La mansión Sinopex, siempre un refugio de orden y opulencia, se sentía ahora permeada por una tensión fría y silenciosa. La tragedia de Albor Lake había abierto una brecha irreconciliable entre Arkan y Liora Sinopex.
Una mañana, durante el desayuno en su comedor de alta tecnología, el silencio se rompía solo por el tenue murmullo de los noticieros oficiales que Liora siempre mantenía encendidos. Valtor, con la mirada ausente, apenas tocaba su plato.
"¿No vas a comer, hijo?", preguntó Liora, su voz dulce pero con un matiz de preocupación. Se volvió hacia Arkan. "Deberías hablar con él, Arkan. Está tan… retraído. Supongo que es la edad, y los… incidentes… en los distritos bajos. Afectan a todos."
Arkan dejó su cubierto con un sonido metálico que resonó en el aire. "Liora, no fueron 'incidentes'. Fue una masacre. Y fue orquestada."
Liora frunció el ceño, sus ojos suaves ahora con un brillo de desaprobación. "No digas esas cosas, Arkan. Los noticieros son claros. Eran anarquistas. Personas que querían destruir el orden. El Presidente Kane es nuestro protector."
"¡Es un tirano, Liora!", la voz de Arkan subió de tono, cargada de frustración. "Hemos visto las pruebas. Esas personas no eran rebeldes. Eran civiles inocentes. Mujeres. Niños. ¡Zareth lo admitió!"
"¡Zareth es un consejero leal! Estás dejando que la emoción te ciegue, Arkan. Es peligroso pensar así", replicó Liora, su tono más firme. "Nosotros vivimos en el Umbral por la protección del Presidente. Por el orden que él mantiene. Si crees esas cosas, ¿cómo puedes seguir sirviendo al Consejo? ¡Estás poniendo en riesgo a nuestra familia!" Su mirada se deslizó hacia Valtor, quien seguía inexpresivo, pero captando cada palabra.
Arkan respiró hondo, conteniendo su ira. Sabía que discutir era inútil. Liora, nacida y criada en el Umbral, con la fe ciega que le había inculcado la familia Ren, era incapaz de ver más allá de la propaganda. Sus mundos se habían bifurcado, y la distancia era abismal.
La mansión Sinopex se sentía ahora como una jaula de cristal para Valtor. El silencio que antes era cómodo, ahora resonaba con el eco de los gritos que no podía olvidar. Desde la masacre de Albor Lake, Valtor se había convertido en una sombra. Su semblante, antes abierto y curioso, se había endurecido en una máscara de inexpresividad. La alegría había huido de sus ojos, reemplazada por una calma aparente que era, en realidad, un pozo helado de dolor y furia contenida. Como un autómata, cumplía con sus rutinas, asistía a sus tutores, pero su mente y su espíritu vagaban en un limbo. La sed de venganza crecía dentro de él, un fuego silencioso y devorador, pero no tenía ni una sola idea de cómo saciarla, de qué camino tomar.
En sus clases grupales, se cruzaba con los otros niños de las familias de élite del Umbral. Eran hijos e hijas de consejeros y líderes de corporaciones, envueltos en la burbuja de la verdad oficial. En los recesos, Valtor los oía, sus voces agudas, repitiendo las narrativas del régimen.
"¿Oyeron lo de Albor Lake? Menos mal que los Exterminadores los eliminaron," dijo una niña de cabello dorado, sin una pizca de empatía. "Sí, esa gente de abajo siempre trae problemas. Solo piensan en el caos. Esos anarquistas merecían lo que les pasó," replicó otro. "Nuestros padres saben lo que hacen. Por eso estamos seguros aquí," añadió un tercero, con un tono petulante.
Valtor permanecía inmóvil, como una estatua, sus ojos negros fijos en un punto distante. Cada palabra, cada juicio cruel, se clavaba en su alma, alimentando la brasa de su odio. Recordaba el rostro de Zary, la risa de sus amigos. La injusticia de sus muertes, ahora manchadas por las mentiras y el desprecio de aquellos que vivían en su misma opulencia, hacía que su venganza ardiera con más fuerza, aunque aún sin rumbo.
Dejó de lado sus escapadas a los distritos bajos. No porque temiera las represalias –el miedo era insignificante comparado con su dolor–, sino porque el mero pensamiento de volver al callejón, de ver el balón manchado de sangre en su mente, era una tortura insoportable. Se volvió retraído, apenas respondiendo a los llamados de su madre.
Una tarde, mientras Valtor observaba el cielo artificial desde su ventana, Arkan entró en su habitación. Se sentó a su lado, la tensión llenando el espacio entre ellos.
