor dormía en la silenciosa mansión de El Umbral, los Exterminadores avanzaron sobre Albor Lake. Como una plaga silenciosa, aniquilaron a todos en la zona. No hubo advertencia, no hubo piedad. Las luces parpadeantes de la ciudad inferior revelaron un paisaje de horror: cadáveres por todas partes, un amasijo de carne y sangre donde antes había risas y vida.

Entre las filas de los Exterminadores, en medio del macabro proceso de limpieza, había cadetes en formación de la familia Ren. Entre ellos, una figura alta y musculosa para su edad, con cabello largo, ojos grises y piel pálida, era Vandal Ren. Con catorce años, el hijo de Nerax y primo de Valtor, se movía con una frialdad que helaba la sangre. Su mirada, ya gélida, no mostraba el menor atisbo de duda o compasión.

A la mañana siguiente, Arkan, con el rostro marcado por una noche sin sueño y la preocupación por la conversación con Zareth, se dirigió a Liora en el gran salón de la mansión. Él no sabía aún la magnitud del desastre, pero la tensión era palpable en el aire.

"Liora," comenzó Arkan, su voz áspera por la ansiedad acumulada, "la situación en Albor Lake es precaria. Hay reportes de disturbios, y el Consejo Supremo parece dispuesto a medidas extremas."

Liora, su figura menuda en contraste con la vasta habitación, se giró de su jardín hidropónico. Su cara amable se mantuvo inalterable, pero sus ojos grises revelaban una convicción inquebrantable. "Arkan, debes entender. El Presidente Valtherion Kane sabe lo que es mejor para la estabilidad. Si hay anomalías, si hay una amenaza, por pequeña que sea, el régimen debe actuar con firmeza. La seguridad de todos es lo primero." Su voz era suave, casi un susurro, pero impregnada de la lealtad que su familia, los Ren, inculcaba. "No podemos cuestionar las decisiones de la cúpula. Son las reglas para mantener el orden."

"¿Orden? ¿A costa de qué?", la voz de Arkan se elevó, la frustración palpable. "Ellos creen que hay rebeldes donde no los hay. El régimen está abusando de su poder. Están usando el miedo para mantener el control."

"¡Es por la seguridad de todos!", replicó Liora, su voz perdiendo un poco de su sumisión habitual. "El Presidente nos protege del caos, de lo que hay más allá del muro. Él sabe. Nos ha cuidado por siglos. Si cuestionas esto, Arkan, cuestionas el orden que protege a Valtor, a nuestra familia. Debes educar a Valtor en la disciplina, no en la rebeldía." La grieta entre ellos, antes una delgada línea, se había ensanchado hasta convertirse en un abismo.

Más tarde esa mañana, Arkan se dirigió a su trabajo en el centro de desarrollo, llevando a Valtor con él como cualquier otro día. El niño, ajeno a la masacre ocurrida, se escabulló a mitad de la jornada, su mochila con ropa sencilla lista para otra tarde de juegos.

Mientras Valtor se dirigía hacia el distrito, Arkan se internó en los archivos del sistema. Con la adrenalina de la noche anterior aún corriendo por sus venas, manipuló los sistemas de información, cruzó datos, y revisó grabaciones de drones de Albor Lake de la noche anterior. Lo que descubrió heló su sangre. Las imágenes mostradas por Zareth en el Palacio Neócrata eran una farsa descarada. Esos "rebeldes" no eran más que soldados del régimen abusando de su poder. El plazo de tres días era una burla; el exterminio ya había sucedido.

La revelación lo golpeó con una fuerza abrumadora. La culpa, la ira y una necesidad urgente de actuar se apoderaron de él. Necesitaba ir al distrito, ver con sus propios ojos, e, imperativamente, encontrar a Valtor. Sabía que su hijo iría directamente al callejón donde solía jugar.

Valtor llegó al callejón de Albor Lake. El aire, sin embargo, no era el de siempre. Un silencio sepulcral lo envolvió, más denso que el de su mansión. No había risas, no había gritos. Solo el viento que arrastraba el polvo y un olor metálico y dulzón.

