La Obsesión y la Dualidad

La Forja de Valtor: La Marca de Nivel 3

Valtor jadeaba, el sudor le empapaba el cabello y le escocía en los ojos. Frente a él, Rhaz se movía como una sombra, sus golpes fluidos y precisos. El entrenamiento había escalado a un nivel brutal. Elara, sentada en una roca cercana, observaba con la intensidad de un halcón. "Siente la presión, Valtor", dijo Rhaz, su voz grave resonando con cada impacto. "Deja que el miedo te impulse, no que te paralice. Es la adrenalina, la pura voluntad de sobrevivir, lo que forja el Kor."

Valtor lo sentía. Sus músculos gritaban, su visión se nublaba. Rhaz lo presionaba sin piedad, cada ataque exigiendo más de él. En un último y desesperado intento por esquivar un golpe que lo hubiera derribado, Valtor empujó, canalizó una fuerza que no sabía que tenía. Fue un estallido de poder, una sensación de calor abrasador que recorrió su cuerpo como un rayo. Cayó de rodillas, el aire saliendo de sus pulmones, pero algo era diferente. Su piel no dolía tanto, sentía una solidez nueva.

Lentamente, se levantó. En su antebrazo izquierdo, justo donde su puño había sido el epicentro de aquel estallido, una cicatriz oscura y geométrica comenzó a manifestarse. Era un patrón intrincado, como un tatuaje tribal de bordes afilados, de un gris profundo que se volvía casi negro. La sintió pulsar, viva, una extensión de sí mismo. Rhaz se acercó, sus ojos examinando la marca con una aprobación silenciosa. "Felicidades, Valtor", dijo, su voz con un matiz de respeto. "Has forjado tu primera Marca de Nivel. Eres un Canalizador Medio (Nivel 3). El Kor te reconoce."

Elara se acercó, una sonrisa apenas perceptible en sus labios. "Ahora la verdadera lucha comienza. Con cada nivel, la responsabilidad se vuelve más pesada. No uses este poder a la ligera." Zary, que había estado observando desde la distancia, se acercó, sus ojos verdes fijos en la marca de Valtor. Había asombro en su mirada, y una punzada de preocupación. "Es... increíble", susurró, extendiendo un dedo para trazar suavemente el contorno de la cicatriz. Valtor sintió el calor de su toque y, por un momento, el peso del Kor se sintió más ligero.

Zary: El Impulso Acelerado del Kor

Los días posteriores a la manifestación de Valtor, la determinación de Zary se encendió aún más. Ver a Valtor alcanzar un nuevo nivel le recordó el horror de Albor Lake y la sed de justicia que la impulsaba. Su propio entrenamiento se volvió más intenso, sus movimientos más fluidos, su voluntad más férrea. Era como si el Kor en ella, ya despierto y resonando con su trauma, hubiera encontrado un nuevo catalizador.

No pasaron muchos días cuando, durante un ejercicio de resistencia particularmente extenuante, los gritos de otros reclutas alertaron a Rhaz y Elara. Zary estaba de pie, jadeando, pero una energía palpable la rodeaba. En su propio antebrazo, una marca tribal más compleja y definida que la de Valtor, de un negro más profundo y con un brillo sutil, comenzó a grabarse en su piel. Era la señal inconfundible de que había ascendido a Maestra de Nivel 4. Su progreso era asombroso, incluso para los experimentados Acracios. Su necesidad de vengar a su gente había acelerado su dominio del Kor a una velocidad prodigiosa.

Vandal y Anya: Un Acercamiento Inesperado

Vandal despertó en una cama que se sentía extrañamente blanda y cómoda. La luz se filtraba por una ventana sucia, revelando el modesto pero acogedor apartamento de Anya. El costado aún le dolía, pero la presión había disminuido. A los pies de la cama, el cachorro de lobo, al que ahora llamaba Sombra (un nombre tan austero como el propio Vandal), dormía acurrucado, su pequeño cuerpo peludo temblaba ligeramente. La sola presencia del animal era una anomalía en la vida de Vandal.

