La Furia Contenida y la Promesa de Poder

Ha pasado un año desde la ejecución pública de Arkan Sinopex. Un año de una vida suspendida en el lujoso pero asfixiante Umbral, en la residencia de los Ren. Valtor ya no era el niño herido y taciturno. Ahora, con catorce años, su figura se había estirado, aunque aún conservaba una delgadez nerviosa. Su inexpresividad se había perfeccionado en una máscara de indiferencia, y sus ojos negros, a veces, brillaban con una furia fría que pasaba desapercibida para la mayoría. La mansión Ren, con sus pasillos impecables y su atmósfera de lealtad absoluta al régimen, se había convertido en el escenario de su tortura silenciosa.

La desesperación de Valtor había madurado en una implacable obsesión por la fuga. Se había vuelto un maestro del sigilo, un analista de patrones. Había mapeado cada conducto de servicio, cada punto ciego de los sensores de movimiento, cada cambio de guardia. Sus fallidos intentos de escape eran ahora legendarios entre los guardias de menor rango del Umbral, aunque nunca se hablaba de ellos en voz alta. Cada día se esforzaba en su entrenamiento de combate simulado y físico, canalizando su odio en golpes precisos y movimientos rápidos, aunque sin un propósito claro, solo el de ser fuerte.

La vida era una rutina odiosa. Y para añadir sal a la herida, los susurros en los pasillos confirmaban lo que Valtor temía: Liora contraería matrimonio de nuevo. Era la forma de la familia Ren de "recuperar estatus y honor" tras la "mancha" de Arkan. Liora, aún marcada por el miedo y el dolor de su viudez, se había entregado a la voluntad de sus parientes, buscando seguridad en la sumisión. Para Valtor, era la prueba final de la podredumbre del Umbral, de la falsedad de todo lo que lo rodeaba. Su furia se agudizó.

Una noche, Valtor, oculto en las sombras de un balcón exterior, escuchó a dos guardias del Umbral hablar en voz baja, creyéndose a salvo de oídos ajenos.

"Es una locura, te digo. Ese chico es un fantasma," masculló uno. "Y cada vez llega más lejos," respondió el otro. "Lo que no entiendo es por qué sigue vivo. ¿No tiene el chip en el cuello como todos nosotros? El Presidente podría fulminarlo con solo pensarlo, o al menos activarlo si intenta quitarse el dispositivo." "Ah, pero ahí está el punto, ¿no? Es por su estatus. Un Sinopex, aunque sea el hijo de un traidor. Es útil tenerlo bajo control. Vandal mismo tiene la orden directa del Consejero Zareth de mantenerlo aquí, en la mansión Ren. Es su misión personal que no escape. Y es muy bueno en eso." La palabra "Vandal" hizo que la sangre de Valtor hirviera. El conocimiento del chip, esa espada de Damocles sobre sus cabezas, solo profundizaba su furia. Estaba vivo, sí, pero seguía siendo un prisionero de su linaje y del hombre que había visto cómo lo perdía todo.

Su escape más reciente lo llevó más lejos que nunca. Había logrado cruzar el perímetro de la residencia Ren, evadiendo los puntos de control intermedios del Umbral, y se había deslizado a la zona baja de Nexus, lejos del brillo artificial y la perfección aséptica de su prisión. El aire era diferente, más denso, más vivo, con los olores de la vida real de los distritos. Por un instante, sintió un atisbo de libertad.

Pero la sombra de Vandal Ren era implacable. Tan silencioso como siempre, Vandal apareció de la nada, bloqueando su camino en un callejón oscuro y estrecho. La expresión de Vandal era de la habitual indiferencia, como si estuviera recogiendo un objeto extraviado.

Esta vez, sin embargo, Valtor no retrocedió. La humillación de años, la ira acumulada por su padre, la rabia por la farsa de su vida, explotaron en él. "¡Quítate de mi camino!", gruñó, lanzándose.

El entrenamiento de Valtor era notable para su edad. Sus movimientos eran fluidos, sus golpes rápidos y desesperados, buscando puntos vulnerables. Vandal, sin embargo, era una fuerza de la naturaleza. Se movía con una eficiencia brutal, como si Valtor fuera un insecto molesto. Cada golpe de Valtor era desviado con una facilidad exasperante, y cada contragolpe de Vandal era un martillo. Un puñetazo impactó en la mandíbula de Valtor, enviándolo al suelo con un dolor punzante. Otro golpe lo alcanzó en las costillas, dejándolo sin aliento. Valtor se levantaba una y otra vez, su rostro una máscara de determinación y dolor, escupiendo sangre, intentando una patada, un codazo, cualquier cosa. Pero Vandal era demasiado fuerte, demasiado experimentado. Los golpes del hombre mayor no eran para herir de muerte, sino para someter, para recordar su superioridad. Valtor terminó en el suelo, jadeando, con varios moretones ya oscureciendo su piel y un labio partido, derrotado, pero con la chispa de su rabia aún ardiendo. Vandal lo levantó sin esfuerzo y lo llevó de vuelta a la mansión.