Avanzó, la incertidumbre creciendo con cada paso. La escena lo golpeó como un rayo. Los cuerpos... cadáveres por todas partes. Hombres, mujeres, niños. La sangre manchaba el suelo, las paredes, cubriendo los colores vibrantes del grafiti. El balón, el nuevo y brillante que había regalado a sus amigos, yacía en el centro del callejón, totalmente manchado con la sangre que se había extendido por la superficie sintética.

El shock fue total, abrumador. Valtor se arrodilló, sin sentir el impacto, sin notar el dolor. Su mente se negaba a procesar lo que sus ojos veían. Eran ellos. Sus amigos. Kael. Lire. Risto. No había señal de Zary, pero eso no disminuía el horror. El sonido de su propio corazón retumbaba en sus oídos, un tambor fúnebre.

De repente, una voz fría y arrogante cortó el silencio mortuorio.

"Lo merecían. Eran simple basura."

Valtor alzó la vista. Delante de él, inmaculado en su uniforme de cadete, de pie sobre el desastre, estaba Vandal Ren. Su primo, con esa misma piel pálida, ojos grises y cabello largo. Era más alto y musculoso de lo que Valtor recordaba, una figura imponente incluso a sus catorce años.

"¿Y tú qué haces aquí?", continuó Vandal, su mirada gélida recorriendo a Valtor. "No está permitido el ingreso. Tu papi no hará nada para obstaculizar el proceso."

Valtor sintió un profundo odio crecer en su pecho, un calor abrasador que eclipsaba el shock. Su mirada se clavó en los ojos fríos de Vandal, una intención asesina que sorprendió incluso al propio Vandal por su intensidad. Sus puños se apretaron, sus nudillos blancos.

Vandal rió, un sonido hueco. "¿Quieres pelear, niño?"

Desde lejos, en la terraza de un edificio destartalado, la silueta de un hombre con una capucha observaba la escena. Este hombre era Rhaz Kelath, un miembro de los Acracios, un grupo rebelde con campamentos escondidos en un enorme bosque plagado de peligrosas bestias salvajes, protegido por cercas de plantas de olor repulsivo para las criaturas. Rhaz sintió una punzada de curiosidad al ver al joven del Umbral. Era inusual que alguien de la ciudad alta mostrara tal dolor y furia por la suerte de los habitantes de los distritos inferiores. Podría ser un elemento interesante para nuestras filas, pensó Rhaz, observando la intensidad en la mirada del chico.

Un momento después, el rugido de un vehículo aéreo llenó el callejón. Arkan aterrizó bruscamente, saltando antes de que las compuertas se abrieran por completo. Sus ojos recorrieron la masacre, su rostro, ya pálido, se tornó lívido. La visión de Valtor arrodillado entre los cadáveres de sus amigos fue el golpe final. Él también se había enterado de la masacre en ese mismo instante.

"¡Valtor!", gritó Arkan, el shock y la desesperación en su voz. Corrió hacia su hijo, su intención clara: sacarlo de allí, alejarlo de ese horror.

Mientras Arkan tomaba a Valtor por el brazo para levantarlo, la mente de Valtor fue asaltada por un breve flashback. Vio a Zary y a él, recostados uno contra el otro, la cabeza de ella apoyada en su hombro. Él le había dicho que pronto debía irse. Zary, con su voz suave y un toque de tristeza, le preguntó si prometería volver mañana, admitiendo que el tiempo juntos siempre se sentía muy corto. Valtor le había respondido con una sonrisa que, por supuesto, no dejaría esperando a una chica tan linda como ella. Ella, sonrojándose ligeramente, había aceptado con un risueño "Es un trato, señorito. Jiji."

La imagen se desvaneció, dejando a Valtor con un nudo en la garganta y el peso de la promesa rota.

Mientras Arkan lo jalaba, Vandal lanzó una última frase, una astilla de veneno. "Cuida a tu mocoso metiche, Arkan. No sea que aprenda lo que les pasa a los débiles."

La rabia de Arkan fue palpable, pero su prioridad era Valtor. Se llevó a su hijo, dejando atrás el horror, la promesa rota y la semilla de la venganza que ya ardía con fuerza en los ojos de Valtor.