Anya entró con una taza humeante, su sonrisa habitual iluminando el sombrío espacio. "¡Despertó la bella durmiente! ¿Cómo te sientes, Vandal? No te ves tan arrugado." Le entregó la taza, y el aroma a hierbas lo envolvió. Vandal la tomó con cautela, su mente ya procesando la situación. Anya se sentó a su lado, sin rastro de miedo o incomodidad.

"¿Por qué me ayudaste?", preguntó Vandal, su voz ronca, sin rodeos. Anya se encogió de hombros, su expresión genuina. "Vi a un tipo arriesgarse por un animal indefenso. No es algo que se vea todos los días, ¿sabes? Además, no me gusta la gente del Umbral que deja a la gente tirada." Su mirada se fijó en la cicatriz que Vandal tenía en la muñeca, apenas visible bajo la manga de su chaqueta civil. Vandal la había ocultado con el tiempo, pero la marca del Umbral estaba ahí.

"No soy como ellos," Vandal gruñó, pero la frase sonó extraña incluso para sus propios oídos.

Anya se rió, un sonido melódico que disipó la tensión. "Claro que no. Los he visto en acción. Tú tienes algo diferente. ¿Y Sombra? Parece que te adoptó. No es un perro cualquiera, ¿eh?" Vandal miró al cachorro, que se desperezó y se acercó a lamer su mano. Era una criatura sorprendentemente inteligente, con una lealtad férrea.

Los días se convirtieron en semanas. Vandal, incapaz de regresar al Umbral herido y sin una historia creíble para su lesión, se quedó en el apartamento de Anya. Descubrió que ella poseía una velocidad y una percepción inusuales, moviéndose por los barrios bajos con una facilidad que Vandal, a pesar de su propio entrenamiento, apenas podía igualar. A veces, en momentos cotidianos, veía un destello de su extraña fuerza o la resistencia de su piel al soportar pequeños accidentes que a otros habrían dejado adoloridos. Eran observaciones sutiles, pero el cerebro analítico de Vandal no las pasaba por alto; solo las archivaba como "anomalías". Ella, por su parte, le contó historias de la vida fuera de los sistemas del Umbral, de comunidades escondidas, de la supervivencia a base de ingenio y cooperación. Le habló de la opresión del régimen, de la resistencia silenciosa que muchos mantenían. Le presentó a algunas personas de su red, hombres y mujeres que vivían al margen, sobreviviendo y ayudándose mutuamente. Vandal, el agente del Umbral, se encontró bebiendo café con ellos, escuchando sus quejas y esperanzas, sintiendo una conexión extraña con el caos y la autenticidad que nunca había experimentado en la pulcra y estéril Nexus.

Anya, por su parte, aprovechaba la presencia de Vandal. Cuando él salía para hacer sus discretos reportes a Kora (llamadas encriptadas desde terminales públicas, sin mencionar su "refugio" ni a Sombra), ella usaba el tiempo para buscar nuevos reclutas que pudieran tener un potencial latente, o simplemente para encontrar personas con el corazón dispuesto a resistir. También se dedicaba a recopilar información relevante del régimen: horarios de patrulla, movimientos de tropas, fallos en la infraestructura que pudieran explotarse. Su objetivo era sutil pero constante: debilitar al Umbral desde abajo.

El tiempo que pasaban juntos fluyó de una manera que Vandal nunca habría imaginado. Compartían comidas improvisadas, siluetas contra la luz de la ventana mientras hablaban en voz baja. Anya, con su personalidad vibrante, lograba sacarle risas ocasionales, un sonido tan raro que sorprendía al propio Vandal. Ella le mostraba la belleza de la vida libre, incluso en la precariedad de los barrios bajos. Sombra se convirtió en un compañero constante, durmiendo entre ellos, ladrando suavemente con cada risa de Anya o cada rara caricia de Vandal. El frío agente del Umbral se encontró a sí mismo disfrutando de la calidez inusual de una compañía que no entendía, pero que no quería perder. Empezó a preocuparse por Anya de una manera que nunca se había preocupado por nadie.