Unos días después del incidente, una pequeña oportunidad se presentó. Valtor escuchó a Vandal hablar con su madre sobre un compromiso. "Mi prometida me ha citado, tía Liora. No puedo faltar. Necesitaré un reemplazo para vigilar a Valtor durante los próximos días."

Liora asintió, ajena a la tensión. "Por supuesto, querido. ¿Quién podría ser?"

"Mi primo, Zack Ren, puede cubrirme. Es de fiar, aunque un poco… menos experimentado. Pero servirá." Vandal confiaba en su linaje.

La mención de Zack Ren encendió una pequeña llama de esperanza en Valtor. Sabía que Zack era parte de la rama menos disciplinada de la familia, más inclinado al ocio que a la vigilancia. Era su oportunidad.

Valtor esperó pacientemente. Al día siguiente, cuando la presencia dominante de Vandal se ausentó y Zack Ren asumió su puesto con una mezcla de aburrimiento y arrogancia, Valtor puso su plan en marcha. Esta vez, la salida de la mansión fue notablemente más sencilla. Se deslizó por los conductos de servicio con una rapidez que solo la desesperación podía conceder, superando los pocos controles que Zack había descuidado.

Logró llegar de nuevo a la zona baja, aventurándose más profundamente esta vez, entre los callejones laberínticos y los mercados bulliciosos que el Umbral apenas recordaba. El aire libre, la cruda realidad de la vida de abajo, era un respiro.

La cita entre Vandal y Kora Ren no era romántica en el sentido tradicional. Se llevó a cabo en un exclusivo salón privado en el pináculo del Umbral, con vistas holográficas a la ciudad perfectamente ordenada. Kora, ahora luciendo el uniforme impecable de Capitana de las Fuerzas de Orden, una posición que había ascendido rápidamente gracias a su lealtad incondicional y la influencia de su familia, miraba a Vandal con una intensidad que rozaba la posesión.

"Vandal, mi amor", Kora comenzó, su voz modulada y firme, pero con un matiz apenas perceptible de impaciencia. "No quise que nuestra primera cena como futuros esposos fuera interrumpida por trivialidades. ¿Valtor no fue un problema significativo? Zack es un inepto. ¿No es así?"

Vandal, con su habitual calma imperturbable, tomó un sorbo de su synth-vino. "Zack es… manejable. Valtor intentó una fuga. Nada fuera de lo común. Ya está de vuelta en su jaula." Sus ojos grises no mostraban ninguna emoción, ni siquiera interés en el tema.

Kora se inclinó ligeramente hacia él, su sonrisa fría y calculadora. "No me gusta que el apellido Sinopex siga siendo una mancha en nuestra reputación, Vandal. Es imperativo que esta unión se concrete pronto. El Consejo nos ha dado su bendición. Debemos fijar la fecha de la boda. De inmediato. Necesitamos solidificar nuestra posición. Y el linaje, por supuesto."

Una tensión palpable llenaba el aire entre ellos. Vandal era el ejecutor perfecto, leal al régimen hasta la médula, pero la obsesión de Kora por la sangre y el control era casi una enfermedad.

"He estado pensando, Vandal", Kora continuó, su mirada deslizándose por su brazo musculoso. "Nuestra unión no es solo una alianza política. Es el camino para asegurar el futuro de la Casa Ren. Necesitamos herederos, Vandal. Niños que porten la pureza de nuestra línea, tu fuerza, mi inteligencia. Quiero que me embaraces pronto. Inmediatamente después de la boda."

En ese momento, Kora se acercó aún más, el filo de su uniforme se abrió con un movimiento deliberado, revelando el nacimiento de sus senos, insinuando la intimidad con una audacia calculada. Extendió una mano para acariciar el rostro de Vandal, su mirada intensa y depredadora. Vandal, casi imperceptiblemente, intentó apartar la cabeza, un atisbo de rechazo en su inquebrantable estoicismo. Pero Kora, con una fuerza sorprendente, aferró su barbilla, impidiéndole el escape. En un movimiento rápido, se inclinó y le robó un beso lujurioso, un contacto forzado que carecía de dulzura, más una afirmación de posesión.

Cuando se separó, los ojos de Kora ardían con un fuego posesivo. "Así es", sonrió, satisfecha con su respuesta. "La sangre Ren debe prevalecer. Y contigo a mi lado, seremos imparables. La escoria de abajo, los disidentes, los que se atreven a pensar por sí mismos... todos serán aplastados bajo nuestros talones. Como el padre de Valtor." La mención de Arkan no era un desliz, sino una prueba, una forma de medir la lealtad de Vandal y recordarle su lugar.