"Valtor," comenzó Arkan, su voz áspera por la emoción contenida, "hay algo que debo decirte."
Valtor no respondió, sus ojos negros fijos en el horizonte digital.
"Lo que pasó en Albor Lake… no fue como ellos dicen," continuó Arkan, la verdad quemándole en la garganta. "Las pruebas que el Consejo mostró eran falsas. Esos no eran rebeldes. Eran civiles. Y los que los mataron… eran sus propios soldados, disfrazados. El régimen… el Presidente Kane… orquestó todo esto. Fue una masacre para justificar su control."
Valtor se giró lentamente, sus ojos negros encontrando los de su padre. No había sorpresa en ellos, solo una confirmación de la oscuridad que ya sentía. "Lo sé," susurró, la voz apenas audible. "Lo sentí. La forma en que Vandal los miraba… como si fueran basura."
Arkan asintió, su corazón estrujado por la comprensión y la madurez forzada en el rostro de su hijo. En ese momento, tomó una decisión crucial. Ya no podía proteger a Valtor de la verdad. Necesitaba prepararlo.
"Hijo," dijo Arkan, su mano firme sobre el hombro de Valtor, "el mundo es mucho más oscuro de lo que te enseñan en el Umbral. Y el Presidente no es el salvador que Liora cree. Mi deber ahora es… prepararte." Su propia conciencia le dictaba que debía resistir las mentiras, incluso si era un esfuerzo solitario.
Mientras tanto, en las pantallas públicas de Nexus y a través de los canales de comunicación obligatorios, el régimen de Valtherion Kane difundía su versión de los hechos. Una voz suave y autoritaria resonaba en los distritos:
"Atención, ciudadanos de X-Colonus. La paz ha sido restaurada en el sector de Albor Lake. Gracias a la rápida y eficiente intervención de las Fuerzas de Orden, una célula de anarquistas y elementos subversivos ha sido neutralizada. Estos individuos buscaban desestabilizar nuestra sociedad y socavar la autoridad del Presidente Valtherion Kane. La obediencia es la única vía hacia la prosperidad. Aquellos que cuestionen el orden serán tratados con la máxima severidad. Su seguridad es nuestra prioridad. Confíen en el Gran Liderazgo."
En El Umbral, la mayoría de la élite asentía con complacencia. Consumidos por sus privilegios y el miedo a perderlos, aceptaban la narrativa oficial sin cuestionar. La idea de "anarquistas" en los distritos bajos era una justificación perfecta para la mano dura del régimen. Los rumores de "violencia innecesaria" eran rápidamente ahogados por la propaganda y la autocensura. Solo unos pocos, como Arkan, sentían la náusea de la mentira.
Desde el momento en que Arkan salió del despacho de Zareth, Vandal Ren ya estaba en movimiento. Su primera tarea fue establecer un patrón de vigilancia sobre la mansión Sinopex. No era difícil; el Umbral estaba saturado de sistemas de monitoreo del régimen, y Vandal sabía cómo acceder a ellos, cómo utilizarlos para sus propios fines.
Durante los días siguientes, Vandal observó. Sus ojos grises, fríos e inexpresivos, se fijaron en la figura retraída de Valtor, quien apenas salía de su habitación. Vio la tensión palpable entre Arkan y Liora. Notó la furia contenida en Arkan cada vez que se topaba con un aviso oficial en las pantallas.
Un idealista, ciego y peligroso, pensó Vandal, observando a Arkan a través de una de las cámaras de seguridad que él mismo había "sensibilizado" discretamente en el perímetro de la mansión. Comete el error de apegarse a la moral. Es una debilidad. Y esa debilidad lo llevará a la destrucción.
Luego, su atención se centró en Valtor. Vandal recordó la mirada de odio del chico en el callejón de Albor Lake. Una mirada intensa, inusual para alguien de su edad y su entorno.
Interesante.
Vandal pasó horas revisando los registros de comunicación de Arkan, sus movimientos por la ciudad, sus reuniones. No encontró nada "abiertamente" subversivo aún – Arkan era demasiado astuto para eso – pero sí patrones de contactos con figuras conocidas por sus "ideas progresistas" o sus "preguntas incómodas" al régimen. Piezas de un rompecabezas que Zareth, sin duda, sabría cómo manipular a su favor.
Pasaron semanas de tensión creciente. A pesar de los reportes de Vandal y la campaña de desprestigio que Zareth tejía en las sombras, Arkan Sinopex no se amedrentaba. Impulsado por la verdad que había descubierto y por la mirada perdida de su hijo, decidió lanzar un último y desesperado intento para despertar conciencias.