El Llamado del Umbral: La Impaciencia y Obsesión de Kora

La relativa paz de Vandal se rompió con un mensaje encriptado que llegó a su implante auditivo. No era una llamada rutinaria, sino una orden directa de Kora Ren: "Presentarse en la central de inmediato. Asunto de máxima prioridad. En persona." El tono no admitía discusión. Vandal sabía que su tiempo de "patrullas prolongadas" había llegado a su fin. Kora no era conocida por su paciencia.

Anya lo notó. Estaban sentados en el pequeño sofá, Sombra acurrucado a sus pies. Vandal se había tensado. Ella le tocó el brazo suavemente, su sonrisa ahora teñida de preocupación. "¿Problemas en el paraíso, Vandal?", preguntó, su voz suave. "Pareces más gris de lo habitual."

Vandal dudó un instante. La idea de volver a Nexus, a la fría eficiencia del Umbral, se sentía como regresar a una prisión. "Un asunto de negocios," respondió, su voz más tensa de lo que pretendía. Se levantó, buscando su uniforme discreto pero pulcro del Umbral, guardando la chaqueta civil. La máscara de frialdad que había perfeccionado en el Umbral comenzó a caer sobre su rostro.

Sombra, sintiendo el cambio, se levantó y gimoteó, frotando su cabeza contra la pierna de Vandal. Él se agachó y, con una rara muestra de afecto, le revolvió el pelaje de la cabeza. "Pórtate bien, Sombra. Cuida de ella."

Anya lo observó, sus ojos verdes fijos en él. Cuando se irguió para irse, ella extendió la mano y le sujetó la muñeca por un instante, su tacto cálido. "Ten cuidado, Vandal," dijo, su voz apenas un susurro, pero cargada de una honestidad que lo atravesó. "Este mundo de allá... es diferente al de aquí. No dejes que te consuma de nuevo." Había una súplica velada en sus ojos, una comprensión tácita de la dualidad que él estaba viviendo. Vandal solo asintió, su garganta apretada. Soltó su muñeca y salió, el peso de sus dos vidas presionándolo.

El viaje de regreso a la Zona Alta fue un choque. Los impecables pasillos de Nexus, la arquitectura fría y angular, los rostros perfectos y vacíos de los ciudadanos del Umbral, todo le pareció ahora artificial y opresivo después de la autenticidad cruda de los barrios bajos.

La oficina personal de Kora Ren era tan pulcra como su temperamento era volátil. La luz iluminaba cada esquina, reflejándose en las superficies metálicas y de cristal. Kora estaba de pie frente a una gran pantalla táctil, que mostraba mapas de rastreo y datos en constante movimiento. Su impecable uniforme blanco y gris parecía vibrar con su impaciencia.

"Vandal. Por fin." Su voz era un susurro helado que, para cualquiera que la conociera, era más amenazante que un grito. Se giró, sus ojos grises, como el acero pulido, analizándolo de arriba abajo, deteniéndose más de lo necesario en sus hombros anchos, en la firmeza de su postura. "Tu búsqueda del primo Valtor ha sido... decepcionante. Nueve meses. Y nada." La palabra "nada" se extendió con veneno. "Y yo, Vandal," su voz bajó un tono, volviéndose más íntima, casi un murmullo que apenas rebasaba la piel, "estoy furiosa. Y agotada. Necesito resultados. Y los necesito ahora."

Kora se acercó, sus dedos finos y manicurados, con una intención que iba más allá de un simple toque, rozando el brazo de Vandal mientras pasaba a su lado. Se detuvo muy cerca, su aliento cálido y perfumado contra la mejilla de Vandal. Los ojos grises de Kora lo recorrieron con una intensidad casi febril, deteniéndose en sus labios, en la línea dura de su mandíbula. "No entiendo por qué te empeñas en evadir la comodidad que te ofrezco, Vandal," dijo, su voz ronroneando como un gato. "Esta noche, en mis aposentos. Olvidemos el protocolo, los informes. Podrías descansar de verdad. De una forma... profunda. Juntos." Su mano, fría y suave, se posó brevemente en su pecho, justo encima del corazón, una presión ligera pero cargada de significado, antes de deslizarse lentamente hacia su abdomen. Era una promesa velada de placer y dominio, una invitación explícita a la intimidad que Vandal había aprendido a reconocer y repeler sin palabras. Kora lo había intentado muchas veces; la obsesión en sus ojos era un depredador silencioso que solo él podía ver con tanta claridad. Siempre había evadido sus insinuaciones con una frialdad y una distancia que, en lugar de disuadirla, solo parecían alimentar su fijación.