Vandal no reaccionó. Su rostro permaneció una máscara de acero. "Los enemigos del orden siempre caen, Capitana. Nuestro deber es asegurarnos de ello."

Mientras tanto la libertad de Valtor duró poco. Apenas había pasado media hora cuando dos figuras se materializaron de entre las sombras de un callejón sin salida. Era Zack Ren, y con él, otra mole musculosa, más joven pero igual de imponente, con una expresión de pura malicia en su rostro. Era el hermano de Zack, Dax Ren.

"¡Aquí estás, pequeño ratón!" Zack sonrió, su voz cargada de un placer sádico. "Pensaste que eras listo, ¿eh? Vandal me lo dijo. Tuvo que 'corregirte' un poco. Pero nosotros no somos tan 'delicados'."

Valtor no esperó. La humillación de la pelea anterior y la desesperación de ser atrapado de nuevo lo impulsaron. Se lanzó contra Zack y Dax, usando cada truco que había aprendido, cada golpe simulado. Para sorpresa de Zack, Valtor no era fácil de derribar. Podía esquivar sus ataques, bloquear algunos golpes, incluso lograr que Dax tropezara. La pelea era real esta vez, cruda y brutal. Valtor se defendía con la furia de un animal acorralado.

Pero eran dos contra uno, y los primos Ren eran más grandes y fuertes. Dax, harto del juego, golpeó a Valtor con la fuerza de un saco de arena, enviándolo contra la pared.

"Nadie se daría cuenta si se nos va la mano aquí abajo," siseó Dax, con una sonrisa cruel. "Podríamos romperte las piernas y los brazos. Así dejarías de intentar huir."

Zack se unió, y ambos comenzaron a golpear a Valtor sin piedad. Los puños llovían sobre él, cada impacto una promesa de huesos rotos. Valtor se acurrucó, cubriendo su cabeza, la oscuridad amenazando con consumirlo.

Fue entonces cuando sucedió. Una figura apareció, moviéndose con una velocidad antinatural, como una ráfaga. Se interpuso entre Valtor y sus agresores. Era un hombre de cabello oscuro y largo recogido, de movimientos fluidos y una mirada intensa. Su aura era diferente.

Mientras el hombre se movía, esquivando y desorientando a los primos Ren, Valtor notó un detalle asombroso. Bajo la piel de Rhaz, las venas de sus brazos y cuello palpitaban con una luminiscencia sutil, un color verdoso oscuro que se extendía como una red intrincada. Era la prueba visual de que la misteriosa técnica del Kor estaba activa.

Zack y Dax intentaron golpearlo, pero era inútil. El hombre los esquivaba con una facilidad pasmosa, sus movimientos parecían casi bailar en el aire, sus cuerpos giraban y se doblaban de formas que desafiaban la velocidad humana. No eran golpes directos, sino desvíos sutiles, empujones imperceptibles que los desequilibraban. Era como si estuviera jugando con ellos.

"¡Maldito sea!" gruñó Dax, y junto a Zack, apuntaron sus armas y dispararon una ráfaga de balas. Las balas salieron disparadas hacia el hombre, pero como si fuera nada, con sus manos desnudas, las desvió fuera del camino, creando chispas al impactar en el muro del callejón. La ráfaga de balas no pudo hacer nada contra él.

Antes de que entendieran lo que estaba pasando, el hombre se movió. En un parpadeo, cada uno de los primos Ren recibió un golpe preciso, no para matar, sino para noquearlos con una eficiencia espantosa. Cayeron al suelo, inconscientes.

El hombre se volteó lentamente hacia Valtor, quien estaba tendido, adolorido, incrédulo de lo que acababa de presenciar. Los ojos intensos del desconocido se encontraron con los suyos.

"Sé quién eres, joven Sinopex," dijo el hombre, su voz era profunda y resonaba con una extraña calma. "Sé tu historia. Sé la verdad que te consume. La verdad de tu padre. Quieres poder, ¿no es así? ¿La fuerza para enfrentar a tus enemigos? La habilidad para que nadie vuelva a someterte."

El hombre extendió una mano hacia Valtor.

"Yo soy Rhaz. Y puedo darte eso. Ven conmigo. Puedo enseñarte el Kor."

"Sí," susurró Valtor, su voz llena de una determinación recién descubierta.

Rhaz lo levantó sin esfuerzo. "Agárrate fuerte. El camino es largo y peligroso."

Sin perder un segundo, Rhaz cargó a Valtor en su espalda, asegurándolo con una firmeza sorprendente. Luego, con una explosión de velocidad sobrehumana, salió del callejón. La ciudad de Nexus se convirtió en un borrón mientras Rhaz saltaba de edificio en edificio, la luz verdosa de sus venas brillando en la oscuridad de la noche. La sensación de movimiento era vertiginosa para Valtor, el viento silbaba en sus oídos, y la gravedad parecía no existir para Rhaz.