Convocó una reunión extraordinaria del Consejo, utilizando sus prerrogativas como miembro. Cuando la sala se hubo llenado con los rostros fríos de los consejeros y la presencia impasible de Zareth, Arkan no titubeó.
"Colegas," comenzó Arkan, su voz resonando con una autoridad que no había usado en años, "estamos al borde del abismo. Lo que sucedió en Albor Lake no fue un acto de contención, fue un crimen. Una masacre perpetrada por nuestro propio régimen contra ciudadanos indefensos, para justificar una opresión aún mayor. Las pruebas fueron fabricadas. La verdad ha sido distorsionada."
Un murmullo de incredulidad y reproche se extendió por la sala. Zareth solo observaba, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios.
"Hemos sacrificado la libertad por una falsa promesa de seguridad. Hemos olvidado los principios sobre los que se fundó Nexus," continuó Arkan, su mirada recorriendo los rostros, algunos de ellos con una sombra de duda. "La solución no es más represión, sino más libertad. Es hora de restaurar la voz del pueblo. Es hora de abrazar la democracia que tanto hemos temido. Les insto a ver la verdad, a no ser cómplices de esta tiranía."
El silencio que siguió a sus palabras fue sepulcral, roto solo por un suspiro casi inaudible de Zareth. La proposición de Arkan, la palabra "democracia", fue un anatema en ese salón. Los consejeros se miraron entre sí, sus rostros reflejando miedo y desaprobación. Zareth se puso de pie, su expresión una mezcla de falsa sorpresa y desilusión. La suerte de Arkan Sinopex estaba echada.
Horas después de la reunión, bajo un cielo artificial brillante, mientras Arkan regresaba a la mansión, las pantallas públicas de Nexus parpadearon, mostrando su rostro sobreimpreso con la palabra "TRAIDOR" en letras rojas. Una voz oficial resonó, declarándolo enemigo del estado, acusado de alta traición, sedición y colaboración con los "elementos anarquistas" responsables de la masacre de Albor Lake. Las grabaciones de su voz, manipuladas y sacadas de contexto, "confirmaban" su "conspiración".
En medio de una ráfaga de drones de seguridad y soldados de élite, Arkan Sinopex fue públicamente arrestado. No hubo juicio, no hubo defensa. Sus gritos de "¡Es una farsa! ¡Es una mentira!" se perdieron en la cacofonía de los avisos y el pánico que se extendía entre la élite.
La ejecución fue rápida y brutal. Esa misma tarde, Arkan Sinopex fue llevado a la Plaza Central de Nexus, un lugar que alguna vez representó la unidad y el progreso. Delante de una multitud obligada a asistir, bajo la atenta mirada de un Presidente Kane que no mostraba emoción, una voz metálica y amplificada resonó en la plaza:
"¡Ciudadanos de X-Colonus! ¡Presencien el destino de la traición! ¡Arkan Sinopex, enemigo de la estabilidad y la prosperidad, pagará por sus crímenes!" La voz hizo una pausa dramática. "Para asegurar la continuidad del orden y la lealtad de la prestigiosa Casa Sinopex, anunciamos que el puesto vacante del traidor Arkan Sinopex será asumido por su hermano leal, el Consejero Elian Sinopex."
Entonces, de entre las filas de guardias, emergió una figura imponente. Era el Capitán Kael Corvus, el jefe de la policía de Nexus. Un hombre extraordinariamente alto y corpulento, una mole de músculos y piel de ébano que se movía con una fuerza silenciosa y brutal. Su uniforme negro, inmaculado, apenas podía contener su vasta musculatura, y sus ojos, duros como obsidiana, no mostraban emoción alguna mientras se acercaba a Arkan. Llevaba una vara de energía pulsante, un arma ceremonial y letal conocida por su capacidad de disolver la materia a nivel molecular, reservada para las ejecuciones más importantes.
Mientras Arkan era forzado a arrodillarse sobre una plataforma de energía, su mirada buscó desesperadamente la zona del Umbral donde sabía que estaba su mansión. Con sus últimas fuerzas, su voz se elevó por encima del murmullo de la multitud, un grito desgarrador: "¡Valtor! ¡No olvides la verdad! ¡Sé fuerte, hijo mío!"
En la mansión Sinopex, Liora, con el rostro descompuesto por el terror y las lágrimas, arrastró a un inexpresivo Valtor hacia el gran ventanal con pantalla holográfica que daba a la Plaza Central. La imagen de Arkan arrodillado, el Capitán Kael elevando la vara de energía, y el grito desesperado de su padre llenaron la pantalla.