De repente, antes de que Vandal pudiera reaccionar con su habitual asentimiento evasivo, Kora lo empujó sin brusquedad hacia un sillón de cuero sintético cercano. Cayó en él, sintiendo la suave amortiguación. Kora, con una rapidez felina, se sentó sobre su regazo, sus caderas perfectamente alineadas con las suyas. Su mano ya estaba en el cuello de la blusa de su uniforme, desabrochando los primeros botones con una sonrisa lasciva. Sus ojos grises ardían con un fuego que Vandal conocía bien.

"Basta de juegos, Vandal," susurró Kora, su aliento caliente contra sus labios mientras se inclinaba, su blusa ya abierta, revelando el delicado encaje del sostén debajo. Un leve "clic" resonó en la habitación, y el broche de su brasier se desabrochó, dejando a la vista la perfecta curva de sus pechos. Kora no le dio tiempo a reaccionar. Sus labios se estrellaron contra los de él en un beso acalorado, posesivo, su lengua buscando la suya con una urgencia dominante.

La mente de Vandal, acostumbrada a compartimentar y a rechazar cualquier intrusión emocional, reaccionó con su frialdad habitual. Este tipo de encuentros, aunque incómodos, eran parte de su existencia en el Umbral. Podía desconectarse, dejar que sucediera sin que le afectara. Pero entonces, como un relámpago, la imagen de Anya inundó su mente. No era una imagen de un encuentro físico, sino de su risa, de la calidez de sus ojos, de la forma en que cuidaba a Sombra. La sensación de su mano tomando su muñeca en la despedida, su preocupación genuina. Un sabor amargo le subió por la garganta. Sintió un repudio, una punzada de traición que nunca antes había experimentado. No había habido intimidad física con Anya, pero la conexión con ella era más profunda, más real que cualquier cosa que Kora pudiera ofrecer. Estar ahí, bajo el beso insistente de Kora, se sentía como una profanación de esa naciente y extraña lealtad.

Con una fuerza y una urgencia repentinas, Vandal intentó separarse. "Kora... el informe," logró decir, su voz apenas un gruñido ahogado por el beso. "Es... crítico. Hay información que requiere mi acción inmediata."

Kora se apartó lentamente, sus ojos grises brillando con una frustración creciente, la respiración agitada. Había visto esa mirada en Vandal antes, esa barrera inexpugnable. Pero esta vez, algo era diferente. Había una urgencia en él que no era la habitual frialdad. "¡Siempre hay un informe, Vandal! ¡Siempre hay algo más importante que nosotros!" Su voz subió de tono, los músculos de su mandíbula tensándose. La delgada capa de autocontrol Ren comenzaba a resquebrajarse. "¡Me estás evadiendo de nuevo! ¡Lo siento! Siento... que me estás mintiendo."

Se levantó de su regazo, su blusa abierta, el pecho expuesto, sin la menor preocupación. La visión de su propia frustración la estaba consumiendo. Se movía por la oficina como una tigresa enjaulada, su elegancia ahora teñida de una rabia contenida. "Tenemos reportes de disturbios en los sectores exteriores, pequeños focos de resistencia. Gente que se está organizando. Necesito que te encargues de esto personalmente. Y me refiero a que te sumerjas, que los erradiques desde la raíz. No hay fallos, Vandal. Ni excusas." Se detuvo bruscamente, mirándolo con sus ojos grises fijos, helados pero con un brillo de locura incipiente. "Estarás fuera, trabajando con recursos locales, hasta que esto se resuelva. Esto es una prueba de tu lealtad, primo. Y si me vuelves a fallar... si descubro que tu desinterés es más que una simple renuencia... las consecuencias serán severas. Muy severas."