Saltaron por encima de distritos, esquivaron patrullas voladoras que no los detectaron, y en minutos, la brillante cúpula del Umbral quedó muy atrás. El ritmo de Rhaz era incansable, su energía, inagotable.

Cuando llegaron a los límites de la ciudad, en una zona industrial abandonada que se extendía hasta donde la vegetación comenzaba a reclamar el terreno, Rhaz se detuvo.

"Aquí estamos," dijo con calma. "Tenemos un pequeño problema que resolver antes de seguir."

Una sombra se desprendió de un contenedor oxidado. Era un hombre delgado, de gafas de montura gruesa y dedos ágiles que tecleaban sin cesar en una tableta.

"Valtor, él es Cipher," presentó Rhaz. "Nuestro hombre en las sombras. Él se encargará de tu atadura."

Cipher levantó la vista, una sonrisa irónica en su rostro. "No es la primera vez que desactivo uno de estos juguetes. El régimen es predecible en su paranoia." Se acercó a Valtor con una pequeña caja. "Esto dolerá un poco. Pero la libertad no es gratis, ¿verdad?"

Valtor sintió una punzada de miedo. El chip en su cuello, esa prisión microscópica, iba a ser removido. Cipher colocó un dispositivo sobre la nuca de Valtor. Un zumbido agudo perforó el aire, seguido de una sensación de calor y una ligera punzada que no llegó a ser dolorosa. La pantalla de la tableta de Cipher parpadeó: "SEÑAL DESTRUIDA. PROTOCOLO DE REMOCIÓN SEGURO INICIADO."

"Listo. Ahora el trabajo sucio," dijo Cipher, sacando un pequeño bisturí de su estuche.

Valtor sintió un escalofrío. A pesar de todo, ese chip había sido parte de él. La idea de una hoja cortando su piel le revolvió el estómago. Pensó en su padre, en la forma en que Arkan había luchado por la verdad. Pensó en Vandal, en Liora, en el régimen. El dolor físico era secundario a la libertad que significaba.

Cipher hizo un corte rápido y preciso en la base del cuello de Valtor. La sangre brotó, cálida y pegajosa. Valtor contuvo el aliento, el dolor era agudo pero soportable. Con unas pinzas finas, Cipher hurgó brevemente, y Valtor sintió un tirón. Con un clic metálico, Cipher extrajo un diminuto objeto brillante, no más grande que la punta de un dedo. Lo sostuvo en alto por un segundo antes de aplastarlo bajo su bota.

"Listo. Ahora sí estás libre, niño", dijo Cipher con una sonrisa genuina.

Rhaz le ofreció un trozo de tela limpia a Valtor para que se cubriera la herida. "Ahora sí, al bosque. Los Acracios nos esperan."

De vuelta en el callejón de la zona baja, Zack y Dax Ren despertaron. Sus cabezas palpitaban con un dolor sordo, y sus cuerpos se sentían como si hubieran sido golpeados por un vehículo de carga. Se miraron, confundidos.

"¿Qué… qué demonios pasó?" murmuró Zack, tocándose la nuca. "Sentí como si… como si un fantasma nos hubiera golpeado." "No fue un fantasma, idiota. Fue... fue real. ¡Pero no pude ni tocarlo!" Dax se levantó con dificultad, su rostro contorsionado por la frustración y el miedo. "Las balas... ¡Las desvió con las manos desnudas!"

La escena era tan irreal, tan fuera de toda lógica, que se cuestionaban si lo que habían experimentado era real o alguna especie de ilusión o alucinación. Sin embargo, Valtor había desaparecido.

"¡Valtor! ¡Se escapó!" gritó Zack, el pánico finalmente apoderándose de él. "¡No importa cómo! ¡Hay que avisar a la central! ¡A Vandal!" Dax sacó su comunicador, su voz temblorosa.

El informe del escape de Valtor llegó a la central de vigilancia del Umbral con la velocidad de un rayo. Los técnicos, alarmados, intentaron rastrear el chip de Valtor. Sus dedos volaban por los teclados, sus pantallas se llenaban de datos, pero la señal de Valtor era... inexistente.

"Imposible," exclamó un técnico, su voz incrédula. "El chip... ha desaparecido. No hay lectura. Ni siquiera una señal de destrucción. Es como si... nunca hubiera existido."

El pánico real comenzó a extenderse por la central. La desaparición del chip era una imposibilidad tecnológica, una grieta impensable en el control absoluto del régimen. La noticia llegaría rápidamente a Zareth y, por supuesto, a un furioso Vandal Ren.