"¡Mira, Valtor! ¡Mira bien!" Liora sollozó, su voz estrangulada por el miedo. "¡Esto es lo que pasa si traicionas al régimen! ¡Esto es lo que les pasa a los que se atreven a dudar!"
El Capitán Kael, con un movimiento deliberado y desapasionado, activó la vara. Un pulso de energía blanca pura se disparó, golpeando a Arkan. No hubo sangre, no hubo gritos. Solo un destello cegador y una instantánea disolución de su cuerpo en una nube de ceniza y vapor que se desvaneció en el aire. El acto no fue meramente una pena; fue un mensaje sangriento y definitivo del régimen, una advertencia de lo que les esperaba a aquellos que osaran soñar con la libertad.
Valtor, sus ojos negros fijos en la pantalla, no pestañeó mientras la imagen de su padre desaparecía. Por fuera, seguía la inexpresividad de zombie, pero por dentro, el odio y el dolor se fusionaron en un horno ardiente, forjando una determinación inquebrantable. La brasa se había convertido en un infierno incontenible.
Con la ejecución de Arkan, la posición de Valtor y Liora se volvió precaria. Sin embargo, la influencia de la familia Ren era vasta y su lealtad al régimen, inquebrantable. Liora, siendo una Ren de sangre, junto a su hijo, fue considerada "demasiado valiosa" para ser desechada.
Pocos días después, Valtor y Liora fueron transferidos a una de las residencias Ren en el corazón del Umbral, una fortaleza de disciplina y poder. Les dijeron que era para su "protección", para asegurarse de que estuvieran "a salvo" de cualquier resentimiento o complicidad. Para Valtor, era una nueva prisión, una aún más fría y silenciosa que su propia mansión. Ahora, estaba bajo la vigilancia directa de la familia de Vandal y Kora, en las fauces de la bestia.
Pasaron dos meses desde su reubicación. Dos meses de una existencia aún más vacía para Valtor. La residencia Ren era impecable, pero sus muros, antes una señal de estatus, se habían convertido en barrotes invisibles. La inexpresividad externa de Valtor era solo una fachada; por dentro, la sed de venganza, alimentada por el odio y la impotencia, se había convertido en una marea insoportable. No podía soportar más la inacción, la humillación constante de su nueva "protección". Los muros de X-Colonus, la opulencia falsa del Umbral, todo le gritaba confinamiento. Soñaba con la libertad más allá de los muros de Nexus, con lo desconocido, con la posibilidad de encontrar una vida nueva, o al menos, una forma de vengarse. Nadie sabía lo que había fuera de la ciudad, pero para Valtor, el riesgo valía la pena si significaba escapar de esa prisión. No sabía cómo, pero tenía que irse. La supervivencia de su espíritu dependía de ello.
Una noche, bajo la tenue luz del cielo artificial de X-Colonus, Valtor puso en marcha su plan. Había estudiado los patrones de las patrullas internas de la residencia Ren, los puntos ciegos de las cámaras que Vandal había instalado. Se deslizó fuera de la vivienda principal, un fantasma en la noche, y se dirigió a los confines más cercanos del muro exterior de la ciudad, desde esta nueva y más vigilada ubicación. Su corazón latía con una mezcla de terror y una esperanza desesperada.
Pero antes de alcanzar el perímetro de los distritos exteriores, una sombra se interpuso en su camino.
"¿Adónde crees que vas, primo?" La voz, fría y monótona, pertenecía a Vandal Ren.
Valtor se detuvo en seco, el pánico y la furia chocando. "¡Quítate de mi camino!"
Vandal no se movió. "Estás saliendo de tu zona autorizada. No es una opción." Con una facilidad perturbadora, Vandal lo sujetó por el brazo, su agarre de acero. Valtor forcejeó, pateó, gritó, pero la fuerza de Vandal era implacable. Sin decir una palabra más, Vandal lo arrastró de vuelta a la residencia, a rastras si era necesario, su rostro tan inexpresivo como el de un autómata. La humillación hirió a Valtor más que el propio agarre.
Esa noche marcó el inicio de un patrón. Una y otra vez, Valtor intentó escapar. Se escondía en camiones de suministros de la familia, intentaba evadir los sistemas de seguridad, buscaba rutas olvidadas en los conductos de servicio que solo los Ren conocían. Y una y otra vez, Vandal lo encontraba. Siempre. La misma fría eficiencia, el mismo arrastre silencioso de vuelta a la jaula. Cada fracaso alimentaba la rabia de Valtor, pero también forjaba una determinación inquebrantable. No importaba cuántas veces Vandal lo regresara, él seguiría intentándolo.