Vandal asintió de nuevo, su mente ya calculando las implicaciones. Estaría fuera de Nexus por unos días, con la libertad de operar a su discreción. Una oportunidad para profundizar en la red de Anya, pero también una prueba de su lealtad, que él, irónicamente, ya sentía tambalearse. El Umbral lo estaba enviando a cazar a los mismos que empezaba a comprender, mientras la obsesión de Kora lo arrastraba a un juego personal del que no podía escapar del todo.

La Locura de Kora: Un Juguete Roto

La noche caía sobre Nexus, pero en la oficina de Kora, la luz permanecía implacable. Vandal ya se había marchado, dejando un rastro de frustración en el aire. Kora, su blusa aún abierta, su pecho expuesto sin pudor, se levantó del sillón, sus movimientos ahora erráticos. Su elegante uniforme, usualmente inmaculado, parecía desordenado, reflejando el caos interno. La obsesión distorsionaba su belleza perfecta, sus ojos grises bailaban con una mezcla de deseo insatisfecho y una furia volcánica.

Fuera de la puerta, un joven guardia del Umbral, Agente 802, permanecía inmóvil en su puesto. Su uniforme impecable, su rostro un estudio de control. Pero cuando la puerta de la oficina de Kora se entreabrió unos milímetros y sus ojos grises, ahora inyectados en una pasión desquiciada, se encontraron con los suyos, un escalofrío le recorrió la espalda. Había oído rumores sobre la Comandante Ren, sobre su carácter volátil, pero la visión de ella, con la blusa desabrochada y una sonrisa enigmática, le robó el aliento. Kora Ren, con su figura perfecta y su aura de poder inalcanzable, era para él la encarnación de la perfección. Una oportunidad... ¿podría ser?

Kora le dedicó una sonrisa seductora, una que no llegaba a sus ojos, pero que al guardia le pareció una invitación celestial. "Agente," su voz era un ronroneo que le erizó los cabellos del cuello. "Acérquese. Necesito... asistencia. Personal."

El guardia, sin dudar, dio un paso al frente, su corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Entró en la pulcra oficina, la puerta cerrándose silenciosamente a sus espaldas. Kora lo estudió, sus ojos grises recorriendo su figura antes de fijarse en su rostro. "Te ves... fuerte," musitó. "Necesito un hombre fuerte para esto."

El guardia sintió un rubor ascender por su cuello. Kora señaló unas cuerdas de contención de energía que solían usarse para experimentos. "Necesito que me ayudes con esto. Es para... un ejercicio de disciplina. Un juego." Su sonrisa se volvió más amplia, más peligrosa. "Un juego de confianza. ¿Confías en mí, Agente?"

El guardia, cegado por la esperanza y la fantasía de lo que creía que sucedería, asintió con fervor. "Por supuesto, Comandante. Mi lealtad es absoluta." Se dejó guiar, creyendo que era el inicio de algo prohibido y excitante. Kora lo ató al sillón donde momentos antes Vandal había estado, las cuerdas de energía pulsando con una luz azul tenue. Él sonrió, la emoción le nublaba el juicio. Pensó que era un preludio a algo más, algo que nunca había soñado.

Pero entonces, la sonrisa de Kora se desvaneció. Sus facciones se endurecieron. Sus ojos grises, antes seductores, se volvieron dos pozos helados de furia incontrolable. Se inclinó cerca del rostro del guardia, su aliento frío y amargo. "Tú no eres él," siseó, su voz transformada en un silbido gélido. El guardia sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la excitación; el terror comenzó a invadirlo al ver la locura pura reflejada en los ojos de Kora. Su confusión se transformó en pánico mientras Kora lo miraba, una depredadora que acababa de darse cuenta de que su presa era la equivocada.

"Tú no eres mi Vandal," repitió Kora, su voz ahora apenas audible, pero cargada de una amenaza escalofriante. El guardia, paralizado por el miedo, solo pudo ver la transformación en sus ojos antes de que la oscuridad lo consumiera. El silencio de la oficina de Kora, roto solo por el sutil zumbido de la ventilación, se extendió por un largo tiempo. Cuando los siguientes guardias hicieron su ronda, encontrarían la puerta cerrada, y la Comandante Ren estaría sentada en su escritorio, impecable de nuevo, trabajando con una concentración helada. Del Agente 802 no habría rastro, solo un expediente vacío y un silencio conveniente.

La Vigilancia de los Hermanos Ren

Mientras Vandal se sumergía en su nueva misión, ajeno a la vigilancia más allá de la de los rebeldes, Kora ya había movido sus piezas. La obsesión no la dejaba dormir, y la humillación del rechazo de Vandal la había consumido. No confiaba en él; su incomprensible evasión era una espina clavada en su orgullo. Antes de que él abandonara Nexus, había dado una orden silenciosa a sus otros dos hermanos, Zack Ren y Dax Ren, ambos agentes leales y fríos, aunque carentes de la astucia y la letalidad de Vandal.

"Vigílenlo", había susurrado Kora, sus ojos grises afilados como cuchillas. "Cada movimiento, cada respiración. Y si descubren algo... personal. Algo que no concuerde con su deber. Un desvío. Lo quiero todo. No me fallen."

Zack y Dax, acostumbrados a las órdenes implícitas de su hermana y su creciente paranoia, siguieron a Vandal con la discreción de fantasmas de seguridad. Lo vieron mezclarse en los barrios bajos, no como un agente del Umbral cazando, sino como un habitante más. Lo vieron entrar y salir del mismo edificio, día tras día. Y entonces, lo vieron con ella. Una mujer vibrante, de cabello indomable y una sonrisa que parecía ajena a la miseria de los distritos exteriores. La vieron riendo con Vandal, compartiendo comidas modestas, e incluso, en una ocasión, a Sombra, el lobo salvaje, acurrucado plácidamente entre sus piernas mientras los tres observaban la lluvia desde la ventana de un apartamento descuidado. Vandal parecía... relajado. Incluso, por un parpadeo fugaz, contento. Era una anomalía tan profunda en su comportamiento que les costó procesar la imagen, pero la grabaron fielmente.

El informe que llegó a Kora al día siguiente fue breve y conciso, acompañado de grabaciones de baja calidad. "Agente Vandal Ren opera en el Sector 7. Ha establecido un contacto no autorizado con una civil, Anya. Interacción prolongada y de naturaleza personal evidente. Presencia de un espécimen canino de lobo, también involucrado en la dinámica."

Kora lo vio. La pantalla holográfica en su oficina personal mostró la imagen granulada de Vandal, sentado en un sofá gastado, su rostro con una expresión que ella nunca había visto en él: una sombra de calidez, de algo cercano a la paz. Y la mujer, Anya, su mano ligeramente tocando el brazo de Vandal mientras reían. El lobo, una abominación a los ojos del Umbral, dormía a sus pies.

En ese momento, la delgada capa de control que mantenía a Kora Ren se rompió por completo. Un grito ahogado y furioso se escapó de sus labios, resonando en la pulcra oficina. Sus ojos grises se dilataron, no con ira fría, sino con una locura desquiciada. ¡Él había encontrado la paz con ella! ¡Él la había rechazado a ella, a su propia sangre, por esa... vagabunda de los barrios bajos! El dolor de la traición personal, la humillación, se mezcló con su obsesión y el control que Kora sentía sobre su familia y su mundo.

Kora se lanzó contra la pantalla, las garras de sus manos finas arañando la imagen del rostro contento de Vandal, como si pudiera borrarlo. El dolor y la ira la consumieron, retorciendo sus facciones perfectas. "¡No!" siseó, una vena palpitando en su sien. "¡No puede ser! ¡Él es mío!"

Se obligó a respirar hondo, sus ojos aún fijos en la imagen. La furia se transformó en una determinación fría y calculadora. No se desquiciaría del todo, no aún. Primero, una represalia. Una advertencia que golpeara a Vandal donde parecía haber encontrado un atisbo de calor. Debía mostrarle a Vandal, y a esa intrusa, que el Umbral, y ella, no tolerarían tal insubordinación o traición personal. El aire en la oficina de Kora se volvió denso con la amenaza de lo que estaba por